Llueve como
en ninguna otra noche. El frío me aturde, me confunde. Mi cuerpo tiembla al
compás del viento. Me siento un espectro en la oscuridad, deambulando a paso
lento en la orilla. Desafío al mar, arrojándole una piedra con todas mis
fuerzas. Intento bloquear mis sentidos, pero no puedo evitar pensar en ella. El
recuerdo de su piel me eleva al infinito, como droga alucinógena.
Soledad:
Jamás olvidaré la primera vez que la
hice mía. Sin saber su nombre, nos sumergimos al fuego del placer, sin preguntas
ni reclamos, solo nos dedicamos a dar lo mejor en la cama. Una vez al mes, sin
falta iba a visitarla. Ella trabajaba en Céfiros (El mejor burdel de Lima). Un
amigo me recomendó el lugar, y por curiosidad, con una buena dosis de tristeza, fui a invertir mi dinero en amores de una noche. No fue difícil decidirme por Soledad, sin duda, era la ninfa
más hermosa del local. Su piel canela era una tentación, y su sonrisa, la
coquetería echa gesto. Su figura esbelta y sus curvas seductoras, me enamoraron
a primera vista. Me la llevé a la cama, disfrutando al máximo cada segundo a su
lado. La besé y acaricié a mis anchas. No se negó a ninguna de mis peticiones,
obediente, cumplió su misión de hacerme estallar de placer.
La primera vez que partí de Céfiros a
mi casa, no entendí por qué diablos había caído en ese lugar. Como un niño
asustado, me juré nunca más volver, sin embargo, no pude ser firme en mi
decisión. Poco a poco, empecé afilar el cuchillo, que finalmente, terminaría
penetrando mi alma, dejándome en el vació.
Mi nombre es Arturo Quiroz, soy arquitecto
con una maestría en Negocios Internacionales. A mis 35 años, entre comillas, mi
vida debería ser perfecta. Tengo dos hijas, Teresa y María Gracia…Dios,
realmente muero por mis niñas. Si he llegado tan lejos en mi vida profesional,
ha sido sin duda por ellas. El simple hecho de imaginar que les espera un gran
futuro, me da fuerzas para seguir trabajando, día y noche, superando mis
propios límites. A su vez, no puedo dejar de darle crédito a la mujer que nunca
dejó de confiar en mí. Cuando no tenía dónde caerme muerto y ahorraba para
pagarme los estudios, trabajando en un Fast
Food, ella no dejó de alentarme y apoyarme para que cumpla mis sueños.
Camila es una estrella en mi vida. La amo con todo mi corazón. Ser su esposo es
lo mejor que me ha pasado en la vida. Sin embargo, de un momento a otro, la
soledad invadió nuestra cama, convirtiéndonos en dos extraños de sábanas
compartidas.
Camila:
¿Cómo se puede acabar una relación de
tantos años? ¡Coño! ¡El amor no se puede ir así nada más, por la reparimpamputa
mierda! Me siento fatal, mientras le sonrió como imbécil a mi esposa,
diciéndole: “Te amo, mi amor. Nos vemos en la noche”. Me voy a trabajar hecho
un demonio por dentro.
Todos los días me rompo la cabeza y no
doy con el problema. Juro que he pasado noches en vela reflexionando al
respecto, esperando encontrar una solución, pero ha sido inútil. De un momento
a otro, Camila se mostró muy fría conmigo y por más que le preguntaba el
porqué, jamás se tomó la molestia de darme las explicaciones del caso. La
muerte fue lenta, silenciosa. El desamor es un cáncer maligno, que mientras
piensas que todo anda bien, se va ramificando por dentro.
Y así fue, de compartir noches
infinitas, a casi no pasar ni un instante juntos, de conversaciones extensas, a
banales y cortantes…de fingir algunos dolores de cabeza en la cama, a
prácticamente renunciar a hacer el amor. Sin previo aviso, empecé a sentirme
solo al lado de mi esposa. Intenté de todo para recuperarla, detalles, cenas
románticas, entablar forzadas pláticas al respecto, seducirla, pero fue inútil. Al parecer la química que nos había unido todos estos años, había desaparecido. Solo me quedó contemplar, cómo mi
vida amorosa se iba cayendo a pedazos.
Fueron meses de tortura, fingiendo que
todo andaba bien, sin atreverse a poner un alto. Camila y yo nos consumíamos en
la misma habitación, luchando a ciegas por nuestras hijas, vendiéndoles un
mundo de mentiras. Hablándoles del amor, mientras nosotros ya no lo sentíamos.
Finalmente, di a parar en “Céfiros”
buscando un consuelo, ebrio de mis penas, cometí el mejor acierto o el peor
error de mi vida. Después de 5 meses sin tener intimidad con mi mujer, sin
escuchar siquiera de sus labios un “Te quiero” preferí acostarme una sola noche
con una prostituta, a engañarla con alguna amiga, involucrando más que un sueño
de cama. Sin embargo, jamás imaginé que el silencio de Soledad y la entrega de
sus caricias, me hiciese regresar, para saber más de ella, y sin querer, enamorarme
de la fantasía que representaba para mí.
Cada vez que iba por Soledad, pagaba
por ella para llevármela toda la noche (Mi esposa nunca me preguntaba por qué
no llevaba a dormir. Al parecer, ya no le importaba). Al principio, nuestro
encuentro era enteramente pasional, teníamos sexo hasta quedar inconscientes
del cansancio. Pero con el tiempo, simplemente conversábamos, salíamos a pasear
y nos contábamos nuestra vida. Ella soñaba con ser cantante, tenía una voz
hermosa. Mi sentido del oído llegaba al éxtasis al escucharla. Era fascinante verla
darme un concierto en la habitación del hotel, imaginándonos que nos
encontrábamos en un gran escenario, y que yo era su fan número uno.
Teresa y
María Gracia
Ya lo tenía planeado. Iba a fugarme
con Soledad. A las once de la noche la recogería del hotel y nos largaríamos a
Argentina (Había conseguido un gran proyecto profesional allí). Al diablo con
todo, pensaba, iba a dejar el 100% de mis pertenencias en mi casa para que
nadie sospeche. Sin embargo, una conversación con mis hijas, cambió totalmente
mis planes.
Estaba en el patio de la casa, fumando un
cigarrillo, mientras mi esposa, fingía estar dormida un viernes a las 8 de la
noche. De pronto, sentí un cariñoso dedo martillando repetidas veces mi
espalda. Giré, y la sonrisa de Teresa, me llenó de paz. Mi
Teresita llevaba de la mano a su pequeña hermana, juntas, tenían algo que
decirme.
“Papá,
mami está triste, la hemos escuchado llorar en su cuarto. ¿Crees que sea porque
cancelaste el viaje que teníamos planeado a las playas de Grecia? Ella estaba
muy entusiasmada, al igual que nosotras. Papito, ya casi ni te vemos.
Últimamente ya no nos cantas nuestra canción antes de dormir. ¿Nos hemos
portado mal, papito? Si es por eso, venimos a pedirte perdón para que puedas
volver a jugar con nosotras”.
Teresa tiene 6 añitos y María Gracia
4. Si bien es cierto siempre lo han sido todo para mí, fue en ese momento en el
que desperté por completo, en el que me di cuenta de lo miserable que sería sin
ellas. Había sido el peor padre del mundo por pensar en la
posibilidad de dejarlas. Así que conteniéndome las lágrimas, acosté a mis
niñas, cantándoles su canción, y fui a despedirme de Soledad para siempre.
Grecia
Han pasado dos meses desde que le dije
a Soledad que lo nuestro era una locura. Que la promesa que le hice de llevarla
a Argentina para que nunca más volviera a trabajar en un burdel…no la podría
cumplir. No la protegería por siempre, tal como se lo dije entre lágrimas una
noche. Sería un tonto si dejaba de luchar por mi matrimonio, y ella debía entenderlo.
Romper un corazón es fácil, pero vivir
sabiendo que lo hiciste, te carcome por dentro. Mentiría si dijera que no la
volví a buscar, no con la intención de retractarme, sino de pedirle perdón por
mi determinación insensible. Pero no la encontré. Había dejado de trabajar en
Céfiros y nadie sabía su paradero.
Ahora, frente al bello mar de Grecia,
lloro una vez más. Lloro por mis hijas, que a pesar de que las veo a diario, me
siento lejos de ellas. Sufro por mi mujer, porque sé que le he fallado y no me
atrevo a confesarle mi crimen de amor. Mi alma grita por Soledad, porque no sé
nada de ella…y su recuerdo me persigue sin cesar.
-
¡Arturo!
Alguien gritaba mi nombre y se
acercaba a paso acelerado. Estaba en blanco, sumergiéndome cada vez más en el
mar.
-
¡Arturo!
¡Qué diablos haces!
Camila me despertó del trance y me
jaló nuevamente a la orilla, dándome unas cuantas cachetadas para que
reaccionara.
-
¡Arturo,
reacciona, por Dios!, exclamó Camila, sin dejar de darme leves bofetadas en las
mejillas.
Vi a los ojos a mi esposa. Me quedé
perplejo ante su mirada. No me contuve más y caí en llanto. La abracé como un
niño y le dije lo mucho que la amaba.
-
Perdóname,
Arturo, perdóname por todo. Te he hecho mucho daño…
-
Ya
no digas nada. No tiene caso.
Nos miramos a los ojos. Ambos
estábamos llenos de tristeza. Pude darme cuenta en su mirada que estaba
destrozada, se aferraba a mi pecho con fuerza, mientras no dejaba de sollozar.
-
Arturo,
te he fallado. Hay tanto que no te he dicho. Fui una estúpida. Siempre andabas
viajando, trabajando hasta muy tarde. Nunca tenías tiempo para mí. Todo era
prioridad antes de pasar un rato a mi lado. Venías cansado y lo único que
querías era hacerme el amor...a pesar de que eras mi esposo, me sentía usada. Y
en la última salida que tuve con mis amigas, conocí a un tipo, un patán, sin
embargo, busqué equivocadamente en él la atención y el cariño que tú no me
dabas. Felizmente me di cuenta a tiempo y lo mandé a rodar, pero ya no tenía cara para mirarte a los ojos. Y justo en ese momento, empezaste a cambiar, a
esforzarte más por los dos, y yo ya no podía más con la agonía de la culpa. Por
eso empecé a evitarte, a volverme fría. Hasta ahora, que quiero que sepas que
eres el hombre de mi vida. No puedo vivir sin ti…de verdad no quiero perderte.
Arturo, te amo, te amo tanto…
Mi corazón se paralizó. Cerré los ojos
por unos segundos con la esperanza de abrirlos y encontrarme en otra dimensión,
sin embargo, seguía frente a ella, abrazándola.
- Yo
también me he equivocado, Camila. Pero si estoy aquí contigo, no es para mirar
atrás, sino para olvidar todo lo malo y salir adelante por nuestras hijas.
Camila me plantó un beso en los
labios. Me resistí al principio, pero finalmente me entregué a la pasión del
sentimiento. Esta noche no quiero pensar en nada más. Le haré el amor a mi mujer
y despertaré a su lado, diciéndole que aún la amo. La herida aún sangra en
nuestros corazones. Dudo mucho que se pueda reparar en su totalidad. Pero por
Teresa y María Gracia, vale la pena luchar hasta el final. Así como ella olvidó
a su amante, lo más probable es que con el tiempo, deje de pensar en Soledad.
El desamor
no tiene cura. Pero el amor lo puede todo.
Jhonnattan Arriola Rojas