Este año 2010, ha venido acompañado para mí de un conjunto de situaciones en común, de la cuales, he intentado afrontar con la cabeza en alto, pero no en todos los casos, lo he conseguido. Decir adiós, sin importar el modo en que se presente el instante, es sumamente difícil. Es por ello que dedicaré este post a este sentimiento de nostalgia, donde un abrazo, una mirada, un beso, un apretón de manos, forman parte del cliché del momento.
Todo comenzó el 23 de enero. A pesar que la mala noticia ya había sido anunciada, preferí no hacerle caso, sin embargo, llegó el día de afrontarla. Mi mejor amigo, Carlos, mi fiel compañero de noches de tragos, de confesiones mortales, de ensayos musicales y de sueños imponentes de negocios y viajes, se iba a Miami con sus padres con planes de quedarse a vivir allí e iniciar una nueva vida, ya que una mejor oportunidad laboral había surgido para su familia. Pasé todo el último día de mi amigo en Lima con él, desde las diez de la mañana que nos tomamos unas cervecitas, hasta las once de la noche, donde antes de abordar su avión, me dio un fuerte abrazo y me dijo que siempre seríamos mejores amigos y que nunca dejaríamos de comunicarnos. Ambos lloramos como dos niños, sin embargo, por más que inconscientemente lo intenté retener con continuos apretones de manos y palmaditas en la espalda, no pude impedir lo inevitable.
Por otro lado, en julio, el ocho de aquel mes, una desgracia atentó contra mi melancólico estado emocional. Mi tío Miguel, el hermano de mi abuela, falleció de un infarto en su casa. Debo confesar que hace bastante tiempo que no veía a mi tío abuelo, sin embargo, tenía un muy buen recuerdo de él ya que hasta que cumplí los 15 años, venía todos los miércoles a almorzar a mi casa. Nunca olvidaré como por ley a las cuatro de la tarde, me enseñaba a tocar la guitarra. Gracias a este hombre aprendí a apreciar la música y a componer canciones. Pero en aquel instante, tan solo parado, mirando en su ataúd su cuerpo sin vida, debía decirle adiós. Era la primera vez en mi historia que me había tocado despedir a un ser querido de esta manera. No se me ocurrían palabras ni oraciones precisas para el momento, pero sí una de sus canciones favoritas, Llorarás de Oscar de León. Así que decidí cantarle en voz baja un poco de esa canción mientras iban enterrándolo.
Finalmente, el sábado cuatro de este mes navideño, me encontraba sumamente aturdido por los continuos dolores de cabeza provocados por los exámenes finales de la universidad y el estrés generado por el trabajo, así que esperaba fielmente relajarme el fin de semana con mi enamorada, pero todo se fue al demonio. Primera mala señal. Andrea me dijo que la llamara a la una de la tarde para quedar la hora en la que nos veríamos, pero al hacerlo, su madre que comentó que la habían retenido en su trabajo y que llegaría como a las seis.
Yo estaba en una encrucijada ya que me había hecho la idea de verla a las cinco, celebrar un mes más de nuestra relación, y de ahí, ir a saludar a mi amigo Juan por su cumpleaños a las nueve de la noche. Finalmente no me hice bolas y decidí dejar todo al destino. Pero a las cinco y cuarto de la tarde, su madre me informó que su hija ya había llegado a casa y que la podía llamar. Realmente me pareció raro el asunto, ya que Andrea no fue la que me avisó, si no su progenitora. La cuestión es que llamé a mi chica algo molesto ya que últimamente no se había mostrado interesante en mí y además de ello, ayer armó todo un berrinche cuando se enteró que estaba en una cabina de internet jugando con mis primos, ya que pensaba que estaba en una fiesta. Ya arto de todas estas situaciones decidí hablarle del asunto y arreglar las cosas antes de ir a verla, pero desastrosamente, ella estaba de pésimo humor, ya que había discutido con su madre por un tema que ignoro. Sin darme cuenta me vi envuelto en un bochinche telefónico con mi amada, y acabamos mandándonos al cacho. Sin embargo, eufórico y estérico decidí ir a verla y enfrentar el problema, pero me encontré con un ser despechado que alegaba que soy un terrible enamorado ya que en vez de apoyarla en este momento difícil, donde la estaban explotando en su trabajo y su mamá le hacía más disturbios, no supe hacerlo y le di más problemas. De ese modo, Andrea, más arrebatada que nunca, terminó conmigo mostrando una faceta que no conocía, la de una mujer sumamente orgullosa que solo quería dejar de verme. Irónicamente le pregunté si realmente quería acabar con nuestra relación en vísperas de navidad, y entre lágrimas le quise explicar mi sentir, justiciándome de cierta manera, pero no quiso escucharme. Un año y ocho meses de relación arrojados al vació por un instante de locura.
Al día siguiente pensé que me llamaría para disculparse, pero no lo hizo, al parecer el demonio que la atormenta la tiene aún controlada, impidiéndome que pudiera aplicarle algún tipo de exorcismo. Debo reconocer que soy bastante culpable de este problema, ya que conchudamente le reclamaba atención, cuando siempre era ella la que me buscaba, y muy aparte, hace dos meses me perdonó una infidelidad. El amor se había desgastado, y ella optó por ir acumulando todos estos problemas del corazón, explotando como una bomba atómica de desamor.
Ya ha pasado una semana. Definitivamente mi relación con Andrea no tiene solución. Hace unos días nos vimos para conversar, despidiéndonos con un último beso. Intentaremos ser amigos, pero ya con el tiempo. Ambos seguíamos la rutina de vernos, sin darnos cuenta que el amor, hace ya buen tiempo nos había dicho adiós.
Tomando una cerveza en la escaleras de mi casa, me doy cuenta que en la vida siempre se presentan distintas despedidas. Uno no puede evitar que algo termine, de alguna u otra forma siempre llega el final, y preparados o no, lo debemos afrontar. Cuando era niño, el tiempo se pasaba lento y creía que la realidad que conocía siempre sería la misma, pero ahora, triste por el conjunto de hechos que he vivido durante el año, tan solo quiero expresar que aunque deba resignarme a no ver quizá nunca más a estas tres personas que mencioné en este escrito, seguiré adelante y voltearé la página. Sin embargo, estoy seguro que aunque no quiera, pronto volveré a decirle adiós a alguien más. La vida es así, un cuento donde van desfilando personajes, los cuales vienen y se van.
Jhonnattan Arriola
Todo comenzó el 23 de enero. A pesar que la mala noticia ya había sido anunciada, preferí no hacerle caso, sin embargo, llegó el día de afrontarla. Mi mejor amigo, Carlos, mi fiel compañero de noches de tragos, de confesiones mortales, de ensayos musicales y de sueños imponentes de negocios y viajes, se iba a Miami con sus padres con planes de quedarse a vivir allí e iniciar una nueva vida, ya que una mejor oportunidad laboral había surgido para su familia. Pasé todo el último día de mi amigo en Lima con él, desde las diez de la mañana que nos tomamos unas cervecitas, hasta las once de la noche, donde antes de abordar su avión, me dio un fuerte abrazo y me dijo que siempre seríamos mejores amigos y que nunca dejaríamos de comunicarnos. Ambos lloramos como dos niños, sin embargo, por más que inconscientemente lo intenté retener con continuos apretones de manos y palmaditas en la espalda, no pude impedir lo inevitable.
Por otro lado, en julio, el ocho de aquel mes, una desgracia atentó contra mi melancólico estado emocional. Mi tío Miguel, el hermano de mi abuela, falleció de un infarto en su casa. Debo confesar que hace bastante tiempo que no veía a mi tío abuelo, sin embargo, tenía un muy buen recuerdo de él ya que hasta que cumplí los 15 años, venía todos los miércoles a almorzar a mi casa. Nunca olvidaré como por ley a las cuatro de la tarde, me enseñaba a tocar la guitarra. Gracias a este hombre aprendí a apreciar la música y a componer canciones. Pero en aquel instante, tan solo parado, mirando en su ataúd su cuerpo sin vida, debía decirle adiós. Era la primera vez en mi historia que me había tocado despedir a un ser querido de esta manera. No se me ocurrían palabras ni oraciones precisas para el momento, pero sí una de sus canciones favoritas, Llorarás de Oscar de León. Así que decidí cantarle en voz baja un poco de esa canción mientras iban enterrándolo.
Finalmente, el sábado cuatro de este mes navideño, me encontraba sumamente aturdido por los continuos dolores de cabeza provocados por los exámenes finales de la universidad y el estrés generado por el trabajo, así que esperaba fielmente relajarme el fin de semana con mi enamorada, pero todo se fue al demonio. Primera mala señal. Andrea me dijo que la llamara a la una de la tarde para quedar la hora en la que nos veríamos, pero al hacerlo, su madre que comentó que la habían retenido en su trabajo y que llegaría como a las seis.
Yo estaba en una encrucijada ya que me había hecho la idea de verla a las cinco, celebrar un mes más de nuestra relación, y de ahí, ir a saludar a mi amigo Juan por su cumpleaños a las nueve de la noche. Finalmente no me hice bolas y decidí dejar todo al destino. Pero a las cinco y cuarto de la tarde, su madre me informó que su hija ya había llegado a casa y que la podía llamar. Realmente me pareció raro el asunto, ya que Andrea no fue la que me avisó, si no su progenitora. La cuestión es que llamé a mi chica algo molesto ya que últimamente no se había mostrado interesante en mí y además de ello, ayer armó todo un berrinche cuando se enteró que estaba en una cabina de internet jugando con mis primos, ya que pensaba que estaba en una fiesta. Ya arto de todas estas situaciones decidí hablarle del asunto y arreglar las cosas antes de ir a verla, pero desastrosamente, ella estaba de pésimo humor, ya que había discutido con su madre por un tema que ignoro. Sin darme cuenta me vi envuelto en un bochinche telefónico con mi amada, y acabamos mandándonos al cacho. Sin embargo, eufórico y estérico decidí ir a verla y enfrentar el problema, pero me encontré con un ser despechado que alegaba que soy un terrible enamorado ya que en vez de apoyarla en este momento difícil, donde la estaban explotando en su trabajo y su mamá le hacía más disturbios, no supe hacerlo y le di más problemas. De ese modo, Andrea, más arrebatada que nunca, terminó conmigo mostrando una faceta que no conocía, la de una mujer sumamente orgullosa que solo quería dejar de verme. Irónicamente le pregunté si realmente quería acabar con nuestra relación en vísperas de navidad, y entre lágrimas le quise explicar mi sentir, justiciándome de cierta manera, pero no quiso escucharme. Un año y ocho meses de relación arrojados al vació por un instante de locura.
Al día siguiente pensé que me llamaría para disculparse, pero no lo hizo, al parecer el demonio que la atormenta la tiene aún controlada, impidiéndome que pudiera aplicarle algún tipo de exorcismo. Debo reconocer que soy bastante culpable de este problema, ya que conchudamente le reclamaba atención, cuando siempre era ella la que me buscaba, y muy aparte, hace dos meses me perdonó una infidelidad. El amor se había desgastado, y ella optó por ir acumulando todos estos problemas del corazón, explotando como una bomba atómica de desamor.
Ya ha pasado una semana. Definitivamente mi relación con Andrea no tiene solución. Hace unos días nos vimos para conversar, despidiéndonos con un último beso. Intentaremos ser amigos, pero ya con el tiempo. Ambos seguíamos la rutina de vernos, sin darnos cuenta que el amor, hace ya buen tiempo nos había dicho adiós.
Tomando una cerveza en la escaleras de mi casa, me doy cuenta que en la vida siempre se presentan distintas despedidas. Uno no puede evitar que algo termine, de alguna u otra forma siempre llega el final, y preparados o no, lo debemos afrontar. Cuando era niño, el tiempo se pasaba lento y creía que la realidad que conocía siempre sería la misma, pero ahora, triste por el conjunto de hechos que he vivido durante el año, tan solo quiero expresar que aunque deba resignarme a no ver quizá nunca más a estas tres personas que mencioné en este escrito, seguiré adelante y voltearé la página. Sin embargo, estoy seguro que aunque no quiera, pronto volveré a decirle adiós a alguien más. La vida es así, un cuento donde van desfilando personajes, los cuales vienen y se van.
Jhonnattan Arriola
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