Sabía de qué se trataba todo esto, es decir, esa predilección que llegas a sentir por alguien. Todo aquel que posea ojos indiferentes al mundo, que se esconda entre la multitud para no ser reconocido como un flamante cursi y especialmente quien reniega de sentimientos tan hermosos aparentando un corazón extremadamente duro y reacio, se enamora. Y de vez en cuando llegas a pensar que tu vida está orientada a otro tipo de percepciones y situaciones, pero es cierto, el corazón no razona.
Las justificaciones salen a la luz y denoto un poco de temor al ver esos ojos que captaron mi atención desde el primer momento, sin siquiera darme oportunidad a reaccionar ante lo que la vida me ponía en el camino. Pero no. Estúpido “pero” que se antepone siempre. Solo necesitaba ese espacio de libertad que me orientara hacia el camino correcto y que rompiera con el esquema bohemio que solía utilizar sobre todo los fines de semana. Pedazos de rompecabezas completamente desordenados que daban certeza de que todo, absolutamente todo, estaba muy mal. Birra por doquier y un sinfín de sustancias tóxicas; ella, él, todos y todas. Rostros esparcidos por el mundo que asomaban su hermosa textura cada vez que podían y cuerpos con cierta perfección que pedían ser tocados, aunque sea por una noche. … Jajá! Ciertas carcajadas en mí, poco comprensible para muchos. Todo está bien. No! ¿Qué digo? Es hora de cerrar los ojos, esperar a que los cantos de las aves se manifiesten después de una noche completamente divertida y levantarse una vez más con un pie equivocado: sí, el izquierdo. Supersticiones ridículas que cobran vida cada vez que se les da la gana y terminan teniendo razón, así no existan. Fetichismo, solo eso.
Clases y más clases. Claro! Donde te conocí “sin querer queriendo”. Llegar temprano, prender un cigarrillo, escuchar música y sentarme en un pasillo que ve pasar gente a diario que no tiene vida o que sí la tiene; cada una enmarcada por eventos inesperados que carcomen las veinticuatro horas instauradas, ¿por quién? “Solo Dios lo sabe”.
Ella en una carpeta y yo en otra, separadas desde ya por un destino instalado por alguien que no existe – para algunos sí. El mirarla no es uno de mis pasatiempos favoritos, pero noto que de vez en cuando mis ojos revolotean súbitamente, mientras un imbécil sabelotodo planea convencerme de sus vagos conocimientos. Disimuladamente mi corazón late, pero no lo noto. De pronto, las Agencias de Publicidad desaparecen, suena un timbre estruendoso para ese momento y todo termina, solo por diez minutos. Tiempo en el que aparento estar tranquila y dejo de lado una sensación, que muy en el fondo, se apodera de todo mi cuerpo, pero que no brota. No siento impotencia ni tensión, estoy tranquila… Respiro profundamente hasta que el aire realza un viento huracanado en todo mi ser. Claro, estabas a unos metros. Su voz sobresalía entre líneas. Fuiste la primera en decir un término muy utilizado últimamente por aquellos predilectos del amor banal: Te quiero. Qué desfachatez la mía para rechazar la expresión viva de un sentimiento por una risotada. Usura que lamento. Error del momento que pude reivindicar con el pasar del tiempo y que adquirió una denotación real.
El ver muchas telenovelas y películas de género romántico contribuyeron a soñarte cada vez que podía. Imaginar situaciones a tu lado que solo se presentaban en ocasiones extremadamente raras, pero que a fin de cuentas cantaban en coro que algo debía suceder. No, no creo en Cupido ni en maravillosos flechazos, solo creo en granadas que caen desde el cielo y llegan de frente al corazón para importunar. Ciertamente, un concepto diferente y único que las chicas no deberían tener después de crecer con la idea de un pinky mundo.
La rutina se convertía en un ir y venir de flashbacks iniciales mientras negaba todo vínculo. Mentir no es bueno y mentirse a uno mismo tampoco. No creo en tontos valores que te inculcan, es decir, siempre terminas arruinando todo y desafiando al destino a costa de todo. La mentira fue algo que detesté de por vida y que coloqué como requisito – sin que nadie sepa – por si alguien la utilizaba en mi contra. Jamás entendí por qué tomé esa decisión, sin embargo, ya la estaba infringiendo y a la vez, cometiendo un delito contra mis propios sentimientos. Gracias a Dios en cuestiones personales la tarjeta roja de un partido de fútbol no tienen cabida y mucho menos la pena carcelaria. Whatever.
Detestaba los fines de semana. Sabía que no tendría la dicha de ver esa hermosa figura recorrer los pasillos de la universidad y mucho menos los de mi hogar. Y qué más da, era de esperarse, sábados y domingos tenían que llegar por doquier cuatro veces por mes y esa ausencia junto con ellos. Nadie entiende por qué canto ese tipo de canciones que suelen cortar venas imaginariamente; yo tampoco. Intento creer que es por simple gusto melódico y río al saber que definitivamente aquella excusa es popular entre todos los indigentes inertes e insensibles. Comienzo a correr sola en una lucha por salir de todo eso y me encuentro en una persecución continua que me obliga a reconocer lo indescifrable. Me siento como una adolescente que no termina de vivir su etapa: la inmadurez plena. El Universo, se puso de acuerdo una vez más – sin consultarme – y me retó a querer a ese alguien que llenaba mi corazón y mi vida de ilusiones, según yo, abstractas.
Por momentos, me encerraba mentalmente en una cueva. Era una manera de escapar de un mundo de mierda, lleno de cerebros con guano que lastiman y hieren. La pregunta era muy clara: ¿por qué negarlo?, y la respuesta sigue siendo muy simple: NO SÉ. Hasta ese punto, llegué a darme cuenta que no sabía nada y no por no saber, sino por no querer saberlo. Las ideas revoloteaban como pájaros sin rumbo en mi mente y en mi sano juicio, seguía esa imagen que se presentaba por momentos. El silencio no era una buena compañía. Para entonces, prefería la soledad, teniendo en cuenta que tal vez ésta podría darme ese veredicto final. Sí, es cierto, a veces quería que un juez dictamine y decida por mí, quería darme por vencida y no tenía a mi lado a un abogado que me defienda. Estaba yo frente a un fallo terrible.
Ese recuerdo se convirtió en mi presente dominante. Y digo recuerdo porque nunca le dieron la oportunidad de consumarse. No existe rastro ni huella de lo que algún día sentí que existió, sin que exista realmente. Mi vida comenzó a componerse de trabalenguas que me daban para variar la contra en muchos aspectos. Solo faltaba llorar como una Magdalena y así fue. Deseaba cerrar los ojos y negar que sintiera una conexión especial; no podía. Inclinaba la cabeza hacia la ventana cada vez que viajaba por unos minutos en un autobús que tenía humores insoportables, completamente desagradables y, por arte de magia, aparecían ante mí personas sonriendo que demostraban su amor públicamente sin vergüenza alguna; otras que además, caminaban con la cabeza gacha encerradas en un mundo lejano a lo común.
Comencé a reír sarcásticamente ante todos, que me miraban con ojos prejuiciosos. Me importaba poco pues ya había experimentado ese tipo de observaciones juiciosas. Y pensaba que de seguro alimentaban morbosidad al verme con un jean completamente suelto, sayonaras y un polo algo viejo en un clima ligeramente frío. Jajá! Gente estúpida que no tiene vida y que cree que todo aquel que vista de alguna manera debe ser necesariamente homosexual, ¿acaso no notan un look completamente hippie? ¿Qué harías si me agarro a tu flaca huevón o si le toco el culo? ¿Qué harías si me ves agarrada de la mano con un cuerazo de mujer? jajá! de seguro se te para la huevada que solo utilizas para tirarte a toda perrita arrecha – cosas que nunca dices, pero que piensas. ¿Qué me pasa? Me sentía estúpida por pensar ese tipo de cosas. Estaba en una disyuntiva terrible porque todo daba vueltas en mí y necesitaba liberarme, pero tampoco lo pude hacer. Me dirigía a esa casa que conocía a la perfección, pero a la que tenía miedo de entrar cada vez que tenía la oportunidad de hacerlo. La lógica de mi manera de reaccionar internamente fue en primera instancia el pensar que sí, estaba enamorada de una chica que aparentemente no significaba nada en mi vida, en ese sentido, pues de hecho, era una amiga más, como cualquiera. Prendí un cigarrillo, me coloqué los audífonos y comenzó la música asquerosamente depresiva. Pensé en todos aquellos momentos que pasamos juntas y en todos aparecía con una sonrisa que irradiaba ternura. Sin tenerlo en cuenta, ya estaba sonriendo como cojuda y al percatarme de eso, levanté la mirada y me encontraba afuera de ese lugar al que no quería entrar.
Soñé que la tenía a mi lado, típico de los finales felices de cualquier cuento de infancia. Prácticamente dormí de más, pues todo se centraba en ella y en su excitante manera de ser. Y es que ahora, todo lo relacionado al sexo es sorprenderte. Lo atípico es que jamás la vi como un ícono sexual en mi vida. Tuve oportunidad de tocarla, de besarla y de sentir cosas únicas – refiriéndome a sensaciones que prefiero no explicar - pero siempre quise protegerla de la mirada atónita de algunos hombres con mente sucia y asquerosa que contemplaban su belleza cada vez que pasaba delante de ellos y le gritaban obscenidades que consideraba inadmisibles para mis oídos. Ella reía y yo renegaba, siempre renegando de todo. Prefería muchas veces la distancia para no acercarme tanto. Hablaba poco de ella y volteaba de reojo una que otra vez para que no se percate que mi centro de atención giraba en torno a lo que cada día se hacía más fuerte. Sin embargo, el cruce de miradas era inevitable y por momentos, el tiempo dejaba de avanzar y fijaba ese mojón de ilusiones en ella, en sus ojos…
Detestaba salir a bailar como las primeras veces porque me daba rabia verla en situaciones de coqueteo con otros chicos, añadiéndole el enojo a su forma de vestir, que por cierto, no era para nada decente. Comencé a ser muy detallista cuando no debía serlo. Escenas de celos, pagar cosas por ella, invitarla a salir, escribirle como si fuese ‘mi flaca’, colocar todo el día corazones en su página, sentir derechos de invadir su espacio y controlarla, mandarle mensajes cariñosos, llamarla solo para escuchar su voz y demás. Nada andaba bien.
Y por momentos juro que sentía esa química o tal vez la confundí. Cuando recién la conocí, todo fluía. Jamás le pregunté si tenía inclinaciones vistas por el mundo como algo que no tiene lógica de ser, pero a lo que yo veía íntegramente normal. Y esas miradas… Eso es algo que no se puede ocultar y que cualquier persona en su sano juicio toma como evidente. De pronto, siento que llegó finalmente la extinción de todo lo que en algún momento tuvo noción de ser lo más maravilloso del momento. La rutina dejó de ser rutina y las expresiones de cariño se dejaron a la deriva y quedaron en el olvido. No era exactamente lo que tenía planeado, pero fue así como sucedió. Tal vez en el peor de los casos hubiese preferido no haberla conocido. Después de habérmelo contado, solo atiné a decirle: "todo va a estar bien".
Natascia Zagaria