viernes, 18 de febrero de 2011

Mi gringa experiencia II

Segunda parte

¿De dónde vino? ¿Cómo pasó? O ¿Por qué lo hizo? Son algunas de las dudas existenciales que normalmente nos cuestionamos día a día, y en este momento esas preguntas giraban alrededor de mi cabeza intentado buscar una explicación de lo que estaba pasando; mientras que, por otro lado, mi yo perverso hacía que siga en mi camino, a paso firme y decidido, dispuesto a que experimente lo que quizá no vuelva a pasar.


Mi mano sudaba, y mucho. Disimuladamente la separaba de la suya para evitar que sepa lo que sentía, pues se suponía que yo, el chico extranjero quien juraba no temerle a nada ni nadie, hoy tenía que estar más seguro que nunca y en lo posible mostrar que era él quien estaba a cargo del asunto. Pero era inevitable, era más que notorio que ella era la jefa y yo un simple subordinado, y me encantaba.

Escabulléndonos de todos, muy discretamente logramos salir de la tienda. Subimos a su auto y emprendimos rumbo hacia un lugar totalmente desconocido para mí. Manejaba a 70 millas por hora, mi mirada permanecía fija hacia al frente, memorizando el camino aunque de rato en rato la miraba de reojo, y veía como su cabello bailaba con el viento y sus labios dibujan una sonrisa que sinceramente no sé cómo describirla.

Llegamos a Biloxi Beach, una playa no muy concurrida. Estábamos solos junto al sol, la arena y el sonido de las olas. Para mí, la combinación perfecta.

- Te he visto inquieto durante el camino – me dijo

- (Me río) Ya te dije que tú no me intimidas – respondí mirándole fijamente a los ojos

Deslizó su mano llegando a acariciar mi pierna y poco a poco fue acercando su boca hacia la mía. Alcé mi brazo, le cogí el cuello y la besé con pasión, como si aquel beso fuese el último que daría en toda mi vida. Conforme pasaban los segundos, la situación se volvía más intensa, a tal punto que mis manos habían recorrido todo lo que en una mujer se puede recorrer.

Yo estaba sin polo, con el asiento del carro reclinado hasta el máximo punto y viendo excitado como ella se movía muy sensualmente encima de mis piernas. Rato después, ambos sudábamos de placer y el carro se movía a nuestro compás. Por un momento creí que nos encontramos en la Costa Verde Limeña, pero recordé que no había nadie alrededor y seguí en lo mío.

No podía creerlo, lo que no hice en mi país lo estaba haciendo a los tres días de haber pisado suelo americano. Una gringa – como usualmente las llamamos – estaba gritando mi nombre con un excitación que nunca antes pensé causar.

- ¡Emilio! ¡¡¡¡¡Emilio!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Emilio!!!!!!!!!!

Y abrí los ojos. Todo estaba borroso, a duras penas podía distinguir algunos rostros de mis compañeros de trabajo que preocupadamente me miraban. Escuchaba voces y no entendía nada. Estaba muy confundido. Hasta que escuché su voz.

- ¿Estás bien? – dijo ella.

- ¿Nicolle? ¿Qué pasó? Si hasta hace un rato nosotros… el carro… la playa…

- No te entiendo. Levántate, ven conmigo.

Estaba en piso. Con mucho esfuerzo me puse en pie y caminé hacia ella.

- Oye, explícame qué pasó – le dije exaltado

- Tranquilo parece que ya estás mejor. – me dijo con una voz maternal mientras acariciaba mi cabeza - Estabas yendo al cuarto de empleados y resbalaste con un charco de margarina que había en el piso. Parece que te golpeaste la cabeza porque estuviste unos minutos inconsciente, pero era raro, porque durante todo el tiempo que estuviste en el piso, tu rostro tenía una pequeña sonrisa.

La miré extrañado, confundido, atónito y todos los adjetivos que puedan representar mi inmensa frustración. No lo podía creer. ¿Todo lo que supuestamente había vivido había sido producto de mi imaginación? La miré nuevamente y con un suspiro de lamentación le dije:

- Bueno, supongo que iré a tomar mi descanso ahora, y esta vez caminaré con cuidado.

Era muy bueno para ser realidad, pero fue muy placentero para poder olvidar. No sé si sentía rabia o pena por mí mismo, así que solo fui al cuarto de empleados y resignado tomé asiento y suspiré.

- ¿Todo bien? – escuché decir a Nicolle que me miraba desde la puerta.

- Sí, sí. Solo que me duele un poco la cabeza.

Caminó hacia mí muy lentamente, y de una manera pícara y con voz baja me dijo:

- Si quieres puedes tomarte el día libre. En cinco minutos acaba mi turno y podemos dar un paseo por la playa – Extendió su mano y agregó - ¿Qué dices, vienes conmigo?

La miré fijamente y recordé: la mano, el carro, la playa, las olas, la soledad, el placer.

No sabía a dónde me llevaría todo esto. Tal vez mi mente me había jugado una mala pasada, o quizá, me estaba prediciendo lo que vendría después. La única forma de averiguarlo era sosteniendo nuevamente aquella mano.

- Creo que será muy divertido – le dije

- No lo dudes – respondió, y salimos de la habitación.

Fin



3 comentarios:

  1. ya se me hacia raro, q de un fast food te pudieras escapar asi como si nada en pleno break!

    muy buena historia!

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  2. jaja la verdad si hay mucha facilidad para salir temprano, en estados unidos la vida es un toque más relajada. Muchas gracias por tu comentario.

    EB

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  3. LMAO, imaginaba que fue un cuento verdadero, pero ahora comprendo que no está una historia de la vida.

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