lunes, 28 de diciembre de 2009

Papá Noel en año nuevo

-¡Puta madre se me rompió el condón! No lo podía creer, mi mejor noche, y a mi fiel amigo se le quiebra el casco. –No me jodas, ¿en serio se rompió?, preguntó Kiara, con un gesto netamente de desgracia. En un instante todo era placer, pero ahora, ambos estábamos con la garrotera. Siempre una vez acabado el ritual del manifiesto corporal, fundamentado en amor, me dedicaba a observar a mi novia, me aseguraba de contemplar aquella parte de su cuerpo que se me pasó, debido al frenesí en el que me encontraba, provocado por el alboroto hormonal que suscitaba en mí. Pero esta vez, solo la miré a lo ojos, y me perdí en ellos.

-¡Ay Noel, ahora qué hacemos!, exclamó mi chica, mientras se cubría su cuerpo desnudo con las sábanas azules de mi mitológica cama, protagonista de más de un encuentro amoroso entre los dos. Me quedé en silencio, hasta que todo se aclaró en mi cabeza, y un aura de tranquilidad, arremetió en mi interior. –Amor, no tienes por qué preocuparte. No terminé esta vez, además hace tres días te vino la regla. Estamos en las buenas fechas, dije, con una sonrisa de iluminado. –Bueno, pero igual tengo miedo, precisó ella. Me acerqué conchudamente desnudo, la abracé, y le di un tierno beso en la boca. –No hay nada que temer amor, pero si te sientes más tranquila te compro una pastilla. -No te preocupes bebe, si es como tú dices, no hay por qué. Sonreí, las sábanas que la cubrían se resbalaron, dejándome contemplarla. Su piel canela es una invitación a bailar salsa en la cama. Su mirada atigrada, de ojazos verdes, que irradian luz en cada parpadeo, es lo que más adoro de ella. Así es mi Kiara, de boca pequeña pero de sonrisa amplia, de nariz perfilada, misma princesa de Disney. Cuerpo brutal, sí, no hay otro adjetivo, un trasero parado, abultado, y unos pechos que se mueven al compás de nuestros cuerpos, cuando hacemos el amor.

Un mes después

Mi celular sonó, tenía varias llamadas perdidas de Kiara. Lo que sucede es que estaba sacando cuentas. Como pienso comprarme una computadora lo más pronto posible, y estoy ahorrando ya como hace un año y medio, contar mi dinero se ha vuelto uno de mis pasatiempos favoritos. –Sorry amor por no contestarte, es que estaba algo ocupado, le dije. Kiara no respondía. Me sentía como en esas llamadas donde lo amenazan a uno de muerte, un silencio calculador, y una atmosfera de terror. –Tengo algo muy importante que decirte, sentenció con una voz de velorio, una tonalidad fantasmal. –Díme qué pasa, me estás asustando. –No quiero hablar de esto por teléfono, así que por favor hay que encontrarnos en el lugar de siempre (Metro de Jesús María), ahorita mismo. –Pucha amor, no sé si pueda, lo que pasa es como quedamos en vernos mañana y no hoy, hice planes, y en unos minutos vendrán a buscarme unos amigos. -¡Carajo Noel me llega al culo! Necesito hablar contigo ¡Acaso no entiendes! – ¡Qué te pasa Kiara! Últimamente estás muy alterada. Si la razón es que ya no quieres seguir conmigo, dímelo de una vez. –Eres un imbécil, expresó con rabia, y colgó. Tiré el celular a la cama. “Qué se joda, no la voy a llamar en todo el día”, me dije, pero al segundo, le marqué. Apenas me contestó, soltó todos los perros, y dijo: “Estoy embarazada”.


Varias pruebas de embarazo después

La noticia se confirmó por completo, Kiara y yo seremos padres. Dos meses habían pasado desde aquella noche en que hicimos el amor, y sonreímos, pensando que todo saldría como siempre. Que todo saldría bien. Mi madre falleció cuando yo tenía cuatro años. En mi casa solo vivo con mi padre. No fue fácil darle la buena nueva, pero no fue difícil recibir palabras de apoyo de su parte. “Vas a tener que desahuevarte y sacarte la mierda, pero sé muy bien que le darás lo mejor a tu hijo”. Esa tarde abrasé a mi padre por una hora de corrido, y lloré en sus brazos como un niño. Me creía bien grandecito para muchas cosas, pero la verdad es que a mis veinte años, no soy tan maduro como pensaba. Al día siguiente, hablé con mi papá nuevamente, pero acompañado de mi linda enamorada.

Hasta el momento todo iba neutral, ni tan bien, ni tan mal. Un lado de mí se sentía emocionado, saltaba de alegría porque iba a cumplir su mayor sueño. Iba a ser padre. Pero la otra parte de mí sentía mucho miedo, ganas de huir, de escapar de la realidad. Ganas de desaparecer.

Había llegado el momento cumbre. No se podía alargar más esta situación. Hoy iré a hablar con los padres de Kiara, que no tienen ni idea de lo que está pasando.

Eran las seis y media, y me encontraba afuera de la casa de mi novia, conversando con ella. Un protocolo antes de entrar a la zona de fusilamiento. –No creo que hoy sea un buen día para confesiones, hay una reunión familiar en mi casa. Sentí un frío de invierno en el Polo Norte, las piernas me comenzaron a templar. Kiara me abrazó, y se derrumbó en mis brazos. – ¡La cagamos Noel! Mi mamá me va a sacar la mierda, y mi padre te va a estrangular. Vamos a tener que dejar de estudiar en la universidad y ponernos a trabajar. Todos nuestros sueños se desvanecerán. Hecha un mar de lágrimas. Hecha una loca. Así estaba Kiara, sumamente nerviosa. Tuve una visión de mí cambiando pañales, levantándome a las tres de la mañana. Olvidándome de mis amigos, y peleando a morir con Kiara. Pero en ese instante, una luz en mi futurista imaginación. Una linda criatura me sonreía, me llenaba de alegría. Me daba fuerzas. –No seas negativa mi amor, le dije, mirándola a los ojos. –No voy permitir que nuestras vidas se arruinen. Tener un hijo es una bendición. Sé que no era el momento, que fue irresponsable, pero ya estamos en esto, y debemos salir adelante. Ambos somos mayores de edad, tú tienes diecinueve y yo veinte, sí la hacemos. Kiara rió con dulzura. Hablé de una forma graciosa. –Si quieres me esperas afuera, y yo entro a hablar con tu familia. –No, vamos los dos. Quiero estar a tu lado, en las buenas y en las malas, como debe de ser. Nos dimos un beso Kodak, y entramos decididos a amarnos por siempre. Decididos a triunfar.

Hoy jugaba Perú. La madre de Kiara, el padre, el hermano mayor, el padrino, y la madrina, idiotizados frente al televisor de la sala. Esperamos que el partido acabase. Desafortunadamente la selección perdió por goleada, y la familia de mi novia, cien por ciento nacionalistas, gozaban de un pésimo mal humor. –Noel y yo tenemos algo importante que decirles. Nadie le hizo mucho caso a Kiara, incluso algunos miembros de su familia seguían comentando del fútbol. Pero de un momento a otro, la señora Carmen, madre de mi novia, calló a todos diciendo: “Los chicos nos quieren decir algo”. El silencio me atravesó como mil balas de escopeta por todo mi cuerpo, nunca me ha gustado ser el centro de atención, y muchos menos en estas circunstancias. –Llevo un año y medio con su hija, y cada día descubro que la amo más, dije de pronto. -¡Ese es mi Noel carajo!, exclamó Don Pedro, el padre de Kiara. Mi futuro suegro se paró del sofá, se me acercó, me abrazó, y me invitó una cerveza. Se la acepté de inmediato. Por el momento los padres, primos, y tíos de Kiara, me idolatran, y me ven como un joven modelo, pero en unos instantes, querrán acuchillarme.

Las horas pasaban. Ya son las Diez. Tan solo quedamos en la sala, Martín, el hermano de Kiara, su madre, y Don pedro, el patriarca de la familia Cisneros. –No les hemos dicho nada a mis papás aún, me dijo Kiara al oído. Hace unas horas estaba decidido a todo, pero ahora, con chiripiolca encima, después de que su padre me haya comentado lo bien que sabe disparar un arma, todo se me hacía más difícil. –Bueno chicos, nosotros ya nos vamos a acostar, dijo la señora Carmen, hablando por ella y su esposo. Kiara me soltó una mirada única de decepción, en ella se podía entender claramente lo siguiente: “Otro día más que llevaremos la carga de ocultar un secreto que cada mes se hace más evidente”. Quería gritar a los cuatro vientos que íbamos a tener un hijo, pero me daban mucho miedo las consecuencias. Apreté fuerte la mano de Kiara, y dije:”Señora, señor, no se vallan acostar todavía por favor, tengo que decirles algo”. – ¿Yo también tengo que estar presente?, preguntó Martín, impaciente por ir a llamar a su enamorada. –Sí, le respondió su hermana. Una vez que todos estábamos bien posicionados en los cómodos sofás de la sala, miré a los ojos a Kiara, y entrelacé su mano derecha con mi izquierda. Nos sentíamos más unidos que nunca. – Y bien, ¿qué es lo que nos tienes que decir?, me preguntó mi suegro. A leguas se podía interpretar que algo no andaba bien, así que la escena de ponía cada vez mas tensa. Mi suegrita, tan linda, tan histérica, no hay duda que se pondrá a gritarme como si se enterara que violé a su hija. Mi suegrito, un militar retirado, un hombre correcto, un arma letal de destrucción, no hay duda que me botará de su casa, después de aplastarme como a una sabandija. Seamos honestos, no me la voy a llevar fácil, pero que más da. Suspiré, me persigné en mi mente, y confesé. -Tengo que decirles que Kiara está esperando un hijo mío.

Siete meses después

Ahora que todo está tranquilo, que no hay caras largas alrededor, recuerdo con gracia el desenlace de la conversación que sostuve con los padres, y el hermano de Kiara, el día que se enteraron que un nuevo ser venía en camino. Don Pedro se mantuvo sereno, e intentó calmar a la desesperada madre, que después de darme una bofetada, me pidió que me largara de la casa y que no regrese jamás. Por supuesto que nunca le hice caso, volví al día siguiente.

Los padres siempre llevan el temor de que sus hijos vallan a cometer sus mismos errores, o peores. Los previenen de mil formas, y les advierten en todos los idiomas. Pero muy rara vez se dan cuenta, que ellos también siendo ya adultos, encaminados en la mayoría de veces, se equivocan. La madre de Kiara le quitó el habla a su hija por dos meses. La pobre de mi enamorada vivió un infierno en su hogar. Casi pierde al bebé, debido a la angustia que la rondaba en lo más intimo. La persona que solía ser su mejor amiga, ya no lo era más. Fue mi padre el que la hizo entrar en la razón a la señora. Después de verme días enteros llorando en mi habitación, decidió tomar cartas en el asunto.

Pero bueno, como dije, ahora ya todo es felicidad. Mientras le quede un segundo al día, lo aprovecharé para hacer algo productivo, con lo que le pueda dar a mi hijo, todo lo que se merece. Sigo estudiando en la universidad, solo que por las noches. En las mañanas trabajo. Al principio se me hacía imposible, ahora ya estoy canchero, incluso hasta sigo siendo uno de los primeros en la facultad. Ya no es solo por mí.

Por otra parte, Kiara sigue casi el mismo ritmo que yo. Salvo por estos últimos dos meses, que se le ha recomendado que guarde reposo.

Amo a la madre mi hijo. Ya está confirmado, será varoncito. Marcelo Enrique Bustamante Cisneros, será su nombre. Tengo a la chica de mis sueños, la que me hace vibrar con solo decirme que me quiere. Cada “Te amo” de ella, es especial, como escucharlo por primera vez, así lo siento.

En vez de comprarme una computadoraza de cuatro mil soles, compré una linda cuna, y demás accesorios para mi bebé. “Qué triste tu vida”, me diría de seguro un infeliz. Aparentemente lo que estoy viviendo no tiene nada de envidiable, y sí pues, no es fácil. Tampoco voy a decir que lo que me pasó es lo correcto, y que le recomiendo al mundo que no se cuide, y tenga hijos a montón. Lo que trato de decir, es que si hay un problema, uno no debe derrumbarse, si no todo lo contrario, y salir adelante. Lo ideal es tener un hijo en el momento deseado, pero si no sucede así, “Desahuevate, y lucha a mil, ya no solo es por ti”.

Kiara y yo pasaremos el mejor año nuevo de todos. Los doctores ya lo han afirmado. El primero de enero, nacerá nuestro hijo. Los papás de mi novia ya que quieren nuevamente, y lo mejor de todo, nos apoyan. Mi hijo nacerá sanito, y estoy viendo la posibilidad de poner con mi padre un negocio, pero no quiero dar más detalles de ese asunto, por que si no, no sale.

Uno nunca sabe que le deparará el destino. El truco es estar listo siempre para la guerra. Con esto me refiero ha tener los cojones para sobrellevar cualquier realidad ambigua o lineal que se presente. Por mi parte, como ya lo he dicho varias veces, estoy más feliz que nunca. Después de haber llorado bastante, me he vuelto a sentir invencible. Solo faltan cuatro días para la fecha indicada. “Seré papá Noel en año nuevo”. Quién lo diría.


Jhonnattan Arriola

domingo, 20 de diciembre de 2009

Humo en la hermandad

Es sábado por la noche, mis padres irán a una fiesta en la casa de mi tía Luisa y me han dejado a cargo de mi pequeño hermano Iván. Felizmente nos llevamos bien, pero es prácticamente un castigo que me priven de salir como casi toda la gente de mi edad lo hace.

“Chau hijos, cuiden la casa”, fueron las palabras de mi madre al despedirse. Son casi las 11 de la noche, sin nada mejor que hacer, entro al Messenger para ver si encuentro a alguien que, al igual que yo, haya sido privado de un sábado nocturno.

“Papi chulo, Andrea me ha dicho pa’ ir a webiar en su carro, ta con 2 amigas, abla!”, me decía mi mejor amigo Alex, quien no dejaba de zumbar la ventana esperando mi respuesta. “Puta madre cholo, no puedo, mis viejos se kitaron a un tono y me dejaron al chibolo”, le respondí. “Pero fácil pz weon, hay que llevarlo, q’ puede pasar?...mira le decimos que vamos a ir a la playa a dar un par de vueltas y listoooo”.

¿Será buena idea? Iván nunca diría nada, pero… “Oe mierda! Habla pa’ confirmar con Andrea”, insiste Alex. “No sé loco, no estoy seguro”, le digo. “Ta madre, ya bueno tú te la pierdes…las flacas ponen”, responde. “Cabro de mierda”, agrega. “Ya, ya, vamos, le diré a Iván que se aliste, vengan a recogerme” digo y cierro sesión.

- ¡Oye, Iván!

- ¿Qué?

- Alístate, vamos a salir un rato.

- ¿Qué? ¿A dónde?

- A la playa, vamos con unos amigos.

- ¿Mi mamá sabe?

- No, pero sé que serás un buen niño y no dirás nada. ¡Ya apúrate! Que ahorita vienen por nosotros.

Suena el claxon, ya están aquí. Abro la puerta y Alex sonriente me dice: “Esto es demasiado, están para todo”. “(Río) Suave tío, acuérdate que mi hermano también viene”. “Ay no jodas, hoy la hacemos como sea”, voltea y vuelve al carro de Andrea.

-¡Iván! Apúrate.

Estamos camino a la Costa Verde, a la playa Cascadas para ser exacto. Alex no se equivocó. Las amigas de Andrea son bien simpáticas y se han vestido muy provocativas. Una de ellas lleva una minifalda, un polo ajustado y una casa de jean que llega hasta su cintura. La otra, usa un jean bien ajustado, un top y un polo encima. Mientras que Andrea, intentando no mostrar mucho su cuerpo, tiene puesto un buzo suelto y una casaca que le hace juego.

Al llegar, una señora nos cobra 3 soles para poder estacionarnos. Bajamos y Alex tiene entre sus manos 3 hermosas botellas de Ron Cartavio Black. “Empecemos la noche”, dice él con euforia.

Entre cigarros, alcohol y mujeres, el tiempo pasa desapercibido. Han pasado casi 2 horas desde que llegamos, mi hermano permanece en el carro y nosotros, borrachos, chongueando.

“Oe cholo, sírvete pues”, me dice Alex mientras me enseñaba en la palma de su mano un paquetito de marihuana.

- No, no, hoy no le entro, mi hermano está acá conmigo.

- Puta madre, no seas así pues, si has salido a juerguear, hazlo y bien.

- ¿Qué pasa el bebito no puede fumar? – me dice Lorena, una de las amigas de Andrea.

- Puedo eso y mucho más – agrego.

- Demuéstramelo – me dijo ella con tono sensual.

El troncho se consumía rápido, muy rápido. Mi cuerpo estaba en los cielos. Mis ojos se ponían más y más rojos. Estaba en el clímax. “Oe, ¿tienes más?”, le pregunto a Alex. “Tranquilo brothercito, tómalo con calma, que yo te reabastezco”, responde.

- ¿Qué pasó? El bebito se hizo hombre – dice Lorena.

- ¿Quieres que te lo demuestre? - respondo.

- No tienes los huevos para hacerlo – termina.

En cuestión de segundos, ambos nos comíamos los labios de una forma que, para nuestros acompañantes, resulta excitante. Yo mismo soy. Estoy en mi momento. Es hora del desahogo.

Mis manos se deslizan por todo su cuerpo y ella hace lo mismo conmigo. Ambos, stonazos, sin importarnos nada, continuamos con nuestro juego sexual.

“Oye, ya vamos a la casa”, escuché. Volteo. Es mi hermano. Estuvo parado todo el rato en la puerta del carro mirando cómo me drogaba y emborrachaba. “Oe, métete al carro y quédate ahí”, le dije furioso. “Oye no jodas, ya me cansé, no quiero seguir viendo como te cagas”, responde.

Camino hacia él. Lo miro a los ojos. Y le tiro una cachetada. “Oye huevón, tranquilo”, dice Alex. “Tú cállate mierda, es mi hermano, yo hago con él lo que quiera”, respondo.

Todos están atónitos por lo que acaba de ocurrir. “Es mejor que nos vayamos”, dice Andrea.

Ya ha pasado más de una semana y mi hermano sigue sin hablarme. Sé que actué mal pero todo fue por esa droga de mierda. No debí hacerlo. No debí dejarme convencer por Alex. No debí salir esa noche. Pero ya es muy tarde para arrepentimientos.

No puedo más con el remordimiento. Debo hacer que me perdone. Le compré un regalo, es el carrito de colección que tanto quería. Lo pondré en lo que él considera su escondite secreto, donde guarda sus cosas más preciadas.

Iván está en sus clases de guitarra, por lo que aprovecho en entrar a su cuarto para guardar el regalo. Abro su closet y retiro el último cajón, pero no hay nada con excepción de una bolsa negra. La abro y encuentro un wiro junto a una nota que dice: “Si tu hermano lo hace, ¿por qué tú no? Anímate, pruébalo".

Mierda. ¡¿Qué hice?!

El perdón puede llegar, pero una decepción es para siempre.

EB

sábado, 5 de diciembre de 2009

Sangre de escritor

Por tres años consecutivos, he sido premiado como el mejor blogger de Latinoamérica. Mi página, www.perversadelicia.com, es una de las más visitadas en mi país, Perú. Pero principalmente soy conocido por practicar el periodismo gonzo, ya que experimento conmigo mismo para escribir mis crónicas dominicales, en el diario “El Comercio”. Para mi último artículo, me interné una semana en el manicomio, para poder hablar mejor del tema. Para muchos soy un loco, para otros, un genio. Pero muy aparte de todo esto, no me siento satisfecho. Ya me cansé de hablar sobre mí en mis escritos. No soy tan divertido. Quiero salir de este peculiar estilo. Escribir una novela, cien por ciento ficción, es mi real objetivo. Desde hace algunos años, he tenido en mente una historia en particular. Un asesino de mujeres, que atenta solo contra la vida de féminas pecadoras. Un tema interesante. Estoy seguro que esta historia me hará el mejor escritor que jamás haya existido, de alguna u otra manera.

No tengo un título fijo, ni un final establecido, pero sí un bosquejo bien estructurado de mi historia, de lo que sería mi primera novela. Me he pasado un año totalmente centrado en el tema, inclusive he dejado de escribir en mi blog, y en el diario

¡Malditas editoriales! Al principio estaban muy interesadas en publicar cualquier cosa que yo escribiese, pero ahora no me dan bola. Dicen que no se siente emoción en mi historia, que es poco creíble. Quizá como me he acostumbrado a escribir solo de lo que experimento, me cuesta hacer real lo imaginario.

Me siento terrible. Hace unos minutos he roto el espejo de mi cuarto, arrojándole mi taza preferida, en la cual siempre tomo café. No puedo continuar escribiendo. A nadie le gusta mi nuevo estilo.

Llamé a Teresa. Solo ella es capaz de devolverme la tranquilidad. Es mi mejor amiga desde primero de secundaria. Su vocación por la carrera de psicología siempre se ha hecho notar. Nadie me escucha como ella, ni se toma la molestia de darme un consejo tan acertado.

-Jhonnattan, tú sabes que eres un gran escritor, pronto encontrarás la inspiración, solo relájate. Mi teresa, siempre tan dulce. Aunque nos separa el abismo, de no poder vernos, tan solo escucharnos, la siento mía. Me he vuelto adicto a ella. Es mi droga, cuando me siento morir, la consumo, y vuelo. –No es tan sencillo como piensas, ya llevo un año escribiendo esta bendita historia, y no consigo nada, expresé, mientras me despeinaba con la mano izquierda. –Mira, ahorita debo atender a un paciente, qué te parece si te busco en la noche, para conversar mejor. Sonreí, ya que me dijo lo que quería escuchar. – Solo si traes una torta de chocolate. –Muy bien, así será, dijo, con su voz tan hipnotizante, ronquita, y suave en algunos quiebres.

Conozco a Teresa desde que te tengo doce años. Pero a mis veinticinco, recién me he dado cuenta que estoy perdidamente enamorado de ella.

Por otro lado, retomando a mi frustrado estado de ánimo, no me sentía así desde el incidente con Fernanda, mi primera enamorada. Me había propuesto regalarle doce poemas cuando cumpliéramos un año, escribía uno por mes. Nunca pude terminar el número doce. Me sentí tan miserable por eso, que ni siquiera la busqué en nuestro aniversario. Tres días después, decidí darle aunque sea los once poemas, me había dado cuenta de mi error, pero la encontré con otro chico, besándose. Casi mato al tipo, me abalancé contra él, inclusive tubo que intervenir la policía. Me encerré por tres meses en mi casa. No recuerdo que hice en esos largos noventa y un días, al parecer mi cerebro prefirió olvidar esa parte de mi vida. Tan solo sé, que después de ese lapso de tiempo, me sentí bien.

Teresa me buscó a las nueve de la noche. Vivo en San Isidro, en un buen departamento. Me gusta la buena vida, sé lo que valgo, así que no me importa endeudarme un poco, con tal de tener todo de primer nivel. Siempre he sido un fantasma. Ahora atraigo la mirada de todos, por mi fama, mi ropa de marca, y mi carro del año. Quizá viva engañado, pensando que soy alguien, cuando realmente no soy nadie. No me importa.

- Para serte sincera, esta no es una de tus mejores historias, dijo teresa, después de leer algunas páginas de mi proyecto a libro. Ambos estábamos en mi habitación. Me senté en mi cama, y dije: “Pero debería ser la mejor de todas”. Tiene que ser así”. Apreté mi puño mientras hablaba. Teresa se dio cuenta, y se sentó junto a mí. –Quieres que te traiga un pedazo de la torta de chocolate que dejé en la cocina. –No hace falta, respondí. Agaché la mirada, dispuesto a perderme, pero Teresa no me dejó. Acarició mi rostro con suma delicadeza. La miré, y la besé. Mi acción la tomó por sorpresa. Se alejó de mí. No me importó, me acerqué a ella, e intenté besarla con pasión. Toqué sus piernas, sus senos. La asusté, y provoqué que intentara darme una cachetada. Frené su golpe, agarré su mano, y la apreté.

-¡No vuelvas a intentar golpearme! Sentí rabia, ira, estaba a punto de hacer una locura (Poseerla a la fuerza). Felizmente me di cuenta, solté de su mano, y me eché a llorar.

-Perdóname por favor, no sé que me pasó. Sé que no es una excusa, pero estoy muy estresado. Comencé a llorar como un niño. Me sentía terriblemente avergonzado y decepcionado de mí mismo.

Teresa estaba en shock. Después de unos minutos, se paró, se arrodilló delante de mí, y dijo: “Realmente me has asustado, pero estoy dispuesta a perdonarme, pero si te calmas, y me escuchas atentamente, sin replicar”. Dejé de llorar, y le pedí que me sirviera un vaso con agua.

Permanecí sentado en la cama. Ella estaba de pie. Centré toda mi atención en mi mejor amiga. Una exposición, estaba por comenzar.

Desde primero de secundaria, vivo enamorada de tus historias. Es admirable la manera en que has experimentado contigo mismo para escribir. Has tenido que drogarte, ir a casas embrujadas, y pasar días en el manicomio. Sé que lo mencionado no es ni el uno por ciento de lo que has hecho, pero quizá sí lo más resaltante. Tú tienes sangre de escritor. Naciste con el don, no lo aprendiste. La única manera, creo yo, que puedas terminar esta historia con creces, es que te vuelvas un asesino, literalmente. Debes pensar como uno, sentirte de esa manera. Buscar en lo peor de ti, y sacarlo a flote.

Hace siete años, me contaste un secreto, y me hiciste prometer, que nunca te lo haría recordar. En esta parte de tu vida, al igual que hoy, reflejaste tu otro lado. El que se esconde, y te llevó a pensar en la historia de un asesino de mujeres. Es por eso, que te haré recordar. Así se te hará más fácil escribir. Espero no causarte un daño, pero creo que es la única solución.

Una semana después de que encontraras a Fernanda besándose con otro chico, ella te buscó a tu casa. Te pidió perdón. Tú estabas hecho un monstruo, me contaste, la agarraste del cuello, y quisiste ahorcarla. Pero al verla morada, te asustaste, y la soltaste. Fernanda comenzó a llorar, y se fue de tu casa corriendo. Ella nunca le contó eso a nadie, al igual que tú, prefirió olvidar. Te quería mucho como para arruinarte la vida, denunciandote por intento de homicidio.

Recordé. Lo que decía mi amiga era cierto. Yo intenté matar a Fernanda ese día. Tan solo un pequeño error, algo que no mencioné cuando le conté la historia a Teresa. Fernanda murió ahogada un mes después en la playa, cuando se fue acampar con unos amigos. Esa es la historia que se conoce. La verdad fue que yo la seguí a ese campamento. La maté sin piedad. La golpee tanto, que le destrocé el cerebro. El mar se llevó toda la evidencia. Nunca encontraron el cadáver.

La inspiración ha vuelto a mí. –Gracias, si no fuera por ti Teresa, no hubiese encontrado dentro de mí, la esencia que me hacía falta. Aunque suene mal lo que voy a decir, ya me siento como un asesino. Teresa rió. No se dio cuenta de que hablaba en serio. Al parecer la buena psicóloga, acaba de ser engañada. –Vamos a la cocina, ya se me antojó un buen pedazo de torta de chocolate. –Perfecto, yo también estoy con hambre, dijo ella.

La torta era pequeña, perfecta para dos. Le di a Teresa un cuchillo, y dos platitos, para que reparta el pastel en partes iguales.

Me acerqué silenciosamente a ella. Me estaba dando la espalda. Le susurré al oído. –Eras la chica más bonita del colegio. Tu rostro es tan perfecto. Nariz perfilada. Tus pecas perfectamente distribuidas, te dan un matiz de ensueño. Tu cabello, aquél peinado lacio de raya al costado, deslumbra a cualquiera. No sabes cuantas veces he soñado con tu cuerpo... Tu piel, tan suave (Mientras hablaba acariciaba sus brazos descubiertos). Daría lo que fuera por poder hacerte mía.
Pude sentir el miedo en Teresa. Apretó el cuchillo con fuerza. Aún me estaba dando la espalda. La tomé del cuello con un rápido movimiento, haciendo que votara su posible arma, y la comencé ahorcar.

La solté después de unos minutos, y me apoderé del cuchillo. Teresa no estaba muerta, pero tenía la tráquea sumamente lastimada como para poder gritar por ayuda. Ella estaba en el suelo, revolcándose, tratando de recuperar el oxigeno perdido. Me agaché, la miré. Debo confesar que ver el miedo en su mirada, me dio placer. Me eché bruscamente encima de ella, inmovilizándola por completo. Pasé el cuchillo por su rostro con delicadeza, y dije: “No te preocupes, te sacaré los ojos para que no puedas ver como te corto en pedacitos”. Ella no podía hablar, pero pude interpretar mediante su mirada, la pregunta que me estaría haciendo en este momento. –Sé que quieres saber por qué hago esto, la respuesta es muy sencilla. Yo no escribo mis historias, sentado en una mesa, bronceándome con una lámpara. Yo escribo con sudor, con sangre. Desde que Fernanda me engañó, odié a todas las mujeres, y pensé en esta historia en particular. Un asesino de féminas pecadoras…Te acuerdas de tu último enamorado, José Luis ¿Por que terminaste con él? Te haré recordar. Te comenzó a gustar otro chico, y lo engañaste ¡Eres una perra! Lo sabes bien. Te has pasado toda tu vida lastimando a los chichos buenos que te escribían cartas de amor, por que te gustaba acostarte con los más populares. Sin embargo, fuiste buena conmigo. Pero que más da, la vida es injusta, así que no pagaré de la misma manera.

La desesperación de Teresa fue única. Luchó por su vida la desgraciada. Le arranqué los dos ojos. La muy perra murió en ese instante. Me arruinó la diversión. Pero al menos tuve el placer, de poder verla desnuda. Aún sin vida, su cuerpo es hermoso.

Ya han pasado dos meses desde la desaparición de Teresa. Las autoridades aún no encuentran al culpable.

Tiré su cuerpo al amar, nuevamente la marea fiel a mis más bajos instintos, fue mi aliada, y no devolvió la evidencia de un asesinato. Nadie sabía que Teresa vendría a buscarme, así que sigo siendo para el mundo, uno de los más afectados con su triste desaparición.

Las editoriales han vuelto a interesarse en mí. He hecho contrato con “Santillana”. Mi novela genera muy buenas expectativas. Aún no la termino. Esto recién comienza.

Yo soy el asesino de mi historia. Me convertiré en la pesadilla de las mujeres que engañen, que enamoren en falso. Mataré a la culpable de cada corazón roto de un hombre. No soy un castigador precisamente, ni mucho menos un vengador. Tan solo soy un escritor, que escribe con sangre.

Jhonnattan Arriola