sábado, 12 de noviembre de 2011

Muchos hacemos el amor pero pocos lo vivimos


La vida es como el mar. Nace desde la profundidad, genera potencia y crece. Y luego, quedan dos opciones: La ola revienta con tal fuerza capaz de hacerte caer, o quizá, al final, todo sea sumiso y desapercibido. Ojalá cuenten con esa suerte. Yo he sido revolcado muchas veces.

En esta etapa de mi vida sólo puedo decir algo: “Mi cabeza está llena de vagabundos incapaces de realizar pensamientos sensatos o hábiles de reconstruir el tiempo”. Aquí vamos de nuevo. Sí. De nuevo.

Las manecillas del reloj apuntaban a las seis de la tarde. No podía ver el cielo que se postraba cautelosamente frente a nuestros ojos, pero a duras penas los últimos rayos del sol se penetraban entre mis gruesas cortinas, susurrándome visualmente que el día está llegando a su fin.

Postrado en mi cama veía lentamente como se iba vistiendo. Caminaba un tanto nerviosa, su mente no estaba tranquila, hace unas semanas intentaba decirme algo pero no se animaba. Lo sabía.

El silencio inundaba la habitación, el olor a tabaco hecho cenizas cada vez se hacía más fuerte, y los latidos de mi corazón se oían ligeramente acelerados. Había sido mi primera vez, la primera vez que experimentaba aquella frasecita amada por unos y odiada por otros: Hacer el amor.

Sobaba sus muslos con delicadeza, volteaba a mirarse al espejo. Su pantalón azul marino le encajaba a la perfección.  Yo seguía mirando.

Sentía profunda admiración por ella. Su enigmática forma de pensar, de llevar suavemente la vida. De manejarla a su manera y siempre conseguir lo que quería. Me sentía libre, lleno de paz. Sin conflictos, sin fricciones, sin tristeza, con ganas de amar, amar de verdad.

Los segundos comenzaban a convertirse en horas. Nuestras miradas nunca se juntaron. Ella seguía arreglando sus cosas. Yo continuaba mirando.

Soltó un pequeño suspiro. Volteó a verme. Miré sus ojos y recordé la infancia que vivimos juntos. Cuando de pequeña, todos los días al ponerse el sol, esperaba en la puerta de su casa que un principito de ojos azules aparezca en un caballo blanco y la lleve a lugares inimaginables donde realmente se sintiera feliz. Pequeña pretenciosa. Tus sueños los vivía como si se tratasen de los míos, quizá por ello nunca dejé de amarte hasta ahora.

Sobó mi cara con delicadeza, alzó mi mentón y me dio un beso en la frente. – Gracias – dijo ella.
Y se marchó sin decir más. No hice nada por impedirlo.

Sus sueños nunca fueron conmigo. Habían muchachos mucho más apuestos que yo que le podían ofrecer muchas más cosas que yo. Yo sólo tenía amor para darle pero ella nunca me vio de la misma manera. En realidad nunca entendí el por qué decidió darme la oportunidad de intentar llenarla y ser feliz. Quizá siempre me vio como una opción, más no como una prioridad. Quizá mi ilusión me cegó y no me hizo dar cuenta del juego sin reglas en el que me estaba metiendo.

Hice el amor con la persona a quien más amaba en esta tierra. Decidí luchar por mis sentimientos pero creo que los dados sobre el tablero no podían girar más. Al lanzarlos, siempre obtenía el mismo número y en vez de avanzar, comenzaba a retroceder. Lento e inseguro. Step by step.

Rest in peace little heart.

Nunca dejes de creer pequeño, quizá, algún día, tú seas el principito que descienda del caballo, capaz de hablar como caballero así como ella lo imaginaba cuando era joven.

Recuerda que si termina la noche, es porque se hace de día.

Estaré aquí, en el mismo lugar que me dejaste, si en algún momento de angustia aparezco por tu mente.









miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los buitres rojos: Capítulo II

Chicho es un joven de  veintiún  años que todavía no sabe qué quiere en la vida. Su padre le enseñó a alentar al equipo de sus amores, “Los buitres rojos”. Pero al morir de una terrible enfermedad, Chicho se quedó desconsolado y sin rumbo. Intentó asumir el rol de hombre de la casa.  Juró proteger y cuidar a su madre, pero sus conflictos internos, quemaron sus metas. 

En el camino, se encontró con malas influencias, que lo guiaron a los pasos del fanatismo, haciendo que se convierta en un barrista, sometido a una vida de locura y violencia. Sin embargo,  constantemente  recuerda a su padre y los consejos que éste le daba.  A pesar de que su vida se ha tornado gris, las palabras del hombre que tanto admiró, aún lo salvan de apuros.

No sé que más decirle. Ximena, simplemente no me entiende. Se empeña en insistir que permanecer en la barra de los “Buitres rojos”, es una idea descabellada.  Piensa que estoy desperdiciando mi vida.  ¡Acaso no puede entender que cuando coreo los cantos de mi equipo, siento que mi mundo se pinta de color, que respiro! Sentado en el sofá de su sala, mi cabeza está a punto de explotar. No puedo ni mirarla a los ojos. Tan solo quiero desaparecer y evitar todo este dilema.

- Tienes que madurar, Chicho. Ya tienes veintiún años, no puedes seguir en una barra con esos montones de maleantes. Te estás volviendo uno más. ¡Entiende, por favor! ¡No desperdicies tu vida! Te conozco desde antes que muriera tu padre. Sé lo mucho que te ha afectado su partida. Pero debes mirar hacia adelante. No puedes esconderte en el escudo de "Los buitres rojos".

Mi relación con Ximena se ha vuelto un infierno. No hay día en que no discutamos. Todos mis amigos de la barra me aconsejan que la deje, que no me haga bolas por una mujer, que puedo encontrar miles mejores. Pero eso no es verdad. No hay nadie mejor que Ximena y eso lo sé muy bien, pero al parecer, por más que en mi interior albergan las respuestas, solo sé aflorar disturbio y locura.

- ¡No eres nadie para juzgarme, Ximena! ¡Ya estoy arto de tus reclamos! ¡No te soporto!, exclamé, golpeando levemente la mesa de su sala, buscando darle más intensidad a la escena.

Hubo un silencio gélido en la habitación por varios segundos, hasta que finalmente, Ximena empezó a llorar. Las lágrimas salían sin permiso de su triste semblante. Se notaba a leguas una sensación de soledad, miedo, vació. No pude evitar recordar aquella vez en que vi a mi madre llorar por la muerte de mi papá. Aún pensaba que saldría adelante. Aún creía en los finales felices. 

Adiós, papá (2005)  

Era una noche de invierno. Llovía. Sin duda, el llanto de Dios se reflejaba de esa manera. El mejor hombre del mundo, había muerto hace unas horas, y en el velatorio de la iglesia San Antonio de Padua, lo estábamos velando. Mi madre, inconsolable, lloraba a gritos la muerte de su esposo. La ausencia de ese gran ser… Mi padre.

A mis quince años, se me había acabado el mundo. No sabía cómo afrontar tan terrible dolor. Lo único que hice fue acercarme a mi madre, secarle las lágrimas, y repetirle las últimas palabras de su esposo, que con una sonrisa, y fingiendo que la terrible enfermedad que lo tenía postrado en el hospital no lo consumía, me dijo:

“El mañana es sabio. A pesar de que vengan días grises, siempre existe una salida. Una esperanza. Nunca te dejes caer. Mira la vida con emoción, con ganas. Si permites que la negatividad tome tu esencia, que se apodere de tus ideales, no volverá a salir el sol. Lucha por lo que quieres. Por tus sueños y por tu familia”.

Esa noche le prometí a mi madre que cuidaría a mi familia y que la sacaría adelante, volviéndome el hombre de la casa. Pero tristemente no fue así. Caí en malos pasos y ahora, simplemente me volví la oveja negra.

- ¿Qué te ocurre? De repente te quedaste nublado, expresó Ximena, mirándome con extrañeza.   

Me puse de pie. Miré fijamente a mi amada y le di un beso en los labios.

- Te amo. Perdóname por ser un idiota. Debo partir. Tengo mucho qué pensar. Sé que te molestará que me vaya sin darte explicación, pero en estos momentos, mi cabeza es un mar de confusiones, espero puedas entenderme.

Ximena no dijo nada más, simplemente me sonrió, como si pudiera adivinar todo lo que había estado pensando. Partí de su casa, dispuesto a perderme en el vacío de las grises calles de Lima. Pero de pronto, sonó mi celular. Era Chato Burro.

- Chicho. Tenemos un guerreo con los cabrones de Turroneros. En Magdalena va a ser la bronca. ¿Nos empatamos para ir, no?

Escuché perfectamente a Chato Burro, pero opté por hacerme el sordo, como si no hubiese entrado bien la llamada. Hoy no quiero más peleas. Pienso buscar a mi madre. Hace tiempo que no la visito. Hace tiempo que no le digo que la amo.


Jhonnattan Arriola

domingo, 6 de noviembre de 2011

Pena volátil.



Tengo mil líneas sin sentido como pensamientos dispersos en mi cerebro, una polilla posada en la parte izquierda de mi pantalla.. y estoy tan triste que no quiero molestarla.

Estoy tan triste que sé que no terminaré de describir lo que realmente quiero decir.
Pido disculpas por eso.

Estoy triste y no quiero que me digas que pasará porque por lo menos hoy y mañana sé que no será así.
Estoy triste y escucho música más triste aun para sentirme peor… y ¿quién no lo ha hecho?
Y bueno sí, mi pena es volátil pero profunda.. me acompaña, como me acompaña su ausencia.

No volverá porque yo pedí que no lo haga y hoy más que nunca, siento que he perdido mucho.
Sus pasos ya no acompañaran los míos, y es que desde hace algunas semanas, solamente floto y siento que nadie me puede tocar, salvo la pena de no tenerlo más a mi lado.
-Nos perdimos cuando vimos la luz del túnel, para él era la luz de la salida y para mi, eran los faroles de un camión -

Sus dedos llenos de magia ya no tocaran los míos, ni me prenderán aquellos cigarrillos de tiempo que solíamos fumarnos. Sí, así es, el y yo solíamos fumarnos el tiempo y el amor.
Se terminaron los paseos por aquellos bosques de plata y aquellos sueños bidireccionales, tan míos y tan de él.

Dicen que soy inhumana porque no lloro y no suelo decir palabras bonitas. A veces se olvidan de que lo mío es escribir y llorar en silencio, desde las profundidades de mi cuarto.
Tengo el corazón partido en mil pedacitos y me siento sola.
Perdía la mitad de mi alma y la verdad, aunque no lo noten, ya no hay sentido alguno al caminar/flotar.
La verdad duele.

Estoy ansiosa, mis dedos se resbalan del mouse, siento que mi corazón late fuerte y mi alma espera algo y no sé que es. Sé que esta noche será una muy larga, llena de pesadillas y que los sueños serán aun más tristes que despertarme y empezar a vivir sin ti.

Es noviembre y estoy triste.
-Mi alma tiene pena-
Mi alma juega con las moneditas que tiramos en el pozo de los sueños rotos de hoy.
¿Cara o sello?
Esta vez escoge tú.

Feliz cumpleaños a mí.






jueves, 3 de noviembre de 2011

La.Berunté



Estás en cada hoja de cuaderno, en cada suspiro profundo y dilatado, en mis martes ocupados, en mis acuarelas, en mis septiembres encandilados, estás en mi música, en mis temblores, en mis aires y en todos mis olores, así estás reclinado frente a mis pupilas, respirando a poquitos, hablando a quedito soplo pausado, desdibujándome la vida, robándote mis sonrisas y mis pensamientos despistados


La insistencia se ha vuelto la coherencia dilatada en este cúmulo de pensamientos vagabundos a sobremesa y sin necesidad de tener que explicarte mucho, sé que no siempre se puede tener las llaves de todas la puertas para salir corriendo cada vez que los fríos sean tan intensos que despejen de tu atmósfera las delgadas líneas de luz incandescente tornasol que se cuela por las rendijas de mis palabras y tu voz.

Párate frente a mí como antes, me has dicho, y probablemente ya no recuerde ni mi postura, ni la distancia focal entre mis pies torcidos y la torpeza de mis piernas largas contenidas a centímetros de mi cervical angosta y cansada, no voy por más, acabo de recoger mis extremidades, las que hemos dejado guardadas en los recuerdos que saben a dulce, en los respiros que saben a latidos y en los aleteos que se sienten a temblor.

Tradúcete en estas líneas, inconformes, desatinadas, ensimismadas en sendas escondidas, me has pedido y sé, que no hay mucho de cierto y sensato en esto que esbozas con un soplo quedo y sincero, porque tal vez nunca han entendido de dónde vengo y esta miseria de no esperanza se encierra en mi ausente no saberte presente.

Tan expuesta, en un alud de concreto, inmensidad hasta mil, abrigada y solitaria, detrás de mis muros tan delirantes y sin sentidos, así me siento y así me ves, así te siento y así te veo también. Descosida de a pocos, en un punto exacto y desatinado que me ha dejado varada en una disconformidad fortuita, discontinua, delirante, nauseabunda. (como todo)

Tú, tan materia blanca, sé que por ahí llegarán tus huéspedes aluviones.
Yo sé.

Llegarán. Llegaré.

Jennyffer Salazar