miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los buitres rojos: Capítulo II

Chicho es un joven de  veintiún  años que todavía no sabe qué quiere en la vida. Su padre le enseñó a alentar al equipo de sus amores, “Los buitres rojos”. Pero al morir de una terrible enfermedad, Chicho se quedó desconsolado y sin rumbo. Intentó asumir el rol de hombre de la casa.  Juró proteger y cuidar a su madre, pero sus conflictos internos, quemaron sus metas. 

En el camino, se encontró con malas influencias, que lo guiaron a los pasos del fanatismo, haciendo que se convierta en un barrista, sometido a una vida de locura y violencia. Sin embargo,  constantemente  recuerda a su padre y los consejos que éste le daba.  A pesar de que su vida se ha tornado gris, las palabras del hombre que tanto admiró, aún lo salvan de apuros.

No sé que más decirle. Ximena, simplemente no me entiende. Se empeña en insistir que permanecer en la barra de los “Buitres rojos”, es una idea descabellada.  Piensa que estoy desperdiciando mi vida.  ¡Acaso no puede entender que cuando coreo los cantos de mi equipo, siento que mi mundo se pinta de color, que respiro! Sentado en el sofá de su sala, mi cabeza está a punto de explotar. No puedo ni mirarla a los ojos. Tan solo quiero desaparecer y evitar todo este dilema.

- Tienes que madurar, Chicho. Ya tienes veintiún años, no puedes seguir en una barra con esos montones de maleantes. Te estás volviendo uno más. ¡Entiende, por favor! ¡No desperdicies tu vida! Te conozco desde antes que muriera tu padre. Sé lo mucho que te ha afectado su partida. Pero debes mirar hacia adelante. No puedes esconderte en el escudo de "Los buitres rojos".

Mi relación con Ximena se ha vuelto un infierno. No hay día en que no discutamos. Todos mis amigos de la barra me aconsejan que la deje, que no me haga bolas por una mujer, que puedo encontrar miles mejores. Pero eso no es verdad. No hay nadie mejor que Ximena y eso lo sé muy bien, pero al parecer, por más que en mi interior albergan las respuestas, solo sé aflorar disturbio y locura.

- ¡No eres nadie para juzgarme, Ximena! ¡Ya estoy arto de tus reclamos! ¡No te soporto!, exclamé, golpeando levemente la mesa de su sala, buscando darle más intensidad a la escena.

Hubo un silencio gélido en la habitación por varios segundos, hasta que finalmente, Ximena empezó a llorar. Las lágrimas salían sin permiso de su triste semblante. Se notaba a leguas una sensación de soledad, miedo, vació. No pude evitar recordar aquella vez en que vi a mi madre llorar por la muerte de mi papá. Aún pensaba que saldría adelante. Aún creía en los finales felices. 

Adiós, papá (2005)  

Era una noche de invierno. Llovía. Sin duda, el llanto de Dios se reflejaba de esa manera. El mejor hombre del mundo, había muerto hace unas horas, y en el velatorio de la iglesia San Antonio de Padua, lo estábamos velando. Mi madre, inconsolable, lloraba a gritos la muerte de su esposo. La ausencia de ese gran ser… Mi padre.

A mis quince años, se me había acabado el mundo. No sabía cómo afrontar tan terrible dolor. Lo único que hice fue acercarme a mi madre, secarle las lágrimas, y repetirle las últimas palabras de su esposo, que con una sonrisa, y fingiendo que la terrible enfermedad que lo tenía postrado en el hospital no lo consumía, me dijo:

“El mañana es sabio. A pesar de que vengan días grises, siempre existe una salida. Una esperanza. Nunca te dejes caer. Mira la vida con emoción, con ganas. Si permites que la negatividad tome tu esencia, que se apodere de tus ideales, no volverá a salir el sol. Lucha por lo que quieres. Por tus sueños y por tu familia”.

Esa noche le prometí a mi madre que cuidaría a mi familia y que la sacaría adelante, volviéndome el hombre de la casa. Pero tristemente no fue así. Caí en malos pasos y ahora, simplemente me volví la oveja negra.

- ¿Qué te ocurre? De repente te quedaste nublado, expresó Ximena, mirándome con extrañeza.   

Me puse de pie. Miré fijamente a mi amada y le di un beso en los labios.

- Te amo. Perdóname por ser un idiota. Debo partir. Tengo mucho qué pensar. Sé que te molestará que me vaya sin darte explicación, pero en estos momentos, mi cabeza es un mar de confusiones, espero puedas entenderme.

Ximena no dijo nada más, simplemente me sonrió, como si pudiera adivinar todo lo que había estado pensando. Partí de su casa, dispuesto a perderme en el vacío de las grises calles de Lima. Pero de pronto, sonó mi celular. Era Chato Burro.

- Chicho. Tenemos un guerreo con los cabrones de Turroneros. En Magdalena va a ser la bronca. ¿Nos empatamos para ir, no?

Escuché perfectamente a Chato Burro, pero opté por hacerme el sordo, como si no hubiese entrado bien la llamada. Hoy no quiero más peleas. Pienso buscar a mi madre. Hace tiempo que no la visito. Hace tiempo que no le digo que la amo.


Jhonnattan Arriola

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