domingo, 28 de febrero de 2010

Psdt: Mi cielo

Autora invitada: ET. Estrella

Paulina, 16 años…

- Paulina! Son las 7, apúrate que estás tarde!!

- Ya voy ma, aguanta un toque… - alcancé a gritar mientras renegaba con los gritos de mi madre y al verme más cuadrada que un cuaderno en la falda de colegio.

- Baja a desayunar!

- Ya, ahí bajo!

- Toma hijita, sírvete.

- Solo el jugo, estoy apurada. Voy tarde.

Camino al colegio veía a la gente comiendo. En las esquinas, en las calles, en las plazas. Comiendo como si no hubieran comido en años. Gente gustosa de introducir en su boca los alimentos que rechacé saliendo de mi casa.

La llegada al colegio era como siempre. Todo el mundo me miraba: chicos grandes, chicos menores, chicos que me miraban insinuando sus nada inocentes intenciones que me hacían sentir perfecta. Bonita, blanca, cabello castaño y lacio, alta y delgada. Era lo principal, era la líder en los grupos de chicas…ellas siempre querían ser como yo. En verdad ¿quién no?

La ilusión de mi vida era ser una estrella, modelar en pasarelas internacionales, lucir prendas de diseñadores de la alta costura. El mundo de las cámaras y las fotos eran perfectos para mí. Mis anhelos eran un tanto superficiales, pero satisfacían mi existencia. A medida que crecía, el espejo se volvía mi mejor amigo, tal vez porque lo que se reflejaba en él era yo. Yo era mi mejor amiga.
No podía hablar con mi mamá, ella se la pasaba más ocupada en su trabajo, y mi papá; bueno, si no estaba viajando estaba cansado cuando venía solo los 30. Tampoco tenía hermanos. Solo me tenía a mí.

Vivía enamorada de mi perfección; siempre exigiéndome para no subir de peso; comiendo poco y tomando mucha agua; gimnasio más de una vez al día y la balanza mínimo tres veces. Pero nada de eso era suficiente: mi vicio era mirarme al espejo y decir: Caray, pero que gorda!

Sin darme cuenta y a los pocos meses fui bajando gradualmente mis raciones de comida, y lo poco que ingería era devuelto en pocos minutos y con facilidad. Era una satisfacción para mí. Me sentía culpable con tan solo pensar que había comido.

La gente me miraba y como siempre yo pensaba que admiraban lo perfecta que era y lo envidiosa que podía ser la gente. Ahora que puedo verlo claramente lo que la gente pensaba era lo ridícula que me veía y lo enferma que parecía para todos ellos.

¿Saben? Poco a poco fui perdiendo fuerzas, peso; por momentos tenía hambre y hasta creo que comía por ansiedad, pero lamentablemente con el tiempo vomitaba todo lo que ingería, e incluso, y solo algunas veces sangre… Aún creo recordar la cara de mi madre mientras lloraba y decía mi nombre rogándome que me detuviera, sin saber que a esas alturas las cosas ya no dependían de mi voluntad. Me sostenía la cabeza en el inodoro cuando ya no podía siquiera retener algún líquido.

Y de pronto, la soledad se apodero de mí. La líder, la chica hermosa y coqueta, se había consumido poco a poco. Las fotos con las que soñaba tener algún día en alta costura, se desvanecieron sin haber sido siquiera tomadas. Y si ahora tengo fotos, son solo los recuerdos de amargos amaneceres, recuerdos de lágrimas, de encierros en algún baño vomitando o tomando purgantes, entre centímetros y sobre balanzas, horas frente al espejo, culpándome por lo mal que me veía; según mi nada cuerdo criterio, gorda.

Psicólogos y médicos especialistas en el caso, mis padres en el momento más duro juntos; todos apoyándome y ayudándome e incluso yo, finalmente dándome cuenta y poniendo de mi parte. Pero no mi organismo, él ya no estaba dispuesto a luchar. Y era lógico, después de haberle exigido tanto, terminó por convertirse en mi peor enemigo, intoxicado y contaminado por el daño que le había hecho.

Internada en un hospital, inyectada por todos lados, con tubos conectados a mi organismo; dormía y recordaba los feliz que fui antes de los 16 años. Podía correr, saltar, bailar, ir de compras, abrazar a mis padres, ir al cine y todo aquello que hace una jovencita cuando aun está empezando a vivir.

Desde aquí veo sufrir y llorar a papi y mami, se lamentan por todo el tiempo que no estuvieron a mi lado. Ahora, me toca decirles que esto: YO lo busque. Gracias por lo feliz que me hicieron y por la bondad que sembraron en mí. La llevaré conmigo.

Todos los sueños que eran para mí poco a poco se fueron alejando, la vida que tenía por delante se me fue en el último respiro…

Y aunque ahora no puedo expresar libremente lo que siento, aun así se lo digo a mis padres, desde aquí, desde mi cielo, nuestro cielo.

domingo, 21 de febrero de 2010

“A calzón quitado”

Verónica y Ángel, la pareja perfecta, mis dos mejores amigos. Cómo olvidar el día en que los conocí. De pequeño siempre me sentía muy solo, hablo de cuando tenía ocho años aproximadamente. Pero un día una familia se mudó a la casa de al lado, y el hijo menor, mi nuevo vecino, me invitó a jugar con sus “Caballeros del zodiaco”. Desde ese día Ángel y yo nos volvimos inseparables. Y bueno, con Verónica las cosas fueron distintas. La conocí el año pasado, a los dieciocho, en la fiesta de Carmen, mi ex. Debo admitir que en un principio la belleza de Vero, me cautivó por completo. Llegué a conseguir esa noche, su número de celular, su correo electrónico, y su amistad incondicional. Angelito fue el que se llevó el premio mayor, después de besarla mientras bailaban una balada de “DLG” (No morirá).

Ángel dice que su enamorada es la chica ideal. Hace un par de días me lo reiteró en el patio de mi casa, con unas cervezas de por medio.

–Oe compadre, me he sacado la lotería. Verito es de lo mejor, siempre tan detallista, cariñosa. Con esa sonrisa tan dulce, de labio grueso inferior, tan atrayente, que siempre provoca darle una mordidita. Y qué decir de sus ojos, mi chinita linda, no hay más mujer que ella. Me encanta como siempre juega con sus peinados, su cabello negro, lacio, es bien moldeable. Es una gloria verla en minifalda, ahora que es verano y hace calor, está totalmente justificado. Su cuerpito me fascina causa. Esas tetas y ese culo, me tienen embrujado.

Sonreí al escuchar a mi amigo. Prendí un cigarrillo, y dije: “Me alegra que seas feliz. Te lo mereces realmente”. –Gracias Sandro, es bueno tener amigos como tú.

Verónica y Ángel, la envidia de todos. Por el año mi compadre le regaló un anillo grabado, con la tierna frase “Siempre juntos”. Y bueno, Vero no se quedó atrás, aprendió a tocar guitarra para dedicarle una romántica canción. Como dije en un principio, son la pareja perfecta. Ambos muy amables, gentiles, dulces, comprensivos, amorosos, buenos amigos…y todos los demás calificativos similares. Es una suerte para ellos tenerse el uno al otro, pero sobre todo, que yo permanezca en silencio.

Pensé que nunca olvidaría lo bueno que Ángel ha sido conmigo. De aquél juramento a los quince años. “Siempre cuidaremos el uno del otro”. Hecho después que mi mejor amigo me salvara de recibir una gran golpiza en manos de un gringo desabrido, enfadado por bailar con su enamorada. Prometí nunca engañarlo, decirle la verdad en cada momento. Teníamos tantas metas juntos, inclusive pensábamos formar una empresa cuando termináramos nuestras carreras, ambos futuros Administradores. Pero todo eso se fue al mismo infierno, el día en que su enamorada le fue infiel, y yo, simplemente callé. No dije nada por miedo a destruir una relación tan bonita, y ver a mi amigo sufrir…No dije nada porque Verónica le fue infiel conmigo.

Todo comenzó un jueves por la noche. La gran pareja recién llevaba tres meses, y habían tenido su primera fuerte pelea. Verónica me buscó llorando, para esto, ella y yo, ya nos habíamos hecho muy buenos amigos. Conversábamos casi todos los días hasta la madrugada por teléfono, y teníamos muchas cosas en común, pero solo ese sentimiento nos unía, amistad. Le quise invitar un vaso con agua, pero ella pidió algo más fuerte. Debí darle un té cargado, o un café, pero opté por el vino.

Las horas pasaron, ella lloraba, y yo la abrazaba. Me sentía por esos instantes como su enamorado, sé que estaba mal, pero lo disimulaba echándole la culpa al alcohol. No había nadie en mi casa, y estábamos en mi habitación, supuestamente para conversar con más tranquilidad. Ella estaba echada en mi cama, y yo, sentado a su lado, escuchando todo sus dilemas de amor.

-Ángel es tan caballero, correcto, súper lindo, pero no me siento del todo feliz a su lado. Somos muy diferentes. Hoy se lo dije, por eso me siento tan mal. –Tranquila Vero, llevar una relación es difícil. Ya verás que con el tiempo lograrán entenderse cada vez mejor como pareja. Ambos nos quedamos mirándonos. Ella me sonrió, y dijo: “Ven aquí”. Su voz era tan envolvente. Me acerqué y me dio un abrazo. Me alejé con rapidez, sus labios estaban muy cerca. –Eres muy lindo Sandro, por eso te considero uno de mis mejores amigos. –No soy como crees, le dije, llené mi copa de vino, y la bebí por completo. Me levanté, habíamos tomado bastante, y la cabeza me daba vueltas. – ¿A qué te refieres?, preguntó con curiosidad. – ¿Alguna vez te has sentido muy atraída por el enamorado de tu mejor amiga? –No, contestó de golpe.

Comencé a reír sin explicación alguna. – ¿Qué te pasa Sandro? –Nada. Simplemente que me gustaste desde que te vi, pero Ángel fue más astuto, y logró conquistarte…Maldita sea, ya no sé qué estoy diciendo. Vero se acercó a mí, me abrazó, y pidió que pare de decir tonterías. Guardé silencio, en ese instante, comenzamos a reír carcajadas. Estábamos completamente borrachos, éramos dos marionetas, manejadas por el embrujo del vino. No sé qué fue lo que dije, o si yo la besé, o ella a mí, pero la acción se concretó.

Nos besamos con pasión. Ambos de pie, en la puerta de mi habitación. Nos detuvimos. La miré a los ojos, estaba llorando. –Mierda, discúlpame, dije, pasando mis manos por la cabeza. Verónica se puso roja, me miró con rabia, y me lanzó una cachetada. Me froté el rostro, no dije nada, ya que sabía que me merecía el golpe. Pensé que todo acabaría allí, sin embargo, Vero se puso histérica, y comenzó llenarme de golpes. Tomé de sus manos, le rogué que se calmara, pero era inútil, al parecer le había dado los famosos “Diablos azules”. La tuve que sujetar, y echarla a la cama. Debo admitir que fui algo brusco, ya que sin querer, caí encima de ella. –Escúchame, realmente lo siento. Cálmate, solo te pido eso. Lo último que quiero es hacerte daño. Verito respiró profundo, me miró directamente a los ojos, y dijo:”Lo peor de todo es que no me obligaste a nada, te besé por voluntad propia…Carajo, deseo seguir haciéndolo. Me besó, me sentí en el cielo. Cerré los ojos, y decidí olvidar por el momento, que Ángel existía.

La desnudé, y ella a mí. Observamos con minuciosidad nuestros cuerpos. Su piel blanca y suave, tenía aroma a vainilla. Le besé el cuello, mientras acariciaba sus gruesas piernas. Ella apretaba mi espalda, a tal punto de clavar suavemente sus uñas. -Te amo, dijo de pronto. Lo que decía no era verdad, en su cabeza todo era confusión. No contesté nada, ya que estaba muy ocupado, besando sus senos. Los apreté con delicadeza, moviéndolos en círculos, logrando un suave y profundo gemido de su parte. Ambos estábamos en mi cama, sentados, acariciándonos. Deslicé mis manos por su trasero, durito y abultado, lo suficiente como para volver loco a cualquier hombre. Se echó, me puse encima, la besé nuevamente, mordí con fuerza su labio inferior, y la hice mía.

Nos quedamos dormidos esa noche. El sexo comenzó a las diez, y a la una despertamos. Felizmente aún no habían llegado mis padres. Verónica se vistió en un segundo, y salió prácticamente corriendo de mi casa. Por mi parte me levanté de la cama, e intenté dejar todo en orden. Fue allí donde encontré la más clara evidencia. Vero olvidó su calzón, marca Leonisa, azul oscuro, casi negro.

Al día siguiente Verónica y yo tuvimos una extensa plática. Juramos nunca más hablar del tema, seguir siendo buenos amigos, y sobre todo, no decirle nada a Ángel.

Retomemos esta historia, a aquella noche en la que mi mejor amigo, me hablaba de lo buena que es su enamorada.

–Gracias Sandro, es bueno tener amigos como tú. –No me digas esto. –Qué mierda te pasa, últimamente estás muy “Emo”, dijo de broma. -Espérame un segundo, hay algo que quiero mostrarte, dije sin mirarlo.

Tardé exactamente diez minutos. –Oe te has demoro un culo ¿Que mierda has ido a hacer? Le aventé el calzón, y dije: “Es de Verónica. Hace nueve meses me acosté con ella. Juramos nunca decirte nada, pero ya no puedo con esto. Me siento en el infierno desde entonces. No te mereces a un amigo como yo, es por eso que hago esto, para salir expulsado de tu vida.

Ángel me miró sorprendido. Su mirada se humedeció, y solo atinó a preguntar. -¿Esto es una broma verdad? Verónica ama realmente a mi amigo. Sin embargo cometió un error, le falló. No tengo la valentía como para matar su relación, es verdad soy un cobarde, que por más que tuve mi medio segundo de honestidad, no soportaría una vida sin mi fiel compañero.

-Claro compadre, qué me crees, ese calzón se lo quité a Carmen. Sorry maestro, creo que me pasé de la raya. Ángel me aventó la prenda, rio a carcajadas, y dijo:”Pendejo de mierda, casi me da un infarto”.

Ya han pasado varios días después de ese incidente. Aunque suene conchudo, debo hacerme el loco, y callar. Y si en algún momento llego a confesar mi crimen, lo consultaré con mi cómplice primero.

Lo siento por Ángel, le he fallado. Sé que nunca me lo perdonaría. Ya no soy un niño, que juega en el parque con varios chicos, son pocos los buenos amigos que me quedan. Sé que debería asumir mi culpa, pero lo veo tan feliz, que no puedo.


Jhonnattan Arriola

sábado, 13 de febrero de 2010

Aquellas que derrramé en el poncho

04:54 am

- Oye, arrugón. Oye, ¿estás despierto? ¡Arrugón!

Fueron las primeras palabras que escuché al comenzar el día. Era aún de madrugada. Desde que abordamos el bus no había dormido, supongo que habrá sido porque estaba sentado junto a ella. Nos esperaba una hora más para llegar a nuestro último destino. Era nuestro viaje de retorno a las aburridas y poco excitantes clases de colegio. Como es casi evidente, vivía el viaje de prom.

El bus estaba aún estaba oscuro, la batería de su mp3 se había terminado y sentía como su mano hacía el intento de despertarme.

- Dime, qué pasa.

- Jaja, ya pues arrugón, hay que hacer algo estoy aburrida.

Se llama Alexandra. La conocí a los 9 años de edad en un aeropuerto de una provinciana cercana, aunque ella insiste que fue en mi casa mientras su mamá conversaba con la mía. Sea quien sea el que tenga la razón, me enamoré de ella en cuanto vi su cabello rizado, ojos pardos y las pequeñas pecas que rodeaban su nariz.

Desde que inició el viaje no paraba de hacerme insinuaciones. Era comprensible, total, el viaje de prom se trata de diversión; diversión de todo tipo. “Lo que pasa en el viaje de prom, queda en el viaje de prom”, frase utilizada por todo aquel que cursa el 5to de secundaria. Pendejos.

Sin embargo, era claro que yo no tenía en mente simple diversión, poder conversar con ella aquella madrugada era suficiente para mí.

Nos conocíamos bien. Ella sabía absolutamente todo de mí: agarres, trampas, tires, todo; igual yo. Pero en ese momento pude conocerla aún más. Hablábamos de nosotros, nuestros sentimientos, pensamiento y en ese momento lo supe, era lo que necesitaba para poder complementarme. Te encontré.

A duras penas ubiqué el botón de encendido de la luz de lectura del bus, y al alumbrar pude ver una vez más su rostro, la miré a los ojos y sin temor alguno le dije en voz baja:

- Muero por besarte.

- ¿Qué?

- Lo que escuchaste. Muero por besarte.

- Anda huevón.

- Qué pasa, ¿me temes? Quién es la que arruga ahora.

Volteó y me miró fijamente a los ojos, mientras yo le correspondía con una sonrisa pícara. Agarró el poncho que tenía encima de sus piernas y nos cubrimos de pies a cabeza. Nadie nos veía, y si lo hacían, no importaba, total, estaba a escasos centímetros de lograr mi objetivo; y lo hice.

Sentí sus labios en los míos, un beso largo, muy largo. Nos movíamos muy apasionadamente, en ese momento no importa si yo le era infiel a alguien, o si ella le era infiel a alguien, por lo menos eso quería creer. Sigilosamente nos dábamos pequeñas caricias, caricias de amigos, caricias respetuosas pero con su respectiva dosis de morbo.

Al terminar, bajamos el poncho y ya se podía ver los primeros rayos del sol. Agarré su mejilla y le dije:

- Te quiero.

- ¿Qué?

- En serio, te quiero.

Estimados pasajeros, les damos la bienvenida a la ciudad del mejor clima del mundo. Sírvanse bajar del bus en forma ordenada. Esperamos que el viaje haya sido de su total agrado. Muchas gracias por su preferencia.

- Oye, no seas huevón Manuel, no la cagues. La verdad es que, pucha tú sabes que tengo enamorado, y, además pensé que dabas por obvio que todo esto iba ser como un juego. O sea podíamos hacer hasta más cosas aquí y mañana estaríamos como si nada hubiese pasado. Pensé que lo tenías claro.

- No sabía que era juego…

- ¡Manuel! Eres como mi hermano desde que éramos chiquitos. Lo siento…no debió pasar…lo mejor será que lo olvides…olvídate de todo…nos vemos mañana en el cole… Cuídate ¿sí?

Alexandra bajó del bus rápidamente, sin embargo, yo permanecí sentado por varios segundos. Recogí mi mochila del piso y debajo de ella encontré el poncho, el único testigo de lo que había pasado, el único que me ayudó a secar mis lágrimas.

EB

martes, 2 de febrero de 2010

El último ladrido

Se puso mal de repente. Hace unos días todo indicaba que se iba a recuperar, pero en un instante, la agonía volvió en su interior.

Siempre he odiado los hospitales, y por consecuencia, a los doctores. El ambiente frío, de paredes blancas, realmente me pone los nervios de punta. Este es mi castigo Francisco, consecuencia de mi necedad. Pero en tu caso es diferente. Ya no llores más por este viejo perro. No creas que lo que se viene es un adiós, no tiene por qué ser así…Sé que no he sido precisamente un ejemplo para ti, y te he fallado muchas veces, pero solo quiero que sepas, lo mucho que te amo, y pase lo que pase, siempre estaré pendiente de ti.

El popular Bulldog, mi padre, falleció esa misma noche. Yo fui la última persona con la que conversó. Aunque suene cruel, me sentí aliviado con su muerte. Mi papá sufría mucho, tanto que no podía dormir ni un segundo por el dolor. El trillado cáncer al pulmón, terminó con su vida. Él bien sabía que su adicción a la nicotina, lo llevaría tarde o temprano al abismo.

Mi relación con Buldog nunca fue muy estrecha. Desde que se divorció de mi mamá, cuando tenía tres años, casi ni lo veía. Sin embargo, no voy a negar que a mis casi cuarenta años, lloré como un niño por su partida.

-¡Hijito, qué sorpresa! No pensaba verte hasta el domingo, pero me agrada mucho que hayas venido a alegrarme este día de miércoles, expresó mi madre, apenas me abrió la puerta de su casa. Fuimos hasta la sala, no esperé a sentarnos para soltar el tema de esta jornada comunicativa. –No me parece que ni siquiera hayas ido al velorio de mi padre. Se quedó helada al escucharme. Llegó el momento de las confesiones. Nada ni nadie arruinaría este momento. Jaime, el irresponsable hijastro de mi madre, no está, al igual que el maldito borracho de mi padrastro.

La ex señora Buldog es una mujer muy guapa. A pesar de tener cincuenta y seis años, puedo asegurar que atrae varias miradas. No nos llevamos mucho de diferencia, quizá ese era el motivo de nuestra buena relación, que se fue distorsionando cuando se volvió a casar, ya que me tuve que ir de la casa, al no soportar los abusos de Pepe, mi padrastro.

Mi madre se sentó en el nuevo sofá (Hace un mes le compré un juego de sala. Si no fuera por mi apoyo, la casa ya se hubiese caído en pedazos). Ya le he dicho a mi madre más de una vez que deje de desperdiciar su vida con ese delincuente, pero no entiende. Mi esposa, y su nieta, estarían felices de tenerla en casa. –Como voy a ir al velorio de Emilio. La familia de tu padre me odia, y lo más probable es que me hubiesen echado la culpa de todos los males. –Por favor mamá, no me salgas con esas excusas. Bien sabes que no estás siendo honesta.

Agachó la Mirada, sabía que tenía razón. –Hijo, en verdad lo siento…-Mamá, vamos, no arruines más tu vida, lo único que quiero es ayudarte. Centró su visión en mí, sonrió, y dijo:”Eres igualito a tu padre. La misma mirada tierna, en esos ojos marrones claros, que brindan paz en cada parpadeo”. Me quedé en silencio, no sabía que más aportar. –Yo amé mucho a Emilio, pero cometí varios errores, fui débil. Es por eso que me he convertido en una mujer conformista, siento que todo lo malo, es producto de mi pasado, dijo mi madre de pronto. – Pero qué estás hablando. Ay mamá, desde que Buldog se puso mal, has actuado muy rara. Se paró sin decir nada, y salió de la sala. Me quedé desconcertado, pero unos minutos después, volvió a entrar en escena. Estaba llorando, y llevaba un papel en su mano. Se acercó a mí, y me lo dio. Yo me mantenía de pie, preferí desde un inicio adoptar esa posición. –En esta dirección vivía el mejor amigo de tu padre, espero que lo siga haciendo. Me gustaría que lo busques, y hables con él. Miguel podrá aclarar todas tus dudas. No necesité mencionar lo que había venido a escuchar, de ante mano mi madre ya lo sabía. –Y por qué no eres tú la que se toma la molestia de responder todas estas incógnitas que me vienen persiguiendo. –Porque te mentiría hijo, como siempre lo he hecho. En ese instante mi madre quebró en llanto, y se lanzó a mis brazos. Fui fuerte, pero igual, algunas lágrimas se me escaparon.

Una mañana de hace cuatro años, mi padre me llamó, después de cientos de días sin saber de él, y me pidió perdón, rogándome que le brindara aunque sea mi amistad. Mi corazón lleno de resentimiento no lo pudo absolver de la culpa, pero al enterarme que estaba enfermo, decidí fingir y regalarle tranquilidad hasta su último respiro. No voy a negar que en ese tiempo juntos, aprendí a quererlo, pero aún así, dentro de mí, quedan huellas de dolor.

Es tan absurdo. Nunca me había importado la vida de mi padre, sin embargo, después de su muerte, siento la necesidad de saber por qué me abandonó prácticamente, por qué diablos si decía amarme tanto, solo se limitada a una llamada cada diez años (No estoy siendo exagerado), y a enviarme dinero. Sé que cuando lo vi después de mucho, debí hacerle todas esas preguntas, pero preferí establecer conversaciones banales. Sabía que su mal era incurable, y que por más que luchase, tarde o temprano, iba a ser derrotado.

Llamé a mi esposa, y cancelé el almuerzo que teníamos planeado con Matías y su nueva pareja (Sofía). Lo he pensado bastante, y he decidido buscar a Miguel y hablar con él. Espero que pueda aclarar todas mis dudas, y muy aparte de eso, explicarme por qué diablos le decían Buldog a mi papá.

No me fue fácil llegar a mi destino. Miguel vive en una cuadra muy rebuscada del distrito de Lince. Me sentí aliviado de no haber llevado mi auto, ya que la zona no parecía muy segura. Presioné el timbre, pero nadie me contestó. Me demoré varios minutos en darme cuenta que estaba malogrado, y que debía tocar la puerta para anunciar mi llegada.

Finalmente fui atendido. La cara del tipo se me hacia familiar, lo había visto en el velorio. –Disculpa, busco a Miguel Cárdenas. El tipo se quedó mudo, y me observó de pies a cabeza, hasta que finalmente preguntó: ¿Tú eres el hijo de Buldog? –Sí, respondí de golpe.

Le dije para salir a conversar, que si gustaba nos podríamos tomar unas cervezas, le comenté que conocía un bar en Miraflores muy bueno, pero prefirió llevar la conversación en la comodidad de su hogar.

Una vez sentado en su sala, me dediqué unos segundos a observar todo con minuciosidad. Su casa es humilde, sus muebles rojos están bien gastados, pero aún así su vivienda es acogedora. Por otra parte, el tipo es todo un personaje. Exhibe sus grises bellos del pecho sin descaro, debido a que su camisa verde oscura, como el gras de noche, está abierta hasta la mitad. Solo quedan algunos cuantos cabellos negros en su cabeza, su ser no esconde la madurez de sus años. Aunque si bien es cierto no tiene el rostro lleno de arrugas, es creíble la edad que dice tener (sesenta y seis). De contextura robusta, barriga chelera, piernas cortas, y estatura pequeña, es este sujeto, que según me cuenta le dicen "Panetón".

-Sé que ya te lo voy diciendo como cuatro veces, pero eres igualito a tu padre. –Mi madre de vez en cuando también me lo comenta, pero bueno, yo no lo considero así. Nos quedamos en silencio, no éramos grandes amigos como para seguir con esta apertura. –Hay algo en particular que quiero preguntarle, por eso he venido a buscarlo, anuncié de pronto. –Sí dime, soy todo oídos. –Dígame por qué mi padre siempre tuvo temor a acercarse a mí. Comprenda que si no fuera por su llamada de hace cuatro años, hubiese fallecido sin conocer ni en un diez por ciento a su hijo. Sus ojos se abrieron, permitiéndome observar cómo es que sus cejas pobladas, y la arruga en su frente, los opacaba, ya que son pardos, pero a simple vista, tan solo marrones oscuro. –Antes de que yo te cuente lo que sé, quiero escuchar tu versión. ¿Qué es lo que sabes? ¿Qué tanto te ha hecho saber tu madre del tema? Lo miré atento, sentí miedo, presentía que me enteraría de algo desagradable. –Mi madre me tuvo a los diecisiete años, pero se casó a los veinte. Buldog le llevaba diez años a mi mamá, pero al inicio eso no fue problema. Los años pasaron, tres para ser exacto. Finalmente el amor se fue, y se divorciaron. Yo recuerdo que de pequeño veía a mi padre casi todos los fines de semana, pero una noche, se despidió de mí con un fuerte abrazo, prometió traer un gran obsequio para mi cumpleaños que ya se venía, pero nunca se apareció…Recuerdo con exactitud que a los doce años, me entró la curiosidad por este tema, pero mi madre no me daba más detalles, alegando que le era doloroso. Si tan solo mi abuela hubiese seguido viva, estoy seguro que me hubiera aclarado todo.

Me dieron unas ganas inmensas de fumar, pero me pareció descortés encender un cigarrillo en casa ajena. Miguel me miraba atento, como si quisiera leer mi mente, ver más allá de lo evidente. –Te han mentido Francisco, dijo de pronto. -¿A qué te refieres, pregunté enseguida? –Emilio siempre amó a Ximena, tu madre, pero nunca se casaron mi estimado. Cuando tu mamá salió embarazada, era menor de edad. Emilio, un profesor de bajo sueldo, Ximena, una bella adolescente, a punto de comenzar sus estudios en la Universidad más cara de Lima. Tu abuela amenazó con denunciar a Buldog si se volvía acercar a tu madre. Ambos lucharon por su amor en un principio, pero Ximena fue débil, la presión en casa la atormentó, y no quiso arriesgarse a irse a vivir con tu padre, ya que no le podía ofrecer las comodidades a las que ella estaba acostumbrada. Recuerdo bien esa noche de la que me hablaste. Buldog vino borracho, tu abuelo lo había echado casi a patadas de tu casa, y lo amenazó de muerte si volvía. Tu padre era para la familia de Ximena, un profesor enfermo, que se obsesionó con su alumna, y la tomó a la fuerza. Quedé en shock, el alma se me salió, y se echó a volar por toda la habitación. Siempre había visto a mi padre como el único culpable de todo este dilema, pero hoy, Miguel me abrió los ojos.

Panetón miró su reloj, eran las seis de la tarde. –Francisco, no me gustaría cortar esta conversación, pero debo ir a trabajar. Tengo que recoger mi taxi, y hacer la ruta. Entré en razón en ese instante, e intervine oportunamente. –Te entiendo. Yo regresaré en estos días para seguir hablando del tema.

Ambos salimos de la casa, caminamos hasta la esquina, pero antes de seguir rumbos distintos, hice mi última pregunta. – ¿Por qué le decían Buldog a mi papá? Miguel soltó una suave risa, me dio una cálida palmada en la espalda, y contestó: “Cuando tu papá tenía quince años, se encontró un perrito en el parque De los bomberos, que queda a unas cuadras de aquí. Era de raza Buldog el cachorro. Tu padre se lo llevó a su casa, y se dispuso a cuidarlo. Pero tu abuela, una señora de carácter fuerte, no lo permitió. El pobre de Emilio tuvo que regalar al perrito. Créeme que tu padre lloró como bebe por días. Y bueno, como éramos muchachos, algo crueles, le pusimos ese apodo, que de cierta forma le iba bien, más que nada por la mirada tierna, y el seño permanentemente fruncido.

Después de despedirme de Miguel, me fui a dar una vuelta por el parque que me dijo. Me senté en una de las banquitas por varios minutos. Hoy me enterado que he vivido engañado toda mi vida. Mi madre siempre ha sido una mujer débil, que nunca supo luchar por sus sueños. No voy a permitir que Ximena Martínez, siga lavando la ropa de un hijo que no es suyo, ni que conviva más con un hombre que no la respeta, que tan solo la manipula. No me importa que tenga que ir y agarrar a patadas a Pepe, hoy mismo me llevo a mi mamá de su infierno.

Mi padre no fue tan mal hombre como pensaba después de todo. Bueno, aún tengo que hablar con mi madre para contrastar lo que me dijo Miguel. Lo único que sé, es que ya no hay más rencor dentro de mí. “Te perdono papá”.

Me levanté de la banca, era momento de partir. En ese instante escuché un ladrido. Voltee, era un buldog, mirándome fijamente, a unos metros de distancias. Después de quedarme tieso por varios segundos, me moví, y quise alcanzar al perro, pero este corrió, se perdió entre los arbustos, y desapareció. Sonreí. Ese fue literalmente, el último ladrido de mi padre.
Jhonnattan Arriola