Para aproximarme al 0.01% de certeza en mi investigación, quise sacar provecho a las experiencias vividas – mías y de otros – y así conseguir una respuesta a mi pregunta.
Normalmente dicen que nosotros somos los insensibles, los egoístas, los inmaduros, entre otros adjetivos más. Bien, pongamos casos y saquemos nuestras propias conclusiones.
Mientras uno camina por la calle, encuentra una banca, se sienta, y de pronto, aparece. Ella en su esplendor se ubica a escasos metros de él. Él la mira, la vuelve a mirar, le saca una radiografía con los ojos y concluye: “Puede ser”. En esos intercambios de miradas, la mujer mucho más rápido que el hombre obtuvo la edad, estado civil, talla, etc, y además, imagina una pequeña parte de su vida con él y concluye: ¡Next!
En menos de 5 segundos, sin iniciar ya hemos perdido.
Hace unas semanas salí un par de veces con una amiga, en ambos casos perdimos la noción del tiempo y dimos con que ya había oscurecido. Situaciones iguales.
Le ofrecí mi compañía. La llevaría a su casa, nos despediríamos y partiría con la conciencia tranquila. Así ocurrió, y al decirnos adiós me dijo: “Llámame cuando llegues”. ¡Perfecto! Una chica que se preocupa. Luego de media hora de esperar en el paradero, por fin acepté que el carro que me llevaría a casa no circulaba más; con cierto disgusto alcé el brazo y subí a un taxi. Luego de una hora y media, tal como lo prometí, la llamé y le conté lo sucedido como una anécdota, a lo que ella respondió: “Discúlpame, no debiste acompañarme pero te lo agradezco”.
En nuestra segunda salida, en la despedida – atinando a lo que me dijo cuando salimos por primera vez – le dije: “Oye, me llamas cuando llegues a tu casa”, a lo que ella respondió: “Ok”, y se fue. Esperé aproximadamente una hora sin recibir llamada alguna, preocupado, marqué su número y presioné Send. – ¿Qué pasó, por qué no me llamaste?, le pregunté. – Estoy molesta, debiste acompañarme, respondió.
Muchas personas – me incluyo – utilizan el conocido medio de comunicación llamado Messenger con fines distintos, algunas sólo conversan con amistades, otras prefieren conocer gente, mientras que otras aprovechan la falta del “face to face” para desenvolverse mejor con aquella persona que se le hace difícil conversar en persona. Hablemos de lo último con dos casos similares, donde dos amigos intentan conquistar a la misma chica.
Iniciaron sesión y en cuestión de segundos consecutivas ventanitas anaranjadas les indicaban que había gente interesada en hablar con ellos, pero el objetivo en ese momento era otro: hablarle a la chica de quien se sienten atraídos.
Empezaron con los tradicionales saludos, luego diminutivos, ampliaron un poco más la amistad y hasta se tomaron la libertad de darle consejos. Creen o quieren creer que hasta ahí todo iban bien, nada fuera de lo común. Sin embargo, se dieron cuenta que si seguían de aquella manera podrían llegar a ser sólo amigos, por lo que decidieron aplicar la vieja y conocida táctica de la indiferencia. La saludaban por Messenger de vez en cuando, no querían verse necesitados, pero ellos querían pensar que las veces en las que no la saludaba, ella desde el lugar en el que se encuentre se preguntaría: “Por qué no me saluda”.
- Chico A: Una vez aplicada la táctica, se percato que su chica soñada no mostraba interés en saber por qué le había dejado de hablar, es decir, él ya no la saludaba, ella hacía lo mismo. Supongo, que tiene sentido.
- Chico B: Usualmente él empezaba la conversación, la saludaba cada vez que podía, pero al parecer a ella le incomodaba, se sentía un poco acosada. Por lo que él se vio prácticamente obligado a comenzar con un poco de indiferencia. Si la veía en línea, no le hablaba, no ponía más “Me gusta” en el estado de su Facebook. Pero ¿quién podría afirmar que dicho acto funcionaría?. Pues dio resultado, ahora ella lo saludaba reiteradas veces, sin embargo, se cansó de hacerlo.
Tuve la oportunidad de hablar con ella, le pregunté sobre aquellos muchachos, siendo ella clara con su respuesta.
- Al chico A no lo saludaba porque él tampoco lo hacía, al B le empecé a saludar porque él siempre me hablaba mucho y de la noche a la mañana dejó de hacerlo, me preocupé. Pero luego me cansé de ser yo quien lo salude a cada rato, parezco necesitada. Ya no me interesa hablar con ellos.
- Y si ya no quieres hablar con ellos, ¿por qué no los eliminas? – pregunté.
- Porque tal vez me vuelvan hablar – concluyó.
Son algunas situaciones en la cual nosotros, los hombres, nos ponemos a pensar en cómo intentar entenderlas, saber cómo complacerlas, saber qué les molesta, y sobre todo, respondernos: ¿Qué es lo que ellas quieren? Quien logre hallar la respuesta podrá morir tranquilo, sabiendo que una de las más grandes dudas existenciales en el mundo entero, ha sido resuelta.
¿Pero podrán imaginar un mundo con la respuesta de aquella interrogante? Pienso que aquellos caprichos, peleas, desacuerdos, engreimientos, y más, nos hacen esforzar para ser mejores personas, mejores hombres. Ellas son nuestro complemente perfecto y pase lo que pase, eso nunca va cambiar.
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