Una mujer desnuda.
Amarla un desafío. Su corazón y el mío, no saben de poesías. Un movimiento
parsimonioso y una mirada que brilla en la penumbra de mi habitación, me
atrapan en una danza de seducción, que cala mi alma lentamente, recordándome el
dolor que sentí al perder mi corazón en manos de la desilusión.
—
Lo siento…pero no puedo.
Marcela
me mira con asombro, mientras me alejo sin darle la cara. Se tapa el pecho con
los brazos y me contempla con extrañeza.
—Perdóname,
soy un idiota —sentencié, dándole la espalda, parado a un lado de la cama, dejando
que las lágrimas resbalen por mi rostro.
Pensé
que lo próximo que escucharía, sería la puerta cerrarse, llevándose a Marcela
disparada y para no volver más. Pero fueron sus pasos acercándose, la esperanza
que endulzó a mis oídos. Marcela me abrazó por la espalda. No dijo nada más. Posicionó
sus brazos en mi cintura, besó mi dorso con dulzura, recostándose en él.
Mi
problema es directo, tajante y pendenciero, como un vil asesino que aniquila mi
ser por dentro. No puedo hacer el amor. Simplemente le huyo al sexo, siento
pánico y desisto de hacer mía a la mujer que tenga en frente. Podría culpar a
mi ex esposa, decirle “Maldita” un millón de veces y envolverla en la mierda con
la que me enterró. Pero sé que el tema va más allá de haberla encontrado revolcándose
en la cama con mi mejor amigo, mientras que yo, como el más grande de los idiotas,
adelanté mi regreso a Lima para darle a Brenda, una sorpresa por nuestro
aniversario.
Voy
tres años de divorciado y dos de intentos frustrados al amar. En realidad, debo
confesar que los primeros meses, simplemente me encerré en mi habitación sin
hablar con nadie, tomando incluso pastillas para dormir, para no caer en las horrendas
pesadillas nebulosas, donde los susurros de placer de Brenda, que soltaba con
libertinaje en los brazos de su amante, rebotaban en mis oídos con brutal
intensidad, provocando que despierte con una sordera pasajera.
Me
he sometido a todo tipo de terapias para volver a ser el hombre de antes, pero
ninguna ha dado resultado, excepto una larga conversación con Piero, mi buen
amigo Psicólogo que me dio ánimos para arriesgarme a seguir saliendo con
Marcela.
Conversación
con Piero:
—Creo
que debo decirle a Marcela que no podemos seguir viéndonos. De verdad no quiero
lastimarla.
—No
seas idiota, Daniel. No puedes seguir en ese plan para siempre.
—Se
supone que los psicólogos no le hablan así a sus pacientes —expresé con una
sonrisa en el rostro, mientras encendía un cigarrillo. Ambos disfrutábamos de
unas cervezas en la sala de mi casa.
—Primero
que nada, Daniel…No eres mi paciente. Eres mi mejor amigo. Y como amigo, puedo
decirte que te estás comportando como un idiota profesional. Licenciado en
estupidez con Maestría en…
—Ok,
ok…ya entiendo el chiste. No es necesario que continúes con eso.
Ambos
reímos a carcajadas e hicimos una pausa para brindar por nuestra amistad. Por
todos esos años de locas historias, risas compartidas y memorables dramas.
Definitivamente, momentos gloriosos.
—Hermano,
de verdad valoro que siempre estés apoyándome, escuchando mis problemas. Pero
en serio, me estoy muriendo por dentro, compadre. Marcela me encanta y tengo
mucho miedo de perderla.
—Tienes
que ser positivo, compadrito. Si colocas tu mente en un estado afable, podrás
triunfar en tus objetivos, gestionando un gran cambio en ti. A parte, el sexo
no lo es todo…
Fue
inevitable no echarnos a reír como hienas hambrientas. Lamentablemente mi buen
amigo estaba equivocado. Puede que el sexo no sea exclusivamente todo en una
relación, pero influye en un gran porcentaje. Y es allí donde yo fallaba sin
descaro. Podía ser nombrado titular para el partido, pero con la ridícula
condición de no meter gol. En resumen, un jugador más malo que el “Cóndor
Mendoza”.
Marcela:
Abrí
los ojos con temor… Con temor de no encontrarla a mi lado. Marcela seguía
durmiendo, recostada en mi pecho, haciéndome sentir en el Cielo, en un Paraíso
de gloria divina, con el corazón palpitándome a mil. Mi piel se me
adormecía y una revolución de mariposas, bailaba al compás de un
vals en mi estómago. Sin duda, estoy enamorado.
Haberle
contado mi historia a Marcela, ha liberado mi alma. Por un momento pensé que no
entendería lo que acontecía en mi cabeza, que no iba involucrarse más con un
hombre con el corazón damnificado, hecho un mamarracho y con el rabo entre las
piernas. Pero no fue así, comprendió mi difícil situación. Ese proceso
engorroso de superar el engaño de una persona que amas, de volver a sentirte ilusionado
y sobre todo, de creer en uno nuevamente.
Siempre
me he esforzado por mostrarme como un hombre seguro, calculador y de aspiraciones
claras. Pero justo cuando se me cae el teatro, y luzco como un engendro asustadizo,
sin pretensiones claras y con el mundo al revés, el amor me toma por sorpresa y
me muestra la mejor de sus caras. Una aceptación libre de toxinas, capaz de
sobrevivir en los defectos para amar con grandeza las virtudes.
Me
disponía a volverme a dormir, cuando la mirada de Marcela, se posicionó dulce
en la mía.
—Pensé que estabas dormida —expresé con ternura,
acariciando su rostro.
—
Quería el último beso de las buenas noches.
La
voz de Marcela es música. Sensual y segura, llena de calma. La complací con
gusto. Besé a mi chica, y aunque pensé en detenerme, el embrujo de sus labios,
me tomó por asalto. El amor no está hecho para un corazón inseguro, un beso a
medias o un una caricia tibia. Si amas, debes hacerlo sin condiciones,
entregando tu alma en bandeja, con fe en un mañana, que nutra el presente y lo
fortalezca con ganas. Y a veces, es mejor dejar de pensar tanto las cosas, de
hablar…o incluso, escribir…para que el silencio se exprese mejor. Esa noche, el
beso nunca se detuvo. Mi problema había terminado. Mi corazón, volvía a latir.
Una mujer desnuda.
Amarla un privilegio. Su corazón y el mío, bailan al compás de un mismo
palpitar.
Jhonnattan Arriola Rojas