Capítulo I: Morir desnudo
Siento el frío del metal
acariciar mi rostro con locura, y ansias de verme estallar en un mar de sangre
que pinte de rojo mi última noche. El viejo revolver de mi padre, decidirá mi
destino con un disparo.
La pregunta principal para este
acto, encasillado por muchos moralistas como cobarde, es el porqué de mi futuro
juicio ¿Por qué acabar con mi vida? La maldita explicación del demonio que me
llevó a refugiarme en la esquina de mi habitación, totalmente desnudo,
aullándole misericordia a Dios por estar a punto de volarme los sesos con
una bala de calibre treinta y ocho. Quisiera cerrar los ojos y poder olvidar.
Pero aún lo veo a ese mal nacido, riendo con demencia mientras me empotraba
contra la pared y me cogía como a su puta de turno, a golpes, humillándome
hasta el punto de hacerme vomitar mi hombría. Hace una semana perdí la
confianza y fe en el mundo. Hace una semana fui violado por un hombre sin
rostro que entró a robar a mi casa y solo se llevó mis ganas de vivir.
Bésame, Cereza
— El idiota de Pedro me terminó, es un cojudo. No le importo para
nada. Me mando al carajo porque hoy le comenté que pensaba salir con mis amigas
a tomar un café. Es tan celoso y posesivo. ¡Ya no quiero seguir así!
— Cere, no sé qué decirte…todos tus amigos ya te hemos advertido
de ese tipo. Lo mejor que puedes hacer es salir con tus amigas como habías
quedado, distraerte y no tratar de pensar en él.
— No, ya no quiero nada. Tan
solo desaparecer —me
contestó mi amiga entre lágrimas. Se escuchaba terrible. Vencida.
— Sabes qué, no soporto escucharte
así. En mi casa no habrá nadie esta noche, mis padres se han ido de paseo. Ven
y quédate a dormir como cuando éramos niños, prometo comprar mucho helado,
películas estúpidas y una buena botella de vino. No pienso hacer que la
felicidad regrese a tu corazón en unas horas, pero sí que compartas tu tristeza
conmigo. ¿Qué dices?
Horas antes de que un maldito
acabara con mi dignidad, disfrutaba de una copa de vino con la mujer que había
amado en secreto desde que tenía diez años. Karina Montes, Cereza para los
amigos, es la ninfa que acaricia mis sueños con su belleza, con la añorada escena
de besar sus labios. Si tan solo hubiese tenido el coraje de ir tras ella esa
noche, otra sería mi historia.
— ¡No le
contestes! ¡Vamos, Cereza! No seas tonta, por amor a Dios.
Karina agachó la mirada y salió
de mi habitación para contestar la llamada. Al diablo las horas que habíamos
pasado juntos. La promesa que me hizo hace diez minutos de olvidar a Pedro para
siempre, había sido palabrería pura. Seguro una miserable briza de coraje tras
la segunda copa de vino.
— Pedro está viniendo a recogerme —sentenció
la mujer que amo, rompiéndome el corazón sin sospechar de su crimen.
Mi oración no le hizo nada de gracia a mi
amiga, su mirada empezó a echar chispas, disparándome su enojo a quemarropa.
— ¡Se supone que
deberías apoyarme! ¡A caso no eres mi mejor amigo!
En esos veinte minutos que Karina se había
tardado hablando con Pedro, me había tomado tres copas de vino sin parar,
ahogándome en el dulce sabor de mis penas. No estaba ebrio, sin embargo, ese
mecanismo que usualmente impide que le confiese mi amor a Cereza, se había
apagado.
— No me conformo con
tu amistad —anuncié sin darle la
cara.
— ¿A qué te refieres? —preguntó mi buena
amiga después de tomarse algunos segundos, letales para la agonía que me
carcomía.
— Estoy enamorado de ti, Karina. Te he amado
desde que te conocí. No soporto que sigas con el infeliz de Pedro porque sé que
no te hace feliz. Daría todo por ser yo el hombre que sea dueño de cada suspiro
tuyo, de tus labios…Ya no puedo seguir así, fingiendo que puedo ser solo un
amigo, cuando por dentro, mi alma no hace más que destilar amor por ti —expresé
entre lágrimas, acercándome cada vez más a ella. Aspiraba besarla. Alcanzar el
cielo con la miel de sus labios. Hacerle ver con esa muestra de amor, que puedo
ser yo su príncipe azul.
Karina se quedó helada, sin reacción. No pude
contenerme y le planté un gran beso en los labios. Sentí entrega en su
respuesta. La apreté a mí mientras ella me cogía del cabello con pasión. Había
una esperanza. Nuestros sentimientos se habían revelado. Mi gesto de amor había
sido correspondido. Sin embargo, fue breve el sueño, Cereza dejó de besarme y
partió de mi casa sin decirme adiós. Quería ir tras ella, detenerla, exigirle
que me explique el porqué de su reacción. Pero me acobardé, mi miedo al rechazo
hizo que no me atreviera a impedir que se vaya, que se encuentre con el imbécil
de Pedro. Me conformé con ser el más patético de los perdedores. A sentirme en
la gloria por haber sentido sus labios por un efímero instante, y a llorar en
silencio por ser un perfecto cojonudo, con ausencia de pelotas para defender a
la mujer que ama.
De pronto, escuché un ruido que provenía de
mi habitación, en el segundo piso. Estaba bastante aturdido por todo lo que
había ocurrido. Mi primera reacción fue contemplar la puerta principal de mi
casa, aún estaba abierta así que decidí cerrarla. Subí lento las escaleras. En
cada paso que daba, mi corazón palpitaba con más fuerza. Una extraña sensación
invadió mi ser. De igual forma, no desistí y me dirigí a mi cuarto, donde
finalmente me encontraría con mi verdugo, que escondido entre las sombras, me
tomó por sorpresa, golpeándome brutalmente con un especie de tubo de metal,
hasta dejarme totalmente vulnerable para hacerme suyo, abusar de mí sin piedad,
mientras con su aliento putrefacto, me susurraba al oído lo excitado que se
encontraba. Su máscara de cuero negra, ceñida a su rostro era espantosa,
deforme. Solo sus ojos saltones, brillaban en la oscuridad, aquella mirada
siniestra que jamás podré olvidar.
La voz del ángel
Cierro los ojos. Respiro con fuerza mientras posiciono el arma
en mi sien. Dispararé y acabaré con mi desdicha de una vez por todas. Las lágrimas
no dejan de resbalar por mi mejilla. Me ahogo en mi llanto, quiero dejar de
sufrir, de recordar al infeliz que abusó de mí sin piedad. Finalmente disparo.
Aún sigo con vida y no recibido ningún daño. La vieja arma al parecer se averió,
la arrojo con furia al espejo de mi cómoda y empiezo a gritar, la desesperación
invade mi ser por completo. Mis padres entran a la habitación, justo en ese
instante acababan de llegar de su compromiso. Me abrazan e intentan
tranquilizarme. Totalmente fuera de mí, convulsionando delirio y al borde del
vómito, les confieso el motivo de mi intento de suicidio. “El infeliz que entró a la casa no solo me golpeó… Abusó de mí”.
Desperté, a duras penas podía
abrir los ojos. Una borrosa silueta estaba sentada a mi lado. Postrado en mi cama,
no podía moverme.
—Descansa, mi amor. Todo va a salir, bien. Ya
lo verás.
La voz de mi madre me daba fuerzas. La escuchaba
llorosa. No me podía dejar vencer. Ella creía en mí y sufría por la suerte que
había tenido. Dios me daba aliento a través de sus palabras. Es tiempo de
levantarme. No puedo morir sin que ese desgraciado pague su culpa.
En busca del verdugo
—
Disculpa la demora. Tuve un contratiempo.
Cereza me
saludó con un beso en la mejilla. Ya había pasado una semana desde que intenté
quitarme la vida y ahora me encontraba en un Café de Miraflores, aceptando la
invitación de mi buena amiga para conversar un rato. Después de varios días de
no saber de ella, volvía a ponerse en contacto conmigo.
—No te
preocupes, no tardaste demasiado —contesté con una sonrisa.
Fueron
varios segundos los que pasamos en silencio. Tan solo nos limitábamos a
compartir miradas.
— Terminé
con Pedro para siempre la noche que me fui de tu casa. Sé que he desaparecido buen
tiempo, pero me he sentido muy confundida. Desde que me dijiste todas esas
cosas esa noche, que estabas enamorado de mí, Rodrigo…yo…
— Déjalo
ahí, Cereza…
— Es que
no me entiendes, no es que quiera rechazarte. Después de haberlo pensado mucho,
creo que comparto ese sentimiento.
Mi corazón
empezó a latir con fuerza. Quería besarla, tomarla de la mano y decirle lo
mucho que he soñado con este momento, pero no podía, los recuerdos de esa noche
infernal volvían a mi cabeza.
—Necesito
de tu ayuda —expresé de golpe, expulsando mi mirada más sombría.
— ¿De qué
hablas? —preguntó Karina totalmente desconcertada. La posible esperanza de un
café romántico, había sido arruinada por mi inesperado semblante.
—Sé que me
conoce porque mientras me torturaba en algún momento me llamó por mi nombre. No
he visto su rostro, pero podría reconocer su perversa mirada si la tuviese
nuevamente sobre la mía. Cereza, quiero que me ayudes a encontrar al hombre que
abusó de mí la noche en la que te confesé mi amor.
Jhonnattan Arriola Rojas