domingo, 5 de junio de 2011

Bienvenidos al infierno


Sé que está en su departamento, pero no me atrevo a buscarla. No tendría nada de malo, es solo una charla de amigos y una botella de vino. Nunca me había sentido así con una mujer, es que Lucero es tan hermosa y diferente, que me quedo en estado de ensoñación cada vez que la miro a los ojos. Ella vive en el piso diez, mientras yo en el siete. Nos conocimos en el ascensor del edificio una tarde de abril, y desde ese instante, me enamoré como un loco.

Hace media hora la llamé y me dijo que no tenía planes para hoy, que si quería podía subir a visitarla para conversar un rato. ¡Qué demonios! Es ahora o nunca. Solté un suspiro y toqué su timbre. Después de tres minutos, me abrió la puerta.

- Hola, traje una botella de vino, dije con mi peor sonrisa. Esa que siempre que hace quedar como un verdadero imbécil.

- ¡Ay Jaime, tu siempre tan detallista! Pasa de una vez, estoy viendo una película. Terminémosla juntos.

Después de esperar una hora a que terminara “El diablo viste a la moda”, la noche se puso divertida, picante y sensual. Fueron varias copas de vino las que bebimos. A las doce me jugué el todo por sus labios. Afortunadamente mi instintiva manifestación de atracción fue aprobada, llevándonos al éxtasis. Hicimos el amor más de una vez, revolcándonos entre sus blancas sábanas, prendiendo de placer cada rincón de su oscura habitación.

Al amanecer

Desperté. Abrí los ojos de golpe y centré mi mirada en el techo. Sentí mis piernas mojadas y un olor bastante desagradable, como a carne descompuesta, que casi me hace vomitar. Giré mi mirada hacia mi costado. ¡No lo podía creer! Mi corazón empezó a latir a mil. Un brazo estaba a mi lado y toda la cama llena de sangre. Me levanté sobresaltado, estaba totalmente embarrado. No sabía qué hacer, quería gritar pero al parecer mis cuerdas vocales se habían atascado. Di un vistazo general a toda la habitación y me di con una terrible sorpresa. El resto del cuerpo de Lucero estaba regado por todas partes, solo faltaba la cabeza. Pero al entrar al baño del cuarto para lavarme, la encontré en la ducha. No soporté más y empecé a vomitar.

Estaba totalmente desnudo. Me vestí rápidamente y salí corriendo de su departamento. Sé que debí llamar a la policía, pero en ese instante, no se me ocurrió. Afortunadamente no me topé con nadie y pude llegar a mi departamento sin ser visto. Al entrar, me tiré al suelo y empecé a gritar a todo pulmón.

- ¡Hijo, qué te sucede!, exclamó mi madre, que salió de su habitación, cubierta en un bata celeste.

No contesté, no podía dejar de llorar. Me encontraba totalmente fuera de sí.

- Te juro que yo no la maté, alcancé a decirle a mi madre, sin darle la mirada.

Mi mamá puso un gesto de espanto, se agachó para estar junto a mí, y dijo: “¡De que hablas! ¡Dime, Jaime de una vez!

Me costó calmarme, pero después de algunos minutos lo conseguí y le empecé a contar a mi mamá lo sucedido, recostado en un sofá, cubierto con una frazada. No dejaba de temblar.

- Si no tienes nada que ver en el crimen, debemos darle parte a la policía. Alguien la tiene que haber asesinado. De seguro te durmieron para que no te dieras cuenta. Cálmate, hijo, te voy a preparar una manzanilla, me dijo mi madre, con un tono entrecortado, pero tratando de lucir serena. Nunca tuve un padre, así que ella ha hecho todo lo posible para asumir ambos roles.

Apenas terminé de tomarme mi manzanilla, empecé a quedarme dormido. Me sentía muy cansado. Borroso, pude divisar a mi mamá, haciendo una llamada. No sé si a la policía, ya que no me tomé la molestia de preguntar. Simplemente, me sometí al sueño que me vencía.

Desperté con un terrible dolor de cabeza. Toda la sala estaba hecha un desastre. El teléfono descolgado y los demás muebles volteados.

- ¡Mamá, dónde estás!, la empecé a llamar preocupado.

¡Diablos, nadie respondía! Empecé a caminar y a paso lento, con algo de temor, me dirigí a mi habitación. Al entrar, vi el cadáver de mi madre en un charco de sangre. Me tapé la boca por la impresión. Empecé a retroceder, pero tropecé y caí al suelo. En el piso, me percaté de un machete ensangrentado, y al verlo bien, me di cuenta que a su lado, habían dos dedos. Uno llevaba la sortija preferida de mi mamá. No pude evitarlo y empecé a gritar nuevamente con todas mis fuerzas.

Desperté, sudando y totalmente histérico. Era de noche y Lucero estaba a mi lado.

- ¡Qué te pasa, me has dado un buen susto!

- He tenido una terrible pesadilla, le dije, intentando normalizar mi respiración. Estaba bastante acelerada.

- Hemos pasado una noche espectacular, no dejes que algo tan tonto lo arruine, expresó Lucerito, moviéndose ligeramente, liberando sus bellos senos del cobijo de las sábanas.

La miré fijamente, tomé de su mano y dije: “Yo sería incapaz de hacerte daño”

- Ay, Jaime, deja de hablar sonseras. Duérmete de una vez, expresó, dándome la espalda.

Decidí hacerle caso a mi hermosa acompañante y después de media hora, logré volverme a dormir.


Al amanecer

Desperté. Abrí los ojos de golpe y centré mi mirada en el techo. No lo podía creer, volvía a vivir la misma escena, donde el cuerpo de Lucero estaba regado por toda la habitación. Ya no soportaba más, si era otro maldito sueño, le pondría final. Me dirigí a la ventana, dispuesto a lanzarme, esperando despertar de una vez de esta terrible pesadilla. Pero al mirar abajo, una impactante realidad arremetió mi ser. Todo era fuego. Gigantescas llamas cubrían por completo el panorama.

Bienvenidos al infierno

Este es mi infierno. Yo asesiné a Lucero y a mi madre. Sin motivo, un día liberé al monstruo que siempre vivió en mí. Al principio no lo quise aceptar, borrando de mi mente, esas terribles escenas. Pero con el tiempo, las evidencias me dieron como culpable. Una noche, en prisión, recordé con lujo de detalles, entre sueños, el instante en el que le di muerte a Lucero y la mujer que me dio la vida. Desperté con una sonrisa, mostrándome como realmente era, un enfermo, demente. Una miserable sabandija. Disfruté mucho volver a vivir ese momento. Sin embargo, la soledad y el remordimiento me fueron consumiendo poco a poco, hasta que finalmente, acabé con mi vida, con una navaja que le robé a mi compañero de celda.

Ahora estoy arrepentido y la agonía reina en mi alma. Daría lo que fuera para cambiar lo que sucedió ese día. He sido condenado en el infierno a revivir una y otra vez, mis dos asesinatos. No importa lo que haga o lo que intenté cambiar. No hay salida. El mismo final de muerte se plasma ante mis ojos.

El diablo se regocija ante mi sufrimiento e impotencia.

Jhonnattan Arriola Rojas

4 comentarios:

  1. Gracias Cuentacuentos. Me alegra que te haya gustado esta peculiar historia. Un fuerte abrazo.

    Jhonnattan Arriola

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  2. bien merecido lo tiene. ademas darle esperanzas, hacerle creer que es solo una pesadilla es un castigo muchisimo mas cruel que simplemente arder en el infierno. bien pensado por el diablo. saludos

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  3. Sí pues, es un castigo bastante maquiavélico. Me imagino que el diablo siempre está pensando en lo que más nos podría hacer sufrir para aplicarlo como castigo. Gracias por el comentario Ludobit.

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