Eran casi las 7 de la noche, estaba listo para partir de mi centro de trabajo. Cogí mi mochila, amarré bien mis zapatillas y empecé a descender por las escaleras. Y a cuatro escalones del primer piso, estaba ella. Aunque se encontraba de espalda, la reconocí muy fácilmente. Pero no sé qué me pasó. Mis piernas se hicieron débiles y mi corazón empezó a palpitar cada vez más fuerte. Era inevitable, hace más de dos años que no la veía, pensé que ya todo estaba olvidado, pero la reacción que tuve me hizo dudar, y mucho.
Por mi mente pasaban recuerdos rápidos. Se llama Claudia, delgada y con rostro fino adornado de escasas pecas que contorneaban su nariz. Tuvimos un largo pasado, cerca de tres años de relación, quizá mis mejores tres años. Aún sigo sin entender cuál fue el motivo exacto por el que dejamos de frecuentarnos, y un día, sin razón alguna, ambos decidimos separarnos.
Fue raro, usualmente al finalizar con una relación uno se siente que cae por un vacío y poco a poco lo va superando, pero en mí, pasó todo lo contrario; al inicio me sentí bien, liberado, pero al pasar los días la fui extrañando, sabiendo que no había marcha atrás.
Y ahora, ¿qué me estaba pasando? Por qué estando parado a escasos metros de ella era incapaz de pronunciar su nombre, decirle ¡Claudia! Qué tal, cómo te va, hace dos años que no sé nada de ti, ¿aún recuerdas los momentos que compartimos juntos? ¿Te acuerdas las rosas que arrancaba de tu vecina para llegar siempre con un presente a tu casa? Dime que lo recuerdas por favor, ya que para mí es casi imposible sepultarlo.
Caminé unos pasos más, me acerqué hacia ella, pero mi cobardía pudo más y salí del edificio. En mi mente llovían los insultos hacia mi persona, hacia mi forma tan estúpida de reaccionar; pero en el fondo quería pensar que hice lo correcto, pero hubiese sido más fácil si supiera qué era lo correcto.
Tal vez nunca lo sepa y viviré lamentándome en recuerdos.
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