Sentado
en una de las banquitas del parque Mandarina, Toño lee su diario preferido. Una
vez más, todas son buenas noticias. Una triste sonrisa, se esboza en su rostro.
Enciende
un cigarrillo, se toma su tiempo en cada pitada. Lo disfruta. Mira a su
alrededor, y se aflige aún más. Se siente muy solo. Los recuerdos de aventuras
lo invaden con nostalgia. Quién podría imaginar que aquel señor de setenta años
y duro semblante, ha sido el mejor superhéroe de la historia. El gran “Lobo”.
Parlantes
de gran tamaño, situados en los edificios más altos de la ciudad, emitían un
aullido estridente. El pueblo se llenaba de esperanza, Lobo acudía a la señal
de ayuda, apareciendo entre las sombras para librar una dura batalla con los
criminales. Jamás era vencido. Su traje gris, reforzado en el pecho y extremidades,
con un blindaje especial de fibra de carbono, lo protegía de los disparos y
caídas. Su capa negra le permitía descender con elegancia de las alturas. Y su
máscara, ceñida a su rostro y del mismo color que su traje, dejaba al
descubierto sus ojos celestes. Unos fabulosos lentes de contacto, que ayudaban
a Toño a mantener su personaje de lobo alfa. El trabajo fue duro, pero su
legado, sigue manteniendo la tranquilidad en las calles limeñas.
Toño
se jubiló oficialmente al cumplir las sesenta primaveras. Sin embargo, no
recibe ningún tipo de pensión por sus años de servicio. Lobo nunca será
olvidado, pero del buen Toñito, no se acuerdan ni sus amigos. Sin embargo, lo
que más le parte el corazón al héroe, es la posibilidad de que Sofía, la única
mujer que conoce su verdadera identidad, no piense más en él.
El
segundo cigarrillo viene acompañado de una lágrima. Su corazón se empieza a acelerar.
Pensar en Sofía, vuelve su alma frágil como un cristal. Quiere gritar su nombre
con la esperanza de que lo escuche. Sin embargo, sabe que sería inútil. Desde
la noche que le dijo adiós, no volvió a saber más de ella.
Toño
la amaba con devoción. Era su mundo, su musa. Despertar en las mañanas a su
lado, lo llenaba de esperanza, de fuerzas para seguir su difícil misión. Sin
embargo, el miedo se apoderó de él. Cada vez sus enemigos estaban más cerca de
descubrirlo. Y si eso llegara a pasar, sin duda le harían daño a Sofía. No la
podía exponer de esa manera, una tragedia podría sorprenderlo. La decisión era
difícil, pero debía alejarse. Una noche de invierno, después de echarse a
dormir a su lado, Toño se despidió de su amada con una carta, confesándole en
ella, su identidad heroica y los motivos que lo llevaron a partir. Dejando en
el tocador, un anillo de compromiso, el mismo que usó su padre para jurarle
amor eterno a la fabulosa mujer que jamás conoció, pero que dio su vida para
que él pudiese nacer.
—Disculpe,
señor. He venido a hacerle una pregunta… ¿Cómo está?
Toño
se sobresaltó. La voz de la dulce dama, lo hizo despertar de sus tristes
pensamientos. La observó al detalle, su mirada se le hacía muy familiar, tanto
que su corazón empezó a latir de la emoción. Pero se desilusionó al instante.
Era imposible que se tratase de ella.
—No
ha contestado a mi pregunta —expresó la guapa señora, que a pesar de superar
los cincuenta, lucía muy hermosa. Sus ojos azules, coloreaban una mirada tierna
y sincera.
Toño
le esquivó el semblante, siendo algo grosero. La mujer se sentó a su lado, tomó
con delicadeza su pierna, y dijo:
—Vamos,
Toño…contesta a mi pregunta.
El
héroe contempló la mano que lo acariciaba con dulzura. Sus ojos se llenaron de
lágrimas al reconocer en su dedo anular, el anillo que le regaló a su doncella.
No lo podía creer. Su ángel había regresado.
—
¡Mejor que nunca! —respondió Toño con euforia, un segundo antes de lanzarse a
los brazos de Sofía. Después de mucho, volvía a ser realmente feliz.
Jhonnattan Arriola Rojas
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