Buenas buenas señorita Palermo. Disculpará usted mi
irrupción a su domingo familiar, pero necesito hacer algo desde hace mucho
tiempo; y bueno, creo que ha llegado el momento.
A ver, cómo empezamos. Primero, creo yo, vale la pena
especificar y responder algunos puntos. Lo más probable es que ahorita no
entiendas absolutamente nada, tampoco yo (créeme).
No, no estoy borracho, mucho menos bajo alguna sustancia
prohibida, como quizá lo has pensado. Tampoco estoy pasando por
una etapa de depresión al lado de cigarrillos y una copa de vino. Creo que es
algo más simple que eso, aunque muchas veces me hago un mundo para todo.
Suelo ser muy reservado con lo que realmente me interesa.
Dejo que la vida pase por debajo de mis pies luciendo pieles distintas
dependiendo de la sonrisa con la que haya amanecido. Evito complicarme, aunque
sé que es inevitable, pero hubo un punto de quiebre que me hizo pisar el freno de mi carrito de golf de 40 km por hora; y recién ahí comenzar a pensar,
volver a pensar y finalmente a preguntar: “¿Qué carajos está pasando?”. Si de
casualidad te estás preguntado: “¿Y yo qué tengo que ver acá?”, bueno esta es
la parte de mi pequeña historia en la que tú apareces. Ponte cómoda, enciende
un cigarrillo, dale play a tu canción favorita y sigue leyendo.
No soy un fanático de la hipérbole, pero quizá mis palabras
te parezcan un poco exageradas, aunque no lo son. Todo fue un tanto complejo.
Inició con una solicitud de amistad enviada. A diferencia tuya, yo sí sabía
quién eras. En ciertas reuniones, sutilmente intentaba saber de ti, preguntas
por aquí, algunas otras por allá. Poco a poco fui recopilando información. No,
no soy stalker, prefiero llamarme persona con un interés específico. Suena más
bonito.
Intenté hablarte muchas veces. El “ESC” pudo más que el “Enter”.
Creo que nunca me sentí tan cohibido por
alguien, no encontraba el modo. Me quedaba en neutro y no era capaz de poner
primera. Recuerdo el día que me fui al todo por el todo y quise invitarte al
cine. “¿Qué puede salir mal?” pasaba por mi mente. No estoy seguro de cuál fue
tu respuesta, pero en conclusión fue un claro: “no”. Perdí la batalla sin ni
siquiera haberla iniciado.
Semanas después se acercaba mi cumpleaños. Y tu presencia (aunque
prácticamente no nos conocíamos) fue mi mayor obsequio. Sin querer, tengo una
canción que me hace recordar a ti, y no es porque te la dedique o algo por el
estilo, sino que la primera vez que la escuché nos vi a los dos bailándola, mis manos rodeando suave tu cintura, mientras tu cabeza se acurrucaba sobre mi pecho.Rogaba que el DJ la pusiera en la discoteca sin embargo, no fue así. Felizmente
sí fuimos a bailar, y para suerte mía, la realidad supero con creces a la
pequeña ficción que se había armado en mi cabeza.
Después de aquella noche no lograba sacarte de mis
pensamientos. ¿Por qué? Hasta ahora sigo buscando una respuesta. Y está más difícil
que entender “Rayuela” por más que sigas las instrucciones de Julio Cortázar.
Mi cabeza se volvió un laberinto con millones de puertas y
una sola llave que no sabía a qué cerradura apuntar. Decidí elevar mi alma al
aire, ordenar mis ideas, despreocuparme y continuar. Total, la vida es una, o
al menos eso es lo que dicen.
Intentar llegar a un cierre preciso que pueda resumir esta carta, a mí parecer, sería necio. Si te diste cuenta, me gusta escribir, y
aunque ya no lo hago con mucha frecuencia, cada vez que vuelvo a lo mío,
intento aflorar absolutamente todo lo que llevó dentro. Hoy lo hice contigo y para serte franco,
necesitaba hacerlo.
Con mis palabras no te estoy pidiendo un noviazgo, o que te
guste, o que salgamos y pueda robarte una sonrisa. Sólo quería que lo sepas. De
mí para ti.
Llevarlo tanto tiempo guardado conmigo, no resulta muy alentador.
Gracias por tomarte el tiempo de leerlo.
Hasta pronto señorita Palermo.