- ¡Qué lindo! ¡Una sorpresa para mí!, expresó Tamara. Su voz se oía tan tierna, mi piel se ponía de gallina al imaginarla cerca. A pesar de estar hablando por teléfono, bastaba con cerrar los ojos para poder sentirla a mi lado y empezar a oler su aroma.
- Sí, te espero a las ocho en punto en mi departamento, mi amor. Te morirás de la impresión, ya verás, contesté, mientras observaba de reojo a mi fiel compañero de batalles reales e imaginarias. Un cuchillo de acero…un arma blanca cuyo pasado es sumamente sangriento.
No sé qué diablos me pasa. Después de regresar a Perú de mi viaje a Madrid, en el cual aproveché para asesinar a Ignacio (Revisar el post “Rojo: Un asesino vive en mí”), conocí a Tamara Guerra en una librería. Desde que la vi por primera vez, revisando la novela “Memorias de un viejo sueño”, me impresionó su belleza y aprovechando mi nueva identidad, un novel escritor, comunicador de profesión, decidí impresionarla con una creativa plática, la cual terminó en un café miraflorino y en un intercambio de números celulares. Mi primera intención era llevármela a la cama, hacerle el amor más de cincuenta veces y asesinarla hasta el punto de ver sus ojos saltar de su cara, pero no fue así. Han pasado ya dos meses, nos hemos vuelto enamorados y desde entonces, no he cometido ningún crimen. Debo confesar que hasta me estoy acostumbrando a llamarme Richard Devoto, y a vivir feliz fingiendo una vida de mentiras.
La primera en mi lista:
No puedo evitar recordar la primera vez que asesiné a una mujer. No tiene punto de comparación. Si verlas gritar de placer es excitante, de dolor, es mucho más erótico… Bueno, a esta víctima la conocí por el nombre de Sofía, era una prostituta. Dos veces por semana iba a visitarla, me costaba bastante caro, pero valía la pena. Le pedía que me llamara, mi amor, y que me besara. Lo hacía bastante creíble.
Tenía apenas dieciocho años cuando llegué a su vida. Inmaduro e iluso, me enamoré de ella. De su buen sexo y de sus historias de amores en olvido. Incluso una noche llegué a decirle que la amaba, que se largara conmigo. A mi corta edad tenía un buen trabajo, era un prometedor sicario con una exclusiva cartera de clientes. Muchas personas desean la muerte de otras, y como es obvio, si para algo era bueno, era para acabar con cucarachas despreciables que no merecían ni un mínimo porcentaje de piedad. Pero lastimosamente Sofía se burló de mí, pensó que estaba bromeando, y de forma hiriente, me dijo que jamás se fijaría en alguien como yo, un chiquillo con trastornos mentales. Esa misma noche le abrí el pecho y dejé en el sangriento orificio, una nota bastante sentida:
Amo mucho a mi madre. Anónimamente siempre le envío miles de dólares para que tenga una buena calidad de vida. Pensé que nunca le haría daño a una mujer, que solo asesinaría a viejos roñosos y asquerosos, pero no, ya no será más así. Ha nacido en mí un apetito sangriento por las mujeres. Me he sentido en el paraíso al ver su sangre saltar de su pecho. Una vez escuché que uno muere como lo que es. Sofía murió como puta. La amé, pero hoy, también la odié.
Rojo
Las diez de la noche:
Las diez de la noche:
Recibí a Tamara con rosas, le había preparado una cena romántica de lujo, con velas rojas, música de fondo y una costosa botella de vino. Sentía ganas de engreírla, de hacerla sentir princesa, y afortunadamente, lo conseguí. A las ocho y cuarenta terminamos de cenar, y a las nueve, ya nos estábamos revolcando en mi cama, teniendo sexo como dos animales salvajes. Nos llevamos muy bien en todo sentido, y en el sexo, ni qué decir. Nos acariciábamos hasta con la mirada.
- Me encanta cuando te pones así conmigo, cuando pierdes el control, dijo Tamara, con un tono entrecortado, totalmente desnuda, a mi lado, observándome detenidamente y acariciando mi pecho mientras yo, fumaba un cigarrillo.
Me siento intranquilo, inseguro, nervioso. ¡Qué me pasa! Yo no soy así, debería estar estrangulándola, pero solo pienso en besarla y hacerla mía. Estoy con la soga al cuello. Ella está enamorada del personaje que he creado, no de mí, un desalmado asesino. Mientras yo, no dejo se suspirar por lo linda persona que es.
- Créeme, no creo que te guste cuando pierdo el control. Me vuelvo un asesino, contesté con una sonrisa en el rostro.
Tamara me sonrió de lado y me dio un dulce beso en los labios.
El tiempo pasó y mi chica se quedó dormida. Aproveché para salir a caminar un rato. A tomar un poco de aire y a pensar con claridad. Después de una hora de divagar en mi inconsciente, llegué a un acuerdo conmigo mismo. Ya no tiene caso negarlo más. Estoy enamorado como un loco. Quiero a Tamara, me hace muy feliz estar a su lado, digamos que es la terapia que nunca tuve. Pero, ¿cómo confesarle que no soy un novel escritor, que no me dedico a las comunicaciones y que soy Rojo, el asesino en serie más buscado en todo el mundo? No creo que lo entienda. No puedo confiarle mi secreto, sería muy peligroso. Si bien es cierto soy un sicario retirado, aún sigo asesinando por placer, digamos que para mantenerme en forma. Pero afortunadamente, tengo miles de contactos y no me será difícil falsificar todos los documentos necesarios para vivir el resto de mis días como Richard Devoto. Y quien sabe, quizá hasta me anime a escribir un libro de verdad.
Sin embargo, al regresar a mi departamento, di con la sorpresa que la luz de mi habitación estaba encendida. Al entrar a ella, encontré a Tamara vestida y con algunas de mis identificaciones en sus manos y con la mirada negra, producto del llanto y del rímel corrido.
- ¿Quién mierda eres?, preguntó con temor, pero sin dejar de mirarme fijamente, dejando caer al suelo las pruebas de mi falsa identidad.
Empecé a llorar a mares. Sabía lo que vendría después. No nos esperaba un buen final. Esta noche sería roja y sangrienta.
- Nunca debiste revisar mis cajones. Es algo que no se debe hacer con nadie, no tenías derecho a violentar mi intimidad. Pensé en empezar una vida distinta a tu lado, pero ahora ya no me queda más alternativa.
Apenas pasó por mi lado, la tomé con fuerza de la muñeca y la giré hacia mí.
- No te preocupes, mi amor. Solo te dolerá un poco. Es mejor que no grites, de todos modos nadie vendrá ayudarte. Pero digamos que mientras no hagas bulla, no liberarás a mi demonio y te mataré rápido, pero si haces escándalo, no podré evitar desear más de tu locura, y te despellejaré hasta sentirme satisfecho de tu carne.
Lamentablemente, Tamara aulló como loba en celo. Nunca había llorado mientras cometía un asesinato. Una mezcla perfecta de tristeza y placer. Golpee brutalmente a mi amada hasta dejarla totalmente aturdida, casi sin reacción, y finalmente me dediqué a despellejarla con mi afilado puñal. Su piel olía delicioso.
Antes de huir de la escena del crimen, desalojando el lugar con todas mis pertenencias, dejé una nota en su cadáver. Un escrito que jamás podré sacar de mi mente.
Nunca pensé que la nostalgia y la locura se podrían mezclar de forma tan perfecta. Me enamoré perdidamente de esta mujer y hasta su último instante, le dije que la amaba. A veces quisiera despertar una mañana y ser otra persona, un doctor, un ingeniero, o un escritor. Sin embargo, al mirarme al espejo, siempre doy con el mismo sujeto. Un asesino que no dejará de ser adicto a la muerte de los demás y al sufrimiento. Perdóname, Tamara. Te mando un beso, mi amor.
Rojo
Jhonnattan Arriola