La vida es como el mar. Nace desde la profundidad, genera potencia y crece. Y luego, quedan dos opciones: La ola revienta con tal fuerza capaz de hacerte caer, o quizá, al final, todo sea sumiso y desapercibido. Ojalá cuenten con esa suerte. Yo he sido revolcado muchas veces.
En esta etapa de mi vida sólo puedo decir algo: “Mi cabeza está llena de vagabundos incapaces de realizar pensamientos sensatos o hábiles de reconstruir el tiempo”. Aquí vamos de nuevo. Sí. De nuevo.
Las manecillas del reloj apuntaban a las seis de la tarde. No podía ver el cielo que se postraba cautelosamente frente a nuestros ojos, pero a duras penas los últimos rayos del sol se penetraban entre mis gruesas cortinas, susurrándome visualmente que el día está llegando a su fin.
Postrado en mi cama veía lentamente como se iba vistiendo. Caminaba un tanto nerviosa, su mente no estaba tranquila, hace unas semanas intentaba decirme algo pero no se animaba. Lo sabía.
El silencio inundaba la habitación, el olor a tabaco hecho cenizas cada vez se hacía más fuerte, y los latidos de mi corazón se oían ligeramente acelerados. Había sido mi primera vez, la primera vez que experimentaba aquella frasecita amada por unos y odiada por otros: Hacer el amor.
Sobaba sus muslos con delicadeza, volteaba a mirarse al espejo. Su pantalón azul marino le encajaba a la perfección. Yo seguía mirando.
Sentía profunda admiración por ella. Su enigmática forma de pensar, de llevar suavemente la vida. De manejarla a su manera y siempre conseguir lo que quería. Me sentía libre, lleno de paz. Sin conflictos, sin fricciones, sin tristeza, con ganas de amar, amar de verdad.
Los segundos comenzaban a convertirse en horas. Nuestras miradas nunca se juntaron. Ella seguía arreglando sus cosas. Yo continuaba mirando.
Soltó un pequeño suspiro. Volteó a verme. Miré sus ojos y recordé la infancia que vivimos juntos. Cuando de pequeña, todos los días al ponerse el sol, esperaba en la puerta de su casa que un principito de ojos azules aparezca en un caballo blanco y la lleve a lugares inimaginables donde realmente se sintiera feliz. Pequeña pretenciosa. Tus sueños los vivía como si se tratasen de los míos, quizá por ello nunca dejé de amarte hasta ahora.
Sobó mi cara con delicadeza, alzó mi mentón y me dio un beso en la frente. – Gracias – dijo ella.
Y se marchó sin decir más. No hice nada por impedirlo.
Sus sueños nunca fueron conmigo. Habían muchachos mucho más apuestos que yo que le podían ofrecer muchas más cosas que yo. Yo sólo tenía amor para darle pero ella nunca me vio de la misma manera. En realidad nunca entendí el por qué decidió darme la oportunidad de intentar llenarla y ser feliz. Quizá siempre me vio como una opción, más no como una prioridad. Quizá mi ilusión me cegó y no me hizo dar cuenta del juego sin reglas en el que me estaba metiendo.
Hice el amor con la persona a quien más amaba en esta tierra. Decidí luchar por mis sentimientos pero creo que los dados sobre el tablero no podían girar más. Al lanzarlos, siempre obtenía el mismo número y en vez de avanzar, comenzaba a retroceder. Lento e inseguro. Step by step.
Rest in peace little heart.
Nunca dejes de creer pequeño, quizá, algún día, tú seas el principito que descienda del caballo, capaz de hablar como caballero así como ella lo imaginaba cuando era joven.
Recuerda que si termina la noche, es porque se hace de día.
Estaré aquí, en el mismo lugar que me dejaste, si en algún momento de angustia aparezco por tu mente.