miércoles, 29 de junio de 2011

Un rencuentro cobarde es un recuerdo cobarde


La cobardía es asunto de los hombres no de los amantes. Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.



Ahí estabas tú. En aquel café, en el cruce de las calles el Silencio y las Letras. Con aquel cigarrillo que nunca fumaste. Ya no esperabas nada de la vida, salvo que se cumpla la promesa que alguna vez hicimos.
Después de 15 años, tú y yo, teníamos una cita, en el mismo lugar, a la misma hora.
Te miraba de espaldas, mirando el reloj que llevabas en la muñeca.
- Ah, cuanto has cambiado! –
Pero por fin ahí estabas, esperándome como siempre, como cada vez que llegaba tarde.
“Más guapo que cualquiera”

Y ahí estaba yo. Con aquella figura que jamás pudiste volver a tocar, con el pelo largo y negro que tanto odiaste. Lista para volver a amarte con la mirada y en silencio. Ahí estaba yo y mi mirada de amores desgraciados, yo y mi único secreto.
Me viste, y no te sorprendiste. Tú sabías que llegaría. Y es que en 15 años, no fue necesaria ninguna llamada para recordarlo. Siempre fui tuya y tú mío, y eso siempre fue suficiente.

Me miraste y no te sorprendiste, me arrimaste la silla y yo me senté en frente de tu sitio.
Escogiste un buen lugar, la mesa pegada al vidrio que daba a la calle, aquella calle silenciosa.
Y una vez más, cruzamos las miradas y nuestros ojos se pusieron vidriosos.
El mozo llegó, y me sirvió aquel vino tinto que tantas veces tomamos.

Y yo brindé por ti.
- ¡par ta faute! (por tu culpa) -
Y sonreí, con lágrimas en los ojos.
Tú me miraste, alzaste la colpa y dijiste
- merci beaucoup - (muchas gracias / sarcasmo)

Me prendiste un cigarro para recordarme que yo era tu reina.
Me preguntaste como estaba, y en realidad, sabía que eso no te importaba.
Resumí, una vida y te dije
- Bien, todo tranquilo, ya sabes la historia y tú?
Tu mirabas mi boca, podía sentir el peso de las ansias en tus ojos café, y como si no me hubieras escuchado me dijiste
- Estas hermosa -

Escarapelaste mi piel, como siempre y encendiste aquel vicio en el que estuvimos desde que nos conocimos.
Me miras, me miras de cerca, me miraste cada vez más de cerca.
Vi tus ojos cada vez más grandes. Nuestras bocas luchaban y luchaban como siempre, hasta que alguien, TU, cedió.

Nuestras bocas se encontraron y se amaron como siempre, como hace 15 años.
Como en cada sueño, como cada vez que te vi y no pasó. Como cuando lo imaginaba.
Y mientras me besabas, cantabas que era solamente un beso y que el destino te estaba llamando. Y yo cogía tus brazos para no volar, para que no te vayas y te besaba más suave para no perderme cada milésima de segundo.
No, esta vez no era un sueño.

Pero después de aquel beso, ya no había nada más que decir. ¿Cobardes? Tal vez.
Me pare y me fui.
Era la primera y última vez que tú me veías partir.
Tal vez miedo, tal vez amor. Nunca lo sabré.
Pudiste decir algo más, ¿no?
¡au revoir mon amour!
La cobardía es asunto de los hombres no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.


















domingo, 26 de junio de 2011

La última canción

Hoy es un día de aquellos en los que me pongo a filosofar sin ni siquiera saber qué es lo que significa.

Intento componer la melodía difusa de la vida mientras mis dedos marcan los trastes de mi guitarra. Y es cuando canto que las palabras afloran lo que nunca dije al quedarme inmóvil al medio del camino.

- Cántame una canción – me dijo.

Suelo componer canciones cuando estoy deprimido, y la verdad, lo hago todos los días. Me encanta echarme a volar a la deriva mientras el presente sigue en el mismo rincón sufriendo. Rasgueo las afinadas cuerdas de mi compañera mientras las lágrimas mojan mis mejillas.

La llamaba todos los días porque me encantaba escuchar su risa cuando conversábamos de temas sin sentido alguno. Esa era nuestra rutina. Cada noche a las 10:45, reservábamos un mundo donde ambos echados en nuestras camas hacíamos un divertido resumen de lo acontecido en el día. Y al culminar, rasgueaba mi guitarra y le cantaba una canción. La que sea, a ella le gustaba escuchar y cada noche era un a canción nueva. El simple hecho de que ella esté del otro lado disfrutando, hacía que las palabras fluyan de tal manera que parecían que no tenían fin.

Recuerdo a la perfección las tres horas que pasé en un parque de San Isidro pensando en ella, haciendo una canción donde cada estrofa llevaba su nombre. Nunca supe en realidad lo que sentía por ella, éramos amigos pero existía un vínculo muy fuerte. Si no era amor, era algo muy parecido.

10:45 pm

Tomé mi celular y en el registro de últimas llamadas encontré su nombre. Presioné llamar pero nadie respondió. Tuve una sensación extraña pero seguí intentando, aunque no tuve resultado alguno. Luego de diez llamadas perdidas decidí dejar mi celular y mirar el mar mientras que la rabia y frustración iba carcomiendo poco a poco mis sentimientos.

Una hora y media más tarde, el vibrador de mi celular me alertaba que tenía una llamada entrante. Era ella. Por más resentido o molesto que pude haber estado, ver la pantalla de mi celular con su nombre en ella generaba una emoción única y mis ojos brillaban.

-¿Aló?

- ¡¡¡¡Perdón!!!!

- Me asusté, es bastante el tiempo que venimos haciendo esto… pero no importa – le dije con voz tierna y suave.

- Sí, lo sé, discúlpame en verdad.

- ¿Y qué pasó, por qué no contestabas?

- Lo que pasa es que estuve todo el rato con Daniel en mi sala y mi celular estaba en silencio.

- ¿Daniel? – le pregunté sorprendido.

- ¡Sí! Es que no te conté porque todavía no era nada seguro… Es un chico de mi trabajo con el que salía almorzar todos los días, a veces regresábamos juntos. Y… Bueno ayer me dijo para ser su enamorada y le dije que sí.

No podía sostener el celular.

- ¿Le dijiste que sí?

- Sí… creo que ya es hora ¿no?

Y me hundí. Estaba perdido en el subsuelo de mis emociones y seguía cayendo.

- Oye, ya es muy tarde y mañana tengo que trabajar. ¿Me cantas una canción? – Me preguntó.


- Claro…

Alejé el celular de mi oreja, lo miré fijamente y colgué llorando.

Tomé mi guitarra y empecé a cantar.

Una y otra vez, la misma melodía, la misma tonada, la misma inspiración. Y los papeles anotados con extrañas palabras vuelan junto al viento persiguiendo mis anhelos.

Te quiero.

domingo, 19 de junio de 2011

Nunca es tarde


Diez de la noche del 6 de junio de 1991

Me siento más enamorado que nunca. Hoy he tenido relaciones con Karen por primera vez. La amo con todo mi corazón. Fue el momento más hermoso de mi vida. Se dio de manera espontanea, antes de ir a la fiesta de Piero, estuve en su casa, nos besamos y no le pusimos freno a nuestra pasión.

- Vamos Yayo, solo son unas cuantas cervezas. Mira que es mi santo, me dijo Piero, unos segundos antes de pedirle al Barman dos Pilsen.

Nunca había bebido. No me atraía la idea de ingerir alcohol. Pero me dejé convencer esa noche. Un par de botellas cambiaron mi vida a los veinte años, sumado al hecho de no haber usado preservativo. El destino de uno se basa en dos respuestas, sí o no. Solo una es la correcta.

Tres de la tarde del 19 de junio del 2011

Los domingos siempre son días complicados para mí. Generalmente no recuerdo lo que hice la noche anterior. La cabeza me retumba, pienso que es muy temprano cuando abro los ojos, pero al mirar el reloj doy que son las tres de la tarde, que tengo más de cien llamadas perdidas de mi madre y un mensaje de voz que en la mayoría de veces dice algo como: “Yayo, no puedo que creer que todos los fines de semana sea la misma historia. Te desapareces por completo. Ya tienes cuarenta años, hijo. No puedes seguir así. Por otro lado…ya sé que no te gusta que te hable de esto, pero igual lo voy a hacer. Llama a tu hijo, por Dios. No lo ves desde que era un bebé. Te vas arrepentir”. Sin embargo, hoy no había ese mensaje ni las llamadas perdidas. ¡Qué raro!, me dije. Pero de pronto sonó mi celular y me di cuenta de lo que realmente pasaba.

-Aló, ¿quién habla?

- Mariano, tu hijo. Feliz día del padre, papá.

Dos de la mañana del 19 de junio del 2011


-Soy padreee hace veinte años, caraajo, pero nunca he pasado el día del padre con mi hijo, expresé, alzando mi vaso de ron, totalmente ebrio, tambaleándome de un lado a otro.

- Tranquilo Yayo, ya no digas esas cosas. Creo que es mejor que te vayas a descansar, me dijo Camila, preocupada, intentando que dejara de hablar.

Me encontraba en la fiesta del matrimonio de la hermana de Camila, Claudia. Sé que le prometí a mi novia que no bebería esa noche, pero le fallé. Estaba haciendo el ridículo, era la atracción principal de la fiesta, bailando como un loco, haciendo payasada y media. Pero sobre todo, dando discursos melancólicos sobre mi vida. Camila tenía todo el derecho de pedirme que me vaya a descansar. No me despedí con un beso de mi novia, simplemente partí sin decir nada. Preferí las cosas de ese modo.

Obviamente no manejaría hasta mi departamento. Detesto conducir, es por eso que tengo chofer. Pero camino a casa, los recuerdos invadieron mi cabeza, haciendo que me diera cuenta de una triste realidad. No importa que tan bien me esté yendo con Camila, nunca la voy a amar como a Karen, la madre de Mariano, mi único hijo. A pesar de que todos los meses le deposito a su cuenta una buena cantidad para pagar los estudios de Mariano, no mantengo comunicación con ninguno de los dos. Tengo sus respectivos números celulares, pero me da mucha vergüenza llamarlos.

Llegué a mi departamento, abrí una botella de Whisky, etiqueta negra y empecé a beber. Después de algunos vasos, ya nublado por el alcohol, con lágrimas en los ojos por recordar el amor de Karen, la llamé sin pensarlo dos veces.

- Aló, quién habla, dijo Karen con un tono fantasmal. Estaba durmiendo.

No sé mucho sobre su vida. Pero desafortunadamente sí estoy enterado de que se casó con un tal Javier.

- Hola, amor, sé que son más de la dos y que a tu lado duerme, otro amor.

- ¡Yayo!, exclamó Karen, alzando un poco la voz, totalmente sorprendida. Más de diez años sin escucharme y me reconoció al instante.

- Se que ya el tiempo pasó. Pero no cuelgues, por favor. Aún queda mucho por decir.

- ¡Estás borracho, Yayo, como siempre! Desde aquel cumpleaños de tu amigo, nunca has dejado de beber. No tengo nada que hablar contigo. Llama a tu hijo, a mí, no tienes nada que decirme…

- Se me hizo tarde para invitarte un café, para decirte que yo, realmente te amé. Se me hizo tarde para disfrutar de tu desnudes, una vez más. Se me hizo tarde para disculparme, por permitir, que te olvides de mí, le dije, interrumpiéndola, con una tonalidad confusa y mascada, producto de mi ebriedad.

Karen se quedó en silencio por algunos segundos. Sentí que se levantaba, al parecer estaba saliendo de su habitación para poder hablar mejor y no despertar a su esposo.

Nueve de la noche del 20 de junio de 1992

- ¡Lárgate de aquí! No quiero verte en este lugar. Olvídate de mi hija, expresó con rabia la señora Diana, madre de Karen.

- Con todo respeto, señora, no me iré sin ver a mi hijo.

Diana se me acercó y me tiró una fuerte cachetada.

- ¡No te das cuenta de las cosas! Mi hija está a punto de morir al igual que su hijo. A los siete meses ha nacido, y no de forma natural. Le desgraciaste la vida a mi Karen, le arrebataste la posibilidad de seguir sus metas. Y encima de todo, día que tomas, día que te emborrachas hasta los suelos. ¡Vete Yayo, dale la posibilidad a mi hija de ser feliz con otra persona!

Las lágrimas no dejaban de resbalar por mi mejilla. Parado en los pasillos de la clínica Ricardo Palma, sufría con la posibilidad de perder en la misma noche a la mujer que amo y a mi hijo recién nacido.


Tres de la tarde del 19 de junio del 2011


-Aló, quién habla.

- Mariano, tu hijo. Feliz día del padre, papá.

Me quedé mudo por varios segundos, hasta que al final, atiné a decir: “Gracias, hijo. Que sorpresa escucharte”.

- Hoy hablé con mi madre. Me contó que la llamaste y que le dijiste que por favor me diga que te llame, que tú jamás te atreverías, que te daba mucha vergüenza. Que tenías miedo de como yo podía reaccionar.

Suspiré, traté de hacerme el fuerte pero de todos modos las lágrimas salieron sin permiso.

- Es verdad, hijo.

- Me hubieses llamado. Nos hemos perdido tanto. Yo jamás te negaría la posibilidad de verme ni de hablar conmigo.

No pude más, exploté en llanto y empecé a bombardear a mi hijo con cientos de “perdóname, he sido el rey de los idiotas. Ha sido muy difícil para mí también”.

Fue una larga charla con mi hijo. Cien por ciento provechosa. Mañana saldré con Mario a almorzar después de diecisiete años sin verlo. Desde esa triste noche en la que Karen me dijo que lo nuestro no podía continuar. Que si no dejaba de beber, no quería seguir más conmigo. Discutimos mucho ese día y nos gritamos sin cesar. La amenacé que si renunciaba a mi amor, no volvería a ver más a mi hijo. Fui un imbécil. De nada me sirvió ser un respetado orador esa noche, ya que eché a perder mi vida por un impulso inmaduro. Gracias a Dios el destino me ha vuelto a dar una segunda oportunidad. No la pienso desaprovechar. Nunca es tarde para despertar. Nunca es tarda para volver a empezar.

Jhonnattan Arriola Rojas

miércoles, 15 de junio de 2011

Indumentaria cambiante

Y así empieza un martes por la mañana, el despertador suena un cuarto para las 5, quince minutitos más se dice, después se incorpora en la cabecera de su cama, como si el aire le llenara de nudos las fosas nasales, así se siente cómodo.

Entra a la bañera empañando todos los espejos, como de costumbre. Después seca sus pómulos y parte del cuerpo, da tres pasos sonoros y se para frente al placar marrón de caoba, abre las puertas de un solo movimiento que rechinan con el simple contacto con las yemas de sus dedos.

Ahí está nuevamente, con todas esas raíces acuosas que lo dejan estático plegado al subsuelo, ¿cuál se pondrá hoy? ¿Cuál hará más contraste con el clima? Piensa en las personas que verá, los lugares a los que tendrá que asistir, es ahí cuando empieza a abrir los cajones violentamente, como si en cinco minutos partiría un vuelo a un destino que ni él sabe cuál es, su maleta aún no está lista. Sigue rebuscando, se vuelve en sí mismo y de a pocos saca su atuendo más certero, su máscara.

Esa misma máscara tácita que lo acompaña de lunes a domingo, me queda bien se repite, así se siente menos vulnerable, ahí haya un refugio que lo llena de muros de concreto que frenan sus impulsos, sus actos espontáneos. Así es mejor, le han dicho, la burbuja de allá afuera te quiere con máscaras y si no buscas la tuya, estás condenado al meollo pestilente que emerge de cada palabra punzocortante.

De viernes a sábado, la máscara de la risa toma presencia, que no te vean triste, que no te escupan los pasos, lloran los débiles y de esos abundan, de miércoles a jueves, la máscara de la fortaleza se escapa del placar, puedes todo y si no puedes es mejor fingir que sí, así te admiran y los errores no caben en las opciones, se mentaliza.

Ha aprendido a distinguir las texturas, con el tiempo se ha hecho un experto. Prefiere las máscaras de cera, esas se hacen más sólidas ante la frialdad de los prejuicios que lo rodean, que lo arrastran con esas cadenas plegadas de indiferencia y de tanto llanto. Ante la tristeza, prefiere las de cartón, absorben más las lágrimas y así no les siente tanto el sabor.

Así se le va la vida, cada mañana la misma historia, la misma elección nefasta que le quita peso a sus extremidades y a sus movimientos armónicos. Ahí es cuando sus manos y sus pies sienten esas espinas que le hacen sangrar el alma. Es ahí que siente ese trance de nubes mentales que lo lleva a un colapso nervioso, que lo imposibilita de respirar.

Y al llegar la noche, sólo le queda cerrar la puerta de su habitación, subir el volumen al televisor y guardar los pañuelos húmedos en el segundo cajón, el mismo lugar donde ha aprendido a encerrar sus miedos, sus vehementes ganas de querer gritar, de amar sin que lo señalen y le digan qué es bueno y malo. Es mejor ceñirse al intangible cúmulo de teorías establecidas, que no entiende que no comparte. Es mejor no replicar, no respirar, no escuchar y sólo caminar de espaldas a sí mismo, así le va mejor. Es preferible callar y que no lo escuchen. Los lineamientos es mejor no tocarlos, porque si se quiebran lo culparán. Por eso decidió ponerse ese antifaz, no quiere que se rían y no quiere verse llorar.

Es ahí que piensa, que es mejor contaminarse de a pocos y si un día muere de tanta pestilencia en el cuerpo.

Sonreirá al ver en su epitafio.

Yacía aquí mi esencia y mi máscara más perfecta.

-Yo mismo-

Y tú ¿qué máscara usarás hoy?

(Mejor empieza a sentir que puedes hacer todo)

-Blindaje concupiscente,
si te tienes que perder,
déjame sabores y una no-efervecencia dañina,
tan duradera, tan mezquina.


Jenny Salazar

domingo, 12 de junio de 2011

Sobre el poema.

Abrí uno de los cajones más escondidos de mi closet y encontré flautas partidas, pétalos secos, muñecas, y otras rarezas que jamás podría explicar cómo es que llegaron ahí.

Lo más increible fue encontrarme con mis ganas de ser escritora.
Una tira de papeles impresos de poemas, historias y pensamientos que había olvidado que existían y escritos que nunca compartí, aparecieron nuevamente en mi vida para recordarme lo que significa el poder de la palabra.
He trascrito el poema 8.
Cuando lo leí, ya no significó lo que realmente me hacía sentir cuando lo leía hace muchos años. Me costó rehacerlo. No sabía si dejarlo ahí o si modificarlo.

Fue cuando recordé que...
"El poeta es el gran terapeuta. En ese sentido el quehacer poético implicaría excorcisar, conjurar, y además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos" - Alejandra Pizarnik
Via: la valse d'amelie.

Hoy la noche es densa,
la música es perfecta
y yo sigo expuesta.
Escribo para ti y tú nunca me leerás
Otros en cambio se tomar el tiempo de hacerlo
Y lo más complicado, de entenderme.
Gracias.

Hoy te siento como un fantasma atrás de mí
Espantas todo lo que viene para hacerme feliz.
Eres como una sombra maldita, una sombra asesina.
Que me molesta y me atormenta.
Porque cuando te lloro entonces me alejo
y tú te ríes de mí en silencio.

Tú y tu juego macabro hacen conmigo
Lo que quieren.
Sin darme cuenta
Espero la mañana nuevamente junto a tí.

Pensando e imaginando que estas a mi costado.
Y cuando veo mi reflejo, estoy sola con un reloj lento
Con miedo de que avance y que llegue el invierno.

Inventaste espacios
Inventaste momentos
Todo para venir hacia mí corriendo, antes del inoportuno grito del mar.

Mis intentos fallidos de entender esto se los llevaron las páginas
de un diario muerto. Se lo llevaron los ojos de aquella niña extraviada que ya no tiene pudor.

Entendiendo poco de lo que debo conocer, lo vuelvo a intentar y siempre caigo en esta estúpida necedad. La que me empuja y me revuelca cada vez que me miro en el espejo y mi alma corre desesperada hacia el mar.
Saber qué me quieres me lastima, pero sé que mañana eso cambiará.
En rio de Janeiro siempre sale el sol.
En Lima no.
Mis muñecas no ven el sol porque ya no las saco del armario...
Búscalas por mí y tráelas de vuelta si quieres verme crecer.

miércoles, 8 de junio de 2011

Cuando nadie me ve

Esta vez manifestaré lo que nunca tuve valor para contar. Hasta hoy se retuercen los recuerdos de aquella noche en donde más de una confusión vino a mi mente. Sonrisas sarcásticas que no querían revelar su verdadero significado y un círculo de miradas penetrantes, me hacían sentir culpable y a la vez protagonista de una nueva faceta.

- ¿Les parece si compramos Vodka para aguantar toda la noche? – preguntaba Arturo antes de llegar a su casa.

Mi grupo universitario siempre fue conformado por cinco personas, siempre juntos para todo y esta noche no sería la excepción. Jimena, la más seria y comprometida de todos; Arturo, quien al cabo de un par de horas el sueño siempre terminaba por arruinarlo; Iván, alguien más extrovertido que él imposible; Nadia, la sensual y sonriente Nadia; y yo, según mi criterio el más normal de todos, aunque habría que definir: normal.

Recuerdo con claridad el momento que decidimos empezar a trabajar, pero recuerdo aún más el momento que se abrieron las dos botellas de Vodka y las empezaron a mezclar con Sprite de litro y medio que el tacaño de Arturo había comprado.

Todo iba bien, hasta que poco a poco fuimos dejando que el alcohol y el aroma de los cigarros se apoderaran de nosotros. Mi estómago vacío y mis ganas de beber se combinaron a la perfección para hacerme caer en un estado de ebriedad preocupante. No recuerdo cómo llegué a la cama pero al abrir mis ojos encontré a Nadia en ella.

- ¿Qué haces aquí? – le dije susurrando y con cierta gracia al pronunciar mis palabras

- Me siento un poco mareada y decidí hacerte compañía – me respondió mientras sobaba con delicadeza mi pecho.

- Perfecto, siempre quise tenerte como almohada – le dije mientras acomodaba mi cabeza cerca de la suya – No debimos tomar, nos falta mucho para terminar el trabajo.

- Oye… relájate todo estará bien – me dijo - Date la vuelta, te daré unos masajes.

Frotaba mi cuerpo con delicadeza y sabiamente iba alzando mi polo hasta lograr quitármelo. En ese momento comprendí muchas cosas, no se trataba de una simple compañía; Nadia no estaba mareada; no eran unos simples masajes; y nuestro trabajo en grupo se había convertido en un trabajito entre los dos.

Nuestras bocas permanecían juntas mientras nuestras lenguas bailaban con gran ritmo. Mis manos paseaban con total libertad por todo su cuerpo logrando descubrir paisajes nunca antes explorados. Ella hacía ruido y con disimulo la callaba. Era momento de arriesgar y faltar el respeto a la casa de Arturo, ambos nos desnudamos y empezamos a variar de posición. Éramos amigos, pero en ese momento nos convertimos en confidentes, en amantes de la profundidad.

Y todo terminó, a duras penas podía abrir los ojos por los rayos de sol que ingresaban por la ventana. Vi mi torso desnudo y suspiré de felicidad. Miré hacia un lado y vi su silueta tapada por el edredón. Volví a sonreír.

Por mi mente pasaban vagas imágenes de lo que había pasado esa noche y me sentía complacido. Me pegué más a ella y escabullí mi mano derecha logrando rozar su pierna. De repente, mi rostro cambió su gesto de alegría por una preocupación inmensa. Esas no eran las piernas de Nadia a menos que de la noche a la mañana le hayan crecido vellos en abundancia. Despavorido salté de la cama y destapé su cuerpo; era Iván.

- ¡La puta madre Iván! ¿Qué haces aquí?

Él me miró con sueño, sonrió con picardía y volvió a dormir.

Rápidamente empecé a ponerme la ropa y me dirigí a la sala donde todos estuvimos desde un inicio.

Cuando llegué los encontré a cada uno echado en un sofá. Me acerqué a Nadia y la moví para que despertara. Nadia abrió los ojos y rió.

- Parece que la pasaste bien ayer ah…

- Espera, ¡de qué hablas si tú estuviste ahí conmigo! – le dije gritando y todos despertaron.

- ¿Yo?¿Contigo? Uy sí papito…

Arturo se levantó del sofá y tocándome la espalda me dijo:

- Oe compadre, tranquilo, no tienes por qué gritar. Lo que hiciste, lo hiciste por tu propia cuenta, nadie te obligó.

- ¿Pero, cómo? – exclamé.

- Pregúntatelo a ti mismo… nadie esperaba ver semejante espectáculo con Iván, aunque de él ya lo sabíamos pero no de ti…

- ¡Estás hablando mierda huevón! De mí no sabes nada… ¡Jódanse todos!

Esas fueron las últimas palabras que les dirigí. Decidí perder todo tipo de contacto con ellos y negar todas las versiones que se rumoreaban a mi alrededor.

Yo sé lo que verdaderamente pasó. No intento salvarme de nada, sólo intento reconocerme como soy. Dejaré que al cerrarse mis párpados empiece el juicio.





domingo, 5 de junio de 2011

Bienvenidos al infierno


Sé que está en su departamento, pero no me atrevo a buscarla. No tendría nada de malo, es solo una charla de amigos y una botella de vino. Nunca me había sentido así con una mujer, es que Lucero es tan hermosa y diferente, que me quedo en estado de ensoñación cada vez que la miro a los ojos. Ella vive en el piso diez, mientras yo en el siete. Nos conocimos en el ascensor del edificio una tarde de abril, y desde ese instante, me enamoré como un loco.

Hace media hora la llamé y me dijo que no tenía planes para hoy, que si quería podía subir a visitarla para conversar un rato. ¡Qué demonios! Es ahora o nunca. Solté un suspiro y toqué su timbre. Después de tres minutos, me abrió la puerta.

- Hola, traje una botella de vino, dije con mi peor sonrisa. Esa que siempre que hace quedar como un verdadero imbécil.

- ¡Ay Jaime, tu siempre tan detallista! Pasa de una vez, estoy viendo una película. Terminémosla juntos.

Después de esperar una hora a que terminara “El diablo viste a la moda”, la noche se puso divertida, picante y sensual. Fueron varias copas de vino las que bebimos. A las doce me jugué el todo por sus labios. Afortunadamente mi instintiva manifestación de atracción fue aprobada, llevándonos al éxtasis. Hicimos el amor más de una vez, revolcándonos entre sus blancas sábanas, prendiendo de placer cada rincón de su oscura habitación.

Al amanecer

Desperté. Abrí los ojos de golpe y centré mi mirada en el techo. Sentí mis piernas mojadas y un olor bastante desagradable, como a carne descompuesta, que casi me hace vomitar. Giré mi mirada hacia mi costado. ¡No lo podía creer! Mi corazón empezó a latir a mil. Un brazo estaba a mi lado y toda la cama llena de sangre. Me levanté sobresaltado, estaba totalmente embarrado. No sabía qué hacer, quería gritar pero al parecer mis cuerdas vocales se habían atascado. Di un vistazo general a toda la habitación y me di con una terrible sorpresa. El resto del cuerpo de Lucero estaba regado por todas partes, solo faltaba la cabeza. Pero al entrar al baño del cuarto para lavarme, la encontré en la ducha. No soporté más y empecé a vomitar.

Estaba totalmente desnudo. Me vestí rápidamente y salí corriendo de su departamento. Sé que debí llamar a la policía, pero en ese instante, no se me ocurrió. Afortunadamente no me topé con nadie y pude llegar a mi departamento sin ser visto. Al entrar, me tiré al suelo y empecé a gritar a todo pulmón.

- ¡Hijo, qué te sucede!, exclamó mi madre, que salió de su habitación, cubierta en un bata celeste.

No contesté, no podía dejar de llorar. Me encontraba totalmente fuera de sí.

- Te juro que yo no la maté, alcancé a decirle a mi madre, sin darle la mirada.

Mi mamá puso un gesto de espanto, se agachó para estar junto a mí, y dijo: “¡De que hablas! ¡Dime, Jaime de una vez!

Me costó calmarme, pero después de algunos minutos lo conseguí y le empecé a contar a mi mamá lo sucedido, recostado en un sofá, cubierto con una frazada. No dejaba de temblar.

- Si no tienes nada que ver en el crimen, debemos darle parte a la policía. Alguien la tiene que haber asesinado. De seguro te durmieron para que no te dieras cuenta. Cálmate, hijo, te voy a preparar una manzanilla, me dijo mi madre, con un tono entrecortado, pero tratando de lucir serena. Nunca tuve un padre, así que ella ha hecho todo lo posible para asumir ambos roles.

Apenas terminé de tomarme mi manzanilla, empecé a quedarme dormido. Me sentía muy cansado. Borroso, pude divisar a mi mamá, haciendo una llamada. No sé si a la policía, ya que no me tomé la molestia de preguntar. Simplemente, me sometí al sueño que me vencía.

Desperté con un terrible dolor de cabeza. Toda la sala estaba hecha un desastre. El teléfono descolgado y los demás muebles volteados.

- ¡Mamá, dónde estás!, la empecé a llamar preocupado.

¡Diablos, nadie respondía! Empecé a caminar y a paso lento, con algo de temor, me dirigí a mi habitación. Al entrar, vi el cadáver de mi madre en un charco de sangre. Me tapé la boca por la impresión. Empecé a retroceder, pero tropecé y caí al suelo. En el piso, me percaté de un machete ensangrentado, y al verlo bien, me di cuenta que a su lado, habían dos dedos. Uno llevaba la sortija preferida de mi mamá. No pude evitarlo y empecé a gritar nuevamente con todas mis fuerzas.

Desperté, sudando y totalmente histérico. Era de noche y Lucero estaba a mi lado.

- ¡Qué te pasa, me has dado un buen susto!

- He tenido una terrible pesadilla, le dije, intentando normalizar mi respiración. Estaba bastante acelerada.

- Hemos pasado una noche espectacular, no dejes que algo tan tonto lo arruine, expresó Lucerito, moviéndose ligeramente, liberando sus bellos senos del cobijo de las sábanas.

La miré fijamente, tomé de su mano y dije: “Yo sería incapaz de hacerte daño”

- Ay, Jaime, deja de hablar sonseras. Duérmete de una vez, expresó, dándome la espalda.

Decidí hacerle caso a mi hermosa acompañante y después de media hora, logré volverme a dormir.


Al amanecer

Desperté. Abrí los ojos de golpe y centré mi mirada en el techo. No lo podía creer, volvía a vivir la misma escena, donde el cuerpo de Lucero estaba regado por toda la habitación. Ya no soportaba más, si era otro maldito sueño, le pondría final. Me dirigí a la ventana, dispuesto a lanzarme, esperando despertar de una vez de esta terrible pesadilla. Pero al mirar abajo, una impactante realidad arremetió mi ser. Todo era fuego. Gigantescas llamas cubrían por completo el panorama.

Bienvenidos al infierno

Este es mi infierno. Yo asesiné a Lucero y a mi madre. Sin motivo, un día liberé al monstruo que siempre vivió en mí. Al principio no lo quise aceptar, borrando de mi mente, esas terribles escenas. Pero con el tiempo, las evidencias me dieron como culpable. Una noche, en prisión, recordé con lujo de detalles, entre sueños, el instante en el que le di muerte a Lucero y la mujer que me dio la vida. Desperté con una sonrisa, mostrándome como realmente era, un enfermo, demente. Una miserable sabandija. Disfruté mucho volver a vivir ese momento. Sin embargo, la soledad y el remordimiento me fueron consumiendo poco a poco, hasta que finalmente, acabé con mi vida, con una navaja que le robé a mi compañero de celda.

Ahora estoy arrepentido y la agonía reina en mi alma. Daría lo que fuera para cambiar lo que sucedió ese día. He sido condenado en el infierno a revivir una y otra vez, mis dos asesinatos. No importa lo que haga o lo que intenté cambiar. No hay salida. El mismo final de muerte se plasma ante mis ojos.

El diablo se regocija ante mi sufrimiento e impotencia.

Jhonnattan Arriola Rojas

jueves, 2 de junio de 2011

Que vuelvas a casa

Póngale play

“Déjenlo llorar, que cuando llora se le va un poquito del alma y así le duele menos, no siente y de a pocos se deja morir. Es mejor si se deja morir, así no tiene el peso de este mundo tan hecho resortes, tan grisáceo, tan de nadie y tan de unos pocos que te escupen y se mofan cada vez que se te va el aliento, déjenlo llorar que así se cuela la pena”

Duerme abrazándola y eso lo tranquiliza, así se siente sin tanto peso en el cuerpo. Quince días yace ahí en el mismo pasillo gris, en medio de toda esa gente que camina sin rastro, sin voz y con esa misma expresión inmutable que lo desgarran de impotencia cada que escucha en su memoria el sonidito diminuto de envolturas de galleta, ese olor imaginario a vainilla fresca que lo transporta a esa época de pequeñez en donde no tenía todos esos muros que lo separan de la felicidad, los domingos de panqueques con la abuela Marta, los atardeceres de marzo con los primos en las vereditas de la plaza Volteé. Qué buenos tiempos, se dice a sí mismo.

En medio de su frenesí y sus simultáneos collages mentales, se siente libre. De a pocos abre las alas de su voz y parcha poco a poco las sensaciones tristes y nefastas que lo acompañan de cuando en cuando en esa misma silla celeste. Cierra los ojos, se deja volar y empieza su historia, el diálogo de siempre.

Qué buena prosa, ¿me cantas un poco? Dale nada te cuesta, sólo quiero que repitas esa parte en la que te sale un quiebre sostenido, no llegas a las notas altas, pero te esfuerzas y eso es lo que cuenta. Recuerdas mi primera presentación en el bar del tío Joaquín, qué miedo me daban las personas, aún le tengo miedo a los dinosaurios, eso no cambia.

De cuándo en cuándo tomo café, sé que estaba prohibido pero en verdad desde que encontré el escondite de la lata debajo de las vitrinas de la abuela, no he dejado de tomarlo. Te hago una propuesta, la última vez que tome café será cuando volvamos a ese vagón chiquito en donde me contabas las historias del viejo leñador, nunca me dijiste cómo lo conociste.

Las cosas por lo visto cambiaron mucho desde que me fui, ya no usas esos vestidos ridículos a flores verdes, ¡qué fascinación por el verde! igual siempre estabas magnífica en todo color. Allá la gente es más opaca, está llena de sinsabores, aunque no lo creas a veces me siento muerto entre tanto fantasma.

¿Mi letra chiquita? Sí, aún sigue siendo diminuta, ya sé que dices que refleja mi estado perenne de ánimo, la terapista en realidad mucho no me ayudó. ¿Los dibujos en crayones? No, esos nunca los hice yo, le regalaba los alfajores que preparabas al chato Manuel, no quería que me castigues, no soportaba perder mis tardes tratando de mejorar la efe y la eme, quería jugar con los niños de la cuadra. No, no eran feos tus alfajores, sólo que no me gustaban con avena.

Aprendí a montar la bici, allá las distancias son muy grandes, si no tienes auto, estás condenado a la caminata matutina hacia la estación, así que mejor compré una bicicleta ploma, está viejita, pero tiene una velocidad mejor que la de un avestruz.

Ahí va de nuevo su diálogo foráneo, porque se siente un espectador, sin cuerpo, sin verbo frente a esos movimientos falsos y ese balbuceo coloquial, lo convierten en ese verdugo espectador ridículo y pasajero, ¡qué mezquino es el tiempo! a pesar de eso no te imaginas cuánto bien me hacen tus caricias, se repite.

Que lo dejen sin tránsito, sin auxilio, pasos van y pasos se pierden, estático, así le va mejor, se hace transparente de a poquitos, no es a título personal pero desde hace varios días que la vida se le quedó en un espacio reducido y descocido por partes.

Despiértate un poquito, está vez prometo limpiar las telarañas del estudio de papá, esta vez prometo no pelear con Ana, despiértate un poquito y preparamos las galletas con la abuela Marta, no quiero salir al escenario sin que me digas que para ti soy tu estrella tornasol.

No seas engreída, por favor, despiértate un poquito y pintamos juntos con las crayones, aún me salgo de las líneas y eso sí que es terrible a mis 38 años. Dale, despiértate un poquito que se me llena de astillas el alma si no me abrazas y no me vuelves a mirar, mírame un ratito para no sentir esta mierda que me contamina el aire.
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Marcelo, ya déjala en paz, se la tienen que llevar.

Qué te cuiden mis dinosaurios mamá.

Tú, te pareces a un enjambre de sílabas y consonantes,
sin tránsito ni auxilio.
Y de a pocos te haces mi cápsula de fuego,
de tinta indeleble.

Sólo me gustaría que vuelvas a casa.


Jenny Salazar