Nunca olvidaré mi cumpleaños número seis. Mis padres me hicieron una gran fiesta…Me sentí tan feliz, un momento tan maravilloso, tan jovial. Toda mi casa adornada de globos, mi mesa principal llena de bocaditos, y una torta inmensa de chocolate, eran una fuerte promesa de un día espectacular. Y aunque al principio los payasos, Sonrisa y Botín, me asustaron en vez de hacerme estallar de la risa, logré divertirme muchísimo. La pasé increíble con mi familia y amigos, bailando, comiendo gelatina, mazamorra, y sobre todo, reventando la piñata y corriendo entusiasmado, por adueñarme de todas las recompensas obtenidas, miles de dulces entre caramelos y gomitas, que salían como ráfaga, de la abertura del muñeco de uno de mis héroes favoritos, “Batman”.
Al día siguiente, tendría mi primer viaje. Mi regalo sorpresa, iría con mis padres a Chiclayo, a pasar una semana con mis primos. Un viaje largo de trece horas, pero no importaría. Estaríamos los tres juntos, compartiendo sueños y risas. Mi papá se encargaría de manejar, mientras mi madre, que estaría sentada junto a mí en la parte de atrás, de nuestro lindo auto rojo, tendría la labor de controlar mi inquieta y parlanchina forma de ser.
Después de varias horas, y de cantar más de cien veces la popular canción: “Vamos de paseo ti ti ti, en un auto nuevo sí sí sí”. Y por supuesto de jugar aproximadamente trescientos Ritmo ¡A Go Go!, mi euforia se tranquilizó, me recosté en el regazo de mi madre, y solicité escuchar una historia. Mi mamá acarició mi cabello, arrullándome con suma dulzura. Ya había oscurecido, y aún faltaban algunas horas más de viaje.
-Te voy a contar una historia, pero con una condición soldado, que te quedes dormido. Aún falta mucho para llegar, y ya debes descansar, dijo mi padre, con un tono cálido de voz.
-Está bien mi general, contesté.
Así nos llamábamos. Yo era el soldado, mi padre el general, y mi madre la guapa enfermera, cuya especialidad era echarme “Mentholatum” cuando me resfriaba.
Estaba bien cansado, así que me quedé dormido de inmediato. No llegué ni a la mitad de la historia, sin embargo, nunca olvidaré aquél intro de mi padre, que me hizo cerrar los ojos, y someterme a un sueño profundo.
Él era el encargado de llevar a las personas llenas de maldad a su cruel castigo, y de liberar a los que ya habían cumplido su condena. El guardián de su propio reino vivía en soledad, nadie más se atrevía acompañarlo en su complicado mundo entre el bien y el mal…
Cuando abrí los ojos nuevamente, me encontraba en un hospital de Lima, mi abuelita y mi tierno abuelo, lloraban a mares, y me abrazaron con fuerza al ver que estaba con vida. Su hija y su esposo, mis padres, habían muerto en un terrible accidente de tránsito en la carretera.
Al día siguiente, tendría mi primer viaje. Mi regalo sorpresa, iría con mis padres a Chiclayo, a pasar una semana con mis primos. Un viaje largo de trece horas, pero no importaría. Estaríamos los tres juntos, compartiendo sueños y risas. Mi papá se encargaría de manejar, mientras mi madre, que estaría sentada junto a mí en la parte de atrás, de nuestro lindo auto rojo, tendría la labor de controlar mi inquieta y parlanchina forma de ser.
Después de varias horas, y de cantar más de cien veces la popular canción: “Vamos de paseo ti ti ti, en un auto nuevo sí sí sí”. Y por supuesto de jugar aproximadamente trescientos Ritmo ¡A Go Go!, mi euforia se tranquilizó, me recosté en el regazo de mi madre, y solicité escuchar una historia. Mi mamá acarició mi cabello, arrullándome con suma dulzura. Ya había oscurecido, y aún faltaban algunas horas más de viaje.
-Te voy a contar una historia, pero con una condición soldado, que te quedes dormido. Aún falta mucho para llegar, y ya debes descansar, dijo mi padre, con un tono cálido de voz.
-Está bien mi general, contesté.
Así nos llamábamos. Yo era el soldado, mi padre el general, y mi madre la guapa enfermera, cuya especialidad era echarme “Mentholatum” cuando me resfriaba.
Estaba bien cansado, así que me quedé dormido de inmediato. No llegué ni a la mitad de la historia, sin embargo, nunca olvidaré aquél intro de mi padre, que me hizo cerrar los ojos, y someterme a un sueño profundo.
Él era el encargado de llevar a las personas llenas de maldad a su cruel castigo, y de liberar a los que ya habían cumplido su condena. El guardián de su propio reino vivía en soledad, nadie más se atrevía acompañarlo en su complicado mundo entre el bien y el mal…
Cuando abrí los ojos nuevamente, me encontraba en un hospital de Lima, mi abuelita y mi tierno abuelo, lloraban a mares, y me abrazaron con fuerza al ver que estaba con vida. Su hija y su esposo, mis padres, habían muerto en un terrible accidente de tránsito en la carretera.
Si desean continuar con la historia, pueden hacerlo en: http://sangredeescritor.blogspot.com/2010/08/guardo-en-mi-corazon-una-inmensa-pena.html
Jhonnattan Arriola
Jhonnattan Arriola