domingo, 23 de enero de 2011

Caricias prohibidas

Autora invitada: Analucía Mosquera

Todo comenzó con una extraña conversación por el chat. Ella había decidido aceptarlo en su red de amigos pues tenían mucha gente en común y no le pareció mala idea, pues sabía que, tarde o temprano, lo conocería de alguna u otra forma. Y de pronto aquella conversación que aparentemente parecía común tomó un ligero toque de misterio cuando él le reveló cosas que casi ninguna persona cercana a ella y a él pudiera saber.

Al principio, creyó que se trataba de alguien que, utilizando sus habilidades de comunicador, había conseguido sorprenderla; pero luego, cuando las cosas se tornaron mucho más personales e impredecibles (o mejor dicho, ininvestigables), sintió que algo andaba mal.

Definitivamente, no se trataba de ningún maleante. Había oido de él en alguna ocasión y se trataba de alguien decente. Entonces, la idea descabellada de que podía estar comunicándose con alguien con habilidades impresionantes pasó por su mente. No estaba equivocada, ya no estaría sola en sus pensamientos nunca más. A ella la idea le parecía rara pero de alguna manera, atractiva.

Los mensajes se hicieron más frecuentes, y así fueron forjando una amistad bastante singular, con llamadas a cualquier hora y cumplidos que le quedaban bien. La intimidad fue casi inmediata, y fue cuando ella leyó una frase que jamás olvidaría

- Y , no sé. Siento que te conozco en la cama.
Era una manera diferente de tratarla. No la veía como la niña que muchos creían que era. Por fin se sentía mujer, y deseada. Eso no podía estar mal para ella de ningún modo.

Pero - y es que siempre había un pero - existían muchas cosas que podían separarlos. Ella tenía claro eso, y decidió mantenerse al margen. A su manera, claro está. Hasta que un día se conocieron. O mejor dicho, se reconocieron.

Ella tenía planeado a asistir al evento, pero no se le pasó por la cabeza de que él también iría. Y al verlo ella sintió esa cosa rara en el estómago y le sonrío, como siempre hacía con todos. Ella sabía que podía aprender mucho de él, pero que simplemente nada pasaría. Luego de una superficial conversación para esconder algo que no existía, él se perdió entre la gente dejándola raramente contenta, para luego saber , vía mensajes y con palabras halagadoras - que tan solo podía mirarla, y que jamás la tocaría.

Así pasaron mucho tiempo, jugando a tentarse, llamándose, y volviéndose amigos sospechosos que solo vivían para ellos solos, hasta que una noche, sus ganas no pudieron más y se dejaron llevar por sus instintos.

Sintió una leve presión debajo del estómago, en aquel lugar en el que no había sentido nada jamás, cuando supo que el también lo había pensado. La idea descabellada de juntarlos en una habitación daba vueltas en sus mentes desde hace mucho, pero ninguno tuvo el valor de decirlo antes.

Él no tenía nada que perder. Ella, lo tenía todo en su contra, pero su racionalidad se perdió antes de que pudiera darse cuenta mientras él ponía las palabras y ella los pensamientos. Entonces cerró los ojos, e imaginó que suaves dedos rozaban su torso desnudo suzurrándole al oído palabras inapropiadas para una señorita decente. Pero ya nada importaba, había entrado en un peligroso trance y su cuerpo se exaltaba cada vez con más prisa. Él, como siempre, estaba en su mente, soñando con ella, imaginándose dentro de ella tocándola mientras ella se aferraba a su cuerpo; y ella, por primera vez, deseaba que saliera de su mente para poder convencerlo, y convencerse a sí misma, de que aquellos pensamientos eran los más impuros e inapropiados.

- Quiero quitarte esa imagen de virgencita
- que tanto detesto...

Y mientras más se lo negaba, más sentía, y más excitante le parecía la idea. Era la primera vez que, frente a una pantalla, afrontaba su sexualidad con un hombre mucho más experimentado que ella, que no paraba de imaginar, ni convencerla de hacer eso que tanto temía. De alguna manera inexplicable, la inevitable atracción sexual que sentía por él había despertado en ella pensamientos impuros pero que realmente disfrutaba.
- Ya salgo de aquí, te llamo.

- No, espera..

Daniel se ha desconectado.

Confío en que no llamaría, e intento calmar sus ánimos y lograr que la sangre vuelva a su lugar, tenía la piel erizada, y fuertes latidos en un lugar que estaba bastante lejos del corazón. Y entonces, el celular sonó.

- Hola.
- Hola.
- Sal de tu casa, di que tienes que hacer un trabajo.
- Estás loco! No puedo, es tardísimo.
- ¿En qué piensas?
- En ti y en mi.
- Estoy dentro de ti?
- Si.
- ¿Quieres que te haga el amor?
- Si - dijo silenciosamente para que en el cuarto de al lado no la oyeran - pero no puedo.
- ¿Por?
- Porque está mal, no podemos.
- Dime que no quieres.
- Sabes que quiero...
- ¿Quieres que te toque? Piensame tocandote...

Su cuerpo estaba yacía en una silla de computadora. Ella estaba con él. Él estaba dentro de ella, besándola rudamente y acariciándola mientras ella gritaba que no parara. El entraba y salía con fuerza una y otra vez, y ella gritaba de placer en una fantasía sin fin.

- Piensalo. Solo quiero una noche, un día, una tarde. Tu y yo solos, en la calle, en mi casa, en donde quieras. Y ahi vamos a ver que pasa, ¿esta bien?
- Ajá.. si, ya veremos.

Ahí, sentada, colgó el teléfono, y sintió como algo que venía de debajo de su estómago subía hasta su cabeza y la volvía loca. Tenía ganas de fantasear, tenía ganas de pensar una y otra vez en aquella extraña fusión que serían si el esperado encuentro se diera. Abrió los ojos y sintió algo mojado. Se tiró a la cama, pensó un poco más y soñó y soñó.

Se volvieron a encontrar en una fiesta. Tenían amigos en común y tenía que pasar. Él, de la mano de su esposa le dio esa mirada. La de siempre. La de dos amantes que aún tienen una asignatura pendiente, pero que anteponen el respeto a su deseo; y que piensan todavía, muy de vez en cuando, en su encuentro imaginario.

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