
Sí, seguro que hoy lloverá. El cielo está despejado, no hay nubes grises y una sola estrella se vislumbra a lo lejos de mi ventana.
Existen
muchos vestigios en el andar, la imaginación se vuelve cada vez más inmensa y
profunda, pero poco a poco el final prevalece en un cumulo imperfecto que no
entiende de razones.
Los besos se
vuelven frágiles y son fáciles de enumerar. Los de ayer, los de hoy, los de
mañana, los de aquella noche en el que juramos junto a un candado atado en un
puente que las cuerdas de mi guitarra no dejarían de sonar por más que el día
resulte desafinado.
Pensar, sí
claro, pensar. Las astillas se encargaron de perforar el alma. Muchos errores,
muchas faltas, mucha cuerda a la misma marioneta. El instinto de querer volar
nos dejó varados sin un suelo en el que
podamos caminar sin tropezar.

Y si este es el final, pues prometo que no lloraré. Los sueños,
los impulsos y las caídas que antes jugaban a darnos suerte, parece que
cambiaron de rutina y pusieron sus claros paréntesis.

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