lunes, 22 de julio de 2013

Carta a Palermo

Buenas buenas señorita Palermo. Disculpará usted mi irrupción a su domingo familiar, pero necesito hacer algo desde hace mucho tiempo; y bueno, creo que ha llegado el momento.

A ver, cómo empezamos. Primero, creo yo, vale la pena especificar y responder algunos puntos. Lo más probable es que ahorita no entiendas absolutamente nada, tampoco yo (créeme).  

No, no estoy borracho, mucho menos bajo alguna sustancia prohibida, como quizá lo has pensado. Tampoco estoy pasando por una etapa de depresión al lado de cigarrillos y una copa de vino. Creo que es algo más simple que eso, aunque muchas veces me hago un mundo para todo.

Suelo ser muy reservado con lo que realmente me interesa. Dejo que la vida pase por debajo de mis pies luciendo pieles distintas dependiendo de la sonrisa con la que haya amanecido. Evito complicarme, aunque sé que es inevitable, pero hubo un punto de quiebre que me hizo pisar el freno de mi carrito de golf de 40 km por hora; y recién ahí comenzar a pensar, volver a pensar y finalmente a preguntar: “¿Qué carajos está pasando?”. Si de casualidad te estás preguntado: “¿Y yo qué tengo que ver acá?”, bueno esta es la parte de mi pequeña historia en la que tú apareces. Ponte cómoda, enciende un cigarrillo, dale play a tu canción favorita y sigue leyendo.

No soy un fanático de la hipérbole, pero quizá mis palabras te parezcan un poco exageradas, aunque no lo son. Todo fue un tanto complejo. Inició con una solicitud de amistad enviada. A diferencia tuya, yo sí sabía quién eras. En ciertas reuniones, sutilmente intentaba saber de ti, preguntas por aquí, algunas otras por allá. Poco a poco fui recopilando información. No, no soy stalker, prefiero llamarme persona con un interés específico. Suena más bonito.

Intenté hablarte muchas veces. El “ESC” pudo más que el “Enter”. Creo que nunca me sentí  tan cohibido por alguien, no encontraba el modo. Me quedaba en neutro y no era capaz de poner primera. Recuerdo el día que me fui al todo por el todo y quise invitarte al cine. “¿Qué puede salir mal?” pasaba por mi mente. No estoy seguro de cuál fue tu respuesta, pero en conclusión fue un claro: “no”. Perdí la batalla sin ni siquiera haberla iniciado.

Semanas después se acercaba mi cumpleaños. Y tu presencia (aunque prácticamente no nos conocíamos) fue mi mayor obsequio. Sin querer, tengo una canción que me hace recordar a ti, y no es porque te la dedique o algo por el estilo, sino que la primera vez que la escuché nos vi a los dos bailándola, mis manos rodeando suave tu cintura, mientras tu cabeza se acurrucaba sobre mi pecho.Rogaba que el DJ la pusiera en la discoteca sin embargo, no fue así. Felizmente sí fuimos a bailar, y para suerte mía, la realidad supero con creces a la pequeña ficción que se había armado en mi cabeza.

Después de aquella noche no lograba sacarte de mis pensamientos. ¿Por qué? Hasta ahora sigo buscando una respuesta. Y está más difícil que entender “Rayuela” por más que sigas las instrucciones de Julio Cortázar.

Mi cabeza se volvió un laberinto con millones de puertas y una sola llave que no sabía a qué cerradura apuntar. Decidí elevar mi alma al aire, ordenar mis ideas, despreocuparme y continuar. Total, la vida es una, o al menos eso es lo que dicen.

Intentar llegar a un cierre preciso que pueda resumir esta carta, a mí parecer, sería necio. Si te diste cuenta, me gusta escribir, y aunque ya no lo hago con mucha frecuencia, cada vez que vuelvo a lo mío, intento aflorar absolutamente todo lo que llevó dentro.  Hoy lo hice contigo y para serte franco, necesitaba hacerlo.

Con mis palabras no te estoy pidiendo un noviazgo, o que te guste, o que salgamos y pueda robarte una sonrisa. Sólo quería que lo sepas. De mí para ti.

Llevarlo tanto tiempo guardado conmigo, no resulta muy alentador.

Gracias por tomarte el tiempo de leerlo.

Hasta pronto señorita Palermo.

 







miércoles, 3 de julio de 2013

Los héroes también se jubilan

Sentado en una de las banquitas del parque Mandarina, Toño lee su diario preferido. Una vez más, todas son buenas noticias. Una triste sonrisa, se esboza en su rostro.

Enciende un cigarrillo, se toma su tiempo en cada pitada. Lo disfruta. Mira a su alrededor, y se aflige aún más. Se siente muy solo. Los recuerdos de aventuras lo invaden con nostalgia. Quién podría imaginar que aquel señor de setenta años y duro semblante, ha sido el mejor superhéroe de la historia. El gran “Lobo”.

Parlantes de gran tamaño, situados en los edificios más altos de la ciudad, emitían un aullido estridente. El pueblo se llenaba de esperanza, Lobo acudía a la señal de ayuda, apareciendo entre las sombras para librar una dura batalla con los criminales. Jamás era vencido. Su traje gris, reforzado en el pecho y extremidades, con un blindaje especial de fibra de carbono, lo protegía de los disparos y caídas. Su capa negra le permitía descender con elegancia de las alturas. Y su máscara, ceñida a su rostro y del mismo color que su traje, dejaba al descubierto sus ojos celestes. Unos fabulosos lentes de contacto, que ayudaban a Toño a mantener su personaje de lobo alfa. El trabajo fue duro, pero su legado, sigue manteniendo la tranquilidad en las calles limeñas.

Toño se jubiló oficialmente al cumplir las sesenta primaveras. Sin embargo, no recibe ningún tipo de pensión por sus años de servicio. Lobo nunca será olvidado, pero del buen Toñito, no se acuerdan ni sus amigos. Sin embargo, lo que más le parte el corazón al héroe, es la posibilidad de que Sofía, la única mujer que conoce su verdadera identidad, no piense más en él.

El segundo cigarrillo viene acompañado de una lágrima. Su corazón se empieza a acelerar. Pensar en Sofía, vuelve su alma frágil como un cristal. Quiere gritar su nombre con la esperanza de que lo escuche. Sin embargo, sabe que sería inútil. Desde la noche que le dijo adiós, no volvió a saber más de ella.

Toño la amaba con devoción. Era su mundo, su musa. Despertar en las mañanas a su lado, lo llenaba de esperanza, de fuerzas para seguir su difícil misión. Sin embargo, el miedo se apoderó de él. Cada vez sus enemigos estaban más cerca de descubrirlo. Y si eso llegara a pasar, sin duda le harían daño a Sofía. No la podía exponer de esa manera, una tragedia podría sorprenderlo. La decisión era difícil, pero debía alejarse. Una noche de invierno, después de echarse a dormir a su lado, Toño se despidió de su amada con una carta, confesándole en ella, su identidad heroica y los motivos que lo llevaron a partir. Dejando en el tocador, un anillo de compromiso, el mismo que usó su padre para jurarle amor eterno a la fabulosa mujer que jamás conoció, pero que dio su vida para que él pudiese nacer.

—Disculpe, señor. He venido a hacerle una pregunta… ¿Cómo está?

Toño se sobresaltó. La voz de la dulce dama, lo hizo despertar de sus tristes pensamientos. La observó al detalle, su mirada se le hacía muy familiar, tanto que su corazón empezó a latir de la emoción. Pero se desilusionó al instante. Era imposible que se tratase de ella.

—No ha contestado a mi pregunta —expresó la guapa señora, que a pesar de superar los cincuenta, lucía muy hermosa. Sus ojos azules, coloreaban una mirada tierna y sincera.

Toño le esquivó el semblante, siendo algo grosero. La mujer se sentó a su lado, tomó con delicadeza su pierna, y dijo:

—Vamos, Toño…contesta a mi pregunta.

El héroe contempló la mano que lo acariciaba con dulzura. Sus ojos se llenaron de lágrimas al reconocer en su dedo anular, el anillo que le regaló a su doncella. No lo podía creer. Su ángel había regresado.

— ¡Mejor que nunca! —respondió Toño con euforia, un segundo antes de lanzarse a los brazos de Sofía. Después de mucho, volvía a ser realmente feliz.


Jhonnattan Arriola Rojas