domingo, 10 de enero de 2010

“Mamá mía”

Alguna vez se han puesto a pensar. ¿Qué tanto los ama mamá? No tengo la intención de dar un sermón bíblico mediante este texto, pero sí reflexionar juntos sobre este tema. Mañana once de enero es cumpleaños de mi madre, y bueno, echado en mi cama, aspiro a escribir este post, con la clara intención de darle el protagonismo a ese ser único, que desde un inicio, nos recibe con la más pura sonrisa.

Dulces, menopáusicas, comprensibles, asesinas de la diversión, bailarinas y elocuentes, sutiles, gritonas, consejeras, amigas. Así son nuestras madres. Hay una serie de gama de personalidades adicionales o mencionadas, que logran describirlas en un buen porcentaje.

Podría explayarme por miles de páginas hablando de las madres, hay tanto qué decir, pero para hacerlo sencillo y divertido, serán solo dos temas los que tocaré.


Amiga o enemiga


Hace unos días, fui testigo de este peculiar fenómeno entre madre e hijo. Me levanté cruzado, esa es la verdad. Me sentía fatal, aún soy todo un adolescente confundido y atormentado por niñerías. Recién desde diciembre he comenzado a hacerme hombre. He comenzado a trabajar. Bueno, la cosa es que me levanté con algo de temor infantil. Cada vez tengo más gastos, más metas, menos dinero, y menos tiempo. La cosa es que echado en mi cama como una vaca, hice lo que muchos en mi lugar, hubieran hecho. – ¡Mamá ven!, grité sin mover ni siquiera un dedo. Solo una madre conoce a la perfección a su hijo. Por más que le ocultemos que escondemos a la enamorada, debajo de la cama, ellas ya lo saben. No hay necesidad de perder el tiempo mintiendo con ellas. Como tampoco hay necesidad de preámbulos tontos. De ante mano ellas ya conocen nuestro estado real de ánimo.

No fue un extenso discurso el que recibí, pero sí preciso. En mi inconsciente sabía que solo escuchar aquella voz amiga, llena de amor incondicional, diciendo: “Hijito, estate tranquilo, todo va a salir bien. Yo confío en ti”, me devolvería la calma. A nadie he defraudado tanto como a mi madre. A nadie le he gritado tanto. A nadie la he hecho sentir tan mal; sin embargo, nadie confía tanto en mí como ella. Es que es así, no creo que sea el único que piense de ese modo. Seamos honestos, cuando nos revienta la cabeza, atormentamos a la persona que nos dio la vida, como si ella hubiese sido la culpable de todos nuestros males. Pero en caso contrario, cuando todo es felicidad, la abrazamos, la llenamos de besos, y conversamos por horas con ellas, sonriendo a más no poder. Según mi concepto, las madres tienen cierta facultad marítima, llamada: “Habilidad esponja”. Una madre siempre absorbe la realidad del hijo. Si uno es desordenado, malcriado, patán, que hace lo que se le da la gana, la mamá, simplemente absorbe la verdadera cara de ese estilo de vida. Tristeza, vacío, confusión. Una madre no es feliz, si su hijo no lo es. Un ejercicio claro para podernos dar cuenta de esto, es el siguiente: “Recuerda a consciencia aquél día en que la enamorada te choteó, y estabas en tu cuarto, pensando en el fin del mundo. De pronto entra a tu habitación la salvadora, con un vaso de yogurt, y un paquete de galletas. La madre busca que la hija o el hijo, la hagan partícipe de su mundo interno. Lo que sucede es que se ha dado cuenta de que algo no anda bien, y ella no podrá estar feliz, si no ayuda a esa persona, que más ama en el mundo.

Horas después, ya en la noche, me encontraba en la casa de uno de mis amigos del barrio, tomando unas cervezas. Una improvisada reu, de chicos y chicas, prometía. De pronto, a las once, suena mi celular. Era mi madre, exigiéndome que regrese inmediatamente a casa, era día de semana, y ella quería descansar (Tiene la mala costumbre de esperarme despierta). –Mamá, ya soy grande, tengo diecinueve años. Entiéndeme por favor, me estoy divirtiendo. La amiga fiel que entró a mi cuarto con galletas, para darme un lindo consejo, había desaparecido. Me encontraba frente a mi más grande enemiga, inconsciente, egoísta, que no me deja divertir, y que desconfía de mí en cada respiro. Al final tuve que ceder e ir a mi casa. Ya en mi cuarto, después de requintar a mi madre, me puse a pensar, y me di cuenta de lo siguiente: “Mi mamá tan solo quiere lo mejor para mí. Mañana debo ir a trabajar, y si me quedo hasta muy tarde con mis amigos, no voy a lograr desempeñarme bien en la chamba”. Me tomó mucho llegar a esa conclusión. A todos nos desespera que nos den órdenes, o que quieran manejar nuestra vida como si no nos perteneciera. Pero debemos entender, que dentro de esa reprimenda, está la preocupación totalmente implícita. No nos ceguemos, ni pensemos que estamos conviviendo con una menopáusica amargada. No nos creamos los incomprendidos, maduremos, y busquemos entender a esa mujer especial, que dentro de todos sus aciertos o errores, hay un gran toque de amor.


Mi mamá ya no me mima

La relación madre e hijo evoluciona ligada al tiempo. Cuando uno es bebé, es dependiente de la madre. Después al pasar los días, los meses, los años, este vínculo se va distorsionando. En el mejor de los casos, la relación sigue unida, pero con sus distancias netamente justificadas. Pero el problema es cuando el vacío de la incomunicación, que se puede generar en la adolescencia, no se supera.

Tengo un caso un poco extraño. Mi cuarto era de mi madre en su juventud, y debido a esto, su closet aún sigue allí. No hay día en que mamita linda, no entre a mi habitación a sacar algún polo, a buscar zapatos, etc. La situación digamos que ahora está más controlada, ya que hemos llegado acuerdos, para respetar el espacio de ambos. Pero esta situación, hace cuatro años atrás, cuando tenía quince, era un infierno de mil demonios. La única oración que le dedicaba a madre durante el día, era:”Sal de mi cuarto por favor”. Sentía en ese entonces que no nos soportábamos, que la mimería antes de dormir se había acabado por parte de ella, y que jamás volveríamos a ser amigos como antes. Ya no le contaría que me gusta la chica nueva del colegio, o que no dejo de enamorarme de mis mejores amigas. Me decía a mi mismo que ya era grande, y que debía solucionar mis problemas por mi cuenta, sin ayuda, a lo rudo. Pero felizmente, la persistencia por parte de mi progenitora, sus bromas positivas, sus halagos matutinos, y su apoyo en todo momento, me mantuvo en el juego.

Al igual que yo, me supongo que todos en algún momento habremos pensado que ya la relación con nuestras madres, ya no son, ni serán las mismas. Que la amistad se perdió en una riña de ofensas. O quizá, nos consideramos muy perfectos, como para perdonar sus defectos. El punto es claro, los años pasan, las cosas cambian. Pero depende de uno, saber llevar esa nueva etapa.

Ya para ir concluyendo este escrito, tan solo quiero dar algunas recomendaciones. No me creo un sabio, ni nada parecido, pero aprovecho este espacio para dar mi punto de vista. Si tienes diez años, o menos, y aún te gusta dormir con algún juguete, disfruta cada noche en la que tu madre te de un beso en la frente, y te arrope con cariño. Al pasar los años, quizá te llenes de tontos conceptos, y te de vergüenza, recibir una muestra de aprecio, algo exagerada, de la mujer que te dio la vida. Si tienes quince años, y te han invitado ya a tu primer quinceañero, no te avergüences cuando tu madre te vaya a recoger, te lo digo por experiencia, regresarse solo, sale más caro, y muy aparte de eso, no gozarás de la compañía de aquella mágica hada, que esté totalmente dispuesta a escuchar cada anécdota, cada aventura, cada conquista. Y bueno, si tienes dieciocho años, a más. No te hagas el autosuficiente, el dueño de la verdad, por favor, no te creas el viejo lobo, el que cree haber vivido bastante. Porque la verdad, es que aún nos falta mucho por aprender, y quién mejor para enseñarnos, que una madre. No pienses nunca que ya le has dado bastante a tu madre (No es suficiente, jamás lo va a ser). Una vez mi abuelo me dijo que lo que le des a tu madre, se multiplicará por mil. Créanme, es totalmente cierto. Bueno, ya para terminar, solo una última sugerencia. De corazón, les pido que no piensen equivocadamente, una vez que ya hayan formado su familia, con esposa e hijos, que se yo, que es labor de los nietos, llenar de abrazos y besos a su madre, que vendría a ser para ellos su abuelita. Nunca se cansen de apachurarrar a sus mamás, no saben hasta cuando las tendrán a su lado.

Ante todo, espero que les haya gustado este nuevo post. Sé que me he salido un poco de la temática del blog, pero qué más da. Es cumpleaños de mi señora madre, y a mi estilo quiero decirle que la adoro. “Te amo mamá”

Jhonnattan Arriola

6 comentarios:

  1. hasta lo que yo sé...nuestro blog no tiene temática jeje...TU POST ESTÁ EXCELENTE! no hay más que decir.

    EB

    ResponderEliminar
  2. lo veo muy ordinario y común. Todo lo contrario al título del blog.

    ResponderEliminar
  3. La verdad es que esta lindo. No es tan sofisticado como otros pero tiene un mensaje :D la historia que mas me gusto fue la del pata psicopata que mataba mujeres. La practica hace al maestro ;) MB

    ResponderEliminar
  4. Otro terrible texto....¿Cuándo aprenderás a escribir? Reconozco el talento de tu compañero ¿pero aliarse contigo? ¿Con tan poca imaginación?. Hay muchos institutos de inglés o de maquillaje. Deberías probar

    ResponderEliminar
  5. qué te pasa? no tienes la capacidad de reconocer un buen texto?

    ResponderEliminar
  6. imperfecta estupidez... WPM

    ResponderEliminar