Se puso mal de repente. Hace unos días todo indicaba que se iba a recuperar, pero en un instante, la agonía volvió en su interior.
Siempre he odiado los hospitales, y por consecuencia, a los doctores. El ambiente frío, de paredes blancas, realmente me pone los nervios de punta. Este es mi castigo Francisco, consecuencia de mi necedad. Pero en tu caso es diferente. Ya no llores más por este viejo perro. No creas que lo que se viene es un adiós, no tiene por qué ser así…Sé que no he sido precisamente un ejemplo para ti, y te he fallado muchas veces, pero solo quiero que sepas, lo mucho que te amo, y pase lo que pase, siempre estaré pendiente de ti.
El popular Bulldog, mi padre, falleció esa misma noche. Yo fui la última persona con la que conversó. Aunque suene cruel, me sentí aliviado con su muerte. Mi papá sufría mucho, tanto que no podía dormir ni un segundo por el dolor. El trillado cáncer al pulmón, terminó con su vida. Él bien sabía que su adicción a la nicotina, lo llevaría tarde o temprano al abismo.
Mi relación con Buldog nunca fue muy estrecha. Desde que se divorció de mi mamá, cuando tenía tres años, casi ni lo veía. Sin embargo, no voy a negar que a mis casi cuarenta años, lloré como un niño por su partida.
-¡Hijito, qué sorpresa! No pensaba verte hasta el domingo, pero me agrada mucho que hayas venido a alegrarme este día de miércoles, expresó mi madre, apenas me abrió la puerta de su casa. Fuimos hasta la sala, no esperé a sentarnos para soltar el tema de esta jornada comunicativa. –No me parece que ni siquiera hayas ido al velorio de mi padre. Se quedó helada al escucharme. Llegó el momento de las confesiones. Nada ni nadie arruinaría este momento. Jaime, el irresponsable hijastro de mi madre, no está, al igual que el maldito borracho de mi padrastro.
La ex señora Buldog es una mujer muy guapa. A pesar de tener cincuenta y seis años, puedo asegurar que atrae varias miradas. No nos llevamos mucho de diferencia, quizá ese era el motivo de nuestra buena relación, que se fue distorsionando cuando se volvió a casar, ya que me tuve que ir de la casa, al no soportar los abusos de Pepe, mi padrastro.
Mi madre se sentó en el nuevo sofá (Hace un mes le compré un juego de sala. Si no fuera por mi apoyo, la casa ya se hubiese caído en pedazos). Ya le he dicho a mi madre más de una vez que deje de desperdiciar su vida con ese delincuente, pero no entiende. Mi esposa, y su nieta, estarían felices de tenerla en casa. –Como voy a ir al velorio de Emilio. La familia de tu padre me odia, y lo más probable es que me hubiesen echado la culpa de todos los males. –Por favor mamá, no me salgas con esas excusas. Bien sabes que no estás siendo honesta.
Agachó la Mirada, sabía que tenía razón. –Hijo, en verdad lo siento…-Mamá, vamos, no arruines más tu vida, lo único que quiero es ayudarte. Centró su visión en mí, sonrió, y dijo:”Eres igualito a tu padre. La misma mirada tierna, en esos ojos marrones claros, que brindan paz en cada parpadeo”. Me quedé en silencio, no sabía que más aportar. –Yo amé mucho a Emilio, pero cometí varios errores, fui débil. Es por eso que me he convertido en una mujer conformista, siento que todo lo malo, es producto de mi pasado, dijo mi madre de pronto. – Pero qué estás hablando. Ay mamá, desde que Buldog se puso mal, has actuado muy rara. Se paró sin decir nada, y salió de la sala. Me quedé desconcertado, pero unos minutos después, volvió a entrar en escena. Estaba llorando, y llevaba un papel en su mano. Se acercó a mí, y me lo dio. Yo me mantenía de pie, preferí desde un inicio adoptar esa posición. –En esta dirección vivía el mejor amigo de tu padre, espero que lo siga haciendo. Me gustaría que lo busques, y hables con él. Miguel podrá aclarar todas tus dudas. No necesité mencionar lo que había venido a escuchar, de ante mano mi madre ya lo sabía. –Y por qué no eres tú la que se toma la molestia de responder todas estas incógnitas que me vienen persiguiendo. –Porque te mentiría hijo, como siempre lo he hecho. En ese instante mi madre quebró en llanto, y se lanzó a mis brazos. Fui fuerte, pero igual, algunas lágrimas se me escaparon.
Una mañana de hace cuatro años, mi padre me llamó, después de cientos de días sin saber de él, y me pidió perdón, rogándome que le brindara aunque sea mi amistad. Mi corazón lleno de resentimiento no lo pudo absolver de la culpa, pero al enterarme que estaba enfermo, decidí fingir y regalarle tranquilidad hasta su último respiro. No voy a negar que en ese tiempo juntos, aprendí a quererlo, pero aún así, dentro de mí, quedan huellas de dolor.
Es tan absurdo. Nunca me había importado la vida de mi padre, sin embargo, después de su muerte, siento la necesidad de saber por qué me abandonó prácticamente, por qué diablos si decía amarme tanto, solo se limitada a una llamada cada diez años (No estoy siendo exagerado), y a enviarme dinero. Sé que cuando lo vi después de mucho, debí hacerle todas esas preguntas, pero preferí establecer conversaciones banales. Sabía que su mal era incurable, y que por más que luchase, tarde o temprano, iba a ser derrotado.
Llamé a mi esposa, y cancelé el almuerzo que teníamos planeado con Matías y su nueva pareja (Sofía). Lo he pensado bastante, y he decidido buscar a Miguel y hablar con él. Espero que pueda aclarar todas mis dudas, y muy aparte de eso, explicarme por qué diablos le decían Buldog a mi papá.
No me fue fácil llegar a mi destino. Miguel vive en una cuadra muy rebuscada del distrito de Lince. Me sentí aliviado de no haber llevado mi auto, ya que la zona no parecía muy segura. Presioné el timbre, pero nadie me contestó. Me demoré varios minutos en darme cuenta que estaba malogrado, y que debía tocar la puerta para anunciar mi llegada.
Finalmente fui atendido. La cara del tipo se me hacia familiar, lo había visto en el velorio. –Disculpa, busco a Miguel Cárdenas. El tipo se quedó mudo, y me observó de pies a cabeza, hasta que finalmente preguntó: ¿Tú eres el hijo de Buldog? –Sí, respondí de golpe.
Le dije para salir a conversar, que si gustaba nos podríamos tomar unas cervezas, le comenté que conocía un bar en Miraflores muy bueno, pero prefirió llevar la conversación en la comodidad de su hogar.
Una vez sentado en su sala, me dediqué unos segundos a observar todo con minuciosidad. Su casa es humilde, sus muebles rojos están bien gastados, pero aún así su vivienda es acogedora. Por otra parte, el tipo es todo un personaje. Exhibe sus grises bellos del pecho sin descaro, debido a que su camisa verde oscura, como el gras de noche, está abierta hasta la mitad. Solo quedan algunos cuantos cabellos negros en su cabeza, su ser no esconde la madurez de sus años. Aunque si bien es cierto no tiene el rostro lleno de arrugas, es creíble la edad que dice tener (sesenta y seis). De contextura robusta, barriga chelera, piernas cortas, y estatura pequeña, es este sujeto, que según me cuenta le dicen "Panetón".
-Sé que ya te lo voy diciendo como cuatro veces, pero eres igualito a tu padre. –Mi madre de vez en cuando también me lo comenta, pero bueno, yo no lo considero así. Nos quedamos en silencio, no éramos grandes amigos como para seguir con esta apertura. –Hay algo en particular que quiero preguntarle, por eso he venido a buscarlo, anuncié de pronto. –Sí dime, soy todo oídos. –Dígame por qué mi padre siempre tuvo temor a acercarse a mí. Comprenda que si no fuera por su llamada de hace cuatro años, hubiese fallecido sin conocer ni en un diez por ciento a su hijo. Sus ojos se abrieron, permitiéndome observar cómo es que sus cejas pobladas, y la arruga en su frente, los opacaba, ya que son pardos, pero a simple vista, tan solo marrones oscuro. –Antes de que yo te cuente lo que sé, quiero escuchar tu versión. ¿Qué es lo que sabes? ¿Qué tanto te ha hecho saber tu madre del tema? Lo miré atento, sentí miedo, presentía que me enteraría de algo desagradable. –Mi madre me tuvo a los diecisiete años, pero se casó a los veinte. Buldog le llevaba diez años a mi mamá, pero al inicio eso no fue problema. Los años pasaron, tres para ser exacto. Finalmente el amor se fue, y se divorciaron. Yo recuerdo que de pequeño veía a mi padre casi todos los fines de semana, pero una noche, se despidió de mí con un fuerte abrazo, prometió traer un gran obsequio para mi cumpleaños que ya se venía, pero nunca se apareció…Recuerdo con exactitud que a los doce años, me entró la curiosidad por este tema, pero mi madre no me daba más detalles, alegando que le era doloroso. Si tan solo mi abuela hubiese seguido viva, estoy seguro que me hubiera aclarado todo.
Me dieron unas ganas inmensas de fumar, pero me pareció descortés encender un cigarrillo en casa ajena. Miguel me miraba atento, como si quisiera leer mi mente, ver más allá de lo evidente. –Te han mentido Francisco, dijo de pronto. -¿A qué te refieres, pregunté enseguida? –Emilio siempre amó a Ximena, tu madre, pero nunca se casaron mi estimado. Cuando tu mamá salió embarazada, era menor de edad. Emilio, un profesor de bajo sueldo, Ximena, una bella adolescente, a punto de comenzar sus estudios en la Universidad más cara de Lima. Tu abuela amenazó con denunciar a Buldog si se volvía acercar a tu madre. Ambos lucharon por su amor en un principio, pero Ximena fue débil, la presión en casa la atormentó, y no quiso arriesgarse a irse a vivir con tu padre, ya que no le podía ofrecer las comodidades a las que ella estaba acostumbrada. Recuerdo bien esa noche de la que me hablaste. Buldog vino borracho, tu abuelo lo había echado casi a patadas de tu casa, y lo amenazó de muerte si volvía. Tu padre era para la familia de Ximena, un profesor enfermo, que se obsesionó con su alumna, y la tomó a la fuerza. Quedé en shock, el alma se me salió, y se echó a volar por toda la habitación. Siempre había visto a mi padre como el único culpable de todo este dilema, pero hoy, Miguel me abrió los ojos.
Panetón miró su reloj, eran las seis de la tarde. –Francisco, no me gustaría cortar esta conversación, pero debo ir a trabajar. Tengo que recoger mi taxi, y hacer la ruta. Entré en razón en ese instante, e intervine oportunamente. –Te entiendo. Yo regresaré en estos días para seguir hablando del tema.
Ambos salimos de la casa, caminamos hasta la esquina, pero antes de seguir rumbos distintos, hice mi última pregunta. – ¿Por qué le decían Buldog a mi papá? Miguel soltó una suave risa, me dio una cálida palmada en la espalda, y contestó: “Cuando tu papá tenía quince años, se encontró un perrito en el parque De los bomberos, que queda a unas cuadras de aquí. Era de raza Buldog el cachorro. Tu padre se lo llevó a su casa, y se dispuso a cuidarlo. Pero tu abuela, una señora de carácter fuerte, no lo permitió. El pobre de Emilio tuvo que regalar al perrito. Créeme que tu padre lloró como bebe por días. Y bueno, como éramos muchachos, algo crueles, le pusimos ese apodo, que de cierta forma le iba bien, más que nada por la mirada tierna, y el seño permanentemente fruncido.
Después de despedirme de Miguel, me fui a dar una vuelta por el parque que me dijo. Me senté en una de las banquitas por varios minutos. Hoy me enterado que he vivido engañado toda mi vida. Mi madre siempre ha sido una mujer débil, que nunca supo luchar por sus sueños. No voy a permitir que Ximena Martínez, siga lavando la ropa de un hijo que no es suyo, ni que conviva más con un hombre que no la respeta, que tan solo la manipula. No me importa que tenga que ir y agarrar a patadas a Pepe, hoy mismo me llevo a mi mamá de su infierno.
Mi padre no fue tan mal hombre como pensaba después de todo. Bueno, aún tengo que hablar con mi madre para contrastar lo que me dijo Miguel. Lo único que sé, es que ya no hay más rencor dentro de mí. “Te perdono papá”.
Me levanté de la banca, era momento de partir. En ese instante escuché un ladrido. Voltee, era un buldog, mirándome fijamente, a unos metros de distancias. Después de quedarme tieso por varios segundos, me moví, y quise alcanzar al perro, pero este corrió, se perdió entre los arbustos, y desapareció. Sonreí. Ese fue literalmente, el último ladrido de mi padre.
Siempre he odiado los hospitales, y por consecuencia, a los doctores. El ambiente frío, de paredes blancas, realmente me pone los nervios de punta. Este es mi castigo Francisco, consecuencia de mi necedad. Pero en tu caso es diferente. Ya no llores más por este viejo perro. No creas que lo que se viene es un adiós, no tiene por qué ser así…Sé que no he sido precisamente un ejemplo para ti, y te he fallado muchas veces, pero solo quiero que sepas, lo mucho que te amo, y pase lo que pase, siempre estaré pendiente de ti.
El popular Bulldog, mi padre, falleció esa misma noche. Yo fui la última persona con la que conversó. Aunque suene cruel, me sentí aliviado con su muerte. Mi papá sufría mucho, tanto que no podía dormir ni un segundo por el dolor. El trillado cáncer al pulmón, terminó con su vida. Él bien sabía que su adicción a la nicotina, lo llevaría tarde o temprano al abismo.
Mi relación con Buldog nunca fue muy estrecha. Desde que se divorció de mi mamá, cuando tenía tres años, casi ni lo veía. Sin embargo, no voy a negar que a mis casi cuarenta años, lloré como un niño por su partida.
-¡Hijito, qué sorpresa! No pensaba verte hasta el domingo, pero me agrada mucho que hayas venido a alegrarme este día de miércoles, expresó mi madre, apenas me abrió la puerta de su casa. Fuimos hasta la sala, no esperé a sentarnos para soltar el tema de esta jornada comunicativa. –No me parece que ni siquiera hayas ido al velorio de mi padre. Se quedó helada al escucharme. Llegó el momento de las confesiones. Nada ni nadie arruinaría este momento. Jaime, el irresponsable hijastro de mi madre, no está, al igual que el maldito borracho de mi padrastro.
La ex señora Buldog es una mujer muy guapa. A pesar de tener cincuenta y seis años, puedo asegurar que atrae varias miradas. No nos llevamos mucho de diferencia, quizá ese era el motivo de nuestra buena relación, que se fue distorsionando cuando se volvió a casar, ya que me tuve que ir de la casa, al no soportar los abusos de Pepe, mi padrastro.
Mi madre se sentó en el nuevo sofá (Hace un mes le compré un juego de sala. Si no fuera por mi apoyo, la casa ya se hubiese caído en pedazos). Ya le he dicho a mi madre más de una vez que deje de desperdiciar su vida con ese delincuente, pero no entiende. Mi esposa, y su nieta, estarían felices de tenerla en casa. –Como voy a ir al velorio de Emilio. La familia de tu padre me odia, y lo más probable es que me hubiesen echado la culpa de todos los males. –Por favor mamá, no me salgas con esas excusas. Bien sabes que no estás siendo honesta.
Agachó la Mirada, sabía que tenía razón. –Hijo, en verdad lo siento…-Mamá, vamos, no arruines más tu vida, lo único que quiero es ayudarte. Centró su visión en mí, sonrió, y dijo:”Eres igualito a tu padre. La misma mirada tierna, en esos ojos marrones claros, que brindan paz en cada parpadeo”. Me quedé en silencio, no sabía que más aportar. –Yo amé mucho a Emilio, pero cometí varios errores, fui débil. Es por eso que me he convertido en una mujer conformista, siento que todo lo malo, es producto de mi pasado, dijo mi madre de pronto. – Pero qué estás hablando. Ay mamá, desde que Buldog se puso mal, has actuado muy rara. Se paró sin decir nada, y salió de la sala. Me quedé desconcertado, pero unos minutos después, volvió a entrar en escena. Estaba llorando, y llevaba un papel en su mano. Se acercó a mí, y me lo dio. Yo me mantenía de pie, preferí desde un inicio adoptar esa posición. –En esta dirección vivía el mejor amigo de tu padre, espero que lo siga haciendo. Me gustaría que lo busques, y hables con él. Miguel podrá aclarar todas tus dudas. No necesité mencionar lo que había venido a escuchar, de ante mano mi madre ya lo sabía. –Y por qué no eres tú la que se toma la molestia de responder todas estas incógnitas que me vienen persiguiendo. –Porque te mentiría hijo, como siempre lo he hecho. En ese instante mi madre quebró en llanto, y se lanzó a mis brazos. Fui fuerte, pero igual, algunas lágrimas se me escaparon.
Una mañana de hace cuatro años, mi padre me llamó, después de cientos de días sin saber de él, y me pidió perdón, rogándome que le brindara aunque sea mi amistad. Mi corazón lleno de resentimiento no lo pudo absolver de la culpa, pero al enterarme que estaba enfermo, decidí fingir y regalarle tranquilidad hasta su último respiro. No voy a negar que en ese tiempo juntos, aprendí a quererlo, pero aún así, dentro de mí, quedan huellas de dolor.
Es tan absurdo. Nunca me había importado la vida de mi padre, sin embargo, después de su muerte, siento la necesidad de saber por qué me abandonó prácticamente, por qué diablos si decía amarme tanto, solo se limitada a una llamada cada diez años (No estoy siendo exagerado), y a enviarme dinero. Sé que cuando lo vi después de mucho, debí hacerle todas esas preguntas, pero preferí establecer conversaciones banales. Sabía que su mal era incurable, y que por más que luchase, tarde o temprano, iba a ser derrotado.
Llamé a mi esposa, y cancelé el almuerzo que teníamos planeado con Matías y su nueva pareja (Sofía). Lo he pensado bastante, y he decidido buscar a Miguel y hablar con él. Espero que pueda aclarar todas mis dudas, y muy aparte de eso, explicarme por qué diablos le decían Buldog a mi papá.
No me fue fácil llegar a mi destino. Miguel vive en una cuadra muy rebuscada del distrito de Lince. Me sentí aliviado de no haber llevado mi auto, ya que la zona no parecía muy segura. Presioné el timbre, pero nadie me contestó. Me demoré varios minutos en darme cuenta que estaba malogrado, y que debía tocar la puerta para anunciar mi llegada.
Finalmente fui atendido. La cara del tipo se me hacia familiar, lo había visto en el velorio. –Disculpa, busco a Miguel Cárdenas. El tipo se quedó mudo, y me observó de pies a cabeza, hasta que finalmente preguntó: ¿Tú eres el hijo de Buldog? –Sí, respondí de golpe.
Le dije para salir a conversar, que si gustaba nos podríamos tomar unas cervezas, le comenté que conocía un bar en Miraflores muy bueno, pero prefirió llevar la conversación en la comodidad de su hogar.
Una vez sentado en su sala, me dediqué unos segundos a observar todo con minuciosidad. Su casa es humilde, sus muebles rojos están bien gastados, pero aún así su vivienda es acogedora. Por otra parte, el tipo es todo un personaje. Exhibe sus grises bellos del pecho sin descaro, debido a que su camisa verde oscura, como el gras de noche, está abierta hasta la mitad. Solo quedan algunos cuantos cabellos negros en su cabeza, su ser no esconde la madurez de sus años. Aunque si bien es cierto no tiene el rostro lleno de arrugas, es creíble la edad que dice tener (sesenta y seis). De contextura robusta, barriga chelera, piernas cortas, y estatura pequeña, es este sujeto, que según me cuenta le dicen "Panetón".
-Sé que ya te lo voy diciendo como cuatro veces, pero eres igualito a tu padre. –Mi madre de vez en cuando también me lo comenta, pero bueno, yo no lo considero así. Nos quedamos en silencio, no éramos grandes amigos como para seguir con esta apertura. –Hay algo en particular que quiero preguntarle, por eso he venido a buscarlo, anuncié de pronto. –Sí dime, soy todo oídos. –Dígame por qué mi padre siempre tuvo temor a acercarse a mí. Comprenda que si no fuera por su llamada de hace cuatro años, hubiese fallecido sin conocer ni en un diez por ciento a su hijo. Sus ojos se abrieron, permitiéndome observar cómo es que sus cejas pobladas, y la arruga en su frente, los opacaba, ya que son pardos, pero a simple vista, tan solo marrones oscuro. –Antes de que yo te cuente lo que sé, quiero escuchar tu versión. ¿Qué es lo que sabes? ¿Qué tanto te ha hecho saber tu madre del tema? Lo miré atento, sentí miedo, presentía que me enteraría de algo desagradable. –Mi madre me tuvo a los diecisiete años, pero se casó a los veinte. Buldog le llevaba diez años a mi mamá, pero al inicio eso no fue problema. Los años pasaron, tres para ser exacto. Finalmente el amor se fue, y se divorciaron. Yo recuerdo que de pequeño veía a mi padre casi todos los fines de semana, pero una noche, se despidió de mí con un fuerte abrazo, prometió traer un gran obsequio para mi cumpleaños que ya se venía, pero nunca se apareció…Recuerdo con exactitud que a los doce años, me entró la curiosidad por este tema, pero mi madre no me daba más detalles, alegando que le era doloroso. Si tan solo mi abuela hubiese seguido viva, estoy seguro que me hubiera aclarado todo.
Me dieron unas ganas inmensas de fumar, pero me pareció descortés encender un cigarrillo en casa ajena. Miguel me miraba atento, como si quisiera leer mi mente, ver más allá de lo evidente. –Te han mentido Francisco, dijo de pronto. -¿A qué te refieres, pregunté enseguida? –Emilio siempre amó a Ximena, tu madre, pero nunca se casaron mi estimado. Cuando tu mamá salió embarazada, era menor de edad. Emilio, un profesor de bajo sueldo, Ximena, una bella adolescente, a punto de comenzar sus estudios en la Universidad más cara de Lima. Tu abuela amenazó con denunciar a Buldog si se volvía acercar a tu madre. Ambos lucharon por su amor en un principio, pero Ximena fue débil, la presión en casa la atormentó, y no quiso arriesgarse a irse a vivir con tu padre, ya que no le podía ofrecer las comodidades a las que ella estaba acostumbrada. Recuerdo bien esa noche de la que me hablaste. Buldog vino borracho, tu abuelo lo había echado casi a patadas de tu casa, y lo amenazó de muerte si volvía. Tu padre era para la familia de Ximena, un profesor enfermo, que se obsesionó con su alumna, y la tomó a la fuerza. Quedé en shock, el alma se me salió, y se echó a volar por toda la habitación. Siempre había visto a mi padre como el único culpable de todo este dilema, pero hoy, Miguel me abrió los ojos.
Panetón miró su reloj, eran las seis de la tarde. –Francisco, no me gustaría cortar esta conversación, pero debo ir a trabajar. Tengo que recoger mi taxi, y hacer la ruta. Entré en razón en ese instante, e intervine oportunamente. –Te entiendo. Yo regresaré en estos días para seguir hablando del tema.
Ambos salimos de la casa, caminamos hasta la esquina, pero antes de seguir rumbos distintos, hice mi última pregunta. – ¿Por qué le decían Buldog a mi papá? Miguel soltó una suave risa, me dio una cálida palmada en la espalda, y contestó: “Cuando tu papá tenía quince años, se encontró un perrito en el parque De los bomberos, que queda a unas cuadras de aquí. Era de raza Buldog el cachorro. Tu padre se lo llevó a su casa, y se dispuso a cuidarlo. Pero tu abuela, una señora de carácter fuerte, no lo permitió. El pobre de Emilio tuvo que regalar al perrito. Créeme que tu padre lloró como bebe por días. Y bueno, como éramos muchachos, algo crueles, le pusimos ese apodo, que de cierta forma le iba bien, más que nada por la mirada tierna, y el seño permanentemente fruncido.
Después de despedirme de Miguel, me fui a dar una vuelta por el parque que me dijo. Me senté en una de las banquitas por varios minutos. Hoy me enterado que he vivido engañado toda mi vida. Mi madre siempre ha sido una mujer débil, que nunca supo luchar por sus sueños. No voy a permitir que Ximena Martínez, siga lavando la ropa de un hijo que no es suyo, ni que conviva más con un hombre que no la respeta, que tan solo la manipula. No me importa que tenga que ir y agarrar a patadas a Pepe, hoy mismo me llevo a mi mamá de su infierno.
Mi padre no fue tan mal hombre como pensaba después de todo. Bueno, aún tengo que hablar con mi madre para contrastar lo que me dijo Miguel. Lo único que sé, es que ya no hay más rencor dentro de mí. “Te perdono papá”.
Me levanté de la banca, era momento de partir. En ese instante escuché un ladrido. Voltee, era un buldog, mirándome fijamente, a unos metros de distancias. Después de quedarme tieso por varios segundos, me moví, y quise alcanzar al perro, pero este corrió, se perdió entre los arbustos, y desapareció. Sonreí. Ese fue literalmente, el último ladrido de mi padre.
Jhonnattan Arriola
Esta muy bueno el ultimo ladrido, aunque podrias sacar un "ultimo ladrido II" pues me quedo como corta la historia. Felicitaciones Mono sigue asi....
ResponderEliminarFelipe
Me encanto Bonii, una historia muy buena. También concuerdo con Felipe, me quedó corta la hsitoria. Seguro con el gran talento que tienes puedes hacer segunda parte.
ResponderEliminarUn abrazote :)