domingo, 28 de febrero de 2010

Psdt: Mi cielo

Autora invitada: ET. Estrella

Paulina, 16 años…

- Paulina! Son las 7, apúrate que estás tarde!!

- Ya voy ma, aguanta un toque… - alcancé a gritar mientras renegaba con los gritos de mi madre y al verme más cuadrada que un cuaderno en la falda de colegio.

- Baja a desayunar!

- Ya, ahí bajo!

- Toma hijita, sírvete.

- Solo el jugo, estoy apurada. Voy tarde.

Camino al colegio veía a la gente comiendo. En las esquinas, en las calles, en las plazas. Comiendo como si no hubieran comido en años. Gente gustosa de introducir en su boca los alimentos que rechacé saliendo de mi casa.

La llegada al colegio era como siempre. Todo el mundo me miraba: chicos grandes, chicos menores, chicos que me miraban insinuando sus nada inocentes intenciones que me hacían sentir perfecta. Bonita, blanca, cabello castaño y lacio, alta y delgada. Era lo principal, era la líder en los grupos de chicas…ellas siempre querían ser como yo. En verdad ¿quién no?

La ilusión de mi vida era ser una estrella, modelar en pasarelas internacionales, lucir prendas de diseñadores de la alta costura. El mundo de las cámaras y las fotos eran perfectos para mí. Mis anhelos eran un tanto superficiales, pero satisfacían mi existencia. A medida que crecía, el espejo se volvía mi mejor amigo, tal vez porque lo que se reflejaba en él era yo. Yo era mi mejor amiga.
No podía hablar con mi mamá, ella se la pasaba más ocupada en su trabajo, y mi papá; bueno, si no estaba viajando estaba cansado cuando venía solo los 30. Tampoco tenía hermanos. Solo me tenía a mí.

Vivía enamorada de mi perfección; siempre exigiéndome para no subir de peso; comiendo poco y tomando mucha agua; gimnasio más de una vez al día y la balanza mínimo tres veces. Pero nada de eso era suficiente: mi vicio era mirarme al espejo y decir: Caray, pero que gorda!

Sin darme cuenta y a los pocos meses fui bajando gradualmente mis raciones de comida, y lo poco que ingería era devuelto en pocos minutos y con facilidad. Era una satisfacción para mí. Me sentía culpable con tan solo pensar que había comido.

La gente me miraba y como siempre yo pensaba que admiraban lo perfecta que era y lo envidiosa que podía ser la gente. Ahora que puedo verlo claramente lo que la gente pensaba era lo ridícula que me veía y lo enferma que parecía para todos ellos.

¿Saben? Poco a poco fui perdiendo fuerzas, peso; por momentos tenía hambre y hasta creo que comía por ansiedad, pero lamentablemente con el tiempo vomitaba todo lo que ingería, e incluso, y solo algunas veces sangre… Aún creo recordar la cara de mi madre mientras lloraba y decía mi nombre rogándome que me detuviera, sin saber que a esas alturas las cosas ya no dependían de mi voluntad. Me sostenía la cabeza en el inodoro cuando ya no podía siquiera retener algún líquido.

Y de pronto, la soledad se apodero de mí. La líder, la chica hermosa y coqueta, se había consumido poco a poco. Las fotos con las que soñaba tener algún día en alta costura, se desvanecieron sin haber sido siquiera tomadas. Y si ahora tengo fotos, son solo los recuerdos de amargos amaneceres, recuerdos de lágrimas, de encierros en algún baño vomitando o tomando purgantes, entre centímetros y sobre balanzas, horas frente al espejo, culpándome por lo mal que me veía; según mi nada cuerdo criterio, gorda.

Psicólogos y médicos especialistas en el caso, mis padres en el momento más duro juntos; todos apoyándome y ayudándome e incluso yo, finalmente dándome cuenta y poniendo de mi parte. Pero no mi organismo, él ya no estaba dispuesto a luchar. Y era lógico, después de haberle exigido tanto, terminó por convertirse en mi peor enemigo, intoxicado y contaminado por el daño que le había hecho.

Internada en un hospital, inyectada por todos lados, con tubos conectados a mi organismo; dormía y recordaba los feliz que fui antes de los 16 años. Podía correr, saltar, bailar, ir de compras, abrazar a mis padres, ir al cine y todo aquello que hace una jovencita cuando aun está empezando a vivir.

Desde aquí veo sufrir y llorar a papi y mami, se lamentan por todo el tiempo que no estuvieron a mi lado. Ahora, me toca decirles que esto: YO lo busque. Gracias por lo feliz que me hicieron y por la bondad que sembraron en mí. La llevaré conmigo.

Todos los sueños que eran para mí poco a poco se fueron alejando, la vida que tenía por delante se me fue en el último respiro…

Y aunque ahora no puedo expresar libremente lo que siento, aun así se lo digo a mis padres, desde aquí, desde mi cielo, nuestro cielo.

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