sábado, 28 de noviembre de 2009

Cómprame una cholita

Mientras iba destino a mi casa en la línea 48, un hombre de unos 50 años subió al bus y como la gran mayoría de personas que no tienen recursos ni trabajo, comenzó a contar su historia. Tiene una familia que está conformada por su hija de 8 años y su esposa que trabaja lavando ropa. No cuenta con un trabajo estable, hace dos meses lo despidieron y debido a eso, la única manera de salir adelante para poder mantener a su humilde familia es subiendo a diario a los micros limeños y vendiendo unos llaveros, pero no son simples llaveros, son pequeñas cholitas hechas a base de semillas de coco con su traje típico bordado a mano. Toda una pequeña obra de arte.

Pasaba por los asientos intentado vender aunque sea uno, pero nadie los compraba. En sus ojos se notaba la tristeza que sentía, tal vez era por saber que ese día no llevaría lo suficiente para la tranquilidad de su familia. Llegó a mi lugar y mirándome con sus ojos brillosos y casi quebrándose la voz me dijo:

- Joven, ¿me compra una cholita? Está barata y es un lindo adorno.

- Está muy bonita pero ahorita no tengo dinero.

Tenía exactamente 30 céntimos en mi bolsillo, producto del vuelto que me habían dado al pagar mi pasaje.

- Tome, llévesela a 50 céntimos, añadió el hombre.

- Discúlpeme de verdad, en serio no tengo dinero. Solo traigo conmigo 30 céntimos.

- No importa, llévesela a 30 céntimos, es suficiente para mí.

Un sentimiento de culpa inundó mi interior. Sentía pena al saber que no podía ayudar a ese pobre hombre.

Faltaba una cuadra para llegar a mi casa y él también estaba apunto de bajar. Al descender, lo ubiqué y lo seguí.

- ¡Señor! Este… quisiera comprar un par más de cholitas, le parece bien si voy a mi casa y saco el dinero. Vivo en esta cuadra.

- Claro que me parece bien. Muchas gracias joven.

Volví a los 15 minutos. Él estaba esperándome sentado en el paradero mientras comía un pan.

- Tenga, le compro siete.

- ¡Wao! Muchas pero muchas gracias joven. Es usted muy amable.

- (Río) No me agradezca. Oiga, estoy yendo a almorzar, por qué no me acompaña.

- ¿Está hablando usted en serio?

- Sí, qué dice. ¿Vamos?

- Sí, me gustaría, pero una pregunta, por qué está siendo tan bueno conmigo.

- No lo sé, solo quiero serlo.

Comimos algo modesto, tampoco soy muy pudiente. Luego de 40 minutos de conversación nos dimos un fuerte apretón de manos y nos despedimos.

- Gracias por todo joven, mi hija y mi esposa también se lo agradecen. Cuídese y mucha suerte.

Se llamaba Luis y tenía 56 años. Vive en Los Olivos en un cuarto alquilado. No tiene muchas comodidades pero hace hasta lo imposible por darle lo mejor a su hija Luciana de 8 años y a su esposa Carmen.

Una semana después, iba de camino al Centro de Lima y para mi sorpresa un señor sube al bus y comienza a contar su historia. Estaba bien vestido, peinado y con algunos documentos en sus manos. Era Luis, pero esta vez no vendía cholitas. Es más, no vendía nada. Solo hablaba, pero raro, muy raro. Tartamudeaba. Sudaba mucho. Estaba muy pálido. Se agarraba el pecho como si sintiese un dolor muy fuerte. Y al caminar parecía que perdía el equilibrio. ¿Qué pasa Luis?

Cuando terminó, se dispuso a bajar por la puerta posterior.

- ¿Qué pasa? – Le digo – ¿No saludas a viejos amigos?

- ¡Jorge! Que gusto verte ¿Cómo te va?

Nos bajamos del bus. Prefería conversar con él que hacer otras cosas. Caminamos por la Plaza de Armas. Me contó que estaba un poco delicado de salud y que a veces se siente débil por lo que no puede hacer más cholitas. Me invitó almorzar a su casa, me dijo que vaya al día siguiente puesto que a su esposa le habían regalado un par de gallinas.

Llegué a la hora exacta. Conocí a la pequeña Luciana y a Carmen. Pasamos horas muy gratas. Conversamos y reímos; y al final brindamos con el vino que llevé de regalo. Intercambiamos números y me despedí. Es una familia increíble, según lo que me contaron, siempre se han apoyado, pase lo que pase, en las buenas y en las malas.

Pasaron algunas semanas y mi celular sonó. Era la pequeña Luciana. Me habló llorando, me dijo si podía ir a su casa. Paré en taxi y partí.

Al llegar, Luciana me estaba esperando en la puerta. Corrió hacia mí y me abrazó. Y mientras lloraba lo único que logró decir era: “Mi papá, mi papá”. Entré rápido a la habitación y vi a Luis postrado en su cama, se veía mal, respiraba con mucha dificultad.

- Jorge, gracias por venir.

- Luis qué mierda pasó. ¿Por qué estás así?

Me agarró la mano – estaba fría - y me entregó un pequeño sobre. Me miró a los ojos y a duras penas logré escuchar un gracias. Luis murió.

De camino a casa, abrí el sobre. Había un cholito, me hizo uno. Y una nota decía:

Gracias por todo. Empecé hacer este cholito desde el primer día que te conocí, quise entregártelo antes pero a causa de mi enfermedad no pude hacerlo. Tengo anemia desde hace 8 meses y creo que mi descuidado cuerpo ya no aguanta más. Cuídate mucho. Te quiero amigo.

Miré al cielo y lloré. También te quiero cholito, también te quiero.

EB

sábado, 21 de noviembre de 2009

Mamá, papá: “Soy gay”


Para comenzar, recurriré a la siguiente frase: “Mamá por qué me hiciste macho, si me gustan los muchachos”. El tema es sencillo, aunque se vende como complicado. Mi padre siempre quiso tener un hijo varón, y mi madre, una hija mujer. Qué más quieren, me pregunto. Salí un poco de ambos.

Nací gay. No soy un improvisado exagerado que se hace bisexual por poseería, o porque le falta un tornillo. Soy original, soy homosexual. Me acuerdo muy bien que cuando era niño lo que más me gustaba, era hacerme el enfermo para que me midieran la temperatura (vía anal). De la salchipapa, lo que más me agradaba era la salchicha, siempre dejaba las papas. Y bueno, nunca me gustaron los deportes, pero estaba en la selección de futbol de mi colegio, con el único fin, de ver a mis compañeros cambiarse, y bañarse.

Tengo veinte años de gay. Veinte años de esconderme, de hacerme el varoncito. Ya no puedo fingir, ya me cansé de estar en el clóset. Ya me cansé de aparentar que soy el guapo del barrio, el galán, el que se acuesta con una chica linda distinta, cada día.

Nunca he besado a un hombre, pero me muero por hacerlo. Ya estoy asqueado de tener relaciones con mujeres, es horrible. Son tan delicadas. Tan frágiles. “Ay, no me gusta por allí. No, ni lo pienses, no voy a chupar eso”. Ya me harté de tragarme esos cuentos. Necesito un hombre que me cace como a una gacela, siendo él un tigre. Que me desgarre la piel, y que finalmente que atraviese con su puñal.

Son las cuatro de la tarde de un jueves. Mis padres están sentados en el sofá más amplio de la sala, abrazados, viendo su novela favorita. Hoy es el día. Para poder liberarme por completo, empezaré por confesarles mi secreto a mis progenitores.

-Mamá, papá, tengo algo muy importante que decirles, expresé, apenas entre en escena. –Cuéntanos hijo, dijo mi padre, sin despegarse de la televisión. No soy nada afeminado, es más, mi voz es bien ronca, mido un metro ochenta, y tengo un cuerpo envidiable, nadie sospecharía de mí.

Fui hasta donde estaba la televisión, la apagué, y me paré serio al enfrente de ellos. –Hijito, no podrías esperarte unos minutitos, la novela ya va acabar, hoy es el último capítulo. –Hoy también es mi último capítulo, sentencié, en respuesta a lo dijo mi madre. El señor Fernando, mi padre, bombero de vocación, y doctor de profesión, se puso serio, y dijo:”Qué pasa Mario, ya dinos de una vez”.

Dije que hoy es mi último capítulo, porque ya me cansé de fingir, de ser alguien que no soy. El Mario que conocen, desde hoy, ya no lo será más. En sí, lo que trato de decirles, es que soy gay.

Un silencio infernal en toda la habitación, fue provocado por mi peculiar frase final. Antes de salir hablar, me había colocado mi escudo, mi espada, y mi armadura de hierro. Estaba listo para todo. Mi padre, me miró fijamente, pude sentir la desesperación en sus ojos, humedecidos por la decepción. –Espero que estés bromeando. Supuse que mi padre lo tomaría de esa manera. –No papá, es verdad. He intentado durante veinte años, que me gusten las mujeres, para no hacerles pasar por este penoso momento, pero no lo conseguí. No diré que soy una mujer en un cuerpo de un hombre, simplemente, tengo gustos distintos, no anormales, si no, especiales. Apreté mi puño, mi madre estaba a punto de hablar. No quería llorar, debía ser fuerte, para afrontar el momento como un hombre, como una mujer, como lo que soy, y me orgullece.

Pensé que mi madre, iba a gritar, sin embargo, sonrió, y dijo: “Ya lo sabía hijo, bueno, quizá no con exactitud, pero tenía mis sospechas, solo estaba esperando a que tu buena mente te me acercaras, y me hablaras de tus inquietudes”.
–¡Qué, lo sabías y nunca me dijiste nada! Si me lo hubiese comentado, lo hubiéramos evitado, llevándolo a un psicólogo, a un psiquiatra, o por último al doctor, exclamó mi padre, decepcionándome como nunca antes. –Déjame comentarte papá, que ser gay no es ninguna enfermedad, si no, una opción.
– ¡No me vengas con huevadas Mario, no lo voy aceptar nunca, jamás pensé en tener un hijo MARICÓN! Dijo la palabra que ningún gay le gusta escuchar. La única que por alguna extraña razón, nos duele de verdad, y nos hace, netamente vulnerables. Comencé a llorar como un niño. Me llené de rabia, sentí ganas de golpear a mi padre, pero sin embargo, solo atiné a salir corriendo de la sala, e irme de la casa.

Esa tarde pensé que la única solución sería marcharme, que mi vida se convertiría en un infierno desde ahora en adelante, pero felizmente, tuve suerte. Después de dos meses, exactamente, una noche, mientras escuchaba música en mi cuarto, y chateaba por internet, entró mi padre a mi habitación. Me habló después de permanecer en silencio conmigo por más de sesenta días. Se disculpó, me dijo que me amaba, y que no dejaría que mi opción sexual nos separara. Si bien es cierto, me pidió que por favor nunca me bese con un hombre delante de él, pero que iba a tratar de entenderme, y soportar que en algún momento, tenga una pareja.

Por fin me siento libre. Ahora sí puedo ser yo mismo. Les confesaré mi secreto a mis mejores amigos. Y bueno, le diré a Pablo que me gusta, espero que sea gay como yo, y pueda convertirse en mi primer novio. Yo creo que sí es de mi gremio. Ojo de loca, no se equivoca.
Jhonnattan Arriola

jueves, 12 de noviembre de 2009

Amor de mente

Alguna vez prometí no volverte a buscar. Años ayer apunté mi camino por un sendero de soledad. Tiempo atrás te maldije, pero terco tú, quisiste regresar y refugiarte en mí una vez más.

Hace poco decidí emprender un viaje por algunos días en uno de los más sofisticados cruceros que parten desde la ciudad de Punta del Este, Uruguay a Río de Janeiro, Brasil. Es caro pero lo valgo. Pasar horas mirando el mar azul, realmente azul, estar en un relajo total y librarme de esas malas vibras que desde hace mucho siento que me está acosando. Tomé absolutamente todas las medicinas recomendadas por mi médico (aunque no sea la fecha ni la hora), total son vacaciones, no quería preocuparme de medicamentos inservibles.

Zarpamos a las 11:55 am. Todo culminaría en 11 días. Poco tiempo para provechar todo lo que ese “paraíso” tenía para ofrecerme.

Era viernes, no hay nada como estar en la piscina de un barco, sensación extraña para un hombre extraño.

“Señor, está en el área para niños, por favor salga de ahí”, fueron las primeras palabras que dirigió hacia mí. Una voz tan melodiosa como los cánticos de los pajaritos al amanecer. Lucía hermosa, con lentes oscuros, seria pero sexy. Llevaba un biquini de tono rosa cuyo estampado decía Lifeguard – Salvavidas. La amé.

Empecé ir a diario a la piscina dejando de lado otras actividades, solo quería verla, escucharla, ver como sus cabellos volaban con el viento, quería que salve mi vida y quizás, con un poco de suerte, el corazón. Me quedaban solo 9 días para que todo acabe.

¿Lo hago o no lo hago? Me preguntaba mientras caminaba a escasos metros de ella. No tengo nada que perder, lo haré. Rato después, se escuchaba como un hombre pedía gritos auxilio. Se estaba ahogado. Ese hombre era yo.

“Vamos con fuerza, aguanta un poco más” – me decía ella mientras cumplía con su labor.
Estaba en sus brazos, a gritos pedía en mi mente que me aplicara respiración boca a boca, pero creo que mi actuación no daba para tanto.

- Ya estás a salvo, ¿te encuentras bien?

- Sí, sí, eso creo, aunque un poco tenso por el susto.

- Bueno, cuando dejes de fingir tal vez se te pase.

- (La miré avergonzado intentado explicarle lo que había sucedido) Mira…yo…

- No digas nada, por lo menos entretuviste mi día, aunque sinceramente eres el peor ahogado que he visto en mi vida.

Ambos reímos, era increíble, estaba junto a ella, junto a la chica que amé con solo un simple contacto visual.

- Déjame invitarte algo para almorzar, ¿a qué hora estás libre?

- Bueno, ven en media hora.

Pasamos horas maravillosas. Mientras ella hablaba no dejaba de mirar su bella sonrisa, sus ojos marrones y su lacio cabello castaño. Es la chica perfecta para mí.

Y así comenzó. Iba a la piscina, comíamos y paseábamos por la cubierta del barco. Poco a poco sentía que me empezaba a tener cariño, un cariño especial, un cariño para guardar y disfrutar. Estaba completamente enamorado.

Es de noche y mañana anclará el barco. Fin del tiempo.

Hoy quizás sea la última vez que la vea, pero ¿tiene que ser así? Tengo en mente pedirle que venga conmigo, que me acompañe en este largo camino sin rumbo definido, que viva esta aventura de amar, estando conmigo en cada despertar. Por nada del mundo pienso alejarme de ti.

Mientras camino hacia ella, voy meditando varias veces las palabras exactas que le diré, pero para mi sorpresa no está donde me dijo que estaría. Voy a su camarote pero me abrió una mujer que no era ella. ¿Qué está pasando? Me pregunto. Corro a cubierta y escucho rumores de las personas que van dirigidos hacia mí. Estoy muy confundido, ¿dónde estas? ¿Por qué no hay rastros de ti?

Veo que dos hombres de blanco se acercan a mí rápidamente. ¡Señor deténgase, no se mueva!” Me dice uno de ellos. “¿Qué pasa? No he hecho nada”, digo desesperado mientras ellos me sujetan de los hombros. “Lo siento tiene que acompañarnos, todo es por su bien”, responden. Hice un esfuerzo por zafarme pero ellos más listos me inyectaron una sustancia en el brazo.

Despierto aturdido en una clínica de Río. Estoy temblando, tiemblo mucho, sacudo muy bruscamente mi cuerpo en la cama, ¿por qué? Los doctores vienen corriendo hacia mí. Pero qué hacen. ¿Por qué me sujetan tan fuerte de las manos? ¿Por qué me ponen un pañuelo en la boca? ¿Acaso me voy a morder la lengua? ¿Por qué sujetan tanto mi cabeza? Explíquenme qué están haciendo conmigo. Díganme que no tengo lo que parece, por favor.

- Necesito más personal, dice un doctor. Paciente esquizofrénico con abundante dosis de neurolépticos. ¡Se nos va! ¡Apúrense!

Tal vez nunca sucedió, tal vez tan solo fue una ilusión, un engaño más en mi vida, una farsa, mi mente jugando conmigo otra vez. O quizás no. Te buscaré, donde sea que estés, no pararé hasta encontrarte. Temblaré más no lloraré. Y si lo hago, será cuando verdaderamente sepa que no estarás más. Te amaré como lo hice la primera vez que te vi. Como lo hago ahora. Y como lo haré después. Tú me diste calor, cariño, satisfacción, anhelo, esperanza, paz, me diste todo, me diste amor. Te amo. Te amo. Vuelve, te lo pido. Vuelve, por favor.

EB

domingo, 1 de noviembre de 2009

Condenado al infierno

-¡No te voy a dejar, así que deja de pedírmelo! Ella no entiende, no comprende que tan solo quiero consumirme. En una habitación oscura, de mi tétrico, desarreglado, mal oliente, y descuidado, departamento de la avenida Arequipa, tan solo quiero morir.

No tengo perdón de Dios, lo sé. No merezco ni el ladrido de un perro, también lo sé. Soy una escoria, un mísero adicto a la cocaína, que lleva la culpa de la muerte de su madre (Falleció de un infarto hace una semana, cuando me sorprendió robándole dinero para comprarme droga).

Me hubiese gustado hacer las cosas más fáciles, pero la única persona que aún siente amor por mí, me lo impide. Karla es su nombre. La mujer de mi vida. Cuando tenía vida. Antes de caer en este maldito círculo vicioso de drogas y delitos, todo era paz, pero ya no lo es más.

-¡Lárgate, entiende de una vez! ¡No valgo la pena! Le dije, a punto de caerme desmallado, por el efecto de la cocaína. Me estoy apuntando la sien con una pistola, que la compré ayer, para darme condena.

Karla trató de mantenerse calmada, pero no lo logró. Estalló en llanto. –Deja la pistola, olvídate de todo lo malo, puedes empezar desde cero. Me acordé de mi madre, ella también me dijo lo mismo una vez, pero finalmente su corazón se rindió. La agonía terminó por carcomer mis sentidos, me perdí. Lloré, grité, pedí perdón. Iba a apretar el gatillo, pero ella se abalanzó contra mí, forcejeamos, y sin querer, la maté.

Solo tenía una bala, y la había usado con la persona que más amaba. Todo se fui disipando. Hasta que finalmente caí. Caí inconsciente.

Desperté. -¿Dónde estoy?, fue la primera pregunta que me hice. Ya no me encontraba en mi miserable departamento, que tan solo lo usaba para dormir, y drogarme. La dulce casita barranquina, donde crecí, junto a mis padres, era mi paradero. Quizá todo lo anterior lo había soñado, y nunca asesiné a Karla, ni provoqué la muerte de mi madre. Mire a mi alrededor, y la situación se me fue aclarando. La casa estaba vacía, sin muebles, ni nada por el estilo. Mi padre se fue a vivir a Venezuela, una vez que mi madre falleció (Mi viejo no me podía ni ver, así que partió lejos de toda mierda).

Era claro, no había sido una pesadilla. Era real ¿Pero qué diablos hago aquí? La puerta se abrió de repente. Y un tipo de cabello largo (hasta la cintura), de color negro, y de peinado raya al medio, entró. Su vestimenta era totalmente negra. Un saco pegado, un pantalón, y un polo del mismo color.

Me sonrió. Su mirada me petrificó. Ojos morados, nunca había visto a alguien igual. Su piel era blanca, de un matiz pálido. Sus rasgos eran sumamente finos, como los de una mujer, sin dejar al lado, la esencia de masculinidad.

Comencé a sentir un frío espantoso, como si hubiese visto un fantasma. –Tienes doce horas, expresó de repente el misterioso sujeto, con una tonalidad alegre (como de bienvenida), acompañado de su voz ronca, de esas que uno siempre trata de imitar, pero nunca puede. – ¿A qué te refieres?, pregunté con temor. Sonrió. Puedo apostar que esperaba que le preguntase eso. Se peinó para atrás, se comenzó a acercar lentamente, y una vez que estuvo a menos de un metro de distancia, preguntó:” ¿No tienes miedo?”. No supe qué responder, no entendía nada. –Suele pasar, algunos muertos se ponen medios idiotas, como en tu caso. Ayer moriste de sobredosis, una vez que asesinaste a tu chica. Me quedé helado, sentí más frío. Era como estar desnudo en un invierno nevado de Rusia.

“Soy un ángel de Lucifer de pocas palabras. Detesto tener que explicar el mismo protocolo cada vez que recojo las almas condenadas al infierno, pero no me queda de otra. Mi nombre es Dante Nostalgia. Como ya te comenté, estás muerto. Has aparecido aquí, porque es donde siempre te has sentido más cómodo. Dios tuvo cierta piedad de ti, agradécele cuando puedas, en fin, estas son las reglas: Por el momento, eres una mísera alma en pena, nadie te podrá ver, y solo podrás tener contacto con otros que al igual que tú, dentro de doce horas o menos, beberán fuego cuando tengan sed, comerán mierda cuando tengan hambre, y sentirán dolor, en cada respiro. Tienes un último deseo. Si quieres puedes aparecértele a una persona para despedirte, sentir por última vez el sabor de algo, etcétera. Dentro de doce horas, nos volveremos a ver”.

Quedé mudo. Tieso, y sin palabras. Humo negro comenzó aparecer alrededor de Dante. Antes de que la oscuridad lo cubra por completo, reaccioné. –Ayer asesiné a la mujer que amo, Karla Ramos ¿Qué es de ella? –Olvídate de esa chica Jhonnattan, ella será premiada, irá al cielo, nunca más la volverás a ver. Apenas terminó de hablar, desapareció.

En ese instante, mi mente se aclaró. Estoy muerto, me quedan doce horas para hacer algo que valga la pena, y tengo un último deseo !Maldita sea, arruiné mi vida, y la de mis seres queridos! Me tiré al suelo, quise llorar, pero no lo conseguí. Me siento tan indiferente. No tengo sueño, ni hambre, ni miedo, ni pena, tan solo frío.

Salí a la calle. Soy un fantasma. No soy nada. Caminé por cuatro horas. Pensé en ir al departamento de Karla, pero no quiero encontrarme con la cruda realidad. Sin tan solo fuese lo suficientemente valiente como para emplear mi último deseo en hablar con ella, y pedirle perdón por ser tan idiota, y arruinar nuestros sueños.

“Tenía dieciocho cuando la conocí. Era abril, y nos besamos ese mismo día, después de bailar “La quiero a morir” de DLG. Amor a primera vista para muchos. Para mí, simplemente amor. Cuatro años después, Karla y yo pensábamos seriamente en casarnos. Estaba a punto de terminar mi carrera, y titularme como publicista. Gozaba de un buen trabajo. Tenía buenos amigos, pero prefería parar con los que no lo eran. Probé Marihuana una noche, así comencé, hasta convertirme en la sombra de lo que un día fui, un cocainómano, que echó por la borda todos sus sueños.

Sentí ganas de volverme a matar. Irónico. Me dirigí al Olivar de San Isidro (el mejor parque que pueda existir, según mi criterio). Aquí siempre venía a jugar con mi madre cuando era niño. No tengo el coraje de enfrentar a Karla, pero hay algo que sí puedo hacer. Emplearé mi último deseo, en hablar con mi madre.

Del cielo una luz, calló a la tierra. Me cegué. La sombra luminosa fue tomando forma, hasta que logré visualizar a la mujer que me dio la vida.

Nos miramos fijamente. –Perdóname por llenarte de sombras la vida, y ocasionarte la muerte, le dije. Quería ponerle sentimientos a mis palabras, pero no pude, he perdido la esencia, tan solo soy un reo esperando la silla eléctrica. Vestida de blanco, envuelta en un aura mística, mi madre me trasmite paz.

-Solo tengo unos segundos para estar contigo, expresó, mientras acariciaba con ternura mi rostro. No agregué nada más. Ella quiere tener la última palabra, así que será de ese modo. –Te espera el mayor de los castigos. Cómo me gustaría poder hacer algo por ti. Te perdono hijo mío, pero aún así, nada te salvará del infierno. Lágrimas de sangre, resbalaron por su rostro. Me dio el último beso en la mejilla, y partió.

Me dirigí a la escena del crimen, el lugar donde asesiné la vida y el amor. Ya no estaban los cadáveres, supongo que en algún lugar los estarán velando. No me importa en realidad.

Me senté en la oscuridad a esperar a Dante, para que me lleve al reino de las tinieblas, como le dicen en los cuentos.

Las horas pasaban. Recordé cada fragmento de mi vida. Por miedo a perderlos más adelante. La puerta se abrió. Dante ha llegado. Entra como mortal, pero desaparece como demonio.

-¿Ya es hora verdad? –Sí, ya es tiempo de hacer un vieje sin retorno, contestó mi peculiar ángel. –Antes de partir, déjame comentarte lo siguiente:”Karla quiso pedir como último deseo verte, pero no se le concedió. Ella ya no puede sufrir, tan solo sentir alegrías. Es por eso que a tu madre se le permitió verte por tan solo unos segundos, para que no sienta un dolor mayor”. –Gracias por decírmelo, me siento más miserable. –Me alagas, eso quiere decir que hago bien mi trabajo. Rió, y se acomodó el cabello. Una especie de humo negro comenzó a cubrirnos. –Estas condenado al infierno. Serás asesinado una y otra vez de las formas más terribles. Te descuartizaremos, quemaremos, serás comido por bestias, y demás. Después de quinientos años de dolor. Una vez que el odio te posea por completo. Te devolveremos a la tierra, como producto del pecado. Te dedicarás a fomentar el terror en los mortales, y a mendigar por un cuerpo.

Lo miré atento. Las lágrimas resbalan por mi rostro, pero aún así no sentía nada, tan solo frío. Conservo la esperanza de volver a ver a Karla. Pobre Iluso. La vida no es injusta. Todo se paga. Las historias no siempre acaban con un final feliz, dependen de las acciones que uno realice.

La oscuridad nos cubrió por completo. Es tiempo de cumplir mi condena.

Jhonnattan Arriola