viernes, 25 de febrero de 2011

Esta noche serás mía

Bailamos sin parar en una discoteca de Punta Hermosa, nos tomamos de las manos y caminamos bajo el susurro de la noche por la húmeda arena, contemplando el mar. Nos besamos, le prometí que siempre estaría a su lado, fuimos a nuestra habitación de mi casa de playa, nos miramos con picardía y deseo, pero al sentirla tan cerca, tan mía, dudé, me volví a abotonar la camisa y salí de la habitación, diciéndole que me estaba ahogando, que necesitaba un poco de aire.

Llevo con Milagros seis meses de enamorados y, sinceramente, esta vez, puedo decir con total convicción que soy inmensamente feliz. Su sonrisa es única, súper contagiosa, de oreja a oreja como se suele decir. Sus ojos marrones, trasmiten ternura en cada parpadear, como los de un cachorrito, grandes y llenos de inocencia. Su piel blanca, que ahora goza de un sexy bronceado, es suave y cuenta con diversas pequitas, que son todo un decorado de lujo, como lentejitas de chocolate en un helado de vainilla. Pero lo que más me deslumbra, es su cabello, de color negro y ondulado, el cual siempre emana un aroma dulce, envolvente, que me hipnotiza. En pocas palabras lo que intento expresar, es que caigo ante su belleza como en las historias de mitología, lo hacen los marineros al toparse con una sirena.

Sin embargo, no todo es perfección. Una gran duda ronda en mi cabeza. Supuestamente esta noche sería especial para ambos, Milagros y yo tendríamos sexo por primera vez, todo estaba planeado y fríamente calculado. Pero mientras caminábamos hacia la casa, tomados de las manos, ella me confesó que era virgen, pero sobre todo, me dijo que me amaba. Ahora, esos dos asuntos retumban y alborotan mi subconsciente. No sé porqué diablos me afecta tanto, he estado con varias chicas íntimamente sin remordimiento alguno, pero en esa ocasión, no soy el mismo Julián de siempre. Nunca una chica antes me había dicho esa palabra, y menos aún con la mirada brillosa: “Te amo”. Tengo mucho miedo de fallarle a Milagros, de hacerla mía y no volverme ese hombre perfecto que ella merece.

Cinco minutos fueron los que me tardé en regresar a la habitación. Milagros al verme me miró preocupada, y dijo: ¿Qué te pasa, Julián? ¿Por qué me dejaste sola de esa manera?

- Tenemos que hablar seriamente, le dije, sentándome a su lado. La cama era grande, en sí estar junto a ella allí, era una fuerte tentación, pero no podía hacer ninguna maniobra, sin antes domar a mis demonios internos.

Milagros acarició mi rostro con ternura, sonrió tímidamente, y dijo: “Seis meses que vienes hablándome sobre este asunto de tener relaciones. Y ahora, que por fin me siento lista, que estoy dispuesta a pasar la noche contigo, en el momento ideal, en el lugar perfecto…no sabes qué excusa ponerte para dejar pasar la oportunidad.

No era tan simple como ella creía, no se trataba de intentar salir de la situación por miedo a afrontarla, ella esperaba de mí una palabra, la cual, por el momento, no me nacía decir.

- Te acuerdas lo que te dije hace una rato…Es verdad, nunca me había sentido así con nadie, me reiteró una vez más, sin embargo, opté por volver a escapar de su mirada.

- Me es muy difícil abrir mis sentimientos de esa manera, dije por inercia, sin darle la cara.

Pude sentir como la respiración de Milagros se hizo más densa y se levantó de la cama.

- Ya déjate de rodeos, dímelo de una vez, que no sientes lo mismo. Quizá haya sido muy pronto, de todos modos yo fui sincera contigo y me gustaría que tu también lo seas.

Me paré, posicionándome delante de ella, tomé de sus manos y sin pensarlo mucho, tan solo la besé.

Ella pudo escoger, tomar el camino fácil, frenarme y esperar a que esta conversación llegue a su desenlace, pero no. Milagros correspondió mi beso y, no mostró disgusto alguno cuando empecé a acariciarla, tan solo se dejó llevar. La desnudé lento, en sí dejándola que reflexione en cada instante en que iba perdiendo una prenda. El tiempo me había enseñaba aquellos lugares exactos e infalibles para excitar a una mujer, como besar su cuello, tocar delicadamente sus senos, moviéndolos hacia arriba de manera circular, y humedecer sus pezones con mi lengua. Ella se sentía segura a mi lado, confiaba en mí como guía, no podía decepcionarla, tenía que tratarla como princesa. Es por ello que cuando llegó el momento de ser uno, por más que mis instintos me reclamaban vértigo, fuerza y locura, fui lento, paciente y dudosamente le pregunté: “¿Te duele, quieres que siga?”. Milagros estaba nerviosa, pero aún así no se acobardó. Si bien al principio le fue incomodo, el hambre de placer le sirvió como anestesia para que pudiese disfrutar plenamente de este momento.

Nunca había tenido sexo de esta manera, jamás me había dado cuenta lo excitante que era indagar en el cuerpo de una mujer, ir descubriéndola de a pocos, encontrar aquellos lunares que ella les prohibió a otros, pero que solo a mí me concedió la dicha de saber su ubicación. No pensé que mirarla a los ojos mientras la acariciaba fuese un complemento perfecto entre romántico y excitante. Había tenido sexo con muchas mujeres, pero nunca antes con la correcta.

Milagros me abrazaba, no se quería alejar de mí ni por un segundo, mientras yo, en silencio, me sentía bastante relajado, liviano por mi desnudes, que rozaba su piel.

De pronto la miré y dije algo que pensé que jamás me nacería, que me costaba mucho expulsar de mí, sin embargo en esta ocasión simplemente lo dejé salir.

- Te amo, expresé mirándola a los ojos.

Milagros me sonrió dulcemente, me dio un tierno y corto beso en los labios, y dijo: Yo también.

Pensaba que el amor era una fantasía, una vil mentira, un cuento nada más. Me sentía triste, perdido en mis pensamientos y mi corazón estaba en el infierno…Pero llegaste tú, pero llegaste tú. Y en un instante cambiaste mi percepción, con tu mirar. Y en un instante al verte sonreír, me enamoré de ti. Como un ángel apareciste, contigo ya no volveré a estar triste. Perdido en tu mirar, siempre voy a estar. Y hacerte suspirar, será mi prioridad.

Jhonnattan Arriola

viernes, 18 de febrero de 2011

Mi gringa experiencia II

Segunda parte

¿De dónde vino? ¿Cómo pasó? O ¿Por qué lo hizo? Son algunas de las dudas existenciales que normalmente nos cuestionamos día a día, y en este momento esas preguntas giraban alrededor de mi cabeza intentado buscar una explicación de lo que estaba pasando; mientras que, por otro lado, mi yo perverso hacía que siga en mi camino, a paso firme y decidido, dispuesto a que experimente lo que quizá no vuelva a pasar.


Mi mano sudaba, y mucho. Disimuladamente la separaba de la suya para evitar que sepa lo que sentía, pues se suponía que yo, el chico extranjero quien juraba no temerle a nada ni nadie, hoy tenía que estar más seguro que nunca y en lo posible mostrar que era él quien estaba a cargo del asunto. Pero era inevitable, era más que notorio que ella era la jefa y yo un simple subordinado, y me encantaba.

Escabulléndonos de todos, muy discretamente logramos salir de la tienda. Subimos a su auto y emprendimos rumbo hacia un lugar totalmente desconocido para mí. Manejaba a 70 millas por hora, mi mirada permanecía fija hacia al frente, memorizando el camino aunque de rato en rato la miraba de reojo, y veía como su cabello bailaba con el viento y sus labios dibujan una sonrisa que sinceramente no sé cómo describirla.

Llegamos a Biloxi Beach, una playa no muy concurrida. Estábamos solos junto al sol, la arena y el sonido de las olas. Para mí, la combinación perfecta.

- Te he visto inquieto durante el camino – me dijo

- (Me río) Ya te dije que tú no me intimidas – respondí mirándole fijamente a los ojos

Deslizó su mano llegando a acariciar mi pierna y poco a poco fue acercando su boca hacia la mía. Alcé mi brazo, le cogí el cuello y la besé con pasión, como si aquel beso fuese el último que daría en toda mi vida. Conforme pasaban los segundos, la situación se volvía más intensa, a tal punto que mis manos habían recorrido todo lo que en una mujer se puede recorrer.

Yo estaba sin polo, con el asiento del carro reclinado hasta el máximo punto y viendo excitado como ella se movía muy sensualmente encima de mis piernas. Rato después, ambos sudábamos de placer y el carro se movía a nuestro compás. Por un momento creí que nos encontramos en la Costa Verde Limeña, pero recordé que no había nadie alrededor y seguí en lo mío.

No podía creerlo, lo que no hice en mi país lo estaba haciendo a los tres días de haber pisado suelo americano. Una gringa – como usualmente las llamamos – estaba gritando mi nombre con un excitación que nunca antes pensé causar.

- ¡Emilio! ¡¡¡¡¡Emilio!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Emilio!!!!!!!!!!

Y abrí los ojos. Todo estaba borroso, a duras penas podía distinguir algunos rostros de mis compañeros de trabajo que preocupadamente me miraban. Escuchaba voces y no entendía nada. Estaba muy confundido. Hasta que escuché su voz.

- ¿Estás bien? – dijo ella.

- ¿Nicolle? ¿Qué pasó? Si hasta hace un rato nosotros… el carro… la playa…

- No te entiendo. Levántate, ven conmigo.

Estaba en piso. Con mucho esfuerzo me puse en pie y caminé hacia ella.

- Oye, explícame qué pasó – le dije exaltado

- Tranquilo parece que ya estás mejor. – me dijo con una voz maternal mientras acariciaba mi cabeza - Estabas yendo al cuarto de empleados y resbalaste con un charco de margarina que había en el piso. Parece que te golpeaste la cabeza porque estuviste unos minutos inconsciente, pero era raro, porque durante todo el tiempo que estuviste en el piso, tu rostro tenía una pequeña sonrisa.

La miré extrañado, confundido, atónito y todos los adjetivos que puedan representar mi inmensa frustración. No lo podía creer. ¿Todo lo que supuestamente había vivido había sido producto de mi imaginación? La miré nuevamente y con un suspiro de lamentación le dije:

- Bueno, supongo que iré a tomar mi descanso ahora, y esta vez caminaré con cuidado.

Era muy bueno para ser realidad, pero fue muy placentero para poder olvidar. No sé si sentía rabia o pena por mí mismo, así que solo fui al cuarto de empleados y resignado tomé asiento y suspiré.

- ¿Todo bien? – escuché decir a Nicolle que me miraba desde la puerta.

- Sí, sí. Solo que me duele un poco la cabeza.

Caminó hacia mí muy lentamente, y de una manera pícara y con voz baja me dijo:

- Si quieres puedes tomarte el día libre. En cinco minutos acaba mi turno y podemos dar un paseo por la playa – Extendió su mano y agregó - ¿Qué dices, vienes conmigo?

La miré fijamente y recordé: la mano, el carro, la playa, las olas, la soledad, el placer.

No sabía a dónde me llevaría todo esto. Tal vez mi mente me había jugado una mala pasada, o quizá, me estaba prediciendo lo que vendría después. La única forma de averiguarlo era sosteniendo nuevamente aquella mano.

- Creo que será muy divertido – le dije

- No lo dudes – respondió, y salimos de la habitación.

Fin