martes, 20 de diciembre de 2011

Un cigarrillo y un café

Estoy arto de la rutina y como diría Daniel F, y de los mismo huevones. Son las seis de la mañana y suena el fucking despertador. Si alguna vez he deseado hacerle daño a algo, que sufra, que se retuerza de dolor, es a mi despertador. Esa música mariquita que atrofia mis tímpanos, me tiene podrido. ¿No podría comenzar la jornada laboral a las once de la mañana? Al parecer no (carita triste). A prepararse un café, no queda de otra, señores.

No es que sea flojo, quiero dejar eso muy en claro. Lo que sucede es que estoy pasando por un momento bastante complicado. Aún no acabo la carrea en la universidad, y soy explotado en mi trabajo como bomba atómica. Sueño con ser escritor, pero cada vez que se lo comento a mi familia, se escandalizan y me dicen que no fastidie, que me ponga a trabajar. Que con libros, no tendré ni para el baño (el papel es muy duro). Puede sonar chistoso, pero no lo es. No hay nada peor que haber nacido para algo y estar viviendo de otra cosa. Mi enamorada me aconseja que tenga paciencia. Créanme que intento hacerle caso, pero siempre termino perdiendo el control y generando una discusión de la nada. Como hoy, que empezamos a pelear porque me sentí mal al no tener dinero y no poder llevarla a su reunión con sus amigos de la universidad. Ella lo comprendió bastante bien, pero yo hice toda una rabieta. Pero ojo, tengo mis motivos. El primero es que quizá ella vaya sin mí, lo entiendo, no es justo que se prive tampoco. Pero el detalle es que me estresa que seguro uno de sus nobles amiguillos, la recogerá y la dejará en su casa. Ok, debería sentirme tranquilo por eso, pero no, un macho que se respeta no deja que su chica se vaya con otro (Mejor dejo ese tema aquí porque ya me estoy encabronando por las puras. Ya ven…estoy loco). La verdad, solo me siento triste porque si no la veo el martes, me tendré que esperar hasta el miércoles para poder besarla. Podría armar un show y hacer que no vaya, pero sería muy injusto. Solo me queda renegar en silencio mientras juego fútbol con mi despertador, hasta que reacciono y me doy cuenta que es mi celular y que si lo sigo pateando, me arrepentiré totalmente.


Antes de seguir con el relato. Debo admitir que soy un idiota de primera. Campeón olímpico en idiotez. Reniego de todo, vivo acelerado y no disfruto de un domingo en casa. Siempre intentando salvar al mundo en mi cabeza, siendo derrotado y apaleado por todos mis pensamientos ruines, que terminan ganándole a mis ideales positivos. Odio los domingos porque sé que en pocas horas llegará el maldito lunes. No me doy cuenta de que si dejara de pensar en esas tonterías, podría disfrutar un poco más de la vida. Pero bueno, al parecer soy muy terco. Nunca me hago caso. Afortunadamente siempre guardo un cigarrillo en mi bolsillo. Un fiel compañero. Su humo me acaricia en la oscuridad. Recuerdo la noche en que aprendí a fumar. Precisamente era domingo, antes de entrar a quinto de secundaria. En ese entonces todos los días y a todas horas, era recreo. Vivía en las esquinas, tocando guitarra y bebiendo licor de cuatro soles. Gritándole al mundo que era inmortal. Pensaba que todo era sencillo, que no existían trabas ni dragones. Pero ahora…ya no soy un adolescente soñador. Para los que realmente me conocen, sigo siendo un niño. No he perdido la inocencia ni la sonrisa. Es lo último que me queda. Dios, no permitas que se me vaya, por favor.

Los que han llegado hasta esta parte del post, quizá se pregunten: “¿Qué diablos está escribiendo este huevón?”. Los comprendo, yo también pensaría eso, sin embargo y aunque no parezca, esta historia tiene bastante sentido. Sé que en algún momento, mi estimado lector, te has sentido como yo. Un naufrago en las nebulosa isla de la gris Lima. Un loco, pero con razón, y con la ilusión de un niño que espera a Santa Claus en navidad. La vida golpea fuerte. Ya estamos cansados de dar la otra mejilla, ¿verdad? No nos comprenden. Quedamos ante el mundo como las ovejas negras del rebaño. Nos comparan con los primos doctores que están a punto de graduarse con honores y palmas. Es por ello la importancia de este relato. Va dedicado a todos los soñadores que en algún momento de su vida han sentido que su camino se llena de espinas. A los locos de corazón. A ellos les escribo hoy.

Quiero trasmitir entre mis líneas, que entiendo la frustración. La impotencia de sentir que todo se viene abajo y que no hay forma de detenerlo. Caer no es malo, siempre y cuando aprendamos a levantarnos. A pesar de que seamos motivo de decepción para nuestros seres queridos en algunos momentos, que nos señalen y que nos pronostiquen un futuro de infierno, debemos dejar de ser quien éramos para empezar a ser quienes somos (Paulo Coelho). Yo no tengo las agallas para patear más fuerte mi despertador y enfrentar a mi familia, diciéndole que mi destino es de escritor, y que si tengo que marcharme lejos, al infinito y más allá para conseguirlo, lo haré…llevando en mi maleta mi guitarra y un poco de ron. Como dije, yo no soy tan valiente. Pero quizá tú sí, mi estimado. No dejes que la realidad confunda tus sueños. Acaba con tus pensamientos aguafiestas. Consíguete una espada para decapitar dudas, un escudo para protegerte de lanzas de negatividad y una buena botella de champaña (Para celebrar el éxito, que quizá pueda tardar, pero sin duda llegará).

Nunca dejes que alguien te diga que no puedes llegar a concretar tus metas. Las personas que han perdido sus sueños, tienden a desmoralizar a los que mantienen su alma llena de fuego. No dejes que lo consigan. No sé si sea muy tarde para mí. Pero si este post ayuda a que tú empieces a tomar cartas en el asunto, trascenderé en tu historia y mi esencia brillará un poco más. Mis letras se harán más fuerte.

Empecé narrando mis confusiones para darte confianza. Para que poco a poco, te vayas encontrando en mis palabras. Es tiempo de que hables contigo mismo y te des cuenta de qué hay en tu corazón. Mírate al espejo ¿Realmente te ves a ti?

Hace frío. Hoy después de mucho tiempo, me congelo. Me encuentro sentado en una de las banquitas del parque Cementerio. Queda a la espalda de la cuadra quince de la alborada. Pueblo Libre. Este lugar es muy especial para mí. Mi primera novela “Memorias de un viejo sueño” se basa en alguna de las aventuras que he vivido en la melancolía de este lugar. Hay espacio para alguien más a mi lado. Quiero invitarte a venir aquí, quizá podamos reunirnos para conversar. Hablar de locuras y delirios. De sueños rotos y disturbios. Una conversación distinta, pero que nos lleve al auge del alma. Yo quiero escuchar tus problemas. Te entiendo, de verdad que sí. En mí tienes un amigo. Te invito un cigarrillo y un café.

Jhonnattan Arriola

jueves, 8 de diciembre de 2011

Los buitres rojos: Capítulo III

Este el tercer y último post que escribo en su nombre. Mi buen amigo Chicho…siempre quise entender qué pasaba por su mente, qué sentía. Es por ello que me aventuré a intentar ser él y plasmar el resultado en estas líneas. Hace ya como dos meses que falleció. Que dejó un vació rojo en nuestros corazones.  Hablando con su madre, decidimos que no sería lo ideal contar ese penoso momento, sino, englobar el concepto de su historia en tres pasajes de su vida. Chicho nunca fue un criminal. Lo que decían las vecinas chismosas sobre él, eran habladurías.  Siempre las palabras de su padre lo ayudaron a ser mejor persona y no caer en locura. Me gustaría hablar con mi compañero por última vez, decirle que a pesar  de que nos alejamos desde que se unió a las barras, nunca dejé de considerarlo mi mejor amigo. “T amo, mi hermano”.  (Leer más de este personaje en Los buitres rojos y en Los buitres rojos: Capítulo II)
Jhonnattan Arriola

Muchos miembros de la barra de los “Buitres rojos”, matarían por estar en mi lugar. Por gozar de la simpatía y confianza de Chato burro. ¿Quién lo diría? Hoy me invitó a su casa. Quiere componer una nueva canción para alentar a nuestro equipo y según él, soy la persona indicada para esa tarea. Debo admitir que me siento alagado.

Chato burro vive en San Juan de Miraflores. Digamos que su barrio es bastante saltón, como diría él. Pero bueno, si uno tiene calle, puede evitar los peligros y no dejarse intimidar por las miradas turbias de los rateros de paso. Felizmente en mi caso. No le agacho la mirada a nadie.

- ¡Compadre, qué bueno que viniste!, expresó Chato Burro, chino de risa. Su mirada estaba desorbitada y sus ojos, completamente rojos.

Era muy obvio lo que estaba pasando. Chato Burro estaba totalmente duro, como dicen en jerga. Drogado hasta los huesos.

Fuimos hasta su habitación, y una vez en ella, el líder de la barra sacó un porrito de su cajón, y dijo:
 
- Con esto nos metemos una inspirada brava. Vamos, Chicho. No me digas que le arrugas. ¡Está buenaza!

Chato Burro empezó a fumar, y luego de darle un par de pitadas a su porro, me lo ofreció, extendiéndome la mano. En ese instante, la escena se puso en cámara lenta. En el transcurso en que me proponía a aceptar su invitación, no pude evitar recordar aquella conversación que tuve con mi padre mientras caminábamos por el parque de mi cuadra. Tenía diez años. Aún me detenía a escuchar el cántico de las aves. Aún era el verde mi color favorito.

Tarde por el parque (2000)

Eran casi las cinco de la tarde y después de ir a comprar un rico helado, decidimos con mi padre, regresar a casa por el parque. Nos pareció más divertido. Pero de pronto, un señor que se tambaleaba y gritaba al cielo, con lisuras y maldiciones,  me llamó mucho la atención.

-       ¡Papá, mira a ese señor!  ¡Qué es lo que tiene! ¿Por qué se comporta así?

Mi padre me tomó del hombro, me jaló a su lado con ternura y me dijo que siguiéramos caminando, que al llegar a la esquina me explicaría.

Y así fue. Al llegar a la esquina del parque, mi papá empezó a acariciar con dulzura mi cabello y arrodillándose para estar a mi altura, me dijo:

“Escucha muy bien lo que te voy a decir, hijo. Ese hombre que viste, ha consumido drogas. Te das cuenta cómo todos lo miran con temor, pena. ¿No te gustaría nunca sentirte así, verdad? Las drogas siempre nos rodean, pero depende de uno desistir y no cometer nunca la decisión inconsciente de aceptar. Piensa siempre en tu familia. Todos confiamos en ti, hijo. Estamos seguros que te depara un futuro único. Puedo ver en tus ojos el triunfo. Estoy orgulloso de ti “.

-¡Qué diablos te pasa, huevón, te has quedado tieso!, expresó Chato Burro, con un tono burlón y perdido.

Volví en sí. Ya no me encontraba en mis cálidos recuerdos, ahora, tenía frente a mi fría realidad, llena de historias de locura y dolor. Si no hubiese sido por ese recuerdo, me hubiera drogado sin dudarlo, pero felizmente, terminé por rechazar la invitación del jefe de barra.

-       ¡No puedo creer que estés arrugando!, exclamó aguerrido. El Chato burro se estaba empezando a poner violento.

-       Tranquilo, Chato. Lo que pasa es que cuando me meto marimba, me pongo zoombie. No soy como tú que se inspira. Hoy debemos componer la canción. Ya otro día nos metemos unos buenos porros.

Chato Burro se tragó el cuento. Y finalmente, nos dejamos de rodeos y seguimos con lo nuestro. ¡Dale dale dale dale, buitres rojos, que somos rojos, un corazón! A pesar de que dentro de mí suenan los tambores de la emoción, por alentar a mi equipo con una nueva melodía. Nuevamente la nostalgia. Nuevamente la sensación que no soy el hijo que mi padre esperaba. 






sábado, 12 de noviembre de 2011

Muchos hacemos el amor pero pocos lo vivimos


La vida es como el mar. Nace desde la profundidad, genera potencia y crece. Y luego, quedan dos opciones: La ola revienta con tal fuerza capaz de hacerte caer, o quizá, al final, todo sea sumiso y desapercibido. Ojalá cuenten con esa suerte. Yo he sido revolcado muchas veces.

En esta etapa de mi vida sólo puedo decir algo: “Mi cabeza está llena de vagabundos incapaces de realizar pensamientos sensatos o hábiles de reconstruir el tiempo”. Aquí vamos de nuevo. Sí. De nuevo.

Las manecillas del reloj apuntaban a las seis de la tarde. No podía ver el cielo que se postraba cautelosamente frente a nuestros ojos, pero a duras penas los últimos rayos del sol se penetraban entre mis gruesas cortinas, susurrándome visualmente que el día está llegando a su fin.

Postrado en mi cama veía lentamente como se iba vistiendo. Caminaba un tanto nerviosa, su mente no estaba tranquila, hace unas semanas intentaba decirme algo pero no se animaba. Lo sabía.

El silencio inundaba la habitación, el olor a tabaco hecho cenizas cada vez se hacía más fuerte, y los latidos de mi corazón se oían ligeramente acelerados. Había sido mi primera vez, la primera vez que experimentaba aquella frasecita amada por unos y odiada por otros: Hacer el amor.

Sobaba sus muslos con delicadeza, volteaba a mirarse al espejo. Su pantalón azul marino le encajaba a la perfección.  Yo seguía mirando.

Sentía profunda admiración por ella. Su enigmática forma de pensar, de llevar suavemente la vida. De manejarla a su manera y siempre conseguir lo que quería. Me sentía libre, lleno de paz. Sin conflictos, sin fricciones, sin tristeza, con ganas de amar, amar de verdad.

Los segundos comenzaban a convertirse en horas. Nuestras miradas nunca se juntaron. Ella seguía arreglando sus cosas. Yo continuaba mirando.

Soltó un pequeño suspiro. Volteó a verme. Miré sus ojos y recordé la infancia que vivimos juntos. Cuando de pequeña, todos los días al ponerse el sol, esperaba en la puerta de su casa que un principito de ojos azules aparezca en un caballo blanco y la lleve a lugares inimaginables donde realmente se sintiera feliz. Pequeña pretenciosa. Tus sueños los vivía como si se tratasen de los míos, quizá por ello nunca dejé de amarte hasta ahora.

Sobó mi cara con delicadeza, alzó mi mentón y me dio un beso en la frente. – Gracias – dijo ella.
Y se marchó sin decir más. No hice nada por impedirlo.

Sus sueños nunca fueron conmigo. Habían muchachos mucho más apuestos que yo que le podían ofrecer muchas más cosas que yo. Yo sólo tenía amor para darle pero ella nunca me vio de la misma manera. En realidad nunca entendí el por qué decidió darme la oportunidad de intentar llenarla y ser feliz. Quizá siempre me vio como una opción, más no como una prioridad. Quizá mi ilusión me cegó y no me hizo dar cuenta del juego sin reglas en el que me estaba metiendo.

Hice el amor con la persona a quien más amaba en esta tierra. Decidí luchar por mis sentimientos pero creo que los dados sobre el tablero no podían girar más. Al lanzarlos, siempre obtenía el mismo número y en vez de avanzar, comenzaba a retroceder. Lento e inseguro. Step by step.

Rest in peace little heart.

Nunca dejes de creer pequeño, quizá, algún día, tú seas el principito que descienda del caballo, capaz de hablar como caballero así como ella lo imaginaba cuando era joven.

Recuerda que si termina la noche, es porque se hace de día.

Estaré aquí, en el mismo lugar que me dejaste, si en algún momento de angustia aparezco por tu mente.









miércoles, 9 de noviembre de 2011

Los buitres rojos: Capítulo II

Chicho es un joven de  veintiún  años que todavía no sabe qué quiere en la vida. Su padre le enseñó a alentar al equipo de sus amores, “Los buitres rojos”. Pero al morir de una terrible enfermedad, Chicho se quedó desconsolado y sin rumbo. Intentó asumir el rol de hombre de la casa.  Juró proteger y cuidar a su madre, pero sus conflictos internos, quemaron sus metas. 

En el camino, se encontró con malas influencias, que lo guiaron a los pasos del fanatismo, haciendo que se convierta en un barrista, sometido a una vida de locura y violencia. Sin embargo,  constantemente  recuerda a su padre y los consejos que éste le daba.  A pesar de que su vida se ha tornado gris, las palabras del hombre que tanto admiró, aún lo salvan de apuros.

No sé que más decirle. Ximena, simplemente no me entiende. Se empeña en insistir que permanecer en la barra de los “Buitres rojos”, es una idea descabellada.  Piensa que estoy desperdiciando mi vida.  ¡Acaso no puede entender que cuando coreo los cantos de mi equipo, siento que mi mundo se pinta de color, que respiro! Sentado en el sofá de su sala, mi cabeza está a punto de explotar. No puedo ni mirarla a los ojos. Tan solo quiero desaparecer y evitar todo este dilema.

- Tienes que madurar, Chicho. Ya tienes veintiún años, no puedes seguir en una barra con esos montones de maleantes. Te estás volviendo uno más. ¡Entiende, por favor! ¡No desperdicies tu vida! Te conozco desde antes que muriera tu padre. Sé lo mucho que te ha afectado su partida. Pero debes mirar hacia adelante. No puedes esconderte en el escudo de "Los buitres rojos".

Mi relación con Ximena se ha vuelto un infierno. No hay día en que no discutamos. Todos mis amigos de la barra me aconsejan que la deje, que no me haga bolas por una mujer, que puedo encontrar miles mejores. Pero eso no es verdad. No hay nadie mejor que Ximena y eso lo sé muy bien, pero al parecer, por más que en mi interior albergan las respuestas, solo sé aflorar disturbio y locura.

- ¡No eres nadie para juzgarme, Ximena! ¡Ya estoy arto de tus reclamos! ¡No te soporto!, exclamé, golpeando levemente la mesa de su sala, buscando darle más intensidad a la escena.

Hubo un silencio gélido en la habitación por varios segundos, hasta que finalmente, Ximena empezó a llorar. Las lágrimas salían sin permiso de su triste semblante. Se notaba a leguas una sensación de soledad, miedo, vació. No pude evitar recordar aquella vez en que vi a mi madre llorar por la muerte de mi papá. Aún pensaba que saldría adelante. Aún creía en los finales felices. 

Adiós, papá (2005)  

Era una noche de invierno. Llovía. Sin duda, el llanto de Dios se reflejaba de esa manera. El mejor hombre del mundo, había muerto hace unas horas, y en el velatorio de la iglesia San Antonio de Padua, lo estábamos velando. Mi madre, inconsolable, lloraba a gritos la muerte de su esposo. La ausencia de ese gran ser… Mi padre.

A mis quince años, se me había acabado el mundo. No sabía cómo afrontar tan terrible dolor. Lo único que hice fue acercarme a mi madre, secarle las lágrimas, y repetirle las últimas palabras de su esposo, que con una sonrisa, y fingiendo que la terrible enfermedad que lo tenía postrado en el hospital no lo consumía, me dijo:

“El mañana es sabio. A pesar de que vengan días grises, siempre existe una salida. Una esperanza. Nunca te dejes caer. Mira la vida con emoción, con ganas. Si permites que la negatividad tome tu esencia, que se apodere de tus ideales, no volverá a salir el sol. Lucha por lo que quieres. Por tus sueños y por tu familia”.

Esa noche le prometí a mi madre que cuidaría a mi familia y que la sacaría adelante, volviéndome el hombre de la casa. Pero tristemente no fue así. Caí en malos pasos y ahora, simplemente me volví la oveja negra.

- ¿Qué te ocurre? De repente te quedaste nublado, expresó Ximena, mirándome con extrañeza.   

Me puse de pie. Miré fijamente a mi amada y le di un beso en los labios.

- Te amo. Perdóname por ser un idiota. Debo partir. Tengo mucho qué pensar. Sé que te molestará que me vaya sin darte explicación, pero en estos momentos, mi cabeza es un mar de confusiones, espero puedas entenderme.

Ximena no dijo nada más, simplemente me sonrió, como si pudiera adivinar todo lo que había estado pensando. Partí de su casa, dispuesto a perderme en el vacío de las grises calles de Lima. Pero de pronto, sonó mi celular. Era Chato Burro.

- Chicho. Tenemos un guerreo con los cabrones de Turroneros. En Magdalena va a ser la bronca. ¿Nos empatamos para ir, no?

Escuché perfectamente a Chato Burro, pero opté por hacerme el sordo, como si no hubiese entrado bien la llamada. Hoy no quiero más peleas. Pienso buscar a mi madre. Hace tiempo que no la visito. Hace tiempo que no le digo que la amo.


Jhonnattan Arriola

domingo, 6 de noviembre de 2011

Pena volátil.



Tengo mil líneas sin sentido como pensamientos dispersos en mi cerebro, una polilla posada en la parte izquierda de mi pantalla.. y estoy tan triste que no quiero molestarla.

Estoy tan triste que sé que no terminaré de describir lo que realmente quiero decir.
Pido disculpas por eso.

Estoy triste y no quiero que me digas que pasará porque por lo menos hoy y mañana sé que no será así.
Estoy triste y escucho música más triste aun para sentirme peor… y ¿quién no lo ha hecho?
Y bueno sí, mi pena es volátil pero profunda.. me acompaña, como me acompaña su ausencia.

No volverá porque yo pedí que no lo haga y hoy más que nunca, siento que he perdido mucho.
Sus pasos ya no acompañaran los míos, y es que desde hace algunas semanas, solamente floto y siento que nadie me puede tocar, salvo la pena de no tenerlo más a mi lado.
-Nos perdimos cuando vimos la luz del túnel, para él era la luz de la salida y para mi, eran los faroles de un camión -

Sus dedos llenos de magia ya no tocaran los míos, ni me prenderán aquellos cigarrillos de tiempo que solíamos fumarnos. Sí, así es, el y yo solíamos fumarnos el tiempo y el amor.
Se terminaron los paseos por aquellos bosques de plata y aquellos sueños bidireccionales, tan míos y tan de él.

Dicen que soy inhumana porque no lloro y no suelo decir palabras bonitas. A veces se olvidan de que lo mío es escribir y llorar en silencio, desde las profundidades de mi cuarto.
Tengo el corazón partido en mil pedacitos y me siento sola.
Perdía la mitad de mi alma y la verdad, aunque no lo noten, ya no hay sentido alguno al caminar/flotar.
La verdad duele.

Estoy ansiosa, mis dedos se resbalan del mouse, siento que mi corazón late fuerte y mi alma espera algo y no sé que es. Sé que esta noche será una muy larga, llena de pesadillas y que los sueños serán aun más tristes que despertarme y empezar a vivir sin ti.

Es noviembre y estoy triste.
-Mi alma tiene pena-
Mi alma juega con las moneditas que tiramos en el pozo de los sueños rotos de hoy.
¿Cara o sello?
Esta vez escoge tú.

Feliz cumpleaños a mí.






jueves, 3 de noviembre de 2011

La.Berunté



Estás en cada hoja de cuaderno, en cada suspiro profundo y dilatado, en mis martes ocupados, en mis acuarelas, en mis septiembres encandilados, estás en mi música, en mis temblores, en mis aires y en todos mis olores, así estás reclinado frente a mis pupilas, respirando a poquitos, hablando a quedito soplo pausado, desdibujándome la vida, robándote mis sonrisas y mis pensamientos despistados


La insistencia se ha vuelto la coherencia dilatada en este cúmulo de pensamientos vagabundos a sobremesa y sin necesidad de tener que explicarte mucho, sé que no siempre se puede tener las llaves de todas la puertas para salir corriendo cada vez que los fríos sean tan intensos que despejen de tu atmósfera las delgadas líneas de luz incandescente tornasol que se cuela por las rendijas de mis palabras y tu voz.

Párate frente a mí como antes, me has dicho, y probablemente ya no recuerde ni mi postura, ni la distancia focal entre mis pies torcidos y la torpeza de mis piernas largas contenidas a centímetros de mi cervical angosta y cansada, no voy por más, acabo de recoger mis extremidades, las que hemos dejado guardadas en los recuerdos que saben a dulce, en los respiros que saben a latidos y en los aleteos que se sienten a temblor.

Tradúcete en estas líneas, inconformes, desatinadas, ensimismadas en sendas escondidas, me has pedido y sé, que no hay mucho de cierto y sensato en esto que esbozas con un soplo quedo y sincero, porque tal vez nunca han entendido de dónde vengo y esta miseria de no esperanza se encierra en mi ausente no saberte presente.

Tan expuesta, en un alud de concreto, inmensidad hasta mil, abrigada y solitaria, detrás de mis muros tan delirantes y sin sentidos, así me siento y así me ves, así te siento y así te veo también. Descosida de a pocos, en un punto exacto y desatinado que me ha dejado varada en una disconformidad fortuita, discontinua, delirante, nauseabunda. (como todo)

Tú, tan materia blanca, sé que por ahí llegarán tus huéspedes aluviones.
Yo sé.

Llegarán. Llegaré.

Jennyffer Salazar







domingo, 30 de octubre de 2011

Todos llevamos un marica dentro

Cuando una amistad es verdadera, los objetivos de uno se vuelven el esfuerzo del otro. Saber que en cada acto tendrás una mano, no sólo para resguardarte, sino para acompañarte en cada paso que emprendes y sostenerte si en algún momento del camino por error, caes. ¿Eras tú ese amigo?

Siempre vi a Iván como si fuese el hermano mayor que nunca tuve, aunque sólo era 5 meses mayor que yo. Su vasto conocimiento sobre la vida y su experiencia obtenida en sus viajes alrededor del mundo hacía que sienta una profunda admiración por él. Y más aún, cuando volví después de medio año al finalizar mi excursión por el Perú, aunque lo noté cambiado, muy cambiado.

Sincero como ninguno y el mejor amigo que pude haber tenido. Amante de la lectura y escritura. Su gran sueño era publicar una trilogía sobre historias de asesinatos donde el protagonista era él. Y mientras realizaba su largo proyecto, iba mejorando su nivel de redacción en un blog muy reconocido pero privado. Sólo gente que él invitaba lo podían leer, lamentablemente nunca estuve entre sus elegidos. 

Siempre tuve curiosidad de saber qué tanto escribía. Se pasaba largas horas en su departamento, fumando miles de cigarrillos - según él - la mayor fuente de su inspiración. 

No sé si maldecir o agradecer el día en el que Fátima, una de sus amigas más cercanas, escritora como él, me invitó a su casa para pasar el rato. Ella me consideraba su íntima amiga, pues siempre conversábamos de sus amores y desamores, acompañados de nuestras tazas de café cortado con una de azúcar, y un poco de tabaco para amenizar el ambiente.

Compartía el mismo blog que Iván y a diferencia de él, ella creyó conveniente que leyera uno de los textos publicados. Y esto fue lo que encontré.
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¿Maricona amistad? 

Puta madre, no lo puedo creer. Todo el mundo cambia en su vida, nada tiene que seguir igual. Y un claro ejemplo de eso fue ese maricón” 

Fue una triste tarde en la que decidí ahogar mis palabras cuando estuvimos los dos en el parque Kennedy de Miraflores.

Después de casi medio año nos volvíamos a ver las caras. Todo fue tan confuso y a la vez, sorprendente. Yo no había cambiado quizá mucho;  ahora vestía como bohemio, fumaba Marlboro rojo y adelgacé como si hubiese estado toda mi vida en un gimnasio. Pero, por otro lado, Javier ya no era el de antes. Ahora se delineaba los ojos, hablaba con un acento mucho más fino y usaba vincha. Los rizos que el siempre presumía, hoy estaban lacios, y al parecer era permanente.

Nos sentamos en una banca y comenzamos hablar mil y un tonterías, pero por mi mente solo pasaban vagamente aquellos recuerdos de cuando te conocí realmente varón. 

¿Pero qué coño te pasó Javier? ¿En qué pensabas cuando decidiste aparecerte así de repente y pensar que todo sería igual? Ahora pretendes ser otro, perdón otra, y hacer que te vea con los mismos ojos con los que te veía antes. Fuiste mi hermano, fuiste mi amigo, fuiste mi compañero de siempre, con el que compartía cada instante de mi vida, y ahora siento que no puedo enseñarte ni mis calzoncillos nuevos.

Lágrimas empezaron a rozar mis mejillas.

Quizá en otra vida, ¿me entiendes? ¿Qué quieres que piense ahora? Que eras tan buen amigo conmigo pero quizá tu mente pudo estar vinculando nuestra amistad con otra cosa que mejor ni la menciono, es más ni la deseo pensar. Qué pena…
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Apagué mi cigarrillo y me despedí de Fátima.

Caminaba a toda prisa. Por mi mente vagaban pequeñas escenas que para mí eran inolvidables. Las veces cuando renegabas por mi falta de cultura. Cuando me tildaste de maricón cuando no me tiré a la ex de Pedro. Las lágrimas que derramaste en mi hombro cuando Diana te fue infiel con tu compañero de estudios. El abrazo que me diste en el día de la amistad jurándome que seríamos amigos por siempre, pase lo que pase. Sí, así lo dijiste: “Pase lo que pase”.  ¿Lo recuerdas?

Hoy me pongo a pensar a quién verdaderamente las personas le dicen vilmente “maricón”. Y quizá tenga una respuesta, sin muchos fundamentos pero es la única que encuentro. Un maricón no es quien intenta vivir como mejor se siente, como es feliz, que actúa como le vengan en gana. Para mí, un maricón es un cobarde, una persona que no es capaz de afrontar lo que tiene en frente y asimilarlo. Un marica niega una amistad. Un marica manda a la mierda años de compañerismo. Un marica prefiere huir. Alguna vez, todos fuimos unos maricas, y lo seguiremos siendo mientras no aceptemos la realidad que nos toca vivir.

“No sé que más habrás escrito sobre mí, pero te aseguro que no encontrarás más inspiración a costa mía. Gracias por hacerme notar la valiosa amistad que desde siempre me brindaste, marica”.  Fue el comentario anónimo que envié.

Así lo veo yo.
¿Y tú?







jueves, 13 de octubre de 2011

Los buitres rojos

-¡Vamos, Chicho, ayúdame a quitarle la billetera a este sanazo!

La voz de mando de Chato Burro. Aguda pero firme. Nunca la he escuchado quebrarse. Me da la orden de entrar en escena. Dudo. Un frío sudor recorre mi frente. Me sentía tan seguro hace unos minutos, pero ahora, contemplando cautelosamente la escena. Tiemblo. 

A ritmo de los tambores y del corillo “Somos rojos, una pasión, un corazón”. Más de diez miembros de la barra de “Buitres rojos”,   a patadas y jalones, intentan despojar de todos sus bienes de valor, a un inocente hincha del equipo morado, “Turroneros”.

- ¡Por favor, déjenme! ¡Llévense todo, pero no me lastimen más, por favor!, gritó desesperado el pobre muchacho.

- ¡Cállate huevón! ¡Si haces escándalo te quemo ahorita!, contestó el aguerrido jefe de barra. Como dicen, hasta las piedras tiemblan cuando habla el Chato Burro.

- ¡Carajo, Chicho! ¡Déjate de huevadas y ven con nosotros!, exclamó el Chato, mirándome de reojo.

No pude evitar perderme por unos segundos, bloquear mis sentidos por los nervios y recordar aquel partido de Buitres Rojos contra Turroneros, aquella charla tan especial con mi padre. Tenía ocho años, aún estábamos en los noventas. Aún soñaba con ser astronauta.

Turroneros vs Buitres rojos (1998)

- Nos ganaron, papá. Y por goleada. ¡Me dan ganas de ir al estadio y patear a todos los jugadores de Turroneros!

Eran las siete de la noche. Mi madre nos hizo canchita para que mi padre y yo, pudiésemos disfrutar de una linda tarde de fútbol, pero lastimosamente, el resultado no fue agradable.

- Ay hijo. Así es el fútbol. A veces se gana, y a veces no. Y uno debe tomarlo con tranquilidad. Es un deporte, su fin es la recreación y solo eso debe trasmitir, expresó mi padre mientras acariciaba con dulzura mi cabeza.

- ¿Entonces por qué siempre afuera de la casa se andan pegando los de la barra de esos equipos?, pregunté con algo de inocencia.

Mi papá, el mejor arquero de fulbito de domingos del mundo, me sonrió de lado, y me dijo algo que hasta hoy, no había vuelto a retumbar en mi cabeza.

“Un verdadero hincha es el que alienta a su equipo en las buenas y en las malas. El que celebra cada gol con alegría. No el que usa el nombre del equipo para cometer barrabasadas.  La violencia no es parte del futbol. Es parte del mal manejo de las  emociones y de los conflictos internos del ser humano.  Hijo, si de verdad te gusta alentar a tu equipo, hazlo, pero recuerda que siempre debes respetar a los demás. El día que lo dejes de hacer, perderás el respeto por ti mismo”.

Abrí los ojos. Otra vez la escena de violencia y los gritos de Chato Burro, llamándome sin cesar.
Reaccioné, y simplemente atiné a ponerme en medio del joven y de los agresores. Lo ayudé a escapar. El estadio estaba repleto, el partido acababa de terminar en un empate sin goles. El asustado muchacho, logró afortunadamente perderse en la multitud en segundos. No dijo gracias. Y tampoco esperé que lo hiciera. Fui feliz con saber que llegará vivo a casa.

  - ¡Qué diablos hiciste! ¡Lo dejaste ir!, exclamó Chato Burro, mirándome con furia.

- No seas tonto, Chato. Ahí viene la policía, mejor vámonos de una vez. No quiero pasar la noche en una celda, dije, barajando la situación, volviéndome a meter al bolsillo al líder de la barra.
 
Chato Burro se tragó el cuento al igual que los demás nueve presentes, que sin dudarlo,  lo seguirían hasta la muerte.

 Y así fue. Salimos del estadio coreando: “Somos rojos, una pasión, un corazón”. Mientras que una lágrima rodaba en mi mejilla. A los quince años murió mi padre,  me metí a esta barra y mi vida se volvió roja. Pero dentro de mi nostalgia, volví a sonreír.  Las enseñanzas de mi padre que creí olvidadas, aún viven en mí.

Jhonnattan Arriola


domingo, 2 de octubre de 2011

Nada de narajanas, nada de gemelas

Autora invitada: Raquel Foinquinos

Siempre pensé que encontraría al amor de mi vida y todo sería muy fácil. "El amor de mi vida"... precisamente compenetrados para coordinar en todos los niveles, hasta cuando nos enojáramos. 

Había llegado a mí la astrología de Rodolfo Hinostroza. Encontrar a mi perfecto opuesto con el que me sentiría atraída desde el primer momento: necesitaría a alguien que tenga Venus o Marte en Virgo, o que sea Acuario o Escorpio... luego de un tiempo me permití desencasillarme y redefinir. 

Que sea mi perfecto opuesto no quiere decir que sea el amor de mi vida. No. Conocí a una persona así, lo conocía desde hace 6 años y mientras practicaba la astrología enseñada, logré averiguar todos sus datos, como era mi amigo fue fácil. 


En ningún momento he sentido atracción alguna por él, entonces comencé a estudiar más a profundidad la situación. Mi conclusión fue que no existía tal alma gemela, complemento perfecto, etc. Lo más perfecto que puede existir no es algo perfecto en sí. Se nos enseña eso del complemento perfecto, el alma gemela y se nos hace dependientes afectivamente. Mitad y mitad, uno y uno que hacen dos. No lo sé. 

No. Mi media naranja, mi complemento perfecto, mi alma gemela soy yo, yo y todas mis otras yo, somos las perfectamente complementarias. Y así me encontré, sentada frente a un espejo mirándome a los ojos y conociéndome. Alejandro Jodorowsky dice que tenemos 80 000 almas gemelas regadas en el mundo, que a cada uno de nuestros cambios le corresponde un alma gemela. Tiene razón. Al final, yo soy tú y todos los demás. Entonces, ¿cómo encuentro al amor de mi vida? 

Supongo que el amor de mi vida sería mi compañero eterno; con el que, por decirlo de alguna manera, mientras vamos evolucionando independientemente coincidimos más veces; que su simple existencia me ponga contenta; que nuestros caminos se crucen sin querer; que uno y uno hagan Uno con el universo entero.

Creo que la independencia en el ser, para encontrar al amor de mi vida, es el requisito más importante. Y que afloremos en el otro el deseo de compartirle lo que somos a los demás. Todo eso en líneas generales. Los proyectos, principios, y más cosas personales que coinciden o se complementan serían los detalles y claro que no espero a un amor perfecto y sin problemas ni etapas.

Típicamente, se dice que soy muy joven para encontrar al amor de mi vida. No creo en lo que dice la gente que debe ser.

En realidad, creo que todo lo escrito acá será completamente irrelevante para lo que sucederá. No se puede conceptualizar el amor, definirlo, encasillarlo en una forma correcta de encontrarlo. Aún así lo estoy haciendo, aunque sé que no debería. 

Estas palabras son nada comparado a lo que puedo sentir. Soy feliz cuando lo veo sonreír, cuando lo veo reír. A él le quisiera dar mi vida entera, quisiera ser su fiel pastel de cumpleaños y que me coma cada año (hasta que cumpla infinitos años), y curarlo de la vida cuantas veces se requiera. Tener una casa y que seamos padres de muchos hijos. Igual, mis deseos poco harán con la realidad por el momento. Él ahora camina por otro sendero, parecido al mío quizás, pero alejado de mí. No lo quiero poseer, no lo quiero tener, no quiero ser su novia, aún así lo sigo admirando, respetando y cada día siento que lo amo mejor. 

Dicen que una pareja está compuesta de alguien que ama más y alguien que ama mejor, y no hay nada malo en eso, así funciona. De seguro yo soy la que ama más, lo malo es que cuando no estás bien contigo mismo, te jodes. Prácticas autosabotage (léase en francés). Cuántas veces lo habré hecho con nosotros, cuántas veces lo habremos hecho con nosotros. Cometemos el error de meternos en una relación, de decir "te amo", cuando ni si quiera estamos amándonos a nosotros mismos, cuando ni si quiera nos aceptamos, cuando aún proyectamos nuestros miedo en el otro. 

Si algo he concluido sin lugar a dudas este tiempo es que los problemas que tengas en una relación de pareja con la otra persona, no son problemas de esa persona, son problemas tuyos que sueles proyectar. Algunos dirán que soy una cojuda, pero yo estoy convencida de una sola cosa: Yo al amor de mi vida ya lo he encontrado, solo es cuestión de ser paciente. Lo bueno toma tiempo, se tienen que construir los cimientos.

Amar es estar contento con la simple existencia del otro, así de simple.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Rojo: La novia del asesino

- ¡Qué lindo! ¡Una sorpresa para mí!, expresó Tamara. Su voz se oía tan tierna, mi piel se ponía de gallina al imaginarla cerca. A pesar de estar hablando por teléfono, bastaba con cerrar los ojos para poder sentirla a mi lado y empezar a oler su aroma.  

- Sí, te espero a las ocho en punto en mi departamento, mi amor. Te morirás de la impresión, ya verás, contesté, mientras observaba de reojo a mi fiel compañero de batalles reales e imaginarias. Un cuchillo de acero…un arma blanca cuyo pasado es sumamente sangriento.

No sé qué diablos me pasa. Después de regresar a Perú de mi viaje a Madrid, en el cual aproveché para asesinar a Ignacio (Revisar el post “Rojo: Un asesino vive en mí”), conocí a Tamara Guerra en una librería. Desde que la vi por primera vez, revisando la novela “Memorias de un viejo sueño”, me impresionó su belleza y aprovechando mi nueva identidad, un novel escritor, comunicador de profesión, decidí impresionarla con una creativa plática, la cual terminó en un café miraflorino y en un intercambio de números celulares. Mi primera intención era llevármela a la cama, hacerle el amor más de cincuenta veces y asesinarla hasta el punto de ver sus ojos saltar de su cara, pero no fue así. Han pasado ya dos meses, nos hemos vuelto enamorados y desde entonces, no he cometido ningún crimen. Debo confesar que hasta me estoy acostumbrando a llamarme Richard Devoto, y a vivir feliz fingiendo una vida de mentiras.

La primera en  mi lista:

No puedo evitar recordar la primera vez que asesiné a una mujer. No tiene punto de comparación. Si verlas gritar de placer es excitante, de dolor, es mucho más erótico… Bueno, a esta víctima la conocí por el nombre de Sofía, era una prostituta. Dos veces por semana iba a visitarla, me costaba bastante caro, pero valía la pena. Le pedía que me llamara, mi amor, y que me besara. Lo hacía bastante creíble.

Tenía apenas dieciocho años cuando llegué a su vida. Inmaduro e iluso, me enamoré de ella. De su buen sexo y de sus historias de amores en olvido. Incluso una noche llegué a decirle que la amaba, que se largara conmigo. A mi corta edad tenía un buen trabajo, era un prometedor sicario con una exclusiva cartera de clientes. Muchas personas desean la muerte de otras, y como es obvio, si para algo era bueno, era para acabar con cucarachas despreciables que no merecían ni un mínimo porcentaje de piedad. Pero lastimosamente Sofía se burló de mí, pensó que estaba bromeando, y de forma hiriente, me dijo que jamás se fijaría en alguien como yo, un chiquillo con trastornos mentales.  Esa misma noche le abrí el pecho  y dejé en el sangriento orificio, una nota bastante sentida:

Amo mucho a mi madre. Anónimamente  siempre le envío miles de dólares para que tenga una buena calidad de vida. Pensé que nunca le haría daño a una mujer, que solo asesinaría a viejos roñosos y asquerosos, pero no, ya no será más así. Ha nacido en mí un apetito sangriento por las mujeres. Me he sentido en el paraíso al ver su sangre saltar de su pecho. Una vez  escuché que uno muere como lo que es. Sofía murió como puta. La amé, pero hoy, también la odié.

Rojo

Las diez de la noche:

Recibí a Tamara con rosas, le había preparado una cena romántica de lujo, con velas rojas, música de fondo y una costosa botella de vino. Sentía ganas de engreírla, de hacerla sentir princesa, y afortunadamente, lo conseguí. A las ocho y cuarenta terminamos de cenar, y a las nueve, ya nos estábamos revolcando en mi cama, teniendo sexo como dos animales salvajes. Nos llevamos muy bien en todo sentido, y en el sexo, ni qué decir. Nos acariciábamos hasta con la mirada.

- Me encanta cuando te pones así conmigo, cuando pierdes el control, dijo Tamara, con  un tono entrecortado, totalmente desnuda, a mi lado, observándome detenidamente y acariciando mi pecho mientras yo, fumaba un cigarrillo.

Me siento intranquilo, inseguro, nervioso. ¡Qué me pasa! Yo no soy así, debería estar estrangulándola, pero solo pienso en besarla y hacerla mía. Estoy con la soga al cuello. Ella está enamorada del personaje que he creado, no de mí, un desalmado asesino. Mientras yo, no dejo se suspirar por lo linda persona que es.

- Créeme, no creo que te guste cuando pierdo el control. Me vuelvo un asesino, contesté con una sonrisa en el rostro.

Tamara me sonrió de lado y me dio un dulce beso en los labios.

El tiempo pasó y mi chica se quedó dormida. Aproveché para salir a caminar un rato. A tomar un poco de aire y a pensar con claridad. Después de una hora de divagar en mi inconsciente, llegué a un acuerdo conmigo mismo. Ya no tiene caso negarlo más. Estoy enamorado como un loco. Quiero a Tamara, me hace muy feliz estar a su lado, digamos que es la terapia que nunca tuve. Pero, ¿cómo confesarle que no soy un novel escritor, que no me dedico a las comunicaciones y que soy Rojo, el asesino en serie más buscado en todo el mundo? No creo que lo entienda. No puedo confiarle mi secreto, sería muy peligroso. Si bien es cierto soy un sicario retirado, aún sigo asesinando por placer, digamos que para mantenerme en forma. Pero afortunadamente, tengo miles de contactos y no me será difícil falsificar todos los documentos necesarios para vivir el resto de mis días como Richard Devoto. Y quien sabe, quizá hasta me anime a escribir  un libro de verdad.

Sin embargo, al regresar a mi departamento, di con la sorpresa que la luz de mi habitación estaba encendida. Al entrar a ella, encontré a Tamara vestida y con algunas de mis identificaciones en sus manos y con la mirada negra, producto del llanto y del rímel corrido.

- ¿Quién mierda eres?, preguntó con temor, pero sin dejar de mirarme fijamente, dejando caer al suelo las pruebas de mi falsa identidad.

Empecé a llorar a mares. Sabía lo que vendría después. No nos esperaba un buen final. Esta noche sería roja y sangrienta.

- Nunca debiste revisar mis cajones. Es algo que no se debe hacer con nadie, no tenías derecho a violentar mi intimidad. Pensé en empezar una vida distinta a tu lado, pero ahora ya no me queda más alternativa.

- Tienes razón, ya no nos queda más ¡Me largo de tu apartamento!, exclamó alterada, dispuesta a partir.

Apenas pasó por mi lado, la tomé con fuerza de la muñeca y la giré hacia mí.

- No te preocupes, mi amor. Solo te dolerá un poco. Es mejor que no grites, de todos modos nadie vendrá ayudarte. Pero digamos que mientras no hagas bulla, no liberarás a mi demonio y te mataré rápido, pero si haces escándalo, no podré evitar desear más de tu locura, y te despellejaré hasta sentirme satisfecho de tu carne.

Lamentablemente, Tamara aulló como loba en celo. Nunca había llorado mientras cometía un asesinato. Una mezcla perfecta de tristeza y placer. Golpee brutalmente a mi amada hasta dejarla totalmente aturdida, casi sin reacción, y finalmente me dediqué a despellejarla con mi afilado puñal. Su piel olía delicioso. 

Antes de huir de la escena del crimen, desalojando el lugar con todas mis pertenencias,  dejé una nota en su cadáver. Un escrito que jamás podré sacar de mi mente.

Nunca pensé que la nostalgia y la locura se podrían mezclar de forma tan perfecta. Me enamoré perdidamente de esta mujer y hasta su último instante, le dije que la amaba. A veces quisiera despertar una mañana y ser otra persona, un doctor, un ingeniero, o un escritor. Sin embargo, al mirarme al espejo, siempre doy con el mismo sujeto. Un asesino que no dejará de ser adicto a la muerte de los demás y al sufrimiento. Perdóname, Tamara. Te mando un beso, mi amor.

Rojo

Jhonnattan Arriola