lunes, 28 de diciembre de 2009

Papá Noel en año nuevo

-¡Puta madre se me rompió el condón! No lo podía creer, mi mejor noche, y a mi fiel amigo se le quiebra el casco. –No me jodas, ¿en serio se rompió?, preguntó Kiara, con un gesto netamente de desgracia. En un instante todo era placer, pero ahora, ambos estábamos con la garrotera. Siempre una vez acabado el ritual del manifiesto corporal, fundamentado en amor, me dedicaba a observar a mi novia, me aseguraba de contemplar aquella parte de su cuerpo que se me pasó, debido al frenesí en el que me encontraba, provocado por el alboroto hormonal que suscitaba en mí. Pero esta vez, solo la miré a lo ojos, y me perdí en ellos.

-¡Ay Noel, ahora qué hacemos!, exclamó mi chica, mientras se cubría su cuerpo desnudo con las sábanas azules de mi mitológica cama, protagonista de más de un encuentro amoroso entre los dos. Me quedé en silencio, hasta que todo se aclaró en mi cabeza, y un aura de tranquilidad, arremetió en mi interior. –Amor, no tienes por qué preocuparte. No terminé esta vez, además hace tres días te vino la regla. Estamos en las buenas fechas, dije, con una sonrisa de iluminado. –Bueno, pero igual tengo miedo, precisó ella. Me acerqué conchudamente desnudo, la abracé, y le di un tierno beso en la boca. –No hay nada que temer amor, pero si te sientes más tranquila te compro una pastilla. -No te preocupes bebe, si es como tú dices, no hay por qué. Sonreí, las sábanas que la cubrían se resbalaron, dejándome contemplarla. Su piel canela es una invitación a bailar salsa en la cama. Su mirada atigrada, de ojazos verdes, que irradian luz en cada parpadeo, es lo que más adoro de ella. Así es mi Kiara, de boca pequeña pero de sonrisa amplia, de nariz perfilada, misma princesa de Disney. Cuerpo brutal, sí, no hay otro adjetivo, un trasero parado, abultado, y unos pechos que se mueven al compás de nuestros cuerpos, cuando hacemos el amor.

Un mes después

Mi celular sonó, tenía varias llamadas perdidas de Kiara. Lo que sucede es que estaba sacando cuentas. Como pienso comprarme una computadora lo más pronto posible, y estoy ahorrando ya como hace un año y medio, contar mi dinero se ha vuelto uno de mis pasatiempos favoritos. –Sorry amor por no contestarte, es que estaba algo ocupado, le dije. Kiara no respondía. Me sentía como en esas llamadas donde lo amenazan a uno de muerte, un silencio calculador, y una atmosfera de terror. –Tengo algo muy importante que decirte, sentenció con una voz de velorio, una tonalidad fantasmal. –Díme qué pasa, me estás asustando. –No quiero hablar de esto por teléfono, así que por favor hay que encontrarnos en el lugar de siempre (Metro de Jesús María), ahorita mismo. –Pucha amor, no sé si pueda, lo que pasa es como quedamos en vernos mañana y no hoy, hice planes, y en unos minutos vendrán a buscarme unos amigos. -¡Carajo Noel me llega al culo! Necesito hablar contigo ¡Acaso no entiendes! – ¡Qué te pasa Kiara! Últimamente estás muy alterada. Si la razón es que ya no quieres seguir conmigo, dímelo de una vez. –Eres un imbécil, expresó con rabia, y colgó. Tiré el celular a la cama. “Qué se joda, no la voy a llamar en todo el día”, me dije, pero al segundo, le marqué. Apenas me contestó, soltó todos los perros, y dijo: “Estoy embarazada”.


Varias pruebas de embarazo después

La noticia se confirmó por completo, Kiara y yo seremos padres. Dos meses habían pasado desde aquella noche en que hicimos el amor, y sonreímos, pensando que todo saldría como siempre. Que todo saldría bien. Mi madre falleció cuando yo tenía cuatro años. En mi casa solo vivo con mi padre. No fue fácil darle la buena nueva, pero no fue difícil recibir palabras de apoyo de su parte. “Vas a tener que desahuevarte y sacarte la mierda, pero sé muy bien que le darás lo mejor a tu hijo”. Esa tarde abrasé a mi padre por una hora de corrido, y lloré en sus brazos como un niño. Me creía bien grandecito para muchas cosas, pero la verdad es que a mis veinte años, no soy tan maduro como pensaba. Al día siguiente, hablé con mi papá nuevamente, pero acompañado de mi linda enamorada.

Hasta el momento todo iba neutral, ni tan bien, ni tan mal. Un lado de mí se sentía emocionado, saltaba de alegría porque iba a cumplir su mayor sueño. Iba a ser padre. Pero la otra parte de mí sentía mucho miedo, ganas de huir, de escapar de la realidad. Ganas de desaparecer.

Había llegado el momento cumbre. No se podía alargar más esta situación. Hoy iré a hablar con los padres de Kiara, que no tienen ni idea de lo que está pasando.

Eran las seis y media, y me encontraba afuera de la casa de mi novia, conversando con ella. Un protocolo antes de entrar a la zona de fusilamiento. –No creo que hoy sea un buen día para confesiones, hay una reunión familiar en mi casa. Sentí un frío de invierno en el Polo Norte, las piernas me comenzaron a templar. Kiara me abrazó, y se derrumbó en mis brazos. – ¡La cagamos Noel! Mi mamá me va a sacar la mierda, y mi padre te va a estrangular. Vamos a tener que dejar de estudiar en la universidad y ponernos a trabajar. Todos nuestros sueños se desvanecerán. Hecha un mar de lágrimas. Hecha una loca. Así estaba Kiara, sumamente nerviosa. Tuve una visión de mí cambiando pañales, levantándome a las tres de la mañana. Olvidándome de mis amigos, y peleando a morir con Kiara. Pero en ese instante, una luz en mi futurista imaginación. Una linda criatura me sonreía, me llenaba de alegría. Me daba fuerzas. –No seas negativa mi amor, le dije, mirándola a los ojos. –No voy permitir que nuestras vidas se arruinen. Tener un hijo es una bendición. Sé que no era el momento, que fue irresponsable, pero ya estamos en esto, y debemos salir adelante. Ambos somos mayores de edad, tú tienes diecinueve y yo veinte, sí la hacemos. Kiara rió con dulzura. Hablé de una forma graciosa. –Si quieres me esperas afuera, y yo entro a hablar con tu familia. –No, vamos los dos. Quiero estar a tu lado, en las buenas y en las malas, como debe de ser. Nos dimos un beso Kodak, y entramos decididos a amarnos por siempre. Decididos a triunfar.

Hoy jugaba Perú. La madre de Kiara, el padre, el hermano mayor, el padrino, y la madrina, idiotizados frente al televisor de la sala. Esperamos que el partido acabase. Desafortunadamente la selección perdió por goleada, y la familia de mi novia, cien por ciento nacionalistas, gozaban de un pésimo mal humor. –Noel y yo tenemos algo importante que decirles. Nadie le hizo mucho caso a Kiara, incluso algunos miembros de su familia seguían comentando del fútbol. Pero de un momento a otro, la señora Carmen, madre de mi novia, calló a todos diciendo: “Los chicos nos quieren decir algo”. El silencio me atravesó como mil balas de escopeta por todo mi cuerpo, nunca me ha gustado ser el centro de atención, y muchos menos en estas circunstancias. –Llevo un año y medio con su hija, y cada día descubro que la amo más, dije de pronto. -¡Ese es mi Noel carajo!, exclamó Don Pedro, el padre de Kiara. Mi futuro suegro se paró del sofá, se me acercó, me abrazó, y me invitó una cerveza. Se la acepté de inmediato. Por el momento los padres, primos, y tíos de Kiara, me idolatran, y me ven como un joven modelo, pero en unos instantes, querrán acuchillarme.

Las horas pasaban. Ya son las Diez. Tan solo quedamos en la sala, Martín, el hermano de Kiara, su madre, y Don pedro, el patriarca de la familia Cisneros. –No les hemos dicho nada a mis papás aún, me dijo Kiara al oído. Hace unas horas estaba decidido a todo, pero ahora, con chiripiolca encima, después de que su padre me haya comentado lo bien que sabe disparar un arma, todo se me hacía más difícil. –Bueno chicos, nosotros ya nos vamos a acostar, dijo la señora Carmen, hablando por ella y su esposo. Kiara me soltó una mirada única de decepción, en ella se podía entender claramente lo siguiente: “Otro día más que llevaremos la carga de ocultar un secreto que cada mes se hace más evidente”. Quería gritar a los cuatro vientos que íbamos a tener un hijo, pero me daban mucho miedo las consecuencias. Apreté fuerte la mano de Kiara, y dije:”Señora, señor, no se vallan acostar todavía por favor, tengo que decirles algo”. – ¿Yo también tengo que estar presente?, preguntó Martín, impaciente por ir a llamar a su enamorada. –Sí, le respondió su hermana. Una vez que todos estábamos bien posicionados en los cómodos sofás de la sala, miré a los ojos a Kiara, y entrelacé su mano derecha con mi izquierda. Nos sentíamos más unidos que nunca. – Y bien, ¿qué es lo que nos tienes que decir?, me preguntó mi suegro. A leguas se podía interpretar que algo no andaba bien, así que la escena de ponía cada vez mas tensa. Mi suegrita, tan linda, tan histérica, no hay duda que se pondrá a gritarme como si se enterara que violé a su hija. Mi suegrito, un militar retirado, un hombre correcto, un arma letal de destrucción, no hay duda que me botará de su casa, después de aplastarme como a una sabandija. Seamos honestos, no me la voy a llevar fácil, pero que más da. Suspiré, me persigné en mi mente, y confesé. -Tengo que decirles que Kiara está esperando un hijo mío.

Siete meses después

Ahora que todo está tranquilo, que no hay caras largas alrededor, recuerdo con gracia el desenlace de la conversación que sostuve con los padres, y el hermano de Kiara, el día que se enteraron que un nuevo ser venía en camino. Don Pedro se mantuvo sereno, e intentó calmar a la desesperada madre, que después de darme una bofetada, me pidió que me largara de la casa y que no regrese jamás. Por supuesto que nunca le hice caso, volví al día siguiente.

Los padres siempre llevan el temor de que sus hijos vallan a cometer sus mismos errores, o peores. Los previenen de mil formas, y les advierten en todos los idiomas. Pero muy rara vez se dan cuenta, que ellos también siendo ya adultos, encaminados en la mayoría de veces, se equivocan. La madre de Kiara le quitó el habla a su hija por dos meses. La pobre de mi enamorada vivió un infierno en su hogar. Casi pierde al bebé, debido a la angustia que la rondaba en lo más intimo. La persona que solía ser su mejor amiga, ya no lo era más. Fue mi padre el que la hizo entrar en la razón a la señora. Después de verme días enteros llorando en mi habitación, decidió tomar cartas en el asunto.

Pero bueno, como dije, ahora ya todo es felicidad. Mientras le quede un segundo al día, lo aprovecharé para hacer algo productivo, con lo que le pueda dar a mi hijo, todo lo que se merece. Sigo estudiando en la universidad, solo que por las noches. En las mañanas trabajo. Al principio se me hacía imposible, ahora ya estoy canchero, incluso hasta sigo siendo uno de los primeros en la facultad. Ya no es solo por mí.

Por otra parte, Kiara sigue casi el mismo ritmo que yo. Salvo por estos últimos dos meses, que se le ha recomendado que guarde reposo.

Amo a la madre mi hijo. Ya está confirmado, será varoncito. Marcelo Enrique Bustamante Cisneros, será su nombre. Tengo a la chica de mis sueños, la que me hace vibrar con solo decirme que me quiere. Cada “Te amo” de ella, es especial, como escucharlo por primera vez, así lo siento.

En vez de comprarme una computadoraza de cuatro mil soles, compré una linda cuna, y demás accesorios para mi bebé. “Qué triste tu vida”, me diría de seguro un infeliz. Aparentemente lo que estoy viviendo no tiene nada de envidiable, y sí pues, no es fácil. Tampoco voy a decir que lo que me pasó es lo correcto, y que le recomiendo al mundo que no se cuide, y tenga hijos a montón. Lo que trato de decir, es que si hay un problema, uno no debe derrumbarse, si no todo lo contrario, y salir adelante. Lo ideal es tener un hijo en el momento deseado, pero si no sucede así, “Desahuevate, y lucha a mil, ya no solo es por ti”.

Kiara y yo pasaremos el mejor año nuevo de todos. Los doctores ya lo han afirmado. El primero de enero, nacerá nuestro hijo. Los papás de mi novia ya que quieren nuevamente, y lo mejor de todo, nos apoyan. Mi hijo nacerá sanito, y estoy viendo la posibilidad de poner con mi padre un negocio, pero no quiero dar más detalles de ese asunto, por que si no, no sale.

Uno nunca sabe que le deparará el destino. El truco es estar listo siempre para la guerra. Con esto me refiero ha tener los cojones para sobrellevar cualquier realidad ambigua o lineal que se presente. Por mi parte, como ya lo he dicho varias veces, estoy más feliz que nunca. Después de haber llorado bastante, me he vuelto a sentir invencible. Solo faltan cuatro días para la fecha indicada. “Seré papá Noel en año nuevo”. Quién lo diría.


Jhonnattan Arriola

domingo, 20 de diciembre de 2009

Humo en la hermandad

Es sábado por la noche, mis padres irán a una fiesta en la casa de mi tía Luisa y me han dejado a cargo de mi pequeño hermano Iván. Felizmente nos llevamos bien, pero es prácticamente un castigo que me priven de salir como casi toda la gente de mi edad lo hace.

“Chau hijos, cuiden la casa”, fueron las palabras de mi madre al despedirse. Son casi las 11 de la noche, sin nada mejor que hacer, entro al Messenger para ver si encuentro a alguien que, al igual que yo, haya sido privado de un sábado nocturno.

“Papi chulo, Andrea me ha dicho pa’ ir a webiar en su carro, ta con 2 amigas, abla!”, me decía mi mejor amigo Alex, quien no dejaba de zumbar la ventana esperando mi respuesta. “Puta madre cholo, no puedo, mis viejos se kitaron a un tono y me dejaron al chibolo”, le respondí. “Pero fácil pz weon, hay que llevarlo, q’ puede pasar?...mira le decimos que vamos a ir a la playa a dar un par de vueltas y listoooo”.

¿Será buena idea? Iván nunca diría nada, pero… “Oe mierda! Habla pa’ confirmar con Andrea”, insiste Alex. “No sé loco, no estoy seguro”, le digo. “Ta madre, ya bueno tú te la pierdes…las flacas ponen”, responde. “Cabro de mierda”, agrega. “Ya, ya, vamos, le diré a Iván que se aliste, vengan a recogerme” digo y cierro sesión.

- ¡Oye, Iván!

- ¿Qué?

- Alístate, vamos a salir un rato.

- ¿Qué? ¿A dónde?

- A la playa, vamos con unos amigos.

- ¿Mi mamá sabe?

- No, pero sé que serás un buen niño y no dirás nada. ¡Ya apúrate! Que ahorita vienen por nosotros.

Suena el claxon, ya están aquí. Abro la puerta y Alex sonriente me dice: “Esto es demasiado, están para todo”. “(Río) Suave tío, acuérdate que mi hermano también viene”. “Ay no jodas, hoy la hacemos como sea”, voltea y vuelve al carro de Andrea.

-¡Iván! Apúrate.

Estamos camino a la Costa Verde, a la playa Cascadas para ser exacto. Alex no se equivocó. Las amigas de Andrea son bien simpáticas y se han vestido muy provocativas. Una de ellas lleva una minifalda, un polo ajustado y una casa de jean que llega hasta su cintura. La otra, usa un jean bien ajustado, un top y un polo encima. Mientras que Andrea, intentando no mostrar mucho su cuerpo, tiene puesto un buzo suelto y una casaca que le hace juego.

Al llegar, una señora nos cobra 3 soles para poder estacionarnos. Bajamos y Alex tiene entre sus manos 3 hermosas botellas de Ron Cartavio Black. “Empecemos la noche”, dice él con euforia.

Entre cigarros, alcohol y mujeres, el tiempo pasa desapercibido. Han pasado casi 2 horas desde que llegamos, mi hermano permanece en el carro y nosotros, borrachos, chongueando.

“Oe cholo, sírvete pues”, me dice Alex mientras me enseñaba en la palma de su mano un paquetito de marihuana.

- No, no, hoy no le entro, mi hermano está acá conmigo.

- Puta madre, no seas así pues, si has salido a juerguear, hazlo y bien.

- ¿Qué pasa el bebito no puede fumar? – me dice Lorena, una de las amigas de Andrea.

- Puedo eso y mucho más – agrego.

- Demuéstramelo – me dijo ella con tono sensual.

El troncho se consumía rápido, muy rápido. Mi cuerpo estaba en los cielos. Mis ojos se ponían más y más rojos. Estaba en el clímax. “Oe, ¿tienes más?”, le pregunto a Alex. “Tranquilo brothercito, tómalo con calma, que yo te reabastezco”, responde.

- ¿Qué pasó? El bebito se hizo hombre – dice Lorena.

- ¿Quieres que te lo demuestre? - respondo.

- No tienes los huevos para hacerlo – termina.

En cuestión de segundos, ambos nos comíamos los labios de una forma que, para nuestros acompañantes, resulta excitante. Yo mismo soy. Estoy en mi momento. Es hora del desahogo.

Mis manos se deslizan por todo su cuerpo y ella hace lo mismo conmigo. Ambos, stonazos, sin importarnos nada, continuamos con nuestro juego sexual.

“Oye, ya vamos a la casa”, escuché. Volteo. Es mi hermano. Estuvo parado todo el rato en la puerta del carro mirando cómo me drogaba y emborrachaba. “Oe, métete al carro y quédate ahí”, le dije furioso. “Oye no jodas, ya me cansé, no quiero seguir viendo como te cagas”, responde.

Camino hacia él. Lo miro a los ojos. Y le tiro una cachetada. “Oye huevón, tranquilo”, dice Alex. “Tú cállate mierda, es mi hermano, yo hago con él lo que quiera”, respondo.

Todos están atónitos por lo que acaba de ocurrir. “Es mejor que nos vayamos”, dice Andrea.

Ya ha pasado más de una semana y mi hermano sigue sin hablarme. Sé que actué mal pero todo fue por esa droga de mierda. No debí hacerlo. No debí dejarme convencer por Alex. No debí salir esa noche. Pero ya es muy tarde para arrepentimientos.

No puedo más con el remordimiento. Debo hacer que me perdone. Le compré un regalo, es el carrito de colección que tanto quería. Lo pondré en lo que él considera su escondite secreto, donde guarda sus cosas más preciadas.

Iván está en sus clases de guitarra, por lo que aprovecho en entrar a su cuarto para guardar el regalo. Abro su closet y retiro el último cajón, pero no hay nada con excepción de una bolsa negra. La abro y encuentro un wiro junto a una nota que dice: “Si tu hermano lo hace, ¿por qué tú no? Anímate, pruébalo".

Mierda. ¡¿Qué hice?!

El perdón puede llegar, pero una decepción es para siempre.

EB

sábado, 5 de diciembre de 2009

Sangre de escritor

Por tres años consecutivos, he sido premiado como el mejor blogger de Latinoamérica. Mi página, www.perversadelicia.com, es una de las más visitadas en mi país, Perú. Pero principalmente soy conocido por practicar el periodismo gonzo, ya que experimento conmigo mismo para escribir mis crónicas dominicales, en el diario “El Comercio”. Para mi último artículo, me interné una semana en el manicomio, para poder hablar mejor del tema. Para muchos soy un loco, para otros, un genio. Pero muy aparte de todo esto, no me siento satisfecho. Ya me cansé de hablar sobre mí en mis escritos. No soy tan divertido. Quiero salir de este peculiar estilo. Escribir una novela, cien por ciento ficción, es mi real objetivo. Desde hace algunos años, he tenido en mente una historia en particular. Un asesino de mujeres, que atenta solo contra la vida de féminas pecadoras. Un tema interesante. Estoy seguro que esta historia me hará el mejor escritor que jamás haya existido, de alguna u otra manera.

No tengo un título fijo, ni un final establecido, pero sí un bosquejo bien estructurado de mi historia, de lo que sería mi primera novela. Me he pasado un año totalmente centrado en el tema, inclusive he dejado de escribir en mi blog, y en el diario

¡Malditas editoriales! Al principio estaban muy interesadas en publicar cualquier cosa que yo escribiese, pero ahora no me dan bola. Dicen que no se siente emoción en mi historia, que es poco creíble. Quizá como me he acostumbrado a escribir solo de lo que experimento, me cuesta hacer real lo imaginario.

Me siento terrible. Hace unos minutos he roto el espejo de mi cuarto, arrojándole mi taza preferida, en la cual siempre tomo café. No puedo continuar escribiendo. A nadie le gusta mi nuevo estilo.

Llamé a Teresa. Solo ella es capaz de devolverme la tranquilidad. Es mi mejor amiga desde primero de secundaria. Su vocación por la carrera de psicología siempre se ha hecho notar. Nadie me escucha como ella, ni se toma la molestia de darme un consejo tan acertado.

-Jhonnattan, tú sabes que eres un gran escritor, pronto encontrarás la inspiración, solo relájate. Mi teresa, siempre tan dulce. Aunque nos separa el abismo, de no poder vernos, tan solo escucharnos, la siento mía. Me he vuelto adicto a ella. Es mi droga, cuando me siento morir, la consumo, y vuelo. –No es tan sencillo como piensas, ya llevo un año escribiendo esta bendita historia, y no consigo nada, expresé, mientras me despeinaba con la mano izquierda. –Mira, ahorita debo atender a un paciente, qué te parece si te busco en la noche, para conversar mejor. Sonreí, ya que me dijo lo que quería escuchar. – Solo si traes una torta de chocolate. –Muy bien, así será, dijo, con su voz tan hipnotizante, ronquita, y suave en algunos quiebres.

Conozco a Teresa desde que te tengo doce años. Pero a mis veinticinco, recién me he dado cuenta que estoy perdidamente enamorado de ella.

Por otro lado, retomando a mi frustrado estado de ánimo, no me sentía así desde el incidente con Fernanda, mi primera enamorada. Me había propuesto regalarle doce poemas cuando cumpliéramos un año, escribía uno por mes. Nunca pude terminar el número doce. Me sentí tan miserable por eso, que ni siquiera la busqué en nuestro aniversario. Tres días después, decidí darle aunque sea los once poemas, me había dado cuenta de mi error, pero la encontré con otro chico, besándose. Casi mato al tipo, me abalancé contra él, inclusive tubo que intervenir la policía. Me encerré por tres meses en mi casa. No recuerdo que hice en esos largos noventa y un días, al parecer mi cerebro prefirió olvidar esa parte de mi vida. Tan solo sé, que después de ese lapso de tiempo, me sentí bien.

Teresa me buscó a las nueve de la noche. Vivo en San Isidro, en un buen departamento. Me gusta la buena vida, sé lo que valgo, así que no me importa endeudarme un poco, con tal de tener todo de primer nivel. Siempre he sido un fantasma. Ahora atraigo la mirada de todos, por mi fama, mi ropa de marca, y mi carro del año. Quizá viva engañado, pensando que soy alguien, cuando realmente no soy nadie. No me importa.

- Para serte sincera, esta no es una de tus mejores historias, dijo teresa, después de leer algunas páginas de mi proyecto a libro. Ambos estábamos en mi habitación. Me senté en mi cama, y dije: “Pero debería ser la mejor de todas”. Tiene que ser así”. Apreté mi puño mientras hablaba. Teresa se dio cuenta, y se sentó junto a mí. –Quieres que te traiga un pedazo de la torta de chocolate que dejé en la cocina. –No hace falta, respondí. Agaché la mirada, dispuesto a perderme, pero Teresa no me dejó. Acarició mi rostro con suma delicadeza. La miré, y la besé. Mi acción la tomó por sorpresa. Se alejó de mí. No me importó, me acerqué a ella, e intenté besarla con pasión. Toqué sus piernas, sus senos. La asusté, y provoqué que intentara darme una cachetada. Frené su golpe, agarré su mano, y la apreté.

-¡No vuelvas a intentar golpearme! Sentí rabia, ira, estaba a punto de hacer una locura (Poseerla a la fuerza). Felizmente me di cuenta, solté de su mano, y me eché a llorar.

-Perdóname por favor, no sé que me pasó. Sé que no es una excusa, pero estoy muy estresado. Comencé a llorar como un niño. Me sentía terriblemente avergonzado y decepcionado de mí mismo.

Teresa estaba en shock. Después de unos minutos, se paró, se arrodilló delante de mí, y dijo: “Realmente me has asustado, pero estoy dispuesta a perdonarme, pero si te calmas, y me escuchas atentamente, sin replicar”. Dejé de llorar, y le pedí que me sirviera un vaso con agua.

Permanecí sentado en la cama. Ella estaba de pie. Centré toda mi atención en mi mejor amiga. Una exposición, estaba por comenzar.

Desde primero de secundaria, vivo enamorada de tus historias. Es admirable la manera en que has experimentado contigo mismo para escribir. Has tenido que drogarte, ir a casas embrujadas, y pasar días en el manicomio. Sé que lo mencionado no es ni el uno por ciento de lo que has hecho, pero quizá sí lo más resaltante. Tú tienes sangre de escritor. Naciste con el don, no lo aprendiste. La única manera, creo yo, que puedas terminar esta historia con creces, es que te vuelvas un asesino, literalmente. Debes pensar como uno, sentirte de esa manera. Buscar en lo peor de ti, y sacarlo a flote.

Hace siete años, me contaste un secreto, y me hiciste prometer, que nunca te lo haría recordar. En esta parte de tu vida, al igual que hoy, reflejaste tu otro lado. El que se esconde, y te llevó a pensar en la historia de un asesino de mujeres. Es por eso, que te haré recordar. Así se te hará más fácil escribir. Espero no causarte un daño, pero creo que es la única solución.

Una semana después de que encontraras a Fernanda besándose con otro chico, ella te buscó a tu casa. Te pidió perdón. Tú estabas hecho un monstruo, me contaste, la agarraste del cuello, y quisiste ahorcarla. Pero al verla morada, te asustaste, y la soltaste. Fernanda comenzó a llorar, y se fue de tu casa corriendo. Ella nunca le contó eso a nadie, al igual que tú, prefirió olvidar. Te quería mucho como para arruinarte la vida, denunciandote por intento de homicidio.

Recordé. Lo que decía mi amiga era cierto. Yo intenté matar a Fernanda ese día. Tan solo un pequeño error, algo que no mencioné cuando le conté la historia a Teresa. Fernanda murió ahogada un mes después en la playa, cuando se fue acampar con unos amigos. Esa es la historia que se conoce. La verdad fue que yo la seguí a ese campamento. La maté sin piedad. La golpee tanto, que le destrocé el cerebro. El mar se llevó toda la evidencia. Nunca encontraron el cadáver.

La inspiración ha vuelto a mí. –Gracias, si no fuera por ti Teresa, no hubiese encontrado dentro de mí, la esencia que me hacía falta. Aunque suene mal lo que voy a decir, ya me siento como un asesino. Teresa rió. No se dio cuenta de que hablaba en serio. Al parecer la buena psicóloga, acaba de ser engañada. –Vamos a la cocina, ya se me antojó un buen pedazo de torta de chocolate. –Perfecto, yo también estoy con hambre, dijo ella.

La torta era pequeña, perfecta para dos. Le di a Teresa un cuchillo, y dos platitos, para que reparta el pastel en partes iguales.

Me acerqué silenciosamente a ella. Me estaba dando la espalda. Le susurré al oído. –Eras la chica más bonita del colegio. Tu rostro es tan perfecto. Nariz perfilada. Tus pecas perfectamente distribuidas, te dan un matiz de ensueño. Tu cabello, aquél peinado lacio de raya al costado, deslumbra a cualquiera. No sabes cuantas veces he soñado con tu cuerpo... Tu piel, tan suave (Mientras hablaba acariciaba sus brazos descubiertos). Daría lo que fuera por poder hacerte mía.
Pude sentir el miedo en Teresa. Apretó el cuchillo con fuerza. Aún me estaba dando la espalda. La tomé del cuello con un rápido movimiento, haciendo que votara su posible arma, y la comencé ahorcar.

La solté después de unos minutos, y me apoderé del cuchillo. Teresa no estaba muerta, pero tenía la tráquea sumamente lastimada como para poder gritar por ayuda. Ella estaba en el suelo, revolcándose, tratando de recuperar el oxigeno perdido. Me agaché, la miré. Debo confesar que ver el miedo en su mirada, me dio placer. Me eché bruscamente encima de ella, inmovilizándola por completo. Pasé el cuchillo por su rostro con delicadeza, y dije: “No te preocupes, te sacaré los ojos para que no puedas ver como te corto en pedacitos”. Ella no podía hablar, pero pude interpretar mediante su mirada, la pregunta que me estaría haciendo en este momento. –Sé que quieres saber por qué hago esto, la respuesta es muy sencilla. Yo no escribo mis historias, sentado en una mesa, bronceándome con una lámpara. Yo escribo con sudor, con sangre. Desde que Fernanda me engañó, odié a todas las mujeres, y pensé en esta historia en particular. Un asesino de féminas pecadoras…Te acuerdas de tu último enamorado, José Luis ¿Por que terminaste con él? Te haré recordar. Te comenzó a gustar otro chico, y lo engañaste ¡Eres una perra! Lo sabes bien. Te has pasado toda tu vida lastimando a los chichos buenos que te escribían cartas de amor, por que te gustaba acostarte con los más populares. Sin embargo, fuiste buena conmigo. Pero que más da, la vida es injusta, así que no pagaré de la misma manera.

La desesperación de Teresa fue única. Luchó por su vida la desgraciada. Le arranqué los dos ojos. La muy perra murió en ese instante. Me arruinó la diversión. Pero al menos tuve el placer, de poder verla desnuda. Aún sin vida, su cuerpo es hermoso.

Ya han pasado dos meses desde la desaparición de Teresa. Las autoridades aún no encuentran al culpable.

Tiré su cuerpo al amar, nuevamente la marea fiel a mis más bajos instintos, fue mi aliada, y no devolvió la evidencia de un asesinato. Nadie sabía que Teresa vendría a buscarme, así que sigo siendo para el mundo, uno de los más afectados con su triste desaparición.

Las editoriales han vuelto a interesarse en mí. He hecho contrato con “Santillana”. Mi novela genera muy buenas expectativas. Aún no la termino. Esto recién comienza.

Yo soy el asesino de mi historia. Me convertiré en la pesadilla de las mujeres que engañen, que enamoren en falso. Mataré a la culpable de cada corazón roto de un hombre. No soy un castigador precisamente, ni mucho menos un vengador. Tan solo soy un escritor, que escribe con sangre.

Jhonnattan Arriola

sábado, 28 de noviembre de 2009

Cómprame una cholita

Mientras iba destino a mi casa en la línea 48, un hombre de unos 50 años subió al bus y como la gran mayoría de personas que no tienen recursos ni trabajo, comenzó a contar su historia. Tiene una familia que está conformada por su hija de 8 años y su esposa que trabaja lavando ropa. No cuenta con un trabajo estable, hace dos meses lo despidieron y debido a eso, la única manera de salir adelante para poder mantener a su humilde familia es subiendo a diario a los micros limeños y vendiendo unos llaveros, pero no son simples llaveros, son pequeñas cholitas hechas a base de semillas de coco con su traje típico bordado a mano. Toda una pequeña obra de arte.

Pasaba por los asientos intentado vender aunque sea uno, pero nadie los compraba. En sus ojos se notaba la tristeza que sentía, tal vez era por saber que ese día no llevaría lo suficiente para la tranquilidad de su familia. Llegó a mi lugar y mirándome con sus ojos brillosos y casi quebrándose la voz me dijo:

- Joven, ¿me compra una cholita? Está barata y es un lindo adorno.

- Está muy bonita pero ahorita no tengo dinero.

Tenía exactamente 30 céntimos en mi bolsillo, producto del vuelto que me habían dado al pagar mi pasaje.

- Tome, llévesela a 50 céntimos, añadió el hombre.

- Discúlpeme de verdad, en serio no tengo dinero. Solo traigo conmigo 30 céntimos.

- No importa, llévesela a 30 céntimos, es suficiente para mí.

Un sentimiento de culpa inundó mi interior. Sentía pena al saber que no podía ayudar a ese pobre hombre.

Faltaba una cuadra para llegar a mi casa y él también estaba apunto de bajar. Al descender, lo ubiqué y lo seguí.

- ¡Señor! Este… quisiera comprar un par más de cholitas, le parece bien si voy a mi casa y saco el dinero. Vivo en esta cuadra.

- Claro que me parece bien. Muchas gracias joven.

Volví a los 15 minutos. Él estaba esperándome sentado en el paradero mientras comía un pan.

- Tenga, le compro siete.

- ¡Wao! Muchas pero muchas gracias joven. Es usted muy amable.

- (Río) No me agradezca. Oiga, estoy yendo a almorzar, por qué no me acompaña.

- ¿Está hablando usted en serio?

- Sí, qué dice. ¿Vamos?

- Sí, me gustaría, pero una pregunta, por qué está siendo tan bueno conmigo.

- No lo sé, solo quiero serlo.

Comimos algo modesto, tampoco soy muy pudiente. Luego de 40 minutos de conversación nos dimos un fuerte apretón de manos y nos despedimos.

- Gracias por todo joven, mi hija y mi esposa también se lo agradecen. Cuídese y mucha suerte.

Se llamaba Luis y tenía 56 años. Vive en Los Olivos en un cuarto alquilado. No tiene muchas comodidades pero hace hasta lo imposible por darle lo mejor a su hija Luciana de 8 años y a su esposa Carmen.

Una semana después, iba de camino al Centro de Lima y para mi sorpresa un señor sube al bus y comienza a contar su historia. Estaba bien vestido, peinado y con algunos documentos en sus manos. Era Luis, pero esta vez no vendía cholitas. Es más, no vendía nada. Solo hablaba, pero raro, muy raro. Tartamudeaba. Sudaba mucho. Estaba muy pálido. Se agarraba el pecho como si sintiese un dolor muy fuerte. Y al caminar parecía que perdía el equilibrio. ¿Qué pasa Luis?

Cuando terminó, se dispuso a bajar por la puerta posterior.

- ¿Qué pasa? – Le digo – ¿No saludas a viejos amigos?

- ¡Jorge! Que gusto verte ¿Cómo te va?

Nos bajamos del bus. Prefería conversar con él que hacer otras cosas. Caminamos por la Plaza de Armas. Me contó que estaba un poco delicado de salud y que a veces se siente débil por lo que no puede hacer más cholitas. Me invitó almorzar a su casa, me dijo que vaya al día siguiente puesto que a su esposa le habían regalado un par de gallinas.

Llegué a la hora exacta. Conocí a la pequeña Luciana y a Carmen. Pasamos horas muy gratas. Conversamos y reímos; y al final brindamos con el vino que llevé de regalo. Intercambiamos números y me despedí. Es una familia increíble, según lo que me contaron, siempre se han apoyado, pase lo que pase, en las buenas y en las malas.

Pasaron algunas semanas y mi celular sonó. Era la pequeña Luciana. Me habló llorando, me dijo si podía ir a su casa. Paré en taxi y partí.

Al llegar, Luciana me estaba esperando en la puerta. Corrió hacia mí y me abrazó. Y mientras lloraba lo único que logró decir era: “Mi papá, mi papá”. Entré rápido a la habitación y vi a Luis postrado en su cama, se veía mal, respiraba con mucha dificultad.

- Jorge, gracias por venir.

- Luis qué mierda pasó. ¿Por qué estás así?

Me agarró la mano – estaba fría - y me entregó un pequeño sobre. Me miró a los ojos y a duras penas logré escuchar un gracias. Luis murió.

De camino a casa, abrí el sobre. Había un cholito, me hizo uno. Y una nota decía:

Gracias por todo. Empecé hacer este cholito desde el primer día que te conocí, quise entregártelo antes pero a causa de mi enfermedad no pude hacerlo. Tengo anemia desde hace 8 meses y creo que mi descuidado cuerpo ya no aguanta más. Cuídate mucho. Te quiero amigo.

Miré al cielo y lloré. También te quiero cholito, también te quiero.

EB

sábado, 21 de noviembre de 2009

Mamá, papá: “Soy gay”


Para comenzar, recurriré a la siguiente frase: “Mamá por qué me hiciste macho, si me gustan los muchachos”. El tema es sencillo, aunque se vende como complicado. Mi padre siempre quiso tener un hijo varón, y mi madre, una hija mujer. Qué más quieren, me pregunto. Salí un poco de ambos.

Nací gay. No soy un improvisado exagerado que se hace bisexual por poseería, o porque le falta un tornillo. Soy original, soy homosexual. Me acuerdo muy bien que cuando era niño lo que más me gustaba, era hacerme el enfermo para que me midieran la temperatura (vía anal). De la salchipapa, lo que más me agradaba era la salchicha, siempre dejaba las papas. Y bueno, nunca me gustaron los deportes, pero estaba en la selección de futbol de mi colegio, con el único fin, de ver a mis compañeros cambiarse, y bañarse.

Tengo veinte años de gay. Veinte años de esconderme, de hacerme el varoncito. Ya no puedo fingir, ya me cansé de estar en el clóset. Ya me cansé de aparentar que soy el guapo del barrio, el galán, el que se acuesta con una chica linda distinta, cada día.

Nunca he besado a un hombre, pero me muero por hacerlo. Ya estoy asqueado de tener relaciones con mujeres, es horrible. Son tan delicadas. Tan frágiles. “Ay, no me gusta por allí. No, ni lo pienses, no voy a chupar eso”. Ya me harté de tragarme esos cuentos. Necesito un hombre que me cace como a una gacela, siendo él un tigre. Que me desgarre la piel, y que finalmente que atraviese con su puñal.

Son las cuatro de la tarde de un jueves. Mis padres están sentados en el sofá más amplio de la sala, abrazados, viendo su novela favorita. Hoy es el día. Para poder liberarme por completo, empezaré por confesarles mi secreto a mis progenitores.

-Mamá, papá, tengo algo muy importante que decirles, expresé, apenas entre en escena. –Cuéntanos hijo, dijo mi padre, sin despegarse de la televisión. No soy nada afeminado, es más, mi voz es bien ronca, mido un metro ochenta, y tengo un cuerpo envidiable, nadie sospecharía de mí.

Fui hasta donde estaba la televisión, la apagué, y me paré serio al enfrente de ellos. –Hijito, no podrías esperarte unos minutitos, la novela ya va acabar, hoy es el último capítulo. –Hoy también es mi último capítulo, sentencié, en respuesta a lo dijo mi madre. El señor Fernando, mi padre, bombero de vocación, y doctor de profesión, se puso serio, y dijo:”Qué pasa Mario, ya dinos de una vez”.

Dije que hoy es mi último capítulo, porque ya me cansé de fingir, de ser alguien que no soy. El Mario que conocen, desde hoy, ya no lo será más. En sí, lo que trato de decirles, es que soy gay.

Un silencio infernal en toda la habitación, fue provocado por mi peculiar frase final. Antes de salir hablar, me había colocado mi escudo, mi espada, y mi armadura de hierro. Estaba listo para todo. Mi padre, me miró fijamente, pude sentir la desesperación en sus ojos, humedecidos por la decepción. –Espero que estés bromeando. Supuse que mi padre lo tomaría de esa manera. –No papá, es verdad. He intentado durante veinte años, que me gusten las mujeres, para no hacerles pasar por este penoso momento, pero no lo conseguí. No diré que soy una mujer en un cuerpo de un hombre, simplemente, tengo gustos distintos, no anormales, si no, especiales. Apreté mi puño, mi madre estaba a punto de hablar. No quería llorar, debía ser fuerte, para afrontar el momento como un hombre, como una mujer, como lo que soy, y me orgullece.

Pensé que mi madre, iba a gritar, sin embargo, sonrió, y dijo: “Ya lo sabía hijo, bueno, quizá no con exactitud, pero tenía mis sospechas, solo estaba esperando a que tu buena mente te me acercaras, y me hablaras de tus inquietudes”.
–¡Qué, lo sabías y nunca me dijiste nada! Si me lo hubiese comentado, lo hubiéramos evitado, llevándolo a un psicólogo, a un psiquiatra, o por último al doctor, exclamó mi padre, decepcionándome como nunca antes. –Déjame comentarte papá, que ser gay no es ninguna enfermedad, si no, una opción.
– ¡No me vengas con huevadas Mario, no lo voy aceptar nunca, jamás pensé en tener un hijo MARICÓN! Dijo la palabra que ningún gay le gusta escuchar. La única que por alguna extraña razón, nos duele de verdad, y nos hace, netamente vulnerables. Comencé a llorar como un niño. Me llené de rabia, sentí ganas de golpear a mi padre, pero sin embargo, solo atiné a salir corriendo de la sala, e irme de la casa.

Esa tarde pensé que la única solución sería marcharme, que mi vida se convertiría en un infierno desde ahora en adelante, pero felizmente, tuve suerte. Después de dos meses, exactamente, una noche, mientras escuchaba música en mi cuarto, y chateaba por internet, entró mi padre a mi habitación. Me habló después de permanecer en silencio conmigo por más de sesenta días. Se disculpó, me dijo que me amaba, y que no dejaría que mi opción sexual nos separara. Si bien es cierto, me pidió que por favor nunca me bese con un hombre delante de él, pero que iba a tratar de entenderme, y soportar que en algún momento, tenga una pareja.

Por fin me siento libre. Ahora sí puedo ser yo mismo. Les confesaré mi secreto a mis mejores amigos. Y bueno, le diré a Pablo que me gusta, espero que sea gay como yo, y pueda convertirse en mi primer novio. Yo creo que sí es de mi gremio. Ojo de loca, no se equivoca.
Jhonnattan Arriola

jueves, 12 de noviembre de 2009

Amor de mente

Alguna vez prometí no volverte a buscar. Años ayer apunté mi camino por un sendero de soledad. Tiempo atrás te maldije, pero terco tú, quisiste regresar y refugiarte en mí una vez más.

Hace poco decidí emprender un viaje por algunos días en uno de los más sofisticados cruceros que parten desde la ciudad de Punta del Este, Uruguay a Río de Janeiro, Brasil. Es caro pero lo valgo. Pasar horas mirando el mar azul, realmente azul, estar en un relajo total y librarme de esas malas vibras que desde hace mucho siento que me está acosando. Tomé absolutamente todas las medicinas recomendadas por mi médico (aunque no sea la fecha ni la hora), total son vacaciones, no quería preocuparme de medicamentos inservibles.

Zarpamos a las 11:55 am. Todo culminaría en 11 días. Poco tiempo para provechar todo lo que ese “paraíso” tenía para ofrecerme.

Era viernes, no hay nada como estar en la piscina de un barco, sensación extraña para un hombre extraño.

“Señor, está en el área para niños, por favor salga de ahí”, fueron las primeras palabras que dirigió hacia mí. Una voz tan melodiosa como los cánticos de los pajaritos al amanecer. Lucía hermosa, con lentes oscuros, seria pero sexy. Llevaba un biquini de tono rosa cuyo estampado decía Lifeguard – Salvavidas. La amé.

Empecé ir a diario a la piscina dejando de lado otras actividades, solo quería verla, escucharla, ver como sus cabellos volaban con el viento, quería que salve mi vida y quizás, con un poco de suerte, el corazón. Me quedaban solo 9 días para que todo acabe.

¿Lo hago o no lo hago? Me preguntaba mientras caminaba a escasos metros de ella. No tengo nada que perder, lo haré. Rato después, se escuchaba como un hombre pedía gritos auxilio. Se estaba ahogado. Ese hombre era yo.

“Vamos con fuerza, aguanta un poco más” – me decía ella mientras cumplía con su labor.
Estaba en sus brazos, a gritos pedía en mi mente que me aplicara respiración boca a boca, pero creo que mi actuación no daba para tanto.

- Ya estás a salvo, ¿te encuentras bien?

- Sí, sí, eso creo, aunque un poco tenso por el susto.

- Bueno, cuando dejes de fingir tal vez se te pase.

- (La miré avergonzado intentado explicarle lo que había sucedido) Mira…yo…

- No digas nada, por lo menos entretuviste mi día, aunque sinceramente eres el peor ahogado que he visto en mi vida.

Ambos reímos, era increíble, estaba junto a ella, junto a la chica que amé con solo un simple contacto visual.

- Déjame invitarte algo para almorzar, ¿a qué hora estás libre?

- Bueno, ven en media hora.

Pasamos horas maravillosas. Mientras ella hablaba no dejaba de mirar su bella sonrisa, sus ojos marrones y su lacio cabello castaño. Es la chica perfecta para mí.

Y así comenzó. Iba a la piscina, comíamos y paseábamos por la cubierta del barco. Poco a poco sentía que me empezaba a tener cariño, un cariño especial, un cariño para guardar y disfrutar. Estaba completamente enamorado.

Es de noche y mañana anclará el barco. Fin del tiempo.

Hoy quizás sea la última vez que la vea, pero ¿tiene que ser así? Tengo en mente pedirle que venga conmigo, que me acompañe en este largo camino sin rumbo definido, que viva esta aventura de amar, estando conmigo en cada despertar. Por nada del mundo pienso alejarme de ti.

Mientras camino hacia ella, voy meditando varias veces las palabras exactas que le diré, pero para mi sorpresa no está donde me dijo que estaría. Voy a su camarote pero me abrió una mujer que no era ella. ¿Qué está pasando? Me pregunto. Corro a cubierta y escucho rumores de las personas que van dirigidos hacia mí. Estoy muy confundido, ¿dónde estas? ¿Por qué no hay rastros de ti?

Veo que dos hombres de blanco se acercan a mí rápidamente. ¡Señor deténgase, no se mueva!” Me dice uno de ellos. “¿Qué pasa? No he hecho nada”, digo desesperado mientras ellos me sujetan de los hombros. “Lo siento tiene que acompañarnos, todo es por su bien”, responden. Hice un esfuerzo por zafarme pero ellos más listos me inyectaron una sustancia en el brazo.

Despierto aturdido en una clínica de Río. Estoy temblando, tiemblo mucho, sacudo muy bruscamente mi cuerpo en la cama, ¿por qué? Los doctores vienen corriendo hacia mí. Pero qué hacen. ¿Por qué me sujetan tan fuerte de las manos? ¿Por qué me ponen un pañuelo en la boca? ¿Acaso me voy a morder la lengua? ¿Por qué sujetan tanto mi cabeza? Explíquenme qué están haciendo conmigo. Díganme que no tengo lo que parece, por favor.

- Necesito más personal, dice un doctor. Paciente esquizofrénico con abundante dosis de neurolépticos. ¡Se nos va! ¡Apúrense!

Tal vez nunca sucedió, tal vez tan solo fue una ilusión, un engaño más en mi vida, una farsa, mi mente jugando conmigo otra vez. O quizás no. Te buscaré, donde sea que estés, no pararé hasta encontrarte. Temblaré más no lloraré. Y si lo hago, será cuando verdaderamente sepa que no estarás más. Te amaré como lo hice la primera vez que te vi. Como lo hago ahora. Y como lo haré después. Tú me diste calor, cariño, satisfacción, anhelo, esperanza, paz, me diste todo, me diste amor. Te amo. Te amo. Vuelve, te lo pido. Vuelve, por favor.

EB

domingo, 1 de noviembre de 2009

Condenado al infierno

-¡No te voy a dejar, así que deja de pedírmelo! Ella no entiende, no comprende que tan solo quiero consumirme. En una habitación oscura, de mi tétrico, desarreglado, mal oliente, y descuidado, departamento de la avenida Arequipa, tan solo quiero morir.

No tengo perdón de Dios, lo sé. No merezco ni el ladrido de un perro, también lo sé. Soy una escoria, un mísero adicto a la cocaína, que lleva la culpa de la muerte de su madre (Falleció de un infarto hace una semana, cuando me sorprendió robándole dinero para comprarme droga).

Me hubiese gustado hacer las cosas más fáciles, pero la única persona que aún siente amor por mí, me lo impide. Karla es su nombre. La mujer de mi vida. Cuando tenía vida. Antes de caer en este maldito círculo vicioso de drogas y delitos, todo era paz, pero ya no lo es más.

-¡Lárgate, entiende de una vez! ¡No valgo la pena! Le dije, a punto de caerme desmallado, por el efecto de la cocaína. Me estoy apuntando la sien con una pistola, que la compré ayer, para darme condena.

Karla trató de mantenerse calmada, pero no lo logró. Estalló en llanto. –Deja la pistola, olvídate de todo lo malo, puedes empezar desde cero. Me acordé de mi madre, ella también me dijo lo mismo una vez, pero finalmente su corazón se rindió. La agonía terminó por carcomer mis sentidos, me perdí. Lloré, grité, pedí perdón. Iba a apretar el gatillo, pero ella se abalanzó contra mí, forcejeamos, y sin querer, la maté.

Solo tenía una bala, y la había usado con la persona que más amaba. Todo se fui disipando. Hasta que finalmente caí. Caí inconsciente.

Desperté. -¿Dónde estoy?, fue la primera pregunta que me hice. Ya no me encontraba en mi miserable departamento, que tan solo lo usaba para dormir, y drogarme. La dulce casita barranquina, donde crecí, junto a mis padres, era mi paradero. Quizá todo lo anterior lo había soñado, y nunca asesiné a Karla, ni provoqué la muerte de mi madre. Mire a mi alrededor, y la situación se me fue aclarando. La casa estaba vacía, sin muebles, ni nada por el estilo. Mi padre se fue a vivir a Venezuela, una vez que mi madre falleció (Mi viejo no me podía ni ver, así que partió lejos de toda mierda).

Era claro, no había sido una pesadilla. Era real ¿Pero qué diablos hago aquí? La puerta se abrió de repente. Y un tipo de cabello largo (hasta la cintura), de color negro, y de peinado raya al medio, entró. Su vestimenta era totalmente negra. Un saco pegado, un pantalón, y un polo del mismo color.

Me sonrió. Su mirada me petrificó. Ojos morados, nunca había visto a alguien igual. Su piel era blanca, de un matiz pálido. Sus rasgos eran sumamente finos, como los de una mujer, sin dejar al lado, la esencia de masculinidad.

Comencé a sentir un frío espantoso, como si hubiese visto un fantasma. –Tienes doce horas, expresó de repente el misterioso sujeto, con una tonalidad alegre (como de bienvenida), acompañado de su voz ronca, de esas que uno siempre trata de imitar, pero nunca puede. – ¿A qué te refieres?, pregunté con temor. Sonrió. Puedo apostar que esperaba que le preguntase eso. Se peinó para atrás, se comenzó a acercar lentamente, y una vez que estuvo a menos de un metro de distancia, preguntó:” ¿No tienes miedo?”. No supe qué responder, no entendía nada. –Suele pasar, algunos muertos se ponen medios idiotas, como en tu caso. Ayer moriste de sobredosis, una vez que asesinaste a tu chica. Me quedé helado, sentí más frío. Era como estar desnudo en un invierno nevado de Rusia.

“Soy un ángel de Lucifer de pocas palabras. Detesto tener que explicar el mismo protocolo cada vez que recojo las almas condenadas al infierno, pero no me queda de otra. Mi nombre es Dante Nostalgia. Como ya te comenté, estás muerto. Has aparecido aquí, porque es donde siempre te has sentido más cómodo. Dios tuvo cierta piedad de ti, agradécele cuando puedas, en fin, estas son las reglas: Por el momento, eres una mísera alma en pena, nadie te podrá ver, y solo podrás tener contacto con otros que al igual que tú, dentro de doce horas o menos, beberán fuego cuando tengan sed, comerán mierda cuando tengan hambre, y sentirán dolor, en cada respiro. Tienes un último deseo. Si quieres puedes aparecértele a una persona para despedirte, sentir por última vez el sabor de algo, etcétera. Dentro de doce horas, nos volveremos a ver”.

Quedé mudo. Tieso, y sin palabras. Humo negro comenzó aparecer alrededor de Dante. Antes de que la oscuridad lo cubra por completo, reaccioné. –Ayer asesiné a la mujer que amo, Karla Ramos ¿Qué es de ella? –Olvídate de esa chica Jhonnattan, ella será premiada, irá al cielo, nunca más la volverás a ver. Apenas terminó de hablar, desapareció.

En ese instante, mi mente se aclaró. Estoy muerto, me quedan doce horas para hacer algo que valga la pena, y tengo un último deseo !Maldita sea, arruiné mi vida, y la de mis seres queridos! Me tiré al suelo, quise llorar, pero no lo conseguí. Me siento tan indiferente. No tengo sueño, ni hambre, ni miedo, ni pena, tan solo frío.

Salí a la calle. Soy un fantasma. No soy nada. Caminé por cuatro horas. Pensé en ir al departamento de Karla, pero no quiero encontrarme con la cruda realidad. Sin tan solo fuese lo suficientemente valiente como para emplear mi último deseo en hablar con ella, y pedirle perdón por ser tan idiota, y arruinar nuestros sueños.

“Tenía dieciocho cuando la conocí. Era abril, y nos besamos ese mismo día, después de bailar “La quiero a morir” de DLG. Amor a primera vista para muchos. Para mí, simplemente amor. Cuatro años después, Karla y yo pensábamos seriamente en casarnos. Estaba a punto de terminar mi carrera, y titularme como publicista. Gozaba de un buen trabajo. Tenía buenos amigos, pero prefería parar con los que no lo eran. Probé Marihuana una noche, así comencé, hasta convertirme en la sombra de lo que un día fui, un cocainómano, que echó por la borda todos sus sueños.

Sentí ganas de volverme a matar. Irónico. Me dirigí al Olivar de San Isidro (el mejor parque que pueda existir, según mi criterio). Aquí siempre venía a jugar con mi madre cuando era niño. No tengo el coraje de enfrentar a Karla, pero hay algo que sí puedo hacer. Emplearé mi último deseo, en hablar con mi madre.

Del cielo una luz, calló a la tierra. Me cegué. La sombra luminosa fue tomando forma, hasta que logré visualizar a la mujer que me dio la vida.

Nos miramos fijamente. –Perdóname por llenarte de sombras la vida, y ocasionarte la muerte, le dije. Quería ponerle sentimientos a mis palabras, pero no pude, he perdido la esencia, tan solo soy un reo esperando la silla eléctrica. Vestida de blanco, envuelta en un aura mística, mi madre me trasmite paz.

-Solo tengo unos segundos para estar contigo, expresó, mientras acariciaba con ternura mi rostro. No agregué nada más. Ella quiere tener la última palabra, así que será de ese modo. –Te espera el mayor de los castigos. Cómo me gustaría poder hacer algo por ti. Te perdono hijo mío, pero aún así, nada te salvará del infierno. Lágrimas de sangre, resbalaron por su rostro. Me dio el último beso en la mejilla, y partió.

Me dirigí a la escena del crimen, el lugar donde asesiné la vida y el amor. Ya no estaban los cadáveres, supongo que en algún lugar los estarán velando. No me importa en realidad.

Me senté en la oscuridad a esperar a Dante, para que me lleve al reino de las tinieblas, como le dicen en los cuentos.

Las horas pasaban. Recordé cada fragmento de mi vida. Por miedo a perderlos más adelante. La puerta se abrió. Dante ha llegado. Entra como mortal, pero desaparece como demonio.

-¿Ya es hora verdad? –Sí, ya es tiempo de hacer un vieje sin retorno, contestó mi peculiar ángel. –Antes de partir, déjame comentarte lo siguiente:”Karla quiso pedir como último deseo verte, pero no se le concedió. Ella ya no puede sufrir, tan solo sentir alegrías. Es por eso que a tu madre se le permitió verte por tan solo unos segundos, para que no sienta un dolor mayor”. –Gracias por decírmelo, me siento más miserable. –Me alagas, eso quiere decir que hago bien mi trabajo. Rió, y se acomodó el cabello. Una especie de humo negro comenzó a cubrirnos. –Estas condenado al infierno. Serás asesinado una y otra vez de las formas más terribles. Te descuartizaremos, quemaremos, serás comido por bestias, y demás. Después de quinientos años de dolor. Una vez que el odio te posea por completo. Te devolveremos a la tierra, como producto del pecado. Te dedicarás a fomentar el terror en los mortales, y a mendigar por un cuerpo.

Lo miré atento. Las lágrimas resbalan por mi rostro, pero aún así no sentía nada, tan solo frío. Conservo la esperanza de volver a ver a Karla. Pobre Iluso. La vida no es injusta. Todo se paga. Las historias no siempre acaban con un final feliz, dependen de las acciones que uno realice.

La oscuridad nos cubrió por completo. Es tiempo de cumplir mi condena.

Jhonnattan Arriola


domingo, 25 de octubre de 2009

Enamórate de mí

Es increíble como un simple cruce de miradas puede ser capaz de hacer girar todo un mundo, un mundo lleno de ilusiones y fantasías amorosas. Solo te vi una vez y con eso bastó.

Hace unas semanas fui contratado en una reconocida empresa San Isidrina, soy practicante a mis 25 años, supongo que está bien. Ahora debo vestir terno a diario, despertarme a las 6 de la mañana y pasar largas horas en una oficina frente a una computadora tipiando millones de cifras que con exactitud no sé lo que significan.

Dejé la universidad hace unos meses, mi novia me dejó hace más de 3 años, vivo solo, no tengo amigos, solo un perro que a duras penas mueve la cola al verme entrar a mi diminuto cuarto cuyo alquiler aún debo.

Voy camino al trabajo, no me siento cómodo en ese lugar pero qué puedo hacer, necesito el dinero. Mis “colegas” me insultan por ser el nuevo, me han perdido el respeto, he perdido mi dignidad, lo he perdido todo en esta vida de mierda, hasta la ilusión de conocer el amor.

Días atrás, mientras iba por un pasillo llevando los documentos de contabilidad a la oficina de mi jefe, no me percaté de la minúscula señalización que decía: “Warning, wet floor – Cuidado, piso mojado”, y resbalé. Como era de suponerse, todos rieron, mientras yo seguía en el piso quejándome silenciosamente el dolor que sentía. Y apareció ella, una mano amiga, una linda señorita de cabello lacio y largo, grandes ojos pardos, delgada, luciendo el sastre que perfectamente encajaba en su esbelta figura, “toma mi mano”, dijo con una tierna voz capaz de seducir a cualquiera. Nunca la vi a los ojos, nunca le pregunté su nombre, nunca le dije gracias, solo atiné a retirarme y a olvidar lo sucedido, olvidar todo, pero no a ella, pasaba por mi mente cada vez que respiraba, quería retroceder el tiempo, no me importaría resbalar de nuevo solo para escucharla ofreciéndome su ayuda, quería saber quién era esa pequeña heroína que después de mucho tiempo hizo resaltar una gran sonrisa en mi rostro y volverme a la vida.

En ese momento me di cuenta de que en este mundo hay mucho más que lamentos y angustias, existe la posibilidad de ser feliz y quizá, con suerte, amar y tal vez ser amado.

Al día siguiente pasé todo mi tiempo libre caminando por el pasillo, imaginaba el momento en que la volvería a ver y pudiese entablar una pequeña conversación, solo anhelaba escucharla, sentir su aliento, hacerla reír, quería que sepa que hay una persona interesada en ella, pero las horas pasaban y mi sueño poco a poco se iba desvaneciendo, no aparecía, no había ni un solo rastro de ella.

Mantuve mi rutina por varios días, hasta que por fin llegó, mi amor platónico por fin mostraba su figura ante mis ojos. No sabía qué hacer, solo pasaba por mi mente lo hermosa que era. ¿Cómo hablarle? ¿Qué decirle? Temblaba, mis manos empezaban a sudar. Por un momento pensé en irme, no quería arriesgarme a recibir un rechazo o una burla que terminaría por destruirme. Pero no lo hice, llene mi cuerpo y alma de valor, interrumpí su paso y le dije:

- Hola, mi nombre es Alejandro, solo te quería agradecer por lo del otro día.

- No tienes que agradecerme de nada, necesitabas ayuda y lo menos que podía hacer era brindártela. Por cierto mi nombre es…

- Erika, ¿cierto?

- (Ríe) Sí, es cierto. ¿Cómo lo sabes?

- Investigué un poco.

- (Vuelve a reír) ¿Quieres ir a tomar algo?

- Nunca te diría que no.

Suelo imaginar ese diálogo casi a diario, me gusta creer que algún día saldré con ella o que por lo menos podré hablarle. Mientras tanto, sigo pasando interminables horas en el pasillo solo para verla y así poder comenzar mi día con una pequeña sonrisa, aunque luego vuelvo a mi triste realidad y me doy cuenta que sigo siendo el mismo practicante, sin amigos, sin dinero, sin respeto, sin dignidad, que muere por una chica que no sabe de mi existencia.

EB

jueves, 22 de octubre de 2009

MONÓLOGO DE UNA NEUROSIS DEPRESIVA

Autor invitado: Iván Sotomayor
¿Curioso no?, cómo es que las cosas culminan donde tuvieron inicio, pero ahí me encuentro, parado exactamente en el lugar en el que hace ayer dimos el primer paso…, me equivoco, han pasado ya 2 años y 4 meses, 2 años y 2 desde que arriesgadamente coloque un anillo en tu anular izquierdo, en tu fiesta de cumpleaños…, me dijiste que si, aún no olvido la emoción de tu rostro y la explosión de alegría que culmino en lo que yo llamo el mejor beso de mi vida...., mi adorada Adrianna, ¿como es que llegamos a esto?, no deseo cerrarlo, yo no lo provoque, pero asumo que los círculos se cierran en el punto que les dio vida, sino no serían lo que son, indistintamente de quien provoque su inicio asumo que se debe cerrar, y me parece que solo me faltan unos minutos para llegar.

Me persigno, digo unas plegarias y emprendo la marcha hacia mi infortuito destino…3…2….1…, el cero tiene que aparecer, ya estoy aquí. Siento una veloz ráfaga de viento y doy un paso adelante, anonadado volteo la mirada y lo que observo me transporta a ver un pasado tan de cerca como mirarlo sentado desde una pantalla gigante de televisión, excepto por que sé que esa filmación sucedió hace mucho tiempo muy lejos de donde me encuentro ahora. Imágenes que transcurren con una confusiva velocidad me ilustran la misma escena que viví en la realidad hace pocos segundos, a diferencia de un detalle, quizá pequeño, pero que logra acelerara mis latidos con gran intensidad; allí esta ella, diciéndome con voz preocupada “¡cuidado!”, y dí el paso de la fortuna, de no haberla escuchado probablemente hubiese sucedido una tragedia, “gracias, me salvaste”…, mi heroína, aquella que te ayuda a escapar de los problemas pero su tentativa belleza te seduce, te atrapa y nunca te deja escapar de ella.

Vuelvo a la realidad y me doy cuenta que esta vez, la similar escena no cuenta con ese detalle, esta vez me encuentro solo, no está mi salvadora, los círculos se cierran donde inician su trazo ¿verdad?. Ella se encuentra a pocos minutos, la espero con ansiedad y miedo y a pesar de la espera quisiera que el cero no tuviese que llegar esta vez, pero como siempre, llega. Mi mirada la alcanza, mi corazón se exalta, ella camina hacia mí mientras su ensortijado cabello, dorado como un atardecer de verano, flota al ritmo de sus pasos bien coordinados con su hermosa silueta, cubierta por sobretodo negro en un intento de protegerse del crudo invierno que nos rodea. El frío parece haberle afectado, su saludo con un beso en mi mejilla me congeló la razón como si una tormenta azotara intentando apagar el calor de nuestra llama…, me vuelvo a equivocar, no hay llama encendida, no hay razón, y aunque el fénix renace de la cenizas, ésta no es una historia mitológica y su beso en mi mejilla es propicio a la situación en que nos encontramos, no existirán mas besos apasionados al encontrarnos, no mas abrazos que desfogan la angustia de la espera por vernos un día más, no mas aventuras sin final a la deriva perdido entre sus ojos, no mas.

Nos dirigimos a un parque, en el cual compartimos innumerables momentos, felices, tristes, excitantes, nostálgicos, momentos que enlazan una historia interrumpida por un falso coraje y una maliciosa excusa oculta tras llantos y pesares, excusa histriónica, pero aquella no me alejó de mi derecho a saber la verdad. La verdad es fría, impuntual, directa y sádica, pero buena a pesar. Si, la verdad me cayó del cielo y no de sus labios y el informe que me tenía fue desagradable y hasta repugnante. No hubo luto que guardar, no hubo tiempo que esperar, una semana bastó para que las alas que ella me había otorgado prometiéndome un renacer cual fénix, me las cortaran con un desgarrador puñal que terminó clavado en mi espalda al enterarme que ya existía “alguien mas”…, que idiota, los fénix no existen, siempre lo supe, todos lo saben, pero quise creer, sin embargo el simple hecho de querer creer no basta para cambiar la realidad.

“¿Por qué?...”, con un tono de desilusión y un ligero quiebre en mi voz que reflejaba la ruptura de mi corazón. Las respuestas fueron vagas, ni ella misma sabía la razón, tal vez el intento desesperado por olvidarse de todo, tal vez la malicia de hacerle daño a un ser que entregó su vida entera en devoción a una deidad inexistente, “sólo sucedió” fue la respondiente entregada. Me embargaba el dolor y el asco al imaginar sus besos siendo regalados a quien no había demostrado merecerlos, ¿tan fácil le fue conseguirla?, ¿tan fácil fue ella?, al mirar su sedosa piel no podía dejar de ver los repugnantes brazos de un aprovechador de oportunidades haciendo lo que mejor sabe, aprovecharse de aquella dama, tocándola, acariciándola, seduciéndola; rompí en llanto, ella sólo quería sus pertenencias, yo quería las mías, ¿cual era la diferencia entonces, aparte de su frialdad y mi necesidad?, la materialidad en contraste al sentimiento, yo quería que me devuelva lo que me merecía, me hice acreedor de su amor mediante acciones de mártir, arreglé cual mecánico la relación con su entorno, la salvé de una vida fugaz orientada al escape y la banalidad, le enseñé el concepto del amor y el apoyo, al parecer nada de eso importaba y quizá nunca importó, ya que nunca fuí un diccionario para poder hacerle comprender lo que significa valorar.

Un pastor de Dios me dijo alguna vez “se perdona el error no la constancia, los errores se cometen una sola vez”, sabias palabras que mi amor por ella logro que se perdieran en mi memoria y no las pudiese evocar hasta este momento, momento en el que caí en cuenta que a pesar de haberle perdonado la continuidad de un error generado por la exposición a un ambiente cargado de traición y conflicto, nadie se iba a compadecer de mi sufrimiento y caería en los brazos de la nada, directo al suelo, justo donde me encontraba entonces, empapado en lagrimas y desesperación, sucumbiendo a su constante y descorazonada insistencia de devolverle su pertenencias o de lo contrario me atormentaría constantemente con su presencia, sabía que su presencia me hería por venir acompañada de la imagen de un indeseable ser a su lado, ¿se atrevería acaso a hacer eso?, ¿hasta que punto podía llegar a torturarme ese semblante angelical?, no lo haría, al parecer se regocija en mi dolor, no hay pena, no existe el remordimiento en sus palabras, “mátame, quiero morir” solté en mi mas pura y amarga faceta de dolor y masoquismo, pués una parte de mi aún quería quedarse en ese sitio ya que sabía que al retirarse nunca mas volvería a ver a aquella mujer que entre gotas de felicidad, en el segundo compartir de su festividad juntos, me hizo saber que me consideraba parte de su familia, ahora comprendo como la influencia de esa amarga infancia vivida con sus relativos le ha hecho valorar a sus seres queridos, pero aún así no quería perderla para siempre…, para siempre…, ¿dónde quedó esa palabra?, ¿acaso no había sido pronunciada antes?, claro, aquel anillo perteneciente a su anular izquierdo…, no está, ya no significa nada, ¿alguna vez significó algo?, ¿no está hecho el para siempre para reflejar un sin final?, no para ella aparentemente, no, no, no…, no quiero aceptarlo, me niego rotundamente, me levanto de mi asiento y seco mis llantos ahora impregnados en mi rostro, ni una palabra de consuelo de su parte, la frialdad le ha llenado el alma y no creo que la estación tenga algo que ver en esto.

Me propongo la retirada y la emprendo, enfurecido por el momento de conciencia, la ira hizo su pequeña aparición en esta historia y mi pisoteado orgullo de hombre quiso cobrar vida por un segundo…, no voltees por favor, sigue adelante…, no pude, no poseo orgullo, es un don que no me fue concedido lamentablemente, volví la mirada y pronuncie su nombre una vez mas “¡Adrianna!”, ella vino hacia mí y al verla caminar creí distinguir sus ojos al borde del quiebre en una tristeza momentánea, sin embargo conforme su silueta fue acercándose más a mi posición, esta imagen fue desapareciendo e hipotetizé que en mi confusión y necesidad de sentirla conmigo, mi mente deliró al verla cercana a mi sentimiento de pesar…, eso no iba a suceder, yo era el triste, ella era feliz, yo me encontraba solo, ella acompañada, ¿dónde está el maldito kharma?, ¿es esto lo que uno recibe por dar lo mejor de sí?...hace que uno se cuestione sobre su valor ¿no?, el hecho que uno ponga todo su corazón, entregarse completamente a una persona y que te desprecien de esa manera, es en ese punto en que llega la pregunta ¿cuánto valgo en realidad?...y lo peor de todo es que la respuesta parece estar evidente en la situación.

La tortura que parecía no tener cuando acabar, y que de cierta forma deseaba que no acabe, estaba llegando a su fin, no habría más excusas para no tener que pronunciar esas palabras que reflejan un verdadero para siempre, el único que yo tendría con ella, el adiós. Mi resistencia a las caídas de la vida estaba agotándose y me sentía desvanecer, el desgarrador dolor en mi pecho drenaba mis fuerzas y me volvía débil, indefenso y decaído. Ante la inevitable despedida, mi ingeniosa y dependiente de su amor-mente configuro una patraña mas para no resignarme a perderla; terquedad, estupidez y esperanza, logré juntar todas en un último esfuerzo para decirle que cuente conmigo si me necesitaba…”gracias”, fue todo lo que dijo, todo lo que su orgullo le permitió decir, pues ella si lo poseía y sería incoherente si pronunciara algo mas luego del trato que me había propinado. Golpeado, absorto y a medio morir volví a hacia mi ruta de retirada y ella siguió por la suya, caminos totalmente opuestos, sin aparente cruce alguno…, voy dando pasos mientras mi alma se arrastra, y mi ser, queda moribundo en ese lugar, al cual nunca regresare, al cual nunca pertenecí, en el cual el círculo que abrimos hace dos años, se cerró de la manera mas dura, en contra de su voluntad, un círculo que no deseaba ser cerrado, pero, si no se cierran, no serían lo que son, ¿verdad?

sábado, 17 de octubre de 2009

Lo mejor para mi ex

Es la chica más linda que he conocido. La más pura y sincera entre miles de estrellas. Se enamoró de mí después del primer beso. Yo me enamoré de ella desde que la vi. Me sonrió sin conocerme, y confió en mí sin comprenderme. Nos juramos amor, pero mi maldita confusión, terminó por tirar todo al vacío.

María Claudia…Mi María Claudia. Su cabellera negra doncella, de aroma a menta (siempre me pregunté la marca de su shampoo). Sonrisa perfecta, dientes blanquitos, encasillados a la medida. Labios provocativos, delgados, de sabor cereza (debido a su adicción a la goma de mascar). Blanca nieves en invierno, café con leche en verano. Su mirada, un milagro, el más puro semblante en ojos negros. Sexy, algunas noches, (en vestido, y sin él). Angelical, todo el tiempo. Seré honesto, no tiene un cuerpo perfecto, es rellenita, piernona y potoncita (toda una osita panda).

Hasta ahora no puedo creer que ya no estemos juntos, han pasado ya dos meses, y sigo en shock. Sé que fue mi culpa. Había terminado recién mi relación con Diana, después de tres años, cuando conocí a María Claudia. Fui un estúpido, lo sé. No logré olvidar del todo a Diana, y una noche, pasado de copas, me la encontré, y la besé. Fui honesto con la chica que me robó el corazón en tan solo un segundo (María Claudia). La que me enseñó que el amor existe, por más de que a veces, todo indique que no. Era de esperarse la reacción que tomó, tan solo llevábamos seis meses. Me mandó a volar, mientras lloraba a mares.

Intenté recuperarla, pero firme en su decisión, no me aceptó de vuelta. Sesenta y un días sin tenerla, por un estúpido desliz. No hay cosa más tonta, que el popular “Remenber” (Tener algo con una ex esporádicamente). Por otro lado, hace unos días me enteré de lo siguiente: “Jean Pierre, mi mejor amigo, ha estado enamorado de María Claudia desde que era un niño”. Él fue el que me la presentó, pero nunca me confesó su secreto, su primo fue el que lo hizo. Jean Pierre es la mejor persona que conozco, el chico de veinte años más maduro que existe en el mundo, según mi modesta opinión. Él es el mejor candidato para María Claudia, pero lastimosamente, no tiene el valor para declararle su amor. Se hizo a un lado cuando se dio cuenta que estaba enamorada de mí, me cedió el pase, confiando en que la podría hacer feliz. Aún sigo amando a María Claudia, aún sigue siendo Jean Pierre mi mejor amigo. Quizá sea descabellada mi idea, pero pienso unirlos, tan solo quiero lo mejor para mi ex.

Es difícil admitir que ya no será para mí. Puedo asegurar que me ha perdonado, pero igual, le he fallado, ese el punto.

No importa lo que tenga que hacer, me convertiré en una especia de Cupido de turno, para ayudar a mi buen amigo a conquistar a la mujer de sus sueños. Es ridículo creer que la vida es como un cuento de hadas, lo errores se pagan, y con creses. Uno debe asumir esto con la cabeza en alto ¿Cuántos en este mundo estarían dispuestos a ayudar a su ex a ser feliz? Yo sí. Muchos me dirían: “Lo que pasa es que nunca la amaste”. Corrección, la amo.

Conversación con una amiga respecto al tema:

Teresa: ¿Y si la amas por qué no luchas por ella?

Yo: Muy simple, porque aún no puedo sacar de mi cabeza a Diana, necesito estar un tiempo solo.

Teresa: Eres un huevón.

Yo: Sí

Teresa: La verdad que no te entiendo…

Yo: Si te pones analizar un poco. Lo que te estoy diciendo, es sensato y maduro, de cierta manera.

Teresa: En fin…Más bien, si yo te dijera que ella ha preguntado por ti, qué te gustaría que le diga.

Yo: Si pregunta por mí, dile que estoy bien, y que sueño con ella.

Teresa: ¿En verdad?

Yo: No. Ya no viene al caso. Como ya he dicho, tan solo quiero lo mejor para ella, y aunque es duro admitírmelo, ya que tengo buena autoestima, no soy el indicado en su corazón, pero sé muy bien quién sí lo es.

Teresa: ¿Quién?

Yo: Jean Pierre… Mira, sé que eres una de las mejores amigas de María Claudia, la única que no me sentenció a la ley del hielo. Me gustaría contar con tu ayuda para juntarlos.

Teresa: ¿Te has vuelto loco?

Yo: Desde que tiene cinco años, Jean Pierre ha soñado con el amor de María Claudia. Ha callado para preservar la amistad, pero eso se acabó… Hagamos algo, dime el nombre del chico más lindo que conozcas, y el del más idiota.

Teresa: Jean Pierre es el chico más lindo que conozco, y tú el más idiota.

Yo: (sonreí al escuchar la respuesta, ya que me la esperaba)

Teresa: Eres mucho mejor persona de la que crees, en fin, está bien, cuenta con mi ayuda.

Espero que todo salga bien. He comenzado a ejecutar mi plan. Ya tengo el apoyo de Teresa, un buen comienzo diría yo.

¿Estarías dispuesto a ayudar a tu ex a ser feliz en una situación parecida? Comenta, quizá tengamos algo en común.
Jhonnattan Arriola

lunes, 12 de octubre de 2009

Excitado en el centro de París

No hay una época específica para visitar nuestro histórico Centro de Lima, pero sí hay más de un motivo para hacerlo. Locales oscuros te dan la bienvenida jurándote que pasarás horas de sucio y magnífico entretenimiento. Bienvenidos a esta nueva atmósfera del cine pornográfico Le París, donde lo prohibido es bien acogido.

Ha culminado la segunda sesión del seminario al que Alonso Barreta (periodista) está asistiendo junto a sus colegas. Aprovechando que dicha ceremonia se celebra en el concurrido Centro de Lima, decidió llevar a cabo su fascinante y a la vez temeroso proyecto: visitar un cine porno.

Se dirige hacia el cruce de las avenidas Tacna y Nicolás de Piérola, el cual es llamado por los residentes del lugar como “el cruce del placer”. Su atuendo es totalmente innecesario, lleva puesto el terno que utilizó en la fiesta de promoción de su colegio en el 2007, una camisa rosada y sus zapatos brillosos talla 42. Probablemente en los años 50 su vestimenta hubiese sido la apropiada, cuando Le París era uno de los mejores cines de la ciudad y las personas se veían obligadas a asistir en trajes de gala.

Según su letrero, el cine abre a las 11:30 a.m. Coincidentemente, Alonso y compañía llegaron a la hora exacta. Tuvieron que pasar más de 15 minutos para que todos se pusieran de acuerdo y decidieran dar el primer paso dentro del local.

Alrededor del “lobby” había varios posters coloridos anunciando las 4 películas de estreno que estaban a punto de ver. Se acercaron a la boletería donde la persona encargada de cobrar el módico precio de 4 soles se encontraba ojeando unas cuantas revistas donde las prendas femeninas sobraban. Era gordo, calvo, bigotón y mantenía en su rostro una sonrisa capaz de ahuyentar a cualquiera. “Pasen, sean ustedes bienvenidos, mi antro es su antro”, decía eufóricamente. Mientras ellos solo atinaban a agradecer la cortesía asintiendo con la cabeza.

Uno por uno iba pasando por boletería y recogía su boleto, sin embargo nadie se atrevía abrir la puerta que daría inicio a tan osada aventura. Las cuatro señoritas que acompañaban al grupo se sintieron intimidadas antes del ingreso debido a que sus moldeadas figuras recibían constantes miradas de deseo.

Alonso fue el valiente que abrió la puerta, ya que según él, era un conocedor, el que ya lo había visto todo. Mentira. Su cuerpo temblaba, su frente brotaba unas cuantas gotas de sudor y sus dedos no reaccionaban en su intento de encender un cigarrillo para calmarse. ¿Pero cuál era el temor? Total, todos alguna vez en su adolescencia habían visto una película pornográfica, sin embargo no todos lo habían hecho en grupo, y menos con personas que nunca habían visto en su vida.

La sala de cine era totalmente oscura, les costaba mucho acostumbrarse a tan sombrío lugar. A duras penas se podía observar unas luces rojas envueltas en tubos transparentes que hacían reconocer los escalones. Subieron al segundo nivel para poder tener una vista panorámica de todos los hechos que pudiesen suceder en el lugar.

La película ya había comenzado. Todo el grupo se sentó en las últimas butacas, intentaron ponerse cómodos y en un instante ya estaban dispuestos a disfrutar del film.

Pasaban los minutos y Alonso se impacientaba, él buscaba acción y no veía nada más que la pantalla reflejando a un hombre revolcándose junto a dos mujeres que no paraban de gemir. Decide pararse y cambiar de lugar, puesto que se encontraba un tanto alejado de los demás espectadores. Su nueva ubicación, al centro de la sala, lo exponía a estar más cerca de quienes son considerados por la sociedad, enfermos mentales.

El sonido de los asientos moviéndose era casi por todo el lugar, se escuchaban las correas siendo despojadas de los pantalones, bolsas y papeles rompiéndose para luego retirar el pegajoso líquido que, la gran mayoría de hombres sentados, sin ninguna preocupación obtenían.

Vio una sombra que poco a poco se le iba acercando, no distinguía bien quien era, confiado alzó su mano pensando que podría tratarse de uno de sus colegas, sin embargo, segundos más tarde se percató de la presencia de un tipo, quien no conocía, sentado a escasos metros suyos. “¿Le vas?” Le preguntó el sujeto. Demoró varios segundos para comprender la pregunta que le acaban de hacer. “¡Habla pe! ¿Le vas o no?” Vuelve a insistir frotándose el miembro salido del calzoncillo. Alonso totalmente intimidado se pone de pie y atina a responderle lo menos esperado: “Ya, en un toque tío”. Y se alejó.

Asustado por el hecho penoso que le tocó experimentar, decide retirarse del local. Al salir, el mismo gordo de la boletería le pregunta “¿Ya se va joven?” “Sí, sí, creo que ya vi suficiente”, responde Alonso. “No lo creo, debería probar viniendo el fin de semana” agrega el sujeto.

Y así fue. El sábado por la tarde, Alonso estaba nuevamente en la puerta de ingreso del Le París. Estaba decidido a soportar cualquier sucia insinuación que se le presentara, no quería echar a perder nuevamente su proyecto.

Según la versión del “jalador” del local, quien es el encargado de estar en la calle intentando persuadir a la gente para que ingrese, el cine recibe un aproximado de 100 visitas al día. Si hacemos un rápido cálculo matemático, el dueño cobrando 4 soles la entrada, ganaría 400 soles al día, lo que vendría a ser 12 mil soles al mes. Casi el sueldo de un congresista. Obviamente tendríamos que descontar los gastos de mantenimiento y demás, pero sigue siendo una buena propuesta de negocio.

Pero, al parecer, dicho personaje fue muy modesto al dar su opinión, puesto que ese fin de semana el local estaba en un lleno total, como si se tratara del estreno de la película Harry Potter y el Misterio del Príncipe, la cual consiguió el record de taquilla en su primer día.

El periodista, ahora sí estaba vestido para la ocasión, portaba una casaca impermeable, un jean rasgado en las rodillas y unas zapatillas de lona sucias. Luego de unos 5 minutos de hacer fila se acercó a la boletería y para su mala suerte el tipo lo reconoció. “¡Ajá! De nuevo a las andadas.” Dijo el hombre. “Pues sí, decidí tomar su consejo y aquí estoy”, respondió Alonso. “Entonces lo haremos formar parte de nuestros clientes V.I.P.” añade el sujeto y suelta una carcajada.

Ya adentro, la iluminación no lo ayudaba y tuvo que esperar un buen rato parado hasta que pudiese encontrar un asiento vacío, o sin mucha gente alrededor. Misión casi imposible.

Finalmente lo consiguió, se ubicó en los asientos de las filas laterales, donde solo se pueden sentar cuatro personas. Junto a él estaba una pareja que cariñosamente y sin pudor se besaban y acariciaban las diferentes partes de sus cuerpos.

Comenzó a divisar el panorama y sorprendentemente pudo reconocer varias siluetas de mujeres por todo el lugar. Algunas vestían jeans apretados y polos cortos, mientras que otras usaban mini-faldas y blusas con gran escote. Cualquier persona inocente habría pensado que solo estarían ahí por curiosidad, sin embargo es imposible que a ese local acudan personas con dicha mentalidad, indiscutiblemente se trataba de mujeres dispuestas a ofrecer su amable compañía por los algunas monedas o billetes.

Velozmente vio la forma de cambiar de asiento y estar lo más próximo a dichas féminas, intentando no mostrar sus ganas de hablar con ellas. Encendió un cigarro y permaneció sentado viendo la película que para su mala fortuna era la misma que vio en su visita anterior.

La gente seguía llegando y nuevas señoritas hacían su ingreso. Finalmente una de ellas descansa sus largas piernas a dos asientos de distancia de Alonso. Él la miraba discretamente, intentado adivinar cuales serían los siguientes movimientos que haría ella. En un momento, ambos cruzaron miradas y la coqueta señorita no dudo en acercarse. Sentados uno al lado del otro, sin decir una sola palabra, sigilosamente la mano izquierda de la chica iba acercándose hacia las piernas del humilde periodista, quien ya se estaba olvidando de cuál era el verdadero motivo de su presencia en ese lugar. Hasta que en un momento existió el contacto y él no supo como reaccionar. Una chica totalmente desconocida estaba tocando su pierna derecha y acercándose al oído le dijo: “¿Te puedo ofrecer algo?”. Quizás fue la pregunta que tanto quería escuchar Alonso, para así obtener una historia que contar, pero en ese momento ninguna parte de su cerebro estaba enfocada en su proyecto.

“¿Cómo te llamas?” Pregunto él. “Shirley, ¿te animas ir atrás un ratito?” dijo ella mientras seguía acariciando la pierna de Alonso. Pero a pesar de que se había prometido correr el riesgo ante todas las propuestas indecentes que recibiría, no aceptó la invitación. Sin embargo, ella siendo más astuta, lo provocó acariciando de una forma maravillosa su órgano viril.

En cuestión de segundos, ambos se encontraban en uno de los rincones del local. Shirley, mientras lo acariciaba, ponía en práctica todos sus conocimientos adquiridos para seducirlo y conseguir algo de dinero. “Si me das 8 soles te la chupo”, dijo ella, “pero si quieres algo más dame 20”, añadió.

Alonso estaba fascinado por el placer gratuito que acababa de conseguir, pero sabía muy bien que no pagaría por obtener algo más. “Ya un rato, necesito ir al baño”, dijo él. No se le hizo difícil escapar de sus garras, además necesitaba controlar sus instintos asesinos para poder seguir con la investigación.

Bajaba lentamente los escalones, evidentemente aún seguía atónito por lo sucedido, continuaba su camino y en un abrir y cerrar de ojos fue acorralado contra la pared por otra mujer que también buscaba conseguir algo de dinero. “Qué dices papi, ¿lo hacemos?” No paraba de decir esa frase con voz excitante mientras frotaba su vientre con el de Alonso. En ese momento se escuchó que alguien gritaba: “oye no seas pendeja, ese es mío”. Shirley bajó apresurada para reclamar sus “derechos” por haber estado con él primero. Sin pensarlo, aprovechó la situación para escaparse de las dos prostitutas.

Salió del local maravillado por lo que acababa de suceder, nunca antes nadie se había peleado por acostarse con él, aunque en este caso se halla tratado de meretrices. Y para variar, nuevamente el gordo de la boletería se dirigió hacia él: “Y ¿qué tal? Sales con una cara de haber…” “No lo diga”, interrumpió Alonso, “pero gracias por su sabio consejo, la pasé genial”. “Cuando quieras sobrino, cuando quieras”, añadió el hombre.

Hoy Alonso no dormirá tranquilo, recordará todo lo vivido y, sin duda alguna, tendrá que jugar y hacer de las suyas para liberarse de tantas ganas acumuladas de tener sexo con una de esas mujeres o, en el mejor de los casos, con ambas.

EB

domingo, 4 de octubre de 2009

Puto por una noche

Sabe muy bien que no es un juego, que no le espera una noche fácil. Un mundo desconocido en el parque Kennedy, del cual, él intentará ser parte. No piensa ir a bailar al Downtown(discoteca abierta a toda clase de opción sexual), ni mucho menos tomarse un café en Starbucks. Será puto por una noche.
Jhonnattan Arriola

Miraflores, uno de los mejores distritos de Lima, que le da cobijo al gran parque Kennedy. Qué mejor que pasar una linda noche sabatina allí. Si se busca en Google una reseña del parque, se encontrará lo siguiente: “El parque central de Miraflores. Un espacio donde relajarse rodeado de arboles y flores. Un lugar de encuentro para una pequeña caminata y algo delicioso de comer. Dentro del parque encontrarás algunos puestos de comida tradicional al paso. Prueba el sanguche de pavo a la plancha Butifarra junto con un chocolate caliente, y disfruta de un show al aire libre en la plaza circular. O visita alguno de los restaurantes junto al parque para una cena romántica bajo las estrellas”. Precisa descripción del lugar, ¿verdad? Tan solo se les olvidó un detalle. Al caer la noche, el ambiente del parque Kennedy, cambia, por decirlo así. El oficio más antiguo del mundo, encuentra cabida en este lugar. Los populares chicos de rojo, solitarios ellos, se sientan en las banquitas, esperando a su cliente nocturno, sea hombre, o mujer.

Después de haber leído un reportaje sobre la prostitución masculina en Miraflores, publicado el 24 de agosto del 2009, en Perú21. El improvisado Periodista, Roberto Fernández, decidió hacerse pasar por flete (Varón que se dedica a la prostitución). Valiente o no. Loco, o peor, esta noche saldrá a negociar su cuerpo.

Se laceó el cabello para verse más llamativo. Siguió las recomendaciones dadas por Ximena (Vendedora de chicles, cigarrillos, y caramelos, de la zona). –Vístete con polo rojo, un yin apretado, siéntate solo en cualquier banquita, cruzado de piernas, fumando un cigarrillo, y comenzarás a recibir las propuestas. Yo sé lo que te digo.

Un frío infernal atacaba la noche del sábado doce de setiembre del 2009. Roberto, no dejaba de maldecir la lluvia, que tarde o temprano, acabarían con su laceado. –Debí traer una casaca más gruesa, pensaba él. Ya llevaba media hora sentado en una de las banquitas situadas en el centro del parque, y nada fuera de lo normal ocurría. Eran las diez de la noche.

Una hora de aburrimiento total. Lo único que lo animaba, es que al parecer, era creíble su personaje. La gente lo señalaba, y a sus espaldas susurraban:”Ese chico de allí es puto y maricón”. Hay que tener mucha correa para ejercer este oficio, y bastante paciencia.

De pronto a las once y media, la acción comenzó. Un hombre de aproximadamente veinte cuatro años, se acercó a Roberto, que estaba fumando su cigarrillo número ocho. –Me puedo sentar, preguntó el tipo. –Por supuesto papi, dijo Roberto, arriesgándose a que aquél sujeto, no fuese un cliente, y tan solo estuviese buscando un lugar para reposar. -Debo entrar en personaje. Si no sueno creíble, lo perderé todo, dijo Roberto para sí mismo. Ambos se quedaron callados por unos segundos, y antes de que el intrépido periodista tomará la iniciativa, el misterioso sujeto, de un metro setenta, piel canela, mirada desorbitada, y peinado a lo Daddy Yankee, preguntó:” ¿Eres nuevo verdad?”. –A qué te refieres, expresó Roberto, sacado de onda. –No seas pavo chibolo. Te pregunto si eres nuevo en este oficio, si es tu primera noche de prostituto. Miró al tipo de pies a cabeza. Una apariencia intimidante, acompañada de una elegante vestimenta negra. Una camisa bien planchada, y un pantalón al cuete (pegadísimo). No sabía qué responder, así que optó por hacerse el interesante. –Nada chulo, yo ya voy bastante tiempo trabajando aquí. –Tu inseguridad no indica eso mi estimado, te falta cancha. Aún sigues viniendo con tu polo rojito, eso ya pasó de moda. Roberto se sintió descubierto, y no tuvo otra que confesar cierta parte de la verdad, combinada con una ingeniosa mentira. –Está bien, seré sincero. Esta noche es mi primera vez en el negocio, y no tengo ni idea de qué hacer. Un amigo me pasó el dato, y bueno, estoy experimentando. Me urge el dinero sabes… Mi madre está enferma, y necesito continuar con mis estudios. El tipo lo escuchó con detenimiento. –Me puedes llamar Gino…No te preocupes, te daré una capacitación gratuita.

“El Haití es el point (lo mismo decía en el reportaje que leyó Roberto). Debes sentarte en una de las mesa del local, las que están al aire libre, y ahí esperar que te caiga un cliente. Sentado aquí solito, no ibas a conseguir nada. Pídete una cerveza, qué se yo. Feo no eres, así que tarde o temprano alguien recurrirá a ti por sexo. Y bueno, y si quieres persistir con el polo rojito de toda la vida, puedes darte una vuelta alrededor del parque, u optar por ir a pasear a la calle de las pizzas. O si quieres ya algo seguro, y netamente homosexual, vete al Downtown, y promociónate, ya es decisión tuya.”

Sabios consejos los de Gino, un cátedra en amores con paga de una noche. – Y tú, ¿qué camino sigues?, le preguntó Roberto. –Yo ya estoy en otras ligas mi hermano. Yo tengo a mi “Zorrita” fija. –Ah, ya tienes a una clienta. –No, un cliente, pero le gusta que le diga así, “Zorrita”. Es un buen gay, tiene treinta y ocho años, y es arquitecto. Yo soy el activo en nuestro contrato. Todos los sábados me recoge a esta hora, nos vamos a pasear un rato, y de ahí, tenemos nuestra noche de placer…Bueno, para él. – ¿Y cuánto me recomendarías que cobre? –Mira te seré sincero. Este negocio es peligroso, nunca sabes con que enfermo te puedes topar. Primero que nada consíguete a alguien que te espere afuera del hotel, casa, hostal, donde tengas sexo con tu cliente, para que sea de cierta forma como tu seguridad. Y bueno, respecto al dinero, empieza cobrando cuarenta dólares si es que te quieren penetrar. Y bueno, si es al revés, puedes moldear la tarifa según tu criterio.

Roberto escuchaba con atención a su mentor. Intentó grabarlo, pero su falta de experiencia en el oficio, no le permitió hacer la hábil maniobra.

Sonó el celular de Gino. –Ya me está llamando mi “Zorrita”. Debo irme, te deseo mucha suerte. –Antes de que te vayas me gustaría hacerte una última pregunta, dijo Roberto. –Te escucho. – ¿Cómo te diste cuenta que era prostituto? –La experiencia mi hermano, la experiencia en el oficio…En fin, me voy rápido, no puedo hacer esperar a mi cliente. Me está esperando en el McDonald’s, me va a invitar un helado, soy un chico antojado. Gino partió. Roberto quedó solo nuevamente, pensando en su siguiente movimiento.

Quince minutos se demoró en decidir qué hacer. El restaurante Haití, sería su siguiente parada. Oscar R. Benavides 160, es la dirección exacta del local. Se sentó en la mesa central de la zona exterior, pensó seriamente en pedir o no un Banana Split, pero se decidió por una cerveza bien helada. (Cusqueña). Sacó su segunda cajetilla de cigarrillos (Lucky Strike de 10 unidades), y comenzó a fumar. El logo del restaurante no trasmitía nada fuera de lo normal. El nombre escrito en letras negras, en un fondo amarillo. El lugar estaba lleno, pero afuera, debido al frío, Roberto era uno de los pocos consumidores. Los mozos vestían un peculiar saco de color verde Nilo (verde oscuro). Una corbata amarilla verdosa, y una camisa, verde limón. Por dentro y por fuera, el lugar es elegante. Uno puede ver a los cocineros, hacer los sándwiches, y cerciorarse de la calidad y limpieza. Lo único malo es el baño, desentona con el lugar. No es que esté cochino, pero es chiquito, y no es muy sofisticado que digamos, pero en fin, eso no es lo importante.

Al momento de que el mozo le trajo la cerveza a Roberto, lo miró con peculiaridad, y preguntó:” ¿Por qué tan solo?”. –Así es la vida, respondió Roberto. – A ya, ya entiendo, vienes a chambear. El periodista quedó sorprendido, los trabajadores del local ya se sabían todas las jugadas.

Las cervezas iban y venían. En una hora, Roberto ya se había tomado cuatro botellas personales. La una de la mañana, y no había ni la mínima señal de un cliente. Ya estaba cansado, quería ir a dormir, cada segundo que pasaba desmotivaba más al simpático puto, por primera vez. El Haití cada vez se iba desocupando. En las mesas de afuera, solo habían dos personas, Roberto, y un señor de edad, sentado al frente de él, bebiendo un trago extraño. El señor, se paró de repente, se acercó a Roberto, y le preguntó lo mismo que Gino en un inicio.

Roberto dejó que se sentara, le dio el visto bueno con un gesto afirmativo. –Te puedo invitar un trago, le propuso el señor. Extraña proposición, se preguntó Roberto, pero le siguió el amen. Un “Cuba libre” para ambos (Ron con Coca Cola). –Me llamo Jaime, dijo el hombre. Roberto lo miró con algo de temor mezclado con entusiasmo. Había llegado el momento. Jaime sería el primer cliente de Roberto, al cual, con inteligencia y sutileza podría entrevistar.

Hablaron de la noche, del clima, de futbol, hasta de comida, mientras bebían los primeros sorbos de sus tragos. Roberto ya estaba sintiendo los efectos del alcohol, así que dejó de beber, debía mantenerse lúcido. Se percató que Jaime estaba algo mareado, esto podría ser una ventaja, si llevaba la conversación con astucia.

-Cuanto cobras la noche. Jaime soltó la pregunta, adornó el ambiente, y clavó el puñal. Un nudo en la garganta de Roberto, que usó de sobrenombre, Boni. Suspiró, tomó aire, se concentró al máximo, y dijo:”Eso de pende de que cosa quieres que haga”, precisó el periodista encubierto. –Un servicio completo. Detesto la frialdad de este asunto, así que cada vez que pago por sexo, me gusta que se queden conmigo toda la noche. –Interesante, dijo en voz baja, casi para sí mismo. – ¿Y desde cuando elegiste esta opción sexual?, preguntó Roberto, esquivando la pregunta del precio. Jaime tenía todo el perfil de un cincuentón solitario. Alto, de aproximadamente un metro ochenta. Su cabello ha sido víctima del desgaste de los años, tiene poco pelo, lleno de canas el pobre. Una sonrisa contagiosa, y unos ojos verdes de cachorro abandonado, hacen juego con sus arrugas de Bulldog. –Tengo cincuenta y dos años, desde los treinta y siete mantengo relaciones con hombres. Jaime estaba confiando en Roberto, le convenía al muchacho que las cosas continúen de ese modo.

-Nos tomamos unas cervezas, propuso entusiasmado el joven. Jaime aceptó la propuesta. Roberto lo estaba arriesgando todo. Si se dejaba atrapar por los efectos de estas bebidas, quién sabe qué podría pasar. Quizá Jaime podría aprovecharse de él a sus anchas.

Una y media de la mañana. Salieron del Haití, y comenzaron a caminar. –Me gustaría escuchar su historia, dijo Roberto, empleando un tono interesado. Una mirada de asombro, soltó Jaime. Al parecer, muy pocos emplean su tiempo en sostener una plática con él. Se sentaron en una banquita(a media cuadra al frente del local donde estaban hace unos minutos), y continuaron con la plática. –Siga contándome, ¿cómo fue que descubrió que era gay? –Resultaste ser un puto curioso, expresó Jaime entre bromas. Ambos rieron. Jaime soltó un largo suspiro, y confesó su secreto.

“Me casé a los veinticuatro. A los treinta y siete, me divorcié. Nunca tuve hijos, felizmente. Después de haberme repuesto a la depresión que me causó el divorcio, fui a una fiesta en la casa de un amigo. Esa noche conocí a dos Lesbianas. Me interesó una en particular, pero sabía que la tenía difícil. Las chicas eran pareja, y la activa, la que hacía el papel de hombre en la relación, hervía de celos cada segundo que yo compartía con su enamorada. La cosa es que al final, me hice amigo de las dos. Nos metimos coka, y sin pensar, terminamos teniendo relaciones. El trío soñado. Hasta el momento, me sentía el hombre más heterosexual del mundo. Salíamos siempre los tres, y teníamos sexo al terminar la noche. Poco a poco, me comencé a meter más y más en ese mundo lujurioso. Hicimos una orgía. Dos hombres. Dos mujeres. Al final, me terminé tirando a los tres. En ese momento me di cuenta que tener sexo con un hombre tenía su gracia, y bueno, aquí me tienes".

-¿Siempre has venido al parque Kennedy a buscar una noche de placer?, preguntó Roberto, una vez finalizado el relato. –Primero iba a Studio 5 Club. (El mejor video club bar de ambiente de Lima, según Pedrito Salaz, amigo gay de Roberto). Puedes disfrutar allí del famoso cuarto oscuro. Tienes sexo en una habitación con carencia de luz, con una persona que no llegas a reconocer, es muy interesante y excitante. El local queda en la avenida Arenales 679. Te lo recomiendo. Pero como te mencioné en un principio, nunca me gustó la frialdad de este tipo de relaciones. Así que prefiero pagar, con la condición de que sea por toda la noche.

Eran las tres de la mañana. Roberto debía regresar a casa, se sentía muy cansado, y estaba algo mareado. –Eres activo o pasivo, pregunto de golpe. Activo, respondió Jaime. Roberto aprovechó su respuesta para crear una escusa que les impida llegar a mayores. –Uy Jaime, chocamos, yo también soy activo, solo le voy a esa opción. Roberto pensó que Jaime se enfadaría, pero no fue así. –No te preocupes Boni. Me he entretenido mucho charlando contigo...Más bien, ¿cuento te debo? Nada mi amigo, yo también la pasé bien conversando con usted, dijo Roberto, con una sonrisa sincera. Se despidieron, y cada uno siguió su destino.

Ya en el taxi, Roberto se puso a pensar en su experiencia. Había pasado la noche de puto. Si bien es cierto, desde un inicio sabía que no iba a obtener nada más que una peculiar conversación, ya que no aceptaría ningún trato. A menos que una sexy cuarentona como Gisela Valcárcel, hubiese querido contratarlo.