Diez de la noche del 6 de junio de 1991 Me siento más enamorado que nunca. Hoy he tenido relaciones con Karen por primera vez. La amo con todo mi corazón. Fue el momento más hermoso de mi vida. Se dio de manera espontanea, antes de ir a la fiesta de Piero, estuve en su casa, nos besamos y no le pusimos freno a nuestra pasión.
- Vamos Yayo, solo son unas cuantas cervezas. Mira que es mi santo, me dijo Piero, unos segundos antes de pedirle al Barman dos Pilsen.
Nunca había bebido. No me atraía la idea de ingerir alcohol. Pero me dejé convencer esa noche. Un par de botellas cambiaron mi vida a los veinte años, sumado al hecho de no haber usado preservativo. El destino de uno se basa en dos respuestas, sí o no. Solo una es la correcta.
Tres de la tarde del 19 de junio del 2011Los domingos siempre son días complicados para mí. Generalmente no recuerdo lo que hice la noche anterior. La cabeza me retumba, pienso que es muy temprano cuando abro los ojos, pero al mirar el reloj doy que son las tres de la tarde, que tengo más de cien llamadas perdidas de mi madre y un mensaje de voz que en la mayoría de veces dice algo como: “Yayo, no puedo que creer que todos los fines de semana sea la misma historia. Te desapareces por completo. Ya tienes cuarenta años, hijo. No puedes seguir así. Por otro lado…ya sé que no te gusta que te hable de esto, pero igual lo voy a hacer. Llama a tu hijo, por Dios. No lo ves desde que era un bebé. Te vas arrepentir”. Sin embargo, hoy no había ese mensaje ni las llamadas perdidas. ¡Qué raro!, me dije. Pero de pronto sonó mi celular y me di cuenta de lo que realmente pasaba.
-Aló, ¿quién habla?
- Mariano, tu hijo. Feliz día del padre, papá.
Dos de la mañana del 19 de junio del 2011-Soy padreee hace veinte años, caraajo, pero nunca he pasado el día del padre con mi hijo, expresé, alzando mi vaso de ron, totalmente ebrio, tambaleándome de un lado a otro.
- Tranquilo Yayo, ya no digas esas cosas. Creo que es mejor que te vayas a descansar, me dijo Camila, preocupada, intentando que dejara de hablar.
Me encontraba en la fiesta del matrimonio de la hermana de Camila, Claudia. Sé que le prometí a mi novia que no bebería esa noche, pero le fallé. Estaba haciendo el ridículo, era la atracción principal de la fiesta, bailando como un loco, haciendo payasada y media. Pero sobre todo, dando discursos melancólicos sobre mi vida. Camila tenía todo el derecho de pedirme que me vaya a descansar. No me despedí con un beso de mi novia, simplemente partí sin decir nada. Preferí las cosas de ese modo.
Obviamente no manejaría hasta mi departamento. Detesto conducir, es por eso que tengo chofer. Pero camino a casa, los recuerdos invadieron mi cabeza, haciendo que me diera cuenta de una triste realidad. No importa que tan bien me esté yendo con Camila, nunca la voy a amar como a Karen, la madre de Mariano, mi único hijo. A pesar de que todos los meses le deposito a su cuenta una buena cantidad para pagar los estudios de Mariano, no mantengo comunicación con ninguno de los dos. Tengo sus respectivos números celulares, pero me da mucha vergüenza llamarlos.
Llegué a mi departamento, abrí una botella de Whisky, etiqueta negra y empecé a beber. Después de algunos vasos, ya nublado por el alcohol, con lágrimas en los ojos por recordar el amor de Karen, la llamé sin pensarlo dos veces.
- Aló, quién habla, dijo Karen con un tono fantasmal. Estaba durmiendo.
No sé mucho sobre su vida. Pero desafortunadamente sí estoy enterado de que se casó con un tal Javier.
- Hola, amor, sé que son más de la dos y que a tu lado duerme, otro amor.
- ¡Yayo!, exclamó Karen, alzando un poco la voz, totalmente sorprendida. Más de diez años sin escucharme y me reconoció al instante.
- Se que ya el tiempo pasó. Pero no cuelgues, por favor. Aún queda mucho por decir.
- ¡Estás borracho, Yayo, como siempre! Desde aquel cumpleaños de tu amigo, nunca has dejado de beber. No tengo nada que hablar contigo. Llama a tu hijo, a mí, no tienes nada que decirme…
- Se me hizo tarde para invitarte un café, para decirte que yo, realmente te amé. Se me hizo tarde para disfrutar de tu desnudes, una vez más. Se me hizo tarde para disculparme, por permitir, que te olvides de mí, le dije, interrumpiéndola, con una tonalidad confusa y mascada, producto de mi ebriedad.
Karen se quedó en silencio por algunos segundos. Sentí que se levantaba, al parecer estaba saliendo de su habitación para poder hablar mejor y no despertar a su esposo.
Nueve de la noche del 20 de junio de 1992- ¡Lárgate de aquí! No quiero verte en este lugar. Olvídate de mi hija, expresó con rabia la señora Diana, madre de Karen.
- Con todo respeto, señora, no me iré sin ver a mi hijo.
Diana se me acercó y me tiró una fuerte cachetada.
- ¡No te das cuenta de las cosas! Mi hija está a punto de morir al igual que su hijo. A los siete meses ha nacido, y no de forma natural. Le desgraciaste la vida a mi Karen, le arrebataste la posibilidad de seguir sus metas. Y encima de todo, día que tomas, día que te emborrachas hasta los suelos. ¡Vete Yayo, dale la posibilidad a mi hija de ser feliz con otra persona!
Las lágrimas no dejaban de resbalar por mi mejilla. Parado en los pasillos de la clínica Ricardo Palma, sufría con la posibilidad de perder en la misma noche a la mujer que amo y a mi hijo recién nacido.
Tres de la tarde del 19 de junio del 2011-Aló, quién habla.
- Mariano, tu hijo. Feliz día del padre, papá.
Me quedé mudo por varios segundos, hasta que al final, atiné a decir: “Gracias, hijo. Que sorpresa escucharte”.
- Hoy hablé con mi madre. Me contó que la llamaste y que le dijiste que por favor me diga que te llame, que tú jamás te atreverías, que te daba mucha vergüenza. Que tenías miedo de como yo podía reaccionar.
Suspiré, traté de hacerme el fuerte pero de todos modos las lágrimas salieron sin permiso.
- Es verdad, hijo.
- Me hubieses llamado. Nos hemos perdido tanto. Yo jamás te negaría la posibilidad de verme ni de hablar conmigo.
No pude más, exploté en llanto y empecé a bombardear a mi hijo con cientos de “perdóname, he sido el rey de los idiotas. Ha sido muy difícil para mí también”.
Fue una larga charla con mi hijo. Cien por ciento provechosa. Mañana saldré con Mario a almorzar después de diecisiete años sin verlo. Desde esa triste noche en la que Karen me dijo que lo nuestro no podía continuar. Que si no dejaba de beber, no quería seguir más conmigo. Discutimos mucho ese día y nos gritamos sin cesar. La amenacé que si renunciaba a mi amor, no volvería a ver más a mi hijo. Fui un imbécil. De nada me sirvió ser un respetado orador esa noche, ya que eché a perder mi vida por un impulso inmaduro. Gracias a Dios el destino me ha vuelto a dar una segunda oportunidad. No la pienso desaprovechar. Nunca es tarde para despertar. Nunca es tarda para volver a empezar.
Jhonnattan Arriola Rojas