Cuando piensas que lo has dado todo, pero fracasaste. Quizá tu todo no es suficiente para lo mucho que se necesita para sentirse satisfecho.
Imaginar que en este mundo hay muchas cosas irreales y poco alumbrantes, nos hace ver como inmortales sin una banca donde reposar nuestros mejores y tristes pensamientos.
Me siento como un libro abierto esperando a que alguien calque el mejor título para mi historia. Aquella que nunca tuvo inicio, pero que muchas veces siento que llega a su final. Mis palabras palpitan y te piden a gritos.
Como las cuerdas de la guitarra, nunca dejan de evocar los sonido que te hacen recordar alguna época de tu vida, sin embargo llega el momento en el que dejas de rasguear y te das cuenta de que aquella melodía puede ser mejorada, o a lo mejor, debas empezar una nueva. Siempre la próxima será mejor.
Quisiera cerrar este año cantando, pero lo haré contando, contando los días en que volverás a estar en mi brazos y sobaré tu mejilla como cuando éramos jóvenes y veíamos la puesta del sol en un barranco privado, donde pareciera que las luces nunca morían porque tu siempre las iluminabas con una simple sonrisa.
Nunca intentaste mejorar ni cambiar nada, sólo vivías de la mejor manera que podías. Yo mejoré mi vida para vivirla contigo.
Nunca nada es suficiente. Nunca nada es magnífico. Nunca nada es como lo hacemos. Todo es como lo queremos. Como lo anhelamos. Como lo que soñamos cuando vimos la flama creciente en nuestro interior y decía lo que era para nosotros, a lo que nos estamos dirigiendo, nuestros caminos angostos que poco a poco se fueron expandiendo para compartirlos y experimentar lo que se nos tenía preparado.
Hoy, más que nunca, me siento capaz de afrontar este sentimiento que muchas veces evitamos conocerlo. Muchos lo llaman ilusión, yo prefiero decirle amor.
Muchos lo buscan, pero pocos lo viven. Muchas gracias por darme la chance de vivirlo.
Sé que de mi texto no tendrás las palabras más bonitas esta noche, pero sí las más sinceras.
Su
nombre es Mariela y su mirada un brillo angelical café. Conoce mis secretos, la
verdadera tonalidad perversa y melancólica de mi alma, pero sobre todo, mi
rostro. Ella sabe quién se esconde tras las múltiples máscaras de Rojo. Ha
publicado un libro en el cual revela mi historia, afirmando ser una de las
pocas personas con vida que me conoce realmente. Las copias se venden a
montones. La policía no deja de interrogar a la pobre Mariela, con la esperanza
de encontrar algún detalle crucial que los lleve a dar con mi paradero. Son las
siete de la noche y no dejo de mirarme al espejo. Después de cinco años, me
volveré a encontrar con mi vieja amiga. Como en todas nuestras extensas
pláticas, no llevaré ningún disfraz. Simplemente seré yo mismo…Rojo, un asesino
en serie.
Conocí
a Mariela por accidente. Fue una noche de octubre, hacía mucho frío en la
capital, llovía y la oscuridad de las calles era más nebulosa que de costumbre.
Caminaba mientras fumaba un cigarrillo. No buscaba una víctima, tan solo una
bodega abierta para comprar una bebida, extrañamente me moría de sed. De
pronto, los gritos de una fémina me llamaron la atención. Sin duda estaba en
peligro. Saqué del bolsillo de mi saco mis guantes negros, me los puse y seguí
su exclamación de auxilio.
-
¡Cállate, zorra!, vociferó un delincuente de medio pelo, que amenazando con un
cuchillo a la pobre chica, intentaba zacear sus bajos instintos, tocándola a la
fuerza.
-
Déjala, expresé calmado, apenas llegué a la escena, dispuesto a rescatar a la
mujer.
El
pobre diablo intentó hacerme frente con su arma blanca. Esquivé sin problemas
su brusca envestida, giré con rapidez en el suelo, haciéndolo caer con una ágil
barrida. El sujeto arrojó el arma al impactar contra la vereda. Aproveché para
pisar brutalmente su rostro, rompiéndole la nariz al instante, inundándolo de
sangre. Recogí su cuchillo del suelo y
se lo clavé en los genitales. El dolor era tan fuerte, que ni siquiera podía
gritar, simplemente seguía ahogándose. Finalmente, me agaché, lo miré fijamente
y le torcí el cuello. Al levantarme, me percaté que la mujer seguía allí,
contemplándome sorprendida. Estaba en shock. No dejaba de temblar. Por mi
parte, saqué de mi saco un pequeño cuaderno, un lapicero y empecé a escribir.
Este hombre intentó
atacarme con un puñal, el mismo que lleva clavado en los genitales. No todos
tenemos la habilidad y la fortaleza de usar un arma. Asesinar no es tarea de
débiles ni cobardes, porque finalmente terminarán vencidos. Quitarle la vida a
alguien es un arte, una acción placentera que no conlleva a ninguna patología social.
Me he sometido a millones de pruebas psicológicas. Todas proyectan mi alto
nivel de inteligencia e imaginación, sin detectar mi pasión por la sangre. La
humanidad no extraña a los perdedores. Con el perdón de sus familiares, la
muerte de este infeliz, ni siquiera tendrá una primera plana en las noticias,
se la darán a otro de mis asesinatos, seguro al de algún político mamón.
Rojo
Dejé
la nota en el cadáver de mi víctima. Volví a centrar mi mirada en los ojos de
la mujer. Seguía observándome con minuciosidad. Ya no temblaba. No veía miedo
en su semblante. Pudo haber huido hace mucho o gritar por ayuda como cuando el
delincuente la acosaba, pero no, seguía parada a unos cuantos metros de mí, sin
pronunciar palabra.
-
¿Quieres tomar un trago?
No
sé por qué se lo propuse. Algo en su mirada me trasmitió mucha confianza. No la
mataría. Sentía que nuestras historias de alguna u otra manera tenían algo en
común. Y no me equivoqué. Mariela me sonrió de lado y aceptó mi propuesta.
La
complejidad de su personalidad me cautivó. Una mescla perfecta entre dulce y caótica.
Sostuvimos por casi un año una relación
de amistad sin barreras (nos acostábamos con bastante frecuencia). Mariela
había sufrido mucho. Su madre se asesinó la noche en que se enteró que su
esposo la engañaba, arrojando a su hija a los brazos del ebrio de su padre, quien
finalmente no pudo soportar la culpa, desquiciándose cada día más, descargando
su ira, golpeando hasta el amanecer a su única hija. El infeliz terminó en el
manicomio, y Mariela, aprendiendo desde muy corta edad a vivir sola y a valerse
por sí misma, salió adelante, convirtiéndose en una periodista de renombre.
Por
obvias razones de su vocación, Mariela quiso conocer cada detalle de mi personalidad,
hasta mis más viles secretos. Si bien es cierto sabía que en algún momento los divulgaría
de alguna manera, pero estaba convencido que jamás permitiría que la policía
diera conmigo. Como siempre me decía entre bromas: “Los diarios serían muy
aburridos sin ti”. Sin embargo, llegó el momento del adiós. El amor fue
naciendo de las sombras. Ella quería que renuncie a mi singular vicio y que
huyamos lejos. Pero a pesar de corresponderle en sentimiento, no la amaba lo
suficiente como para colgar el puñal. Así que una noche, mientras dormía, dejé
una nota de despedida a su lado y partí para siempre. Sin embargo, después de
cinco años, me entero que acaba de publicar un libro de mi vida “Detrás de la
máscara”, contando cruciales detalles de mi historia, mi horrible
infancia y los secretos que se esconden detrás de todos los crímenes que le
narré. Pero aún así, no da ninguna pista que pueda hacer que la policía me
encuentre. De todos modos, me pareció muy interesante ir a buscarla a su
departamento. No la he felicitado por su obra. Quizá podamos intercambiar autógrafos.
El único inconveniente… es que el mío lo hago con sangre.
Estaba
en Brasil cuando me enteré de la publicación de mi vieja amiga. Y sin pensarlo,
la contacté y quedé en una cita con ella. Hay mucho que aclarar y conversar. Si
bien es cierto desde que asesiné a la madre de Valeria (Revisar Post “Rojo: Un café Sangriento”) pensé continuar mi carrera de asesino en el extranjero, pero este
peculiar incidente, me aferró aún más a mi país. ¿Por qué después de tanto,
Mariela se atrevería a hablar de mí? ¡Necesito una respuesta!
-
¿Te
preparo un café?
-
No gracias. Solo te quiero a ti…
Mariela
sigue igual de hermosa. Desde que toqué el intercomunicador de su edificio y
escuché su voz, no he dejado de temblar las piernas. Me siento muy emocionado
de volver a verla. Pero al parecer ella no siente lo mismo. Se muestra
distante, fría. Sin duda, mi presencia le incomoda en un gran porcentaje.
-
Vamos, Mariela, ¿qué te pasa? A caso no te alegra volver a verme.
Mi
buena amiga me clavó su felina mirada y un gesto de cólera se apoderó de su
semblante.
-
¿A qué has venido, Rojo? Te conozco bien y sé que tu intención no es solo
felicitarme por mi libro…Soy la única ilusa que le abre la puerta a un asesino.
Encendí
un cigarrillo y empecé a fumarlo. Sería una noche larga.
-
Te extrañaba, por eso vine.
Mariela
empezó a reír burlonamente apenas me escuchó.
-
Por favor, Rojo, déjate de cursilerías. Si tanto me extrañabas, ¿por qué mierda
me abandonaste hace cinco años?
-
No podía darte la vida que tú buscabas. Soy peor de lo piensas, sentencié de
golpe.
-
Lo sé…
La
tristeza y la confusión se apoderaron de mi amiga. Mariela se sumergió a un
llanto profundo, hundiéndose en la agonía. Apagué el cigarrillo, me acerqué más
a ella y la abracé. Me apretó con fuerza y se entregó por completo al suplicio
que su alma le reclamaba.
-
Ya no llores más. Tranquila, Mariela, le susurraba mientras acariciaba su
cabello.
Después
de algunos minutos, mi amiga se calmó, se apartó de mí y se secó las lágrimas.
-
¿Por qué escribiste un libro sobre mí?
Un
silencio profundo tomó por asalto la sala del departamento de Mariela. Mi
pregunta la dejó muda. No dejábamos de compartir miradas, pero las palabras no
se pronunciaban.
-
Ya no podía soportarlo más…Era cómplice de cado uno de tus crímenes. En cinco
años has asesinado a más de cincuenta personas. El día que me salvaste la vida,
no vi en tus ojos a un monstruo, sino a un hombre asustado, dulce, con ganas de
ser amado. Me inspiraste ternura, confianza. Sentí que podía ayudarte y que de
alguna manera, tú a mí. Pero me demostraste, Jossué, que cada segundo que
pasaba, Rojo iba apoderándose cada vez más de ti. He escrito un libro de tu
vida, de tus principales crímenes y las múltiples máscaras que has usado. ¿Qué
más te falta ser? ¿Acaso un astronauta? Tú rostro falso es el que llevas
ahorita. Apuesto que te miras al espejo y no te reconoces. Ya no pienso vivir
más tapando tus asesinatos.
Las
lágrimas volvieron a apoderarse de Mariela. Por mi parte, también mis ojos se
humedecieron. No sentía nada. Lloraba sin sufrir. Soy un pedazo de concreto. Un
ser inerte que no se reconoce frente al espejo.
-
He leído tu libro y no has revelado ninguna pista útil para las autoridades. De
alguna forma u otra me sigues encubriendo.
-
Te equivocas, amado Rojo.
Me
quedé helado al recibir la fría mirada de Mariela. Al instante, las sirenas de policía
empezaron a retumbar en mi cabeza. “Estás
rodeado, Rojo”, escuché del megáfono. Mi buena amiga me había traicionado.
Había puesto en aviso a las autoridades para que me tiendan una emboscado. Estaba
rodeado. Era cuestión de segundos para que decenas de mercenarios entren a la
habitación y me arresten. Podían escucharlos subir las escaleras del edificio a
toda prisa.
- Lo
siento…Sabes que tarde o temprano ibas a terminar así. No había otra salida
para ti, Jossué.
- Prefiero
que me llames Rojo, querida amiga. Así firmaré la dedicatoria que pondré sobre
tu cadáver, expresé con una macabra sonrisa.
- ¡Cállate,
maldito! ¡Te pudrirás en la cárcel, infeliz!, exclamó Mariela con temor, alejándose
a paso lento de mí.
La
puerta del departamento se abrió de golpe, más de veinte policías armados
empezaron a ingresar, pero al instante, una dantesca explosión azotó el
departamento, llenando de fuego el lugar. Dos bombas por piso estallaron a mi
orden. En segundos, el edificio empezó a arder en el infierno de mi ira. Los gritos de los mercenarios eran espantosos,
disparando a todos lados mientras se quemaban por completo. Saqué de mi bolsillo
el detonador y lo contemplé. Me sentía Dios, sosteniendo el apocalipsis en su
palma izquierda. Eché un vistazo general. Mariela estaba inconsciente, el
edificio se estaba cayendo a pedazos. Cientos de personas se están consumiendo
en las llamas de esta catástrofe. No quería llegar a estos extremos. Pero sólo
con el infierno se paga la traición. Volví a centrar mi mirada en el cuerpo de
Mariela. Cada segundo que pasaba, se iba incendiando más su departamento. No la
dejaría morir aquí. Aún nos queda algo más por conversar.
Desperté
a Mariela con un baldazo de gasolina. La había llevado hasta el kilómetro
ochenta y seis, una playa desolada sería su tumba.
-
¿De verdad pensaste que me atraparían esta noche?, le pregunté a Mariela mientras
jugaba con mi Zippo.
Apenas
mi amiga terminó de toser, me miró con espanto y dijo:
-
Eres el diablo, Rojo. ¡Cómo mierda hiciste todo eso!
Mariela
lucía aterrada. La pobre no dejaba de llorar. No llegaría al extremo de
suplicar por su vida, la conozco. Pero el miedo en sus ojos…simplemente era
delicioso.
-
He aprendido a ser bastante desconfiado, querida amiga. Días antes de concretar
nuestra cita, puse las bombas y me aseguré de tener un plan de escape en caso
te atrevieras a traicionarme.
-
¿No te das cuenta? ¡Cuándo vas a parar! ¡A cuántos más quieres asesinar para zacearte,
hijo de puta! Yo creí en ti, me enamoré de la esperanza de llevarte por un buen
camino. Comprendí tus ganas de venganza porque también las había sentido por mi
padre, pero todo tiene un límite, Rojo…Llegará el día en el que pagues todos tus pecados.
-
Pero no será el día de hoy, contesté, enfrentándola, mirándola fijamente a los
ojos. Al
instante, arrojé el encendedor prendido al costado de Mariela. En segundos las
llamas cubrieron todo el cuerpo de mi amiga. Sus gritos le dieron un gran
concierto a mi alma. Me hubiese encantado escucharla suplicar por su vida, pero
no fue así. Murió con dignidad. Un espectáculo que duró varios minutos hasta
que solamente quedó su cadáver chamuscado por mi venganza. Me quedé contemplando
la bravura del mar, hasta que finalmente, dejé una nota en el cadáver de mi
víctima y huí entre las sombras.
Lamento haber acabado con
la carrera de Mariela Burgos. Le esperaban grandes cosas como periodista y
escritora. Sin embargo, me traicionó. El perdón ha dejado de existir en mi alma
hace mucho. Hoy las autoridades estuvieron muy cerca de dar conmigo, sin
máscaras, al desnudo. Me miro al espejo y no reconozco mi rostro. Mi buena
amiga tenía razón al decir que con el tiempo, Rojo se ha apoderado completamente
de mí, dejando atrás mi esencia inicial. Esta noche les daré una pista a honor
de Mariela que de alguna u otra forma, buscó colaborar con la justicia. Mi
verdadero nombre es Jossué. Espero que les sirva de algo para que me atrapen.
No les será tarea fácil. Yo decidiré cuándo llegue el momento de pagar mis
pecados. Yo soy mi único juez.
Quizá me atrasé un día pero no por descuidado, sino por que necesitaba ese momento perfecto y nada inhóspito en el cual pueda hablar de ti. Llegar a lo profundo, a lo casual, a lo verdadero, a lo elegante. Llegar a mí mismo y a las emociones que por mucho me tiempo me marcaron.
Tantos secretos, tantas verdades, tantas declaraciones de amor, tantos rencores. Aún me pongo a pensar cómo fuiste y eres capaz de soportarlo. Sabes más de mí que yo mismo. Y me gusta. Mucho.
Tenerte conmigo durante estos tres años quizá fue y será una de las mejores experiencias de mi vida.
Hoy Nada en Común, para mí, es mucho más que un blog; es un amigo que siempre estará ahí, dispuesto a acoger mis sentimientos y pensamientos; y agradezco infinitamente a todas las personas que lo hicieron posible.
A todos los autores invitados, a los integrantes del grupo que por temporadas escribieron: Bethania Mesía, Jennyffer Salazar y Anne Diestro. A los creativos diseños de Diana Yalico. A todos nuestros amigos y lectores. Y sobre todo, a mi mejor amigo y confidente Jhonnattan Arriola, con quien decidí empezar esta aventura llena de dragones y princesas por rescatar.